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Domadores de manantiales

Son innumerables las ventajas del petróleo, como innumerables son sus caprichos. He leído, no sé dónde, que la operación de perforar es sumamente fastidiosa y monótona. Pero obsérvese que también es fastidiosa la tarea del capitán de un buque o la del piloto aviador.

Ante todo, ¿acaso puede ser fastidioso un trabajo cuyo resultado final depende de la casualidad propicia, de la «suerte»?  Desde los tiempos de Drake,  solamente en los Estados Unidos se han perforado 835.000 pozos, de los cuales la mitad por lo menos han sido un total fracaso. En 1934, en plena superproducción de nafta, practicáronse todavía 14.000 nuevos orificios. Desde 1880 se han perforado más de 1.000 pozos en Alemania, en la cuenca hannoveriana. Quien crea que basta practicar un agujero para ver salir un surtidor de petróleo está muy equivocado; muchas perforaciones dan resultado totalmente negativo.

Se empieza la operación poniendo en marcha una rotary, máquina taladradora comparable, poco más o menos, al aparato que usa el odontólogo para atormentar al paciente; la única diferencia esencial consiste en que ese picaro taladro pesa, en el primer caso, de 2 a 5 quintales. Los motores zumban, las cadenas y barras de acero crujen, toda la torre tiembla, mientras el taladro va ahondando en la tierra. Al llegar a los 10 ó 15  m. tiene lugar una pausa; se limpia el taladro, se separan la tierra y las piedras trituradas; luego prosigue el trabajo. Lo principal es que el orificio sea perfectamente vertical, ya que la más leve desviación impediría introducir él tubo y proseguir la operación perforadora. Cuando se produce un desvío, hay que recubrir con cemento y empezar de nuevo. ¡Una vergüenza para el director y una pérdida de tiempo y dinero para la Compañía!

Finalmente, cuando las cosas han ocurrido del modo esperado, empieza a notarse la proximidad del petróleo. Unos metros más todavía y se alcanza la superficie de nivel, el «horizonte». Entonces puede observarse diversos fenómenos: ora el petróleo asciende espontáneamente por el tubo, vertiéndose al exterior; ora se hace necesario acudir al empleo de la bomba aspirante. Algunas veces sale el premio gordo: ¡el surtidor!


Incremento de la producción mundial del petróleo.


El aire contenido en la torre experimenta una fuerte sacudida; del pozo sale una especie de mugido reprimido y sordo, y un potente chorro de nafta y gas se proyecta en el espacio, dispersándose al emerger de la tubería y elevándose en impetuoso surtidor a una altura que excede la de la catedral de Colonia. Más de una vez ha ocurrido que el tal surtidor ha arrancado de cuajo la misma torre. El petróleo se precipita luego en forma de lluvia espesa y pegajosa, originando a su alrededor un verdadero lago. Rápidamente se procede a rodearlo de muros y a excavar canales por donde pueda escurrirse el líquido, el cual es recogido así en fosas.

El 10 de enero de 1901 un surtidor de esta especie brotó en las proximidades de Beaumont, en Texas. Era el primero que se formaba en aquel Estado, y como nadie había sospechado la posibilidad del fenómeno, no habían sido tomadas medidas de contención, resultando de ello que antes de que fuese posible recoger la negra lluvia habíanse perdido 70.000 toneladas de nafta. En los días sucesivos el manantial siguió brotando con mayor fuerza todavía.

En 1903 brotó en Rumania un surtidor de petróleo que alcanzaba la altura de 400 m., arrojando 1.000 toneladas de nafta por hora.

En febrero de 1906 se perforó en México un pozo que en el espacio de cinco días dió 135.000 toneladas de petróleo, y así siguió manando con igual intensidad hasta fin de 1921, suministrando en dicho espacio de tiempo 7,5 millones de toneladas. ¡Y eso un solo pozo! ¿Qué, Anneliese, te parece «ridiculamente poco» o bien «una cantidad fenomenal»?

En 1933, en una desolada región de la costa oriental del mar Caspio brotó un surtidor que dio en dieciséis días 300.000 toneladas de nafta, o sea 50.000 más de las que se habían extraído en Alemania entera durante el mismo año.

El interior de la torre de perforación está lleno de gas y de arroyos de nafta. Los especialistas — los « domadores de manantiales » —, vestidos con una indumentaria de grueso cuero a modo de coraza, se lanzan a la lucha con el elemento. Trabajan a tientas, intentando una y otra vez ajustar el cierre a la tubería, difícil empeño que comporta repetidos fracasos. Al fin logran atornillar el perno, una vuelta, dos, tres, hasta sujetarlo. El manantial está domado; ya puede colocarse la cañería de conducción.

Cuando se acierta pronto, la cosa marcha bien; pero a veces hay que estar trabajando durante días enteros. Si en el líquido se interpone un trozo de pedernal, y al chocar contra las vigas de acero de la torre desprende una chispa, entonces se inflama todo el chorro.

En 1897 incendióse en Bakú un pozo de petróleo; era un surtidor ardiente de 66 cm. de diámetro y 100 m. de altura. En veinticuatro horas se consumieron 12.000 toneladas de petróleo y el fuego duró diez días, hasta que se cegó el manantial por haberse formado en el interior un tapón rocoso. Hoy se recurre a varios procedimientos para apagar esos incendios: ora se abre una fosa al lado para intentar desviar el chorro antes de que se encienda; ora se arrojan al pozo bombas extintoras; ora se vierte en el abismo barriles de cemento, en número de 10, 20, 100... a veces 500.

En Bakú tuve un día la ocasión de conversar con uno de los más renombrados «domadores de manantiales» de la localidad —. Lo principal es no tener miedo — me dijo —. Quien se asusta del pozo, que no cuente con la docilidad de éste.

Aquel «domador» se comportaba, frente al pozo de petróleo, como algunos maridos ante sus mujeres.


Un hombre que no supo aprovechar la oportunidad

Pero ¿qué ocurrió en los Estados Unidos después del descubrimiento del «coronel» Drake? Al hablar de ello no puede pasarse por alto el nombre de Rockefeller. En el fondo, este hombre no nos ofrece una biografía interesante; estuvo tan absorbido por los negocios, que desaprovechó toda oportunidad de crearse una. Así, por ejemplo, habría podido tomar parte en la guerra civil norteamericana, puesto que cuando estalló no contaba más de veinticinco años. Pero se daba el caso de que dos años antes había ya fundado su primer negocio y a él dedicaba todas sus actividades. O bien más adelante habría podido idear algo, la conducción de la nafta, el vagón o el barco-tanque, pongamos por ejemplo; o bien habría podido pasarse sus noches de insomnio sobre el tablero de dibujo, o quebrar, o ir a dar con sus huesos en la cárcel. Para todo eso, y muy particularmente para lo último, tuvo en su larga vida innúmeras ocasiones. Y sin embargo no aprovechó ninguna.

¡Si por lo menos hubiese sido en sus años mozos vendedor de periódicos o limpiabotas! Pero no; comenzó su vida profesional siendo sacristán de la iglesia presbiteriana de Cleveland; fue luego escribiente y tenedor de libros y fundó, en la misma localidad y con la colaboración de un obrero, Andrews, una pequeña refinería, cuyo proyecto técnico fue obra de su socio. Lo más notable de su biografía es que, según se dice, ha llegado a ser el hombre más rico del mundo. Todo el resto es la historia del Standard Oil Trust.

Los negocios de su refinería prosperaban, y ya a los cinco años de su existencia se fusionaron con otras cinco explotaciones. En 1870 quedó fundada la Standard Oil Company of Ohio, empresa que poco a poco fue absorbiendo todas las independientes de Pittsburg. ¿Cómo se las compuso para lograrlo? Rockefeller había comprendido que el punto vulnerable de la industria petrolera no está en los gastos que exige la obtención del producto, sino en el elevado coste de su transporte.

Empezó, pues, a suscribir pactos secretos con las distintas Compañías ferroviarias, con objeto de estipular reducciones en las tarifas de transporte de sus productos. Efectuó remesas de nafta, petróleo y aceites lubricantes elaborados en sus refinerías y los vendió en condiciones ventajosísimas, mientras sus competidores vecinos naufragaban en aquellos productos, preciosos, sí, pero totalmente inaprovechables para ellos. Nadie sabía que las Compañías ferroviarias, además de las rebajas en las tarifas del transporte de sus mercancías, le concedían también « descuentos » sobre los portes de las que expedían sus competidores.

Algún tiempo después, de las 70 refinerías de Pittsburg y Cleveland, 50 estaban en manos de la Compañía Rockefeller; las restantes habían parado. Más tarde pasaron también a ser propiedad de aquella Compañía.

Desde entonces Rockefeller trabajó solamente con grandes cifras. Cuando «tragaba », eran 20, 30, 50 empresas las que engullía a la vez. Si vendía nafta, era el cargamento de 100 vapores en una sola operación. Contrataba a los directores por docenas, a los obreros por decenas de millar. Cuando un negocio le fallaba, eran provincias enteras las que se hundían; más de una vez debieron llegar al Gobierno peticiones por esta causa. Calzaba botas de 7 leguas y cuando murió, en 1937, a la edad de noventa y ocho años, América entera se asombró de que no hubiese alcanzado los cien.

Su método ha sido único e invariable durante toda su vida. Se sitúa, no en el origen del río de nafta, sino en su desembocadura, y todo lo que allí va a parar es agua para su molino. Controla el transporte, la refinería y la venta de la nafta, con lo cual somete a todo el mundo. Al principio buscó el apoyo en los ferrocarriles, que al cabo de algún tiempo dependían ya de él, puesto que él era el principal de sus clientes. En una de las líneas adquirió en exclusiva toda la existencia de vagones-tanques, en otras dos arrendó en secreto todas las instalaciones destinadas a la carga y descarga de vagones, las grúas, los tinglados, los andenes y las vías-muertas... Pero todo esto pertenece al pasado, a la época del capitalismo ambicioso y desenfrenado, en que la lucha por la hegemonía económica saltaba por encima de todas las fronteras de la Moral. Hoy también en América consideran la riqueza, el capital, no como un privilegio, sino como un compromiso social.


Las conducciones de nafta

Rockefeller no inventó las tuberías de conducción de nafta, pero supo hacerse dueño de ellas. Otros fueron quienes las idearon.

En 1862 un modesto negociante en petróleo instaló una tubería a través de una colina que separaba su pozo de la refinería. No sabemos a punto fijo si el propietario se llamaba míster Burrow o míster Hutchinson, pero está probado que míster Hutchinson fue quien aplicó a la tubería una bomba de rotación inventada por él y que era el elemento más importante del sistema.

El verdadero creador del sistema americano de la Pipe Line fue el holandés-yanqui Samuel van Syckle, de Titusville, la ciudad en cuyos alrededores había nacido toda la industria petrolera.

Los carreteros que por caminos impracticables transportaban el petróleo en barriles desde los campos de obtención a las refinerías y estaciones ferroviarias, constituían una verdadera plaga para el propietario de los pozos. Cuando los vehículos se atascaban en el fango de los caminos y no había modo de hacer salir a los caballos del atolladero, pese a la lluvia de latigazos y blasfemias que también llovían sobre los animales, los conductores resolvían la situación arrojando a la cuneta los barriles con su precioso líquido, cosa que encarecía los precios en 2 a 4 dólares por barril, y eso en un tiempo en que se pagaba en el mercado, puesto en almacén, de 5 a 8 dólares el barril. Pronto, empero, acabó este abuso; los carreteros habían pasado de la raya, y en el pecado hallaron la penitencia. Van Syckle empezó a construir una tubería de conducción de nafta de 7 km. de longitud, y si es cierto que la obra le costó 100.000 dólares, pudo, en cambio, con la natural satisfacción, proceder a la extracción ininterrumpida del producto. En aquellos tiempos todos los norteamericanos llevaban barba, y es de creer que van Syckle no sería una excepción. Pudo, pues, reírse alegremente para sus barbas, considerando que hasta entonces había venido pagando de 15.000 a 20.000 dólares por semana a sus carreteros por el transporte de los 4.000 barriles de petróleo que rendía su yacimiento.

Fácil es imaginar qué caras más largas pondrían los carreteros cuando vieron el resultado de la ocurrencia de aquel «loco de holandés ». En cuanto a las maldiciones que profirieron fueron aún más largas que las caras y que la misma tubería. Amenazaron con «dejar de cuerpo presente» a quien utilizara el nuevo sistema de conducción; arrancaron los tubos, los destruyeron y, después de agujerearlos, prendieron fuego a la nafta que salía por los orificios.

Pero ¿qué puede el vicio, cuando la virtud está armada de rifles? Van Syckle contrató en Nueva York 25 «hombres vigorosos y arrojados» y los armó de fusiles. Entonces dispuso sus centinelas, organizó un servicio de patrullas y volvió a poner las bombas en acción.

Mientras él extraía petróleo con la bomba y luchaba, sus socios no permanecían ociosos. Al poco tiempo empezaron a extraer petróleo prescindiendo de van Syckle; de momento, el infeliz logró sostener aún el negocio, pero no pudo conservar la posesión de su hija, la tubería, y los abogados y los Tribunales de justicia absorbieron el último dinero que le quedaba.


Standard Oil


Hacia 1870 las tuberías petroleras constituían una empresa auxiliar; por ellas era conducido el fluido desde el pozo a la refinería, y de ésta (o directamente desde el pozo) a la estación de ferrocarril. Cada día, empero, adquirían mayor importancia, y Rockefeller, dueño ya de las refinerías, se aseguró, sin que le costara gran esfuerzo, el control de la mayor parte de las conducciones.

¿Qué podían hacer los felices propietarios de pozos? Para ellos el dilema consistía en someterse a Rockefeller o instalar las tuberías por cuenta propia. En 1875 los «independientes » de Pensilvania acordaron librar la batalla decisiva; fundóse la Tidewater Pipe Line Company y, tras largas preparaciones, empezó la construcción de una cañería de nafta que había de llegar hasta el mar. Cual una serpiente fue culebreando durante varios años la tubería de conducción, procurando escapar a la bota de Rockefeller. Primeramente se dirigió desde Bradford (Pensilvania), hacia el Hudson, a través del Estado neoyorkino. Pero al aproximarse la cañería al ferrocarril de Erie pudieron divisarse en las cercanías de la estación trincheras, infantería y artillería. Una batería con los cañones en posición cerraba el paso a los intrusos.

Entonces se desvió la ruta hacia el Sur, las tuberías fueron dirigidas de nuevo hacia el «suelo patrio » de Pensilvania y, desde allí, hacia Occidente. Se intentó llegar al puerto sagrado de Nueva York a través de este Estado; pero cuando las tuberías hubieron traspasado el río Delaware, una segunda línea férrea que, como la primera, se hallaba bajo la hegemonía de Rockefeller, se negó a dejar paso a los constructores. Gracias a diversas astucias de guerra se consiguió hacer pasar las cañerías por debajo de la vía y seguir avanzando. Sin embargo, cuando la serpiente comenzó a penetrar en el territorio del ferrocarril de Delaware-Lackavanna, surgió nuevamente el enemigo, que entretanto había reunido sus fuerzas,  y arrancó las tuberías ya montadas.


La red de Pipe Lines de los Estados Unidos.
La tropa de los constructores vióse en la necesidad de aceptar batalla en el campo del adversario. Gracias a la habilidad de los jefes y a la valentía de los soldados, fue posible rechazar a los enemigos y asegurar definitivamente la tubería debajo de las vías, no sin que ambos bandos dejaran sobre el terreno cinco o seis muertos y varias docenas de heridos. El asunto tenía carácter « privado »; por eso no intervinieron las autoridades. La pugna civil entre el ferrocarril y la conducción petrolera pasó a los Tribunales de justicia, los cuales hasta la hora presente no han dictado sentencia.

L,a serpiente podía, pues, seguir arrastrándose, aunque sus fuerzas estaban ya casi agotadas. No se atrevió a penetrar en el territorio del Estado de Nueva York, donde regían otras leyes — ya es conocida la prudencia de las serpientes. A 51 millas de la gran ciudad la tubería se unió con el ferrocarril que, independiente de la Standard Oil Trust, estaba en condiciones de transportar el petróleo al puerto.

Así fue cómo el valor y la prudencia vencieron a Rockefeller, cuando menos en el campo de batalla. La conducción de nafta « independiente» quedó terminada el 1° de junio de 1879. No obstante, en diciembre de 1883 pasaba a pertenecer al Standard Oil Trust.


Yacimientos petrolíferos de América.
Al finalizar el siglo XIX estaban ya descubiertas todas las cuencas petrolíferas que en la actualidad se conocen en los Estados Unidos. Sin embargo, el rendimiento de las más recientes era muy escaso todavía; además, el papel de los pozos antiguos se volvía cada vez más pobre. En 1925 no produjeron más que la quinta parte del petróleo yanqui; el 60 % lo suministró el Mid Continent y California dió el 30 %. Las torres de perforación se desplazaron hacia el Oeste.

Junto con ellas desplazóse también el Standard Oil Trust.

No se resignó a permanecer estático, y los números de Rockefeller pasaron a ser «astronómicos ». Su trust posee empresas cuyo valor total se cifra en 4.000 millones de dólares, y a su esfera de influencia se hallan sometidos capitales que ascienden a 40.000 ó 50.000 millones. Los ingresos personales de Rockefeller se elevaban antes de la guerra a 80 millones de dólares al año.


"Las riquezas de la tierra, geografía económica al alcance de todos" J. Semjonow
Barcelona, 1940
Traducción de F. Payarols
Editorial LABOR S.A.