Leon, la corte y sepulcro de los reyes, debió su nombre
á los romanos de la
Legio séptima gemina, que 60 años
antes de la era cristiana, se asentaron en el espacio comprendido entre
los rios Bernesga y Torio, nombres derivados á su vez de los ibéricos:
Beererreca rio de la pendiente ó bajada, é
Iturrioz
Turío, fuente fria. Está situada á la orilla izquierda
del primero, á 838 metros sobre el nivel del mar; á los
42 grados, 36 minutos, 0 segundos de latitud N. y á los 1 grado,
51 minutos y 45 segundos de longitud O. del meridiano de Madrid., sobre
las arenas del de aluvión, que cubren el terreno cuaternario diluvium
de toda la comarca. Tiene 11.560 habitantes. Dista 414 kilómetros
de Madrid. Su situación es por todo extremo pintoresca; elevada
como se halla sobre la vega cubierta de arbolado y destacando como destacan
sus góticos chapiteles por encima de las colinas que marcan la cuenca
del Torio. Su clima es frió y húmedo: la media termométrica
es de 11 grados; la barométrica 788,5 milímetros; los vientos
más comunes el N. NO. y O.; y los dias nubosos unos 280 al año.
En la estación del ferro-carril, que es una de las más
suntuosas de la linea y que ostenta una gran cubierta de cristales que
ampara las vias en bastante espacio, el viajero ha podido percibir al llegar,
diversos edificios industriales de gran extensión, colocados entre
los grupos de árboles, que elevan sus chimeneas de vapor, sus techos
metálicos y una esbelta torrecilla con reloj, por encima de las múltiples
copas. Son los Talleres de las líneas en construcción, que
han ocupado centenares de obreros y en los cuáles cuatro máquinas
de vapor dan movimiento á cerca de cien aparatos mecánicos,
y seis hornos, varios cubilotes de fundición y treinta fraguas alimentan
la industria de reparación y montaje de puentes. En ellos han construido
gran número de coches y wagones, de puentes, de herramientas, útiles
y aparatos de servicio. Es una especie de ciudadela fabril, que representa
el espíritu de nuestro siglo, colocada enfrente de la ciudad histórica
y monumental, que evoca el recuerdo de los pasados.
Desde la estación se pasa el Bernesga por un hermoso puente
de hierro, percibiéndose á la izquierda el dé piedra,
junto al bello convento de San Marcos, y después de abonar los cinco
céntimos de portazgo que el municipio cobra á los forasteros,
se entra en el bonito boulevard de Ordoño II, en ejecución
todavía, y en cuya acera izquierda ha levantado el Sr. Guisasola
una elegante casa. Sin ciertas fatalidades que pesan sobre todos los pueblos,
esta linea de construcción moderna, hubiera ido á parar al
pié de la preciosa catedral leonesa, cuyos chapiteles y fachada la
cierrran casi de frente, pero álzase en el intermedio, además
de algún grupo de casas, el palacio de los Guzmanes, que imposibilita
la realización de tan bello deseo.
Las torres, los palacios y las murallas nos están contando
á voces la historia de la ciudad., que conserva para orgullo del
arte y atractivo de los viajeros, tres joyas: San Isidoro, la Catedral
y San Marcos, es decir, tres verdaderos capítulos de la historia
de la arquitectura, en sus fases románica, ojival y del renacimiento.
Al instalarse los romanos en el importante sitio estratégico
que ocupa la ciudad, alzaron el recinto murado rectangular, del que aun
se conservan algunos curiosos restos, y comprendía el espacio limitado
hoy: al Oeste, de frente al rio y á la vía férrea;
por la subida de la plaza de la Veterinaria, la colegiata de San Isidoro,
el palacio de los Guzmanes, la entrada de la calle del Cristo de la Victoria
y la calle de la Rúa hasta la esquina de la de Rebolledo; desde
este punto al S. y por la misma, la de Azebacheria, Platería y Plaza
Mayor hasta la esquina de la de Caño Badillo; desde aquí por
el E. la de Serradores, Puerta Obispo y parte posterior de la Catedral ó
calle de Tras de los Cubos hasta el convento de Descalzas y por fin, completando
el paralelógramo por el lado N., desde este punto, calle dé
la Carrera y puerta del Espolón hasta la referida Escuela de Veterinaria,
cerrando una área de 125,000 metros cuadrados. En el museo arqueológico
provincial se conservan algunas aras y lápidas procedentes de este
recinto romano, que son elocuentes testimonios de la importancia que adquirió
la población, punto de residencia de los procuradores y legados
augustales de la provincia Citerior Antoniniana.
Desde el siglo I de la era Cristiana tuvo Leon sus obispos y sus mártires,
y entre estos á San Marcelo y á San Claudio. Romana y cristiana
resistió muchas invasiones, hasta que Leovigildo la unió á
la corona visigoda. Los árabes mandados por Abib-al-Feheri conquistaron
la ciudad; Alonso I la recobró; Ab-derrahman la asoló y quemó,
no deteniéndose á derribar por completo sus murallas por
lo fortisimas que eran; Alonso III la tomó de nuevo, Ordoño
II fijó en ella su corte; Almazor la asaltó y destruyó
después de una heroica defensa, y Alfonso V la reconquistó
definitivamente, dándola el famoso
Fuero de 1020, base de
toda la constitución municipal castellana. Continuó siendo
León corte de los monarcas por espacio de largos años; Alonso
VII se consagró emperador en su iglesia catedral, y con San Fernando
entró á formar parte del poder de Castilla, perdiendo el carácter
de cabeza del reino, que hasta entonces habia conservado.
Guzman el Bueno, glorioso hijo de la ciudad enalteció para
siempre el nombre de Leon en Tarifa; los revoltosos contra doña
María de Molina la perturbaron tristemente con sus desórdenes
por largo tiempo; Alfonso XI instituyó su concejo municipal y aumentó
la extensión de su territorio; Enrique II confirmó y cumplió
sus fueros; Carlos V, al visitarla, despreció las reclamaciones
de sus vecinos, dando lugar á que la ciudad siguiese en gran parte,
la bandera de las Comunidades; y Felipe III con su esposa doña Margarita
la visitaron en su jornada de recreo, al través de estas provincias.
Muda y olvidada como otras tantas ciudades durante muchos años,
sufrió la suerte de ellas en la invasion francesa, que destrozó
indignamente entre otros restos preciosos, los regios sepulcros de San Isidoro,
y alejada por su posición y por su importancia de la lucha de las
guerras políticas de nuestros tiempos, apenas llegó á
sentir más que algunas de sus necesarias consecuencias.
El antiguo recinto romano fue utilizado en su forma, y con bastantes
de sus materiales, en la repoblación de Alfonso V; y tres siglos
más tarde, en tiempo de Alonso XI, se extendió considerablemente
por toda la parte SO. hacia la orilla del Bernesga. Así y todo, el
área que ocupó la población, ceñida por la muralla
del siglo XIV, fue muy pequeña para que se desarrollara con amplitud
bastante, y por eso vemos á la ciudad actual, formada por multitud
de calles muy estrechas, con breves plazuelas y con escasa regularidad
en su distribución. Las edificaciones modernas que se han levantado
extramuros, aunque no muchas en número, y sobre todo las que figuran
en la línea que se acerca á la de la viá férrea,
tienen ya otras condiciones que las del interior.
La angosta y pendiente calle del Cristo de la Victoria y la de la
Catedral, conducen al viajero á contemplar el famoso templo leonés.
Doble aspecto ofrece hoy su conjunto, al desembocar en la plazuela: el de
la obra antigua en la bellísima fachada que adornan las dos torres,
y el de la obra restaurada, cuya blanca y elegante mole se alza majestuosa
en el lado del Mediodía.
La fachada se compone de un cuerpo central con tres bellas arcadas
ojivales de ingreso, apoyadas en pilares sueltos y columnatas, con. multitud
de estatuas inferiores del último período románico,
y numerosas esculturas en las respectivas archivoltas, que constituyen una
rica colección de modelos de estatuaria y composición de
principios del siglo XIII. En el testero de la
puerta de la izquierda ó del Norte, vése representada la
historia de la Virgen: su nacimiento, la visitación, el nacimiento
de Jesús, y la adoración; entre los pilares que separan esta
puerta de la central, está el rey administrando justicia, como
lo indica la inscripción:
Locus apellationis, que allí
se lee. Sobre la puerta principal aparece admirable y detallado el cuadro
del juicio final, en la pilastra de su centro la Virgen de la Blanca; y
sobre la puerta de la izquierda la muerte, la asunción y la coronación
de María. Cierra por lo alto la línea de estas arcadas una
galería ó antepecho calado; sobre ella se alza el muro, con
hermoso óculo ó rosetón de pintada vidriería
y un grupo esculpido de la Anunciación en el piso alto, y corona
éste cuerpo un remate plateresco, que no cuadra al resto de la obra
y que debe desaparecer. Por el costado N. se alza la torre
vieja, con contrafuertes, ventanas románicas en su primer cuerpo
alto, ojivales en segundo, sencillo antepecho, sólida aguja y caprichosa
crestería y remate ó veleta; por el del S. elévase
la elegante torre ojival, con el contrafuerte torreón de la escalera,
el reloj bajo una simulada ventana, el doble contrafuerte del S. con sus
hornacinas y doseletes, antepecho labrado con las inscripciones:
María
Jesús, Xps. Deus horno—Ave María gratia pena—Deus tecum,
elegantes huecos en dos cuerpos, para las campanas y preciosa aguja octogonal
calada, que presta indescriptible encanto y poesía á toda
la obra.
Al penetrar en el interior de la aérea basílica, las
obras, los andamiajes y los materiales no dejan, en la actualidad, formar
cabal idea de aquel precioso conjunto; pero bien pronto el observador comprende,
que sobre una planta esbelta, en forma de cruz latina, se alzaron las tres
naves, caladas desde el zócalo, tapiadas después, y que si
se hubieran dejado alumbradas con los claros que en la primitiva traza tuvieran,
sería esta iglesia verdadero fanal en el que las luces ocuparían
de arriba abajo la mayor área del artístico conjunto, y los
macizos y sostenes la parte puramente necesaria al equilibrio y resistencia
de la fábrica. Tiene la nave central por apoyo doce delgados pilares
con columnas adosadas, y por coronación una arrogante bóveda
de peraltados arcos, con delicados nervios y esbeltos rosetones. Sobre la
arquería de sus costados, corre la preciosa galería del triforio,
que debió recibir la luz del exterior en los primeros tiempos de
la vida de este templo. Una imposta sencilla marca la línea superior
de los arcos del triforio, la cual dá vuelta á toda la cruz
de la fábrica, y desde ella hasta la parte superior de los muros
se abren colosales ventanas ojivales, con pintada y admirable vidriería,
una de las muchas joyas de la historia del arte que guarda la catedral leonesa.
Las naves laterales, de la mitad de altura que la mayor, así como
la de la vuelta del hemiciclo, están sostenidas por otros seis pilares
de planta circular, con caprichos románicos en los capiteles: en
sus muros y de un pilar á otro, está desarrollada una elegante
galería de ventanas bajas, coronada por un estrecho paso con antepecho
plateresco, y desde éste hasta los vértices de sus correspondientes
macizos, se dibujan las elegantes ventanas de doble ajimez y lobulados rosetones,
abiertas tan solo en su parte superior, pintadas con santos y reyes en lo
tapiado, y que en su tiempo debieron ostentar artísticos vidrios
coloreados en toda su extensión.
El coro, de admirable labor del gusto gótico-florido, ocupa
el centro de la nave mayor y merece verse con detenimiento en sus delicadas
labores. El trascoro, del renacimiento muy avanzado, no tiene, á
pesar de sus pretensiones, superior mérito. El altar mayor, desmontado,
puede decirse que no existe, destinado como está á desaparecer,
y con justicia, al emprenderse la restauración interior del templo.
En el hemiciclo hay siete capillas con grandes ventanas de preciosa vidriería
de colores y con altares de los siglos XVII y XVIII, de muy variado gusto.
Detrás del altar mayor se admira el curiosísimo sepulcro de
Ordoño II, y merecen visitarse además, el de San Albito en
el lado del Evangelio en la capilla mayor, el del obispo Pelayo en el de
la epístola, el de la condesa doña Sancha en la capilla del
Salvador y el del obispo Rodrigo en la del Nacimiento.
Otras dos joyas de este templo son: la capilla de Santiago, que hoy
sirve para el culto catedral, y que es un arrogante alarde del gusto ojival
en su último período, con elegante crucería, rica ornamentación,
caprichosos sostenes de sus arcos, magníficas ventanas y afiligranado
altar de piedra; y el claustro, capítulo de transición del
arte ojival al del renacimiento, con sus esbeltos arcos y bóvedas,
sus grupos de escultura religiosa y profana, su bella puerta de ingreso en
el templo y con curiosos enterramientos de todas las épocas, y entre
otros el fastuoso del canónigo Juan de Grajal.
Saliendo del templo por la nave del crucero del Mediodía, y
desde la plazuela del Obispo, se contempla la nueva obra restaurada por
el arquitecto Sr. Madrazo, que escita sobremanera la admiración
de cuantos la contemplan. Y ante la reciente construcción, ante estos
trabajos tan debatidos durante largos años, tan estudiados en las
publicaciones periodísticas y artísticas, pregúntase
el curioso la historia del intrincado proceso, que explica las causas y
desarrollo de la ruina y restauración de la admirable basílica,
asunto que tantas veces ha preocupado á inteligentes y profanos.
Hé aquí, en resumen, lo que merece consignarse.
La catedral de León es un ejemplar del gusto ojival primitivo
que dominó en Francia en la primera mitad del siglo XIII, y que no
se implantó en España hasta la segunda. París, Chartres,
Laon, Mans, Dol, Reims, Coutunce, Troyes, Amiens y otras ciudades guardan
expléndidos monumentos de aquellos cincuenta años, en los
que dejaron impresa la inmortal huella de su genio los maestros laicos Juan
de Chelles, Roberto de Luzarches, Roberto de Coucy y otros. Ni en la orilla
del Rhin, ni en Alsacia, ni en Alemania, ni en Italia, ni en el Mediodía
de Francia, ni en España hay construcciones ojivales puras de la
primera mitad del siglo XIII. Los ingleses tienen su
early english
(arte inglés viejo) que corresponde al gótico de esa
época.
En aquel período, pues, en que el maestro Villard de Honnecourt,
después de haber visitado toda la Europa artística, escribía
su Álbum monumental, cuando las atrevidas construcciones de Reims
y Amiens dieron la norma á los maestros para llevar por todas partes
el espíritu de los nuevos templos ojivales, León empezó
á ver alzar su grandiosa iglesia. Con lá muerte de Alfonso
IX habia perdido la ciudad su carácter de corte; las civiles contiendas
de los leoneses para sostener los derechos de las infantas Sancha y Dulce
contra San Fernando, terminaron, concediendo este monarca nuevos fueros
á los hijos de la capital; y hasta las turbulencias de los heréticos
albigenses, que poco después alteraron la paz de su vecindario, se
olvidaron, cuando en calma la ciudad y el obispado debió empezarse
á elevar el templo, en tiempo de los prelados Nuño Alvarez
y Martin III Fernandez. Nada hay en él anterior a esta época
(1245 á 1280), ni es posible que lo hubiera, por más que de
los prelados anteriores fuese el propósito de elevar una catedral
suntuosa, á semejanza de las que en Francia se habían erigido.
Véanse la arquería baja y simulada de esa especie de basamento
de las naves laterales; la disposición en el conjunto del triforio,
unido casi directamente con los ventanajes altos ó clerestorio; la
disposición en detalle de estas mismas partes, es decir, el triforio
trasparente, ó con luces al exterior, tal cual se vé sobre
la puerta principal y sobre la del Mediodía, y tal cual debió
estarlo en toda la vuelta del templo, á juzgar por los vestigios de
ojivas, calados y columnatas que aún se conservan en los macizos del
fondo, y que debieron alumbrarse un dia por el intermedio de las dos vertientes,
que formaba el que hoy es único plano del tejado de las naves laterales;
la gran extensión y división de las ventanas altas; véanse
las formas de los contrafuertes de la unión del ábside con las
naves y otros múltiples detalles tanto en la parte esencial, como en
la ornamentación, y nadie dudará de que coinciden perfectamente
con los del desarrollo que el gusto ojival adquirió en las obras
construidas en los dos últimos tercios del siglo XIII.
Ojival, admirable y casi aérea, con los delgados y esbeltos
pilares cuya sección, muy bien calculada, basta á su función
vertical, ya que todos los poderosos empujes de lo alto se neutralizan por
la gallarda y atrevida disposición de los arbotantes, apoyados á
su vez los contrafuertes que esbeltos pináculos afirman; ejemplo
vivo de ese armónico equilibrio monumental, que con tanto ingenio
y maestría supieron concebir los grandes maestros laicos de aquel
tiempo, para cubrir extensos ámbitos, para economizar recursos y
materiales y para admitir el uso del vidrio plano, que inundara de luz las
atrevidas naves, la catedral de León merecía ser cuidada
al través de los siglos como una reliquia, tratada como un tesoro
y conservada como un incomparable obsequio de las pasadas edades.
Recaudados grandes recursos de los fieles para su ejecución
en 1258, aumentados con otros para su avance en 1273, siendo maestro de
obras Enrique, bien adelantada toda la obra en 1302, continuaron, sin embargo,
en la constante labor de sus muchos y difíciles detalles, entre otros,
el maestro Simón en 1380, Guillen de Rodán en 1420. Alonso
Valencia, Pedro de Medina y el famoso Juan de Badajoz á principios
del siglo XV. Desde muy remotos tiempos, una vez terminada la construcción,
debió quedar abandonado el servicio de la corriente de las aguas que
tan artísticamente se trazó en las cubiertas, haciéndolas
descender desde la cornisa superior á las pilastras tubos, de estos
á la ranura ó canal de los arbotantes y de estos a las gárgolas,
según fue uso y costumbre del gusto ojival. La coronación de
la fachada del Mediodía se hizo á fines del siglo XVI con un
remate de mal gusto y de excesivo peso, que formaba raro contraste con la
elegancia del resto del templo. Aquel padron de la obra, con sus dos torrecillas
laterales y su ático semicircular, gravitaba extraordinariamente sobre
la fachada, y fue el que empezó á romper el equilibrio de la
construcción por dicho lado. La pésima idea de alzar sobre el
crucero un gran cimborrio ó media naranja con linterna y cupulina de
orden corintio, realizada á mediados del siglo pasado, contribuyó
á dejar resentida también la perfecta estudiada armonía
de las fuerzas que obraban en la parte central del templo, así es que
los deterioros latentes y ya antiguos que poco á poco iban creciendo,
y las causas ocasionales de la incipiente ruina de la fachada del Mediodía
que continuaban obrando, aparecieron con toda su siniestra importancia cuando,
con motivo de las reparaciones que exigieron los destrozos causados en la
claraboya ú óculo de ese lado, en un tiroteo insurreccional
de 1843, se hubo de desmontar dicha fachada hasta su tercio inferior. Dos
eclesiásticos, uno palentino y otro durangués, el H. jesuíta
Ibañez, de Támara, y el P. benedictino Echano, se encargaron
de la restauración, proyectándola aquel y ejecutándola
éste. Discípulos ambos de la pobre escuela de nuestro gusto
arquitectónico de principios del siglo actual, desconocían por
completo el fundamento y el desarrollo del arte ojival, y en sus manos la
catedral de León corrió aún peor suerte que en las de
los rematadores platerescos y churriguerescos. La restauración de
Echano de 1849 imitó en el trazado del óculo el gusto antiguo;
pero no contribuyó á evitar la ruina, ni mucho menos. Algunos
años después el estado del templo era tan alarmante, que hubo
que pensar en repararle de nuevo y con grandes obras. El distinguido arquitecto
Sr. Laviña encargado de hacerlo, desmontó toda la obra de Echano,
y el resto de la fachada completa con sus tres puertas, machones y pilares,
la bóveda de esta parte del crucero, y alzó varios apeos para
sostener los pilares de la parte central y un extenso andamiaje hasta debajo
de la cúpula. A fines de 1863 el entendido arqueólogo señor
Cruzada Villamil, director de Ja magnifica publicación
El Arte en
España, proponía con urgencia al gobierno, en vista del
lamentable estado de la catedral, que se encargara al insigne restaurador
Mr. Viollet-le-Duc de la restauración inmediata del admirable monumento,
cuya ruina aparecía segura, lanzando toda responsabilidad sobre el
ministerio de Gracia y Justicia, en el caso de que no atendiéndose
sus científicas razones, sobreviniera la catástrofe.
Pasó el tiempo, y cuando se hubo de pensar un dia en el arquitecto
reputado, maestro en el arte ojival, que definitivamente se atreviera á.
corregir el gravísimo mal de la obra, y que se comprometiera á
responder de que la catedral de León no se perdería, se oyó
con aplauso general de los hombres entendidos el nombre de Don Juan de
Madrazo. Conocía éste, en efecto, con especial ilustración.,
las mejores obras que la Francia monumental guarda en ese estilo. Habia
estudiado el gustode los siglos XIII al XV en las múltiples y magníficas
creaciones que ostenta Inglaterra; poseía los conocimientos de cuantos
escritores modernos han ilustrado el arte de aquella época, y había
dibujado con habilísimo y magistral lápiz, mucho de lo que
el mundo ojival guarda, y en cuya difícil pero encantadora práctica
tanto se aprende. Llevaba ya casi veinte años de arquitecto, habia
triunfado en diversos concursos y oposiciones, brillado en la cátedra
como profesor, en el tribunal como juez, en la prensa como escritor artístico
y en sus muchas obras notables en Madrid como artista y maestro, cuando
se le encomendó 1869 la restauración de esta catedral. Dedicóse
desde luego, con toda insistencia, al estudio de la obra y de las causas
de su ruina, y se decidió antes que á nada, á evitar
su propagación, atacando el mal donde en realidad existía.
Dio principio, pues, en 1870 al encimbrado del arco primero del presbiterio,
y á la construcción del contrafuerte del ángulo SO.
de la fachada meriodional y botarel correspondiente, y continuando la del
caracol, llamado, «De la Muerte," ó subida á la terraza
de la fachada. En 1871 estableció apoyando en los muros dos baterías,
una sobre el arco del coro y otra, más tarde, sobre el arco segundo
del presbiterio, para contrarestar el empuje de los arbotantes superiores.
Tranquilo ya, en parte, con estos refuerzos, dio principio á las
pilas pequeñas ó secundarias del lado E. del brazo S., y más
adelante, á las opuestas del mismo brazo. Temeroso por el estado
de ruína del tramo cuarto de bóvedas, correspondiente al coro,
dio principio al encimbrado de aquella parte, que apoyó en el triforio;
y en este mismo año se dedicó á la construcción
de la pila principal SO. del crucero.
En 1872 empezó la crisis económica; los libramientos no
se cobraban, y para continuar en parte las obras para que los obreros comiesen,
Madrazo dejó de percibir sus sueldos hasta Mayo del siguiente año.
Así siguieron las obras de cantería, adicionadas con la de
la pila principal SE. del crucero, y se hizo, además, un retejo general.
Continuó en 1873 la crisis económica. En vista del estado deplorable
de las bóvedas altas, emprendió la ampliación
del proyecto de encimbrado, que terminó en 1874 y se aprobó
en 1875. No presentándose licitadores á las subastas, en aquel
agitado período, estudió y trazó el proyecto de triforio,
de tan difícil resolución en 1875, que terminó en Abril
de 1876, dándose de nuevo principio á las obras en Mayo de
este año con el encimbrado de las bóvedas altas
y con la reconstrucción del triforio.
Terminó la obra de éste en 1877, continuó el encimbrado
y proyectó y propuso á la. dirección general la ampliación
del mismo al brazo N. y á los arbotantes del ábside. En 1878
siguió la obra del encimbrado, llevó á cabo el proyecto
de enjarges ó arranques de bóveda, que fue aprobado; se dio
principio á su ejecución en piedra, y emprendió el proyecto
de fachada. Terminado éste y remitido para su aprobación en
Julio de 1879, hizo también otro admirable, de conclusión de
muros laterales y bóvedas, y otro de restauraciones parciales de
la parte N. que se aprobó en Abril, y á cuya ejecución
se dio principio inmediatamente, prosiguiéndose, mientras tanto,
el encimbrado, se colocaron las limas y gárgolas en las naves colaterales,
é hicieron varias restauraciones de pilas y estribos correspondientes
á la nave alta. Este proyecto, aun cuando al parecer insignificante,
es de una gran importancia, pues que en él se resolvía la
salida de aguas,
según debió existir en el primitivo
trazado de la catedral, dejando preparada la fábrica para la gran
cubierta de toda la iglesia, ya muy bien estudiada por el Sr. Madrazo, con
ventanas sencillas, una elegante crestería, esbelta y delicada aguja
ó chapitel de madera y metales en el crucero, y una línea
de calculados pararayos.
No se detuvieron, pues, las obras para que á nadie faltase trabajo.
Después de la construccion del contrafuerte de ángulo y caracol
«De la Muerte,» vino la de las pilas, y luego la del triforio,
los enjarges y las reparaciones parciales y pináculos. En las largas
cisis económicas, el Sr. Madrazo no descansó un sólo
dia, trabajando en el estudio y desarrollo de ésos magistrales proyectos,
que son el alma de la obra, que causaban la admiración de cuantos
los veían y que la Academia conserva después de aprobados, como
verdaderos modelos del arte profesional, habiéndoles concedido el
gran premio de honor en la Exposición última de Bellas Artes.
De ellos se ha dicho, con justicia, que por sí solos valen más
que los sueldos que podían haberse abonado a su autor durante largos
años.
Cuando la muerte vino á sorprenderle, dejó la catedral
perfectamente asegurada contra toda ruina, encimbradas ó apoyadas
las bóvedas altas y arbotantes de todo el cuerpo de iglesia, y proyectados
y dibujados, como queda dicho, los muros laterales de la fachada Sur. Veia
ya el Sr. Madrazo muy próximo el fin de las obras, y á muchos
de sus amigos habla repetido: que en dos años terminaría dicha
fachada y sus muros adjuntos, y en otro año y medio, ó menos,
quedarían perfectamente cerradas las bóvedas, cuyo estudio
en modelo de piedra dejó hecho. Después pensaba emprender
la reforma interior que el arte exige: la construcción de otro altar
mayor ojival, sencillo, la traslación del coro, la supresión
de todo adorno y objeto que no estuviera en consonancia con el estilo del
templo y la restauración de multitud de obras de mérito ocultas
hoy, en parte, por modernas instalaciones.
El escultor en quien confió siempre, para que animara con su cincel
las severas líneas de la arquitectura, fue el estudioso y distinguido
catedrático de dibujo del Instituto provincial, D. Inocencio Redondo,
fácil é inspirado artista, que ha sabido esculpir, con el
especial sello que el gusto gótico exige, cuantas obras de ornamentación
se han hecho en la época del señor Madrazo, y entre ellas:
una gárgola del contrafuerte de ángulo, todos los capiteles
de las pilas, cabezas y crochets del triforio, los crochets de cornisa y
gárgolas de terraza y los pináculos que estaban en ejecución.
En honra de Leon y del insigne Madrazo, reproducimos aquí parte
del mensaje de duelo, que los más distinguidos leoneses dirigieron
á su viuda, al tener noticia de su fallecimiento: «no existe
un buen leonés, decían, que en algo estime su pueblo, que
no llore con verdadero dolor su muerte; ni uno solo que no conserve un respetuoso
recuerdo de gratitud hacia el inteligente artista que consagró sus
últimas vigilias y el rico caudal de sus conocimientos á salvar
de su ruina uno de los monumentos más insignes de nuestra patria
El nombre de Don Juan de Madrazo, será por eso pronunciado siempre
con cariñoso respeto en León—y en España entera—que
escrito queda indeleblemente en esta obra admirable, por él
tan sabiamente dirigida....»
El competente y conocido arquitecto don Demetrio de los Rios, celebrado
arqueólogo, autor de notables estudios sobre Itálica, encargado
hoy de la obra, prosigue la restauración con especial cuidado.
Desde esta plazuela del Mediodía puede el viajero salir por la
puerta del Obispo, á contemplar en la calle de la izquierda una parte
bastante bien conservada de la antigua muralla de León, con sus enormes
cilindricos y fuertes cubos de cantería, que conservan en su tercio
inferior todos los materiales de la fortificación romana. Estos cubos
se alzan también en el lado amurallado del Norte, junto á la
puerta del Castillo ó del Postigo, en el ángulo de la de Renueva
y en los muros de la insigne colegiata de
San Isidoro.
El bello templo románico de este nombre, con su cuadrada torre
del mismo gusto y moderno chapitel, es un curiosísimo ejemplar incompleto
del arte del siglo XI, edificado por Fernando I en 1060 para guardar y
reverenciar los restos del santo arzobispo de Sevilla, que le dá
nombre. Antes de esa fecha hubo en este punto un convento de religiosas,
de San Juan, que Alonso V escogió para sepulcro de los reyes de León.
Inmediato á él estaba el palacio real, que la infanta doña
Sancha, hermana de Alonso VII, el vencedor de Baeza, cedió á
esta iglesia, con todas sus riquezas y posesiones en agradecimiento y veneración
á San Isidoro. Al penetrar en el sencillo atrio que precede al templo
y desde el punto mismo en que los Velas alaveses mataron al conde de Castilla
don García, se descubre muy bien el variado conjunto artístico
de la suntuosa obra. Avanza el brazo del crucero á la derecha, ostentando
entre sus dos rudos contrafuertes la románica puerta tapiada, con
dobles columnitas y arcos, con dos cabezas de leones sosteniendo el dintel,
con raras esculturas en el tímpano, que representan el Descendimiento
y el Entierro de Cristo y con las estatuas de San Pedro y San Pablo, entre
los dos arcos que forman el esbelto conjunto de esta puerta. Una imposta ajedrezada
sostiene tres lindas ventanas de dobles columnitas, abierta sola la del centro,
y una pobre estatua, como prendida en el medio del alto muro, completa
la decoración. De frente, más interno y en la línea
del brazo mayor está el ingreso principal de la basílica, románico
también, con pilastra, dos columnas y los tres arcos concéntricos
correspondientes, con dos cabezas de carnero en el dintel, el sacrificio
de Isaac en el testero, dos imágenes simétricas fuera de la
línea de las pilastras, varios relieves con los signos del Zodiaco
y otras figuras, de dudosa procedencia y de irregular colocación,
en las enjutas y un coronamiento del siglo XVI, con balaustrada, pináculos,
las armas de España y la efigie de San Isidoro á caballo,
que interrumpen lastimosamente la severidad y poesía de la obra característica
de la undécima centuria. También la adultera y desfigura
el alto cuerpo central ojival florido, que hace veces de capilla mayor
y que sustituyó al ábside cilindrico primitivo, hermano del
humilde, que con sus canecillos de figuras, sus tapiadas y sencillas ventanas
y sus esbeltas columnas, se esconde al lado entre dicho alto cuerpo y el
brazo del crucero de la izquierda. Lástima es, pues, que la regia
basílica de Fernando I, que á estar completa sin estas pretenciosas
reparaciones, hubiera sido una joya del arte, digna de competir con la
catedral vieja de Salamanca, ó con la desgraciada y abandonada iglesia
de San Martin de Frómista, no sea hoy mas que un modelo incompleto,
aunque bellísimo, de tan curioso estilo.
En el interior, dejando al lado de la puerta al entrar, el sepulcro del
famoso artista Pedro de Dios (?), que después de empezada la basílica
la terminó, y la admirable pila bautismal, raro legado de la época
de la erección de aquella, se contemplan las tres naves severas,
arrogantes, sostenidas por pilares de cuatro columnas con riquísimos
capiteles historiados y alumbradas por bellas ventanas románicas.
Los muros y columnas de piedra están blanqueados con cal y los capiteles
pintados de amarillo, pecado artístico imperdonable, que sin pérdida
de tiempo se debiera corregir. En el altar mayor una urna de plata, sustentada
por cuatro leones, guarda los restos de San Isidoro; y en él está
expuesto también el Señor, de dia y de noche, por especial
privilegio. En la capilla de San Martino, á la izquierda, se conservan:
el pendón que Alonso VII llevó en Baeza y en él bordada
la imagen de San Isidoro, en memoria de su aparición en aquella jornada,
y entre otras joyas, un cáliz románico de ágata, una
cruz afiligranada y otro cáliz labrado, ambos de oro, del arte ojival
florido.
La maravilla histórica y arqueológica de esta iglesia es
el Panteón de los Reyes, al cual se penetra por una puerta de imitación
árabe, situada debajo del coro. Aquel augusto espacio, alumbrado
por la claridad que penetra al través de una verja de un patio cercano,
con sus bóvedas tan bajas, sus gruesas y cortas columnas, sus inmensos
capiteles historiados y las pinturas de su techo, tal vez las mas antiguas
que se conservan en España, produce en el ánimo del viajero
ilustrado indescriptible emoción. A pesar do las reparaciones que
el panteón sufrió en su forma primitiva y á pesar de
las bárbaras profanaciones de los invasores en diversas épocas,
aun conserva este respetable lugar extraordinario carácter y excita
vivamente el interés. Las tumbas de Alonso V y la de su hermana
Sancha, llevan alguna inscripción, que puede distinguirlas; pero
las otras diez, que además existen, no puede á punto fijo
decirse de quién son. Había antes de la invasión francesa
muchas más, pues que entre otros monarcas é infantas se sepultaron
en este Panteón los siguientes:
Alfonso IV—Ramiro II—Ordoño III, Elvira —Sancho I—Ramiro III,
Urraca—Veremundo II, Elvira—Alfonso V., Elvira—Veremundo III, -Jimena—García
de Castilla—Sancho el Mayor —Fernando I, Sancha—Infantas Urraca y Elvira—García
de Galicia—Isabel y Zaida, esposas de Alfonso VI—La reina Urraca—Las Infantas
Sancha y Estefanía—La esposa y los hijos de Fernando. II, y algunos
otros.
En el claustro, cuyas arcadas alumbran al Panteón, merecen verse
la lápida romana encontrada en el pueblo de Ruiforco, que es una verdadera
fé de existencia de la ciudad de Leon en tiempo del emperador Caracala;
y la que contiene la inscripción conmemorativa de la erección
de este templo por Fernando I. En la. biblioteca situada sobre el Panteón,
hay, entre otros libros notables, una Biblia del año 960. El convento
está hoy ocupado por la Diputación provincial.
Volviendo á bajar á la línea de la antigua muralla
y pasando por la plaza del Rastro, donde se celebran en Junio y en principios
de Noviembre afamadas y concurridas ferias de ganados, se llega al pié
de la gran casa de los Guzmanes, suntuoso edificio, de extensa fachada
del renacimiento, edificado por el obispo Quiñones y Guzman en 1560,
con alta galería de arcos semicirculares, severo y fuerte balconaje,
ostentosa entrada y cuatro achatados torreones, en uno de los cuales, que
mira á la calle del Cristo de la Victoria, el arte plateresco, al
abrir los huecos de rejas y ventanas en la arista misma de la construcción,
dejó relevantes pruebas de rara habilidad y atrevimiento, y de delicadísimo
gusto. Ocupa este edificio el Gobierno civil. No lejos de este punto, siguiendo
la calle de la Rua y subiendo la de Rebolledo, se llega al palacio de Luna,
con su torre del siglo XVI, su preciosa fachada antigua románico-ojival
de curiosos detalles y los ricos trabajos de ornamentación de su
patio.
En la plaza de San Marcelo, donde termina dicha casa de los Guzmanes,
se ven: un bonito jardín, la antigua Casa de Ayuntamiento, severa
y excelente construcción del renacimiento clásico de fines
del siglo XVI, el teatro el hospital y la iglesia de San Marcelo, que conserva
de su antigua fábrica una bella portada románica.
El templo de Santa María del Mercado es un curioso tipo de transición
del arle del siglo XII al XIII y en él se conservan, por consiguiente,
arranques, principios y ventanas románicas y naves ojivales. En
los arrabales, la iglesia de San Pedro de los Huertos fue monasterio mixto
de monjas y monjes en los siglos IX y X; y en la de San Salvador, confesó
y comulgó piadosamente, en la Pascua de 1849, el rey desterrado,
vencido en Novara, Cárlos Alberto, padre del fundador de la unidad
de Italia. Tiene además Leon los templos siguientes: San Salvador
de Pelaz del Rey, Santa Marina, San Martin, San Lorenzo, Santa Ana, Villaperez,
Puente de Castro, San Juan de Renueva y tres conventos de monjas. Hubo en
lo antiguo otros tres monasterios mixtos ó dúplices: el de
Santiago, Santa Cristina y San Miguel de la Vega y otros muchos sencillos,
hasta el número de veintidós. Algunos de ellos se han utilizado
en nuestros dias, por ejemplo, el de franciscanos descalzos sirve de casa
á la Escuela de Veterinaria, y el de Santa Catalina á la Biblioteca
provincial y á la Sociedad de Amigos del País.
En la Plaza Mayor, centro animado de comercio y mercados, á la
que van á parar las múltiples calles y callejuelas, que muestran
los establecimientos de producción y tráfico más nombrados
de la capital, se ostenta el edificio del Consistorio, obra barroca del
siglo XVII, con los característicos grandes balcones, balaustradas,
pináculos y chapiteles. En él se hallan establecidos
los Tribunales de Justicia.
Leon tiene como notables centros de enseñanza: el Instituto provincial,
situado en el antiguo convento de Escolapios; la Escuela Normal; la Biblioteca
provincial con 5.600 volúmenes, según el último Catálogo
formado por el estudioso bibliotecario Sr. de la Braña; la muy afamada
y ejemplar Sociedad Económica de Amigos del País, con Academia
de dibujo, de música y gimnasia; la Escuela de Veterinaria con numerosos
alumnos; el Seminario de San Froilan; la escuela de Párvulos modelo,
una de las mejores de España; numerosas escuelas públicas y
privadas de ambos sexos; ricos archivos en la Catedral y en la Colegiata
de San Isidoro y un notable Museo Arqueológico provincial, con muchos
é importantísimos restos romanos, hábilmente estudiados
y dispuestos por el sabio académico señor Castrillon. La
prensa está dignamente representada por
El Porvenir de León
por La Crónica y La Lira.
Como establecimiento industrial descuella la fábrica de productos
químicos y farmacia del Sr. Merino, notable por todos conceptos
y de gran renombre en España y el extranjero. Su despacho es un encantador
álbum artístico, imitación del gusto del renacimiento,
debido á la inspiración y al lápiz del Sr. Madrazo.
En otras industrias merecen citarse: las de curtidos del señor Moran,
la del Sr. Eguigaray; la de harinas del Sr. Rebolledo, la del señor
García; la de fundición del Sr. Leturio y la de aparatos
agrícolas del Sr. Laurin. La industria harinera vá adquiriendo
mucho incremento en esta comarca, contándose hoy hasta once fábricas.
El Casino leonés es un animado centro de la sociedad distinguida
de la capital, que cuenta con un magnífico salón. Hay además
otros dos círculos de recreo y cuatro cafés. Su mejor paseo
es el de San Francisco, sobre la orilla del Bernesga, extendido delante
del Hospicio. Este piadoso establecimiento de beneficencia honra á
León por todos conceptos, por su disposición, magníficas
dependencias y escuelas, y en ellas elaboran las niñas acogidas,
bajo la dirección de las Hermanas de la Caridad, preciosos tejidos
y bordados que tienen merecido renombre.
Fuera de la capital, en el arrabal de Renueva, y sobre el famoso puente
de Bernesga, como último monumento que el curioso ha de distinguir
al dejar á León, se alza arrogante y ostentoso el convento
de
San Marcos, interesante página del renacimiento. Fue en
un principio humilde hospital, refugio de los peregrinos de Compostela y sepulcro
del primer maestre de la orden de Santiago, Fuente Encalada, en 1184. Fernando
el Católico mandó erigir la iglesia y convento tal cual se
ven, cuyas obras se hicieron en tiempo del Emperador, como
claramente lo demuestra el estilo. Hay que admirar en ellas la fachada
del convento y la iglesia. Dilátase aquella desde el puente hasta
esta, en una magnífica línea de dos cuerpos;, con un elegante
ingreso en su centro. Un torreón de cuatro pisos con ventanas en los
dos inferiores, balcones en los otros y amplia galeria en el superior cierra
él conjunto por el poniente sobre el rio. Cuatro ventanas semicirculares
con dobles hornacinas vacías á la izquierda de la portada,
y seis á la derecha, cuajados los zócalos-pilastras, doseletes,
repisas y cornisas de rica escultura del renacimiento decadente, constituyen
el cuerpo bajo, y otros tantos balcones con idéntica decoración,
aunque más sencilla, forman el principal, coronando la obra un esbelto
antepecho labrado y simétricamente interrumpido por gárgolas,
basas y remates. En el centro, cuatro gruesas columnas amparan la puerta
y sostienen el balcón, sobre la efigie de Santiago. Un remate de dos
cuerpos, muy volado sobre el nivel superior del edificio, de gusto barroco,
con las armas de España, aéreo óculo y la estatua de
la Fama terminan su sorprendente ornamentación. En el interior hay
un claustro del siglo XVI, bien trazado y conservado, en cuya planta
baja está instalado el notable Museo arqueológico provincial,
y en uno de cuyos ángulos de la superior se enseña la habitación
que sirvió de cárcel en sus infortunios al insigne Don Francisco
de Quevedo. En la iglesia, adosada al extremo derecho de este convento,
se contemplan como obras notables: el pórtico con su gran arco cubierto,
con su ornamentación de conchas y con los artísticos relieves
laterales de Orozco y sus discípulos; la espaciosa, nave central
del arte de transición del ojival al renacimiento; la admirable sacristía
con esculturas del inmortal Juan de Badajoz (1549) y la rica y fantástica
sillería del coro, en lo que en esta misma época del renacimiento,
labró el maestro Doncel.
Tales son, en resumen, las bellezas que encierra la tranquila capital,
cuna de Guzman el Bueno, de Juan de Arfe y Villafañe, del valiente
marino y literato Rebolledo y del cardenal Lorenzana.