El PAÍS, Lunes, 6 de mayo de 2002

Dos visiones del oficio de enseñar.

Joan Subirats es Catedrático de Ciencia Política de la UAB.

A pesar de que llevo más de 25 años tratando de entender mi oficio, inevitablemente acabo preguntándome en qué consiste, y preguntándome asimismo qué tiene que ver lo que he ido aprendiendo con los alumnos que, irremediablemente, llegan cada inicio de curso con el mismo desconcierto pintado en su rostro. En parte por ello, y en parte por las ganas que uno tiene de meterse donde no le llaman, me he entretenido leyendo dos prometedores libros que han tratado recientemente de pasar cuentas con el oficio de enseñar. Uno de ellos (Petita crònica d'un professor de secundària, Edicions 62), el más conocido, está escrito por un joven profesor de secundaria, Toni Sala, que en pocas semanas se ha hecho un nombre contándonos el complicado mundo de un instituto público de secundaria. El otro (Calaix de mestre, Associació de Mestres Rosa Sensat), de Jaume Cela, nos asoma al universo de un veterano profesor, director de un centro público de primaria, que no se cansa de encontrar nuevos alicientes a una tarea que puede parecer repetitiva y tediosa. Mis comentarios respecto a los dos volúmenes no pretenden ser ni de crítica literaria ni de debate sobre escuelas pedagógicas. Me limitaré a poner de relieve mis filias y fobias desde posiciones para nada neutrales.

El libro de Toni Sala no me ha gustado. Desde mi punto de vista, parte de una concepción del oficio de enseñar en la que la perspectiva es siempre jerárquica, unidireccional, del que sabe al que no sabe. Si los alumnos valoran la enorme riqueza que el profesor quiere descubrirles bien, si no, es su problema. La pedagogía, el método de aprendizaje es secundario. Así, al empezar su narración (página 19) muestra ya su temor a ser colocado en los primeros cursos de ESO, ya que ello implicaría subordinar el contenido de los conocimientos a la forma en que comunicarlos. Es una visión hasta cierto punto resignada y defensiva de la labor de maestro. Para el autor, los profesores innovadores son ingenuos o jóvenes sin experiencia (página 44), mientras que los alumnos, en general, son personas sin interés a las que rescatar de su abulia. El perfil de profesor que va dibujándose en sus páginas es el de un héroe empeñado en desarrollar una labor de Sísifo en un mundo de indiferencia en el que no existe ni rigor ni disciplina. El sistema educativo aparece como irracional y burocrático, lleno de 'terminología reformista', pero de espaldas al verdadero mundo del saber. En ese proceso heroico al que vamos asistiendo trimestre a trimestre, el entorno exterior al centro, a los profesores o alumnos es casi inexistente o, en todo caso, hostil. Los maestros han de defenderse ante la doble tenaza de autoridades educativas burocratizadas e indiferentes y padres que sólo buscan servicios (página 89). No hay comunidad educativa, no hay vínculos externos con otros maestros, no existe implicación alguna con los problemas o inquietudes sociales. En esa labor solitaria e individual, Sala duda de su función: ¿es profesor de lengua y literatura catalana o asistente social? No lo formaron para las funciones que tiene que desempeñar. Por suerte logra zafarse de la función de tutor y se libra así de 'quebraderos de cabeza con los padres, reuniones, horas de tutoría con los alumnos...'. A sus poco más de 30 años se siente ya un poco 'quemado', incapaz de mezclarse con los alumnos, y califica a los profesores que lo hacen como personas que no logran liberarse de su etapa adolescente. Al final no sabemos qué propone al margen de querer que el mundo sea distinto.

El libro de Jaume Cela me ha gustado. Desde sus más de 50 años, Cela nos muestra su cajón lleno de cicatrices, caricias y aventuras compartidas. El libro, para nada pretencioso, nos dice que para muchos maestros enseñar es una fiesta. Una tarea de responsabilidad colectiva, en la que participan enseñantes, padres y madres, entidades y asociaciones que rodean el mundo educativo, y reflexiones de dentro y de fuera que van ayudando a seguir esa tarea. Una labor cambiante, que debe situar a la escuela o al centro en constante relación con el exterior, animando los canales de dentro a fuera y de fuera a dentro. Un trabajo que exige modestia y tozudería. Las reflexiones de Cela son menos novelescas que las de Sala. Hay menos narración y más reflexión, una reflexión llena de sentido y profesionalidad. En la obra se reflejan los muchos años de aprender enseñando, los muchos años de enseñar aprendiendo. Afirma conservar la ilusión del primer día, aún más intensa si cabe ya que está enriquecida con la acumulación de experiencias (página 148). Nos habla de pedagogos que cita y comenta, como aquel que afirma que lo importante es intentar ponerte en la piel del alumno, buscando maneras de ayudarlo para ir cediéndole poco a poco el control de su propio aprendizaje (página 74). Coincido con Cela en que no se puede confundir instrucción con aprendizaje y en que no existe educación sin compromiso moral (página 64).

Reconozco que mi lectura no ha sido objetiva y que mi resumen de ambos libros es sin duda parcial. No me avergüenzo de ello. Es también posible que algunos entiendan estas reflexiones como las de un cómodo observador alejado de los desastres cotidianos en escuelas e institutos. Reconozco que pueden tener razón. Pero, a riesgo de equivocarme, dejen me afirmar, en momentos como los actuales, mi compromiso con una forma de ver la educación que nos ayude a avanzar hacia una sociedad que rechace la segmentación social y la cultura de que lo que cuenta es el éxito logrado a partir del estricto esfuerzo individual. Y entiendo que en el libro de Sala se apunta mal. Es un libro que cuenta el problema de un profesor que tiene enfrente a unos alumnos indisciplinados que no aprovechan las oportunidades que él puede brindarles, y la culpa de todo lo tiene la 'reforma'. No hay espacio, ni se pretende que lo haya, para una reflexión más general que plantee qué educación queremos para qué tipo de sociedad. En el libro de Cela se apunta bien, y sus conclusiones son más exigentes y más complejas. No confunden calidad con selección. Nos obligan a repensar de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Nos hablan del gran fracaso de una reforma proyectada pensando que sin profundización y preparación pedagógica adecuada de los enseñantes de secundaria se podrían abordar las grandes exigencias que plantea la escuela para todos hasta los 16 años. Y sobre todo, nos invita a que seamos todos, maestros, alumnos, padres y el conjunto de la sociedad, los que pensemos qué sociedad queremos y qué educación necesitamos.

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