El
hombre de la Edad Media occidental, que reza, que lucha, que trabaja,
según el reparto en tres órdenes de la sociedad, percibe el arte,
la política, lo social, la vida, la muerte ... en una palabra, el
mundo que le rodea, en términos específicamente religiosos.
La casi totalidad de sus referencias son cristianas. Su universo mental
no puede salir de allí. Concibe su propia existencia como resultado
de una creación (no pondrá en cuestión esta concepción hasta
finales del siglo XVIII). Toda su vida social y privada se centra
en su salvación y gira en torno a un tema recurrente: Dios.
Alrededor
del año 1000, es decir a partir del momento en qué aparecen
los primeros documentos escritos, cuando el clero regular católico
se encierra en prestigiosas Abadías con gran proyección
intelectual y filosófica, y el clero secular ( los clérigos
del campo y de los burgos ) vive sumergido en la incultura general,
los aires de reforma envuelven al pueblo cristiano, en busca de un
regreso a los ideales evangélicos de pobreza ("si quieres ser perfecto,
ve, vende todo lo que tienes, cédelo a los pobres y tendrás un tesoro guardado en el cielo.
Después regresa y sígueme"), de pureza en
las costumbres y de predicación de la palabra de Dios.
La
Reforma Gregoriana,
entre los siglos XI y XII, se convertirá en una primera tentativa
de respuesta por parte de la Iglesia católica, a los nuevos
problemas planteados por un cristianismo instalado en una Europa en
paz.
Clérigos
y laicos salen a la calle, para predicar el Evangelio, sin preocuparles
obtener ni la autorización de Roma, ni el derecho a traducir
las Escrituras del latín. Algunas iniciativas no prosperan;
otras son reconocidas por la Iglesia de Roma (Francisco de Asís
y la orden de los hermanos menores, Domingo
de Guzmán y la orden de los hermanos predicadores,...).
Otros se constituyen en movimientos divergentes, reformistas en lo
que se refiere al dogma pero sobretodo, en lo relacionado con las
costumbres católicas.
El
catarismo se inscribe en el contexto de fervor espiritual que acabamos
de definir y dentro del cual surgían las iniciativas de los
clérigos más entusiatas, pero también de laicos,
siempre animados por el deseo de seguir al Cristo en toda su pobreza
evangélica y por alimentarse de la Palabra de Dios. Esta
doctrina tuvo una gran difusión en Occitania, donde un nivel
cultural más elevado facilitaba el desarrollo del espíritu
crítico en los estamentos más doctos. Su ideal de justicia
provocó la adhesión popular, y su ataque al poder temporal
de la Iglesia suscitó las simpatías de la nobleza.
Precisamente, por la extensión y la importancia
que tuvo en Occitania, los cátaros son conocidos también
con el nombre de albigenses (de la ciudad occitana
de Albi que llegó a congregar un importante número de
cátaros ), a pesar de qué los pricipales centros fueron
Tolosa de Lenguadoc, Narbona, Carcassona, Besiers y Foix. El nombre
de cátaros (del griego "puro") lo recibieron
de los católicos. Ellos mismos se llamaban cristianos
o buenos hombres.
El
catarismo fue un evangelismo. Uno de los puntos centrales del propósito
de vida cátara es la observación literal de los preceptos
del Cristo y, especialmente del Sermón de la Montaña.
Caracterizados por el rechazo total de la violencia, de la mentira,
y del juramento, los cátaros se mostraron a las poblaciones
cristianas com unos predicadores (itinerantes y pobres individualmente)
de la Palabra de Dios.
Los esfuerzos del Papa para llevar a los cátaros
a la ortodoxia católica se malograron. Ni cistercienses ni
dominicos lo consiguieron. El asesinato en 1208 de Pedro
de Castelnou, legado pontificio, dicidió al Papa Inocencio
III a cambiar de táctica y utilizar la violencia. Se inició
así la cruzada contra los cátaros. Esta cruzada fue
una gran ocasión que se le brindó a la monarquía
francesa del Norte para ocupar las tierras del Sur, más rico
y civilizado. Esta violencia contra los cátaros continuará
años más tarde con los procedimientos empleados por
la Inquisición y las posteriores hogueras colectivas ordenadas
por los distintos brazos temporales de la Iglesia de Roma.
Esta forma de vivir la religión fue
prácticamente exterminada durante la segunda mitad del siglo
XIII, a pesar de qué todavia se mantuvieron algunos reductos
en Occitania hasta el siglo XIV, y en Italia y Albania hasta el siglo
XV, dejando, más allá de una larga obliteración,
un mensaje vivo que da a quien quiere leerlos, la memoria de los documentos
medievales: cristianismo sin condena eterna y sin cruz, rechazo
del mal y de la violencia y total confianza en la bondad fundamental
de la naturaleza humana.