IBRAHIM WARDE*
La presencia en Europa del presidente de Estados
Unidos George W. Bush del 21 al 26 de febrero expresó una voluntad
de acercamiento a los países miembros de la Unión Europea. Aunque
las diferencias sobre Irán o la venta de armas a Pekín, por
ejemplo, no han desaparecido, la Casa Blanca sabe que debe transigir con
los dirigentes europeos y chinos. Las orientaciones de estos últimos
determinan, en parte al menos, las tasas de interés, el curso del dólar
y la gravedad del déficit comercial estadounidense. De ahora en adelante,
China se propone sacar ventaja, incluso en el plano diplomático, para
su nuevo poderío económico y financiero.
"La moneda es nuestra, pero el problema es de ustedes" (1). La célebre
expresión de John Connally, que fuera secretario adjunto del Tesoro
en la presidencia de Richard Nixon, data de 1971, pero podría aplicarse
a la política del dólar de la primera administración
de George W. Bush. Preocupados prioritariamente por la "lucha contra el terrorismo"
y por la guerra en Irak, los dirigentes estadounidenses prestaron escasa atención
a los grandes temas económicos internacionales. Si bien proclamaron
su apego a una moneda fuerte, tanto como para no incitar a los especuladores
a perjudicar demasiado al dólar, de hecho dejaron la cuestión
al "mercado", lo que les permitía ocultar el problema de los "déficits
gemelos" (presupuestario y comercial) que han aumentado masivamente.
En materia presupuestaria, la administración Bush había heredado
excedentes cercanos a los 240.000 millones de dólares en 2000. La recesión
de 2001 (que redujo las entradas fiscales), las masivas reducciones de impuestos
votadas por el Congreso republicano, (imaginando que los excedentes se habían
vuelto estructurales), junto al nuevo aumento del presupuesto de la defensa
y de la seguridad interna, consecutivos a los atentados del 11 de septiembre,
transformaron ese apreciable exceso en considerable déficit -sobre
todo en un periodo en que se reactivaba el crecimiento- que llegó en
2004 a 412.000 millones de dólares, es decir, 3,6% del Producto Nacional
Bruto (PNB). Paralelamente, el déficit comercial, que no había
dejado de aumentar durante tres años consecutivos, alcanzó el
récord histórico de 618.000 millones de dólares (5,3
% del PNB), lo que representaba un aumento del 24,4 % respecto al año
anterior.
Todas las reuniones del G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia,
Reino Unido, Canadá, Italia) y otras grandes conferencias internacionales
trataron el tema de los "déficits gemelos". Pero las soluciones habitualmente
propuestas para reequilibrar las cuentas de Estados Unidos implicaban medidas
dolorosas (aumento de impuestos, reducción de gastos militares, estímulo
al ahorro), contrarias a las grandes líneas políticas de la
administración Bush.
Estados Unidos compra un 50% más de lo que vende al exterior. Son
las inversiones internacionales las que -por medio de la adquisición
de bonos del Tesoro- financian el tren de vida de la primera potencia económica
mundial. Ese ajuste por la vía del dólar tiene la ventaja de
trasladar los costes al resto del mundo, pues equivale a apropiarse del crecimiento,
el empleo y el ahorro de los demás países. Un dólar anémico
favorece la competitividad de los productos fabricados en Estados Unidos,
hace que la compra de activos estadounidenses resulte atractiva para los
inversores extranjeros (dado que son más baratos) y devalúa
la deuda externa, estimada en 3 billones de dólares.
No es frecuente que el país custodio de la moneda de reserva sea
a la vez el más endeudado. En 1913 el Reino Unido, en la cumbre de
su esplendor imperial, era simultáneamente el primer acreedor del
planeta. Posteriormente, se desgastaría durante medio siglo defendiendo,
sin ningún resultado pero a costa de un debilitamiento de su poderío
industrial, el valor de la libra esterlina. La bajada del dólar como
herramienta, nueva versión de lo que en su tiempo el general de Gaulle
llamaba "privilegio exorbitante" de Estados Unidos -el de emitir una moneda
de la cual los demás países no reclaman una contrapartida, en
tanto que sus bancos centrales crean reservas de ella- permitiría teóricamente
que los dos déficits estadounidenses, el presupuestario y el comercial,
se redujeran de manera indolora.
A ese análisis se sumaron consideraciones de tipo electorales. Al
acercarse los comicios de noviembre de 2004, las encuestas indicaban que la
mayoría de los electores consideraba al senador demócrata John
Kerry como el candidato más apto para mejorar la situación económica
del país. Como el resultado electoral se anunciaba incierto, el presidente
Bush necesitaba imperativamente buenas cifras de crecimiento y de empleo,
que sólo podía lograr por medio de un dólar subvaluado
(2).
Sin embargo, fue en las semanas siguientes a la reelección del presidente
cuando la caída del dólar, que ya era importante, tuvo su mayor
aceleración. En el curso del mes de diciembre de 2004, el dólar
batió prácticamente cada día un nuevo récord en
baja, hasta llegar poco antes de Navidad al suelo histórico de 1,35
dólares por euro. Entre 2002 y 2004, el billete verde perdió
20% de su valor frente a la moneda europea. Las previsiones de fin de año,
rituales y no siempre fiables, eran las mismas para banqueros y economistas:
en 2005 el dólar registraría una caída aún más
espectacular.
Varios factores permiten entender ese pronóstico. La reelección
de George W. Bush da cabida al presagio de que tanto el aventurerismo en política
exterior como la falta de rigor presupuestario habrán de continuar.
Más aún teniendo en cuenta que el presidente -a pesar de un
margen de reelección modesto (tres puntos más que su rival)-
dijo sentirse investido de un "mandato" para realizar reformas audaces y
costosas. Además se mostró dispuesto a "arriesgar su capital
político" para aplicar medidas controvertidas, como la privatización
parcial del sistema federal de jubilaciones (que en una primera etapa costará
al tesoro estadounidense cientos de miles de millones de dólares)
(3).
La falta de confianza en el dólar se explica también por el
fracaso de la política de reducción del déficit exterior
"a través del mercado". Se esperaba que el dólar bajo favoreciera
a los exportadores estadounidenses y perjudicara a los importadores. Pero
en lugar de tender a un reequilibrio de las cuentas, esa política aumentó
los déficits y puso de manifiesto la fragilidad estructural de la
economía estadounidense. Los operadores financieros consideraron que
el dólar no había bajado suficientemente. Algunos sugirieron
incluso que, para reducir el déficit comercial en un 50%, la moneda
estadounidense debería perder aún un 30% de su valor, con lo
que valdría apenas 0,55 euros...
Esto viene provocando inquietud entre los poseedores de billetes verdes,
en particular en los bancos centrales que hasta ahora sostenían abnegadamente
esa moneda. En 2003, los bancos centrales habían financiado el déficit
corriente estadounidense en un 83%, absorbiendo sin cambiarlos los dólares
adquiridos como contrapartida de las compras de Estados Unidos en el exterior.
Así, los bancos centrales asiáticos poseerían actualmente
2 billones de dólares en su haber ¿Por qué China, Japón
y otros países acumularon tantos activos en una moneda cuyo valor disminuye
sin cesar?: para tratar de impedir un aumento de su propia divisa en el mercado
cambiario, lo que hubiera ocurrido si vendían el exceso de dólares
en su poder. Así fue como esos países protegían la competitividad
de sus exportaciones. Y como invirtieron sus dólares en obligaciones
del Tesoro estadounidense, contribuyeron así a mantener muy bajas
las tasas de interés en Estados Unidos. Al cabo de ese extraño
ciclo, el déficit comercial estadounidense financia... el endeudamiento
de Estados Unidos y la muy escasa proclividad al ahorro de sus ciudadanos.
Pero como reacción a la caída del dólar, algunos bancos
centrales decidieron reducir sus compras de esa divisa en beneficio de otras,
en particular del euro. Ese cambio estratégico tiene su explicación:
sufrir ciertas pérdidas para fomentar las exportaciones es una cosa,
pero pagar los platos rotos de una caída permanente es otra. El 19
de noviembre, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, causó
sensación al afirmar que los inversores extranjeros se cansarían
un día de la acumulación de déficits y que era inevitable
una "pérdida de interés por los activos en dólares" (4).
Pocos días después, Yu Yongding, miembro del comité monetario
del Banco Central de China, dijo que su país había "reducido
una parte relativa de sus reservas cambiarias mantenidas en bonos del Tesoro
estadounidense, aunque no su monto absoluto, como medida precautoria ante
la debilidad del dólar".
Esa tendencia acaba de ser confirmada por una encuesta en 77 bancos centrales,
publicada por Central Banking Publications: en los últimos cuatro meses
de 2004, más de dos tercios de los establecimientos interrogados habían
disminuido una parte relativa del dólar en su cartera (que sigue siendo
desmesurada, cercana al 70% del total, pero que hace unos treinta años
era del 80%). Para Nick Carver, uno de los autores de ese estudio, "el entusiasmo
de los bancos centrales por el dólar parece haberse enfriado. Estados
Unidos ya no puede contar con su apoyo incondicional" (5). Los países
productores de petróleo, que realizan una buena parte de sus compras
en la zona del euro, tampoco están felices de ver que el aumento del
precio de su materia prima se vea tan erosionado por la baja de la moneda
en la que facturan. Por lo demás, ciertos Estados árabes temen
que algún día se congelen sus haberes en Estados Unidos en
nombre de la lucha contra el terrorismo.
La política cambiaria es una ciencia inexacta, llena de efectos perversos.
A partir de un cierto límite, los efectos negativos de una devaluación
se imponen a las ventajas. Incapaces de detener la caída de su divisa,
los dirigentes estadounidenses descubren que el arma del dólar podría
volverse contra ellos. Para mantener el valor de su moneda Estados Unidos
necesita de un aporte diario de 1.800 millones de dólares. Y cuando
el crédito se ve afectado, el dólar deja de ser simplemente
"el problema de los otros". Una tendencia a anticipar su permanente caída
puede desatar reacciones en cadena: los inversionistas extranjeros reclamarán
rendimientos más elevados para comprar o conservar dólares,
o para suscribir bonos del Tesoro. Cuanto mayor es el riesgo de depreciación,
mayor debe ser esa prima, bajo la forma de tasa de interés. Pero una
fuerte alza de las tasas tiene graves efectos sobre las inversiones y sobre
el consumo, en particular en Estados Unidos, donde la compra a crédito
está más generalizada que en otros lados. Por ejemplo, puede
generar una caída del mercado inmobiliario, que hasta ahora se veía
favorecido por tasas de interés históricamente bajas. Y como
los sistemas económico y monetario están muy imbricados, una
recesión en Estados Unidos tendría consecuencias sobre la economía
mundial.
Europa, y en menor medida Japón, fueron casi los únicos que
pagaron el precio de la caída del dólar. En Europa, la fuerte
subida del euro no benefició a casi nadie, a pesar de que el primer
presidente del Banco Central Europeo (BCE) Wim Duisenberg tuvo como lema:
"un euro fuerte para una Europa fuerte" (6). La primera parte de ese doble
deseo se cumplió... Pero su actual sucesor, Jean-Claude Trichet, se
queja de la caída "brutal" del dólar que afectó seriamente
la competitividad de los industriales del Viejo Continente. En 2004, el crecimiento
en la zona euro fue uno de los más bajos del mundo. Los optimistas
inveterados hallaron sin embargo una ventaja en la subida del euro: un menor
impacto de la fuerte subida del petróleo, que se negocia en dólares.
En noviembre de 2004, el entonces ministro francés de economía,
Nicolás Sarkozy, había estimado que la sobrevaluación
de la moneda europea "no tenía únicamente aspectos negativos".
Desde que en 1994 China vinculó su moneda (el renminbi, "moneda del
pueblo", nombre oficial del yuan) al billete verde, Pekín hace causa
común con Washington en el plano monetario. La caída del dólar
le permitió mantener su competitividad respecto de Estados Unidos,
y aumentarla con relación al resto del mundo. La asimetría de
las relaciones chino-estadounidenses es impresionante: el déficit con
China es de 207.000 millones de dólares (más de un tercio del
total) (7). En Estados Unidos, algunas personas se alegran de la afluencia
de productos a precios que desafían toda competencia: el gigante de
la distribución Wal-Mart, que es a la vez el principal empleador del
país, importa hasta el 70% de sus productos del antiguo Imperio Medio.
Pero un número creciente de empresas, de trabajadores y de responsables
políticos estadounidenses consideran que se trata de una forma de competencia
desleal, y piden a su gobierno que exija que China deje flotar su divisa.
Hace veinte años, la política monetaria y comercial de Washington
estaba obsesionada por Japón, por sus exportaciones de automóviles
y de productos electrónicos, por la cotización del yen...
La posición oficial de los dirigentes estadounidenses, reiterada
infinidad de veces, es que el yuan estaría subvaluado en un 40%, y
que el banco central chino debería dejar de intervenir masivamente
para regular la cotización de su moneda. La respuesta de Pekín
es ambigua: el debate parece haber comenzado en las esferas del poder, pero
las señales que se emiten siguen siendo contradictorias. Ciertos dirigentes
chinos aseguran que su país trata de flexibilizar sus mercados de
capitales, con la intención de aflojar y hasta de suprimir la relación
fija que existe entre el dólar y el yuan. Según el viceprimer
ministro, Huang Ju, Pekín desea avanzar por etapas "para reformar
el régimen cambiario del yuan" sin anunciar no obstante un calendario
específico, pues antes que nada se trata de crear "un medio macroeconómico
estable para fijar un mecanismo de mercado y un sistema operativo sano" (8).
Otros descartan cualquier cambio. Así, Yi Gang, director del Departamento
de política monetaria del Instituto de Emisión, afirma que Pekín
continuará su "política monetaria de nivel de cambio unificado
y de flotación controlada" para "preservar la estabilidad y fomentar
el crecimiento de la economía china". El director del Banco Central
de China, Zhu Xiao-chuan, invitado a hablar ante los ministros de Economía
del G7 el 4 de febrero pasado, concluyó el debate negándose
a responder a la pregunta que mantiene la incertidumbre en los mercados.
Porque Pekín se propone hacer valer su derecho a la soberanía
monetaria. Sus niveles de crecimiento excepcionales (9,5% de promedio anual
entre 1997 y 2004) y el gigantesco potencial de su mercado de 1.300 millones
de habitantes, lo convierten en una meta codiciada por todas las multinacionales.
Verdadera potencia económica, China representa actualmente el 4% de
la economía mundial, cuando en 1976 sólo representaba el 1%.
Según ciertas estimaciones, antes de 2020, el 15% de la producción
mundial provendrá de China.
Ese país ya no desea ser el taller del mundo, sino la locomotora
de la economía internacional, y hasta una verdadera potencia tecnológica
y científica. Actualmente ya está en el centro de todos las
grandes apuestas económicas, desde las deslocalizaciones hasta el aumento
de los precios de las materias primas, pasando por la reactivación
de la economía japonesa. La adquisición por parte del grupo
chino Lenovo de la división de ordenadores personales del gigante estadounidense
IBM, es una buena muestra de las ambiciones de un Estado que ya ha lanzado
con éxito más de 40 satélites, y que prevé realizar
vuelos espaciales habitados cada dos años, además de un programa
lunar.
Los dirigentes chinos son conscientes de los peligros que un cambio en la
situación monetaria implicaría para su economía. Los
signos de inestabilidad abundan: inflación, especulación inmobiliaria,
debilidad del sector bancario, subdesarrollo de los mercados de capitales.
Si se toma en cuenta la profundización de las diferencias sociales
y la falta de democracia, es posible imaginar el peligro de una explosión
política (9). Y se entiende la prudencia de las élites, preocupadas
antes que nada por evitar una súbita desaceleración del crecimiento,
que tendría consecuencias económicas y políticas incalculables,
incluso en las relaciones con Estados Unidos. Pues se olvida muy a menudo
que en varios asuntos delicados -Irán, Corea del Norte, Taiwán-
Pekín sigue enfrentado a Washington.
Todo el mundo -salvo posiblemente los especuladores- sabe que una gestión
concertada de las monedas es preferible a la política de cada uno por
su lado. Sin embargo, la mayoría de los análisis de la situación
monetaria internacional sugieren que existe una lógica de confrontación.
Se trataría de un "equilibro del terror monetario", de una alianza
entre Europa y Japón para realizar intervenciones conjuntas en el
mercado cambiario, y hasta de una "enorme alianza" que opondría un
eje China-Estados Unidos al resto del mundo, y en virtud de la cual Washington
compraría a China sus productos, mientras que China financiaría
los déficits estadounidenses (10). La posibilidad de que algunos países
decidan ejecutar sus amenazas -que Japón ceda una parte importante
de su cartera de bonos del Tesoro estadounidense, o que Washington adopte
represalias contra China- hace temblar periódicamente a los operadores
de los mercados financieros.
Las intervenciones concertadas de los "cuatro grandes" (Estados Unidos,
Europa, China y Japón) podrían frenar la especulación
y reducir la turbulencias, como ocurrió con el acuerdo del Hotel Plaza,
que marcó un hito en las relaciones monetarias internacionales. El
22 de septiembre de 1985, los ministros de Economía y los directores
de los bancos centrales de los países del G5 (Estados Unidos, Japón,
Reino Unido, Francia, Alemania Federal), reunidos en ese hotel neoyorquino,
habían decidido que "era deseable una nueva revaluación ordenada
de las demás monedas frente al dólar", y afirmaban que "estaban
dispuestos a cooperar más intensamente para estimularla cuando fuera
necesario". Esa elíptica declaración marcó el comienzo
de una baja coordinada en la cotización del dólar, dirigida
por James Baker, secretario del Tesoro bajo la presidencia de Ronald Reagan
(11).
Actualmente, un acuerdo de ese tipo resulta poco probable. El unilateralismo
existente, al igual que diversas consideraciones "ideológicas" militan
contra el principio mismo de una concertación. Pero, sobre todo, ninguno
de los responsables económicos actuales está en condiciones
de desempeñar el papel que había desempeñado Baker. Hace
veinte años, el Departamento del Tesoro gozaba de un prestigio internacional
que ya no posee. Paul O'Neill, el primer titular de ese cargo elegido por
George W. Bush, fue rápidamente despedido a causa de su independencia.
En un libro donde relata su experiencia en Washington, O'Neill describe al
actual presidente como alguien que ignora la realidad económica y
se comporta con su gabinete como "un ciego rodeado de sordos" (12). Desde
que comenzó la guerra en Irak, Bush, preocupado por las grandes cruzadas
por la libertad, se interesa menos todavía por estas cuestiones secundarias...
Por otra parte, la reelección de Bush, en noviembre de 2004, ha aumentado
su tendencia a rodearse sólo de obsecuentes. La cualidad esencial para
alcanzar una nominación política parece ser la lealtad y no
la capacidad. El secretario del Tesoro, John Snow, se ve eclipsado en los
procesos de decisión por los consejeros políticos del presidente.
Por su parte, Alan Greenspan, a los 79 años, encara el último
año al frente de la Reserva Federal. La batalla por la sucesión
ya comienza. Y los candidatos deben satisfacer condiciones casi imposibles:
obtener la total confianza del presidente (que es quien elige al titular de
ese cargo), lo que los obliga a defender fervorosamente medidas económicas
difícilmente justificables, y lograr a la vez la confianza de los "mercados"
(13). Frente a esta especie de ausencia del poder económico, quienes
lograron "vender" la guerra de Irak y obtener la reelección del presidente,
tratan de convencer a la población de que su política presupuestaria
y financiera es la correcta.
Desde el 20 de enero de 2005, fecha oficial de entrada en funciones de la
nueva administración Bush, los "déficits gemelos" son objeto
de un nuevo discurso y de una nueva estrategia. La política de indiferencia
calculada (benign neglect) respecto del dólar, había ido demasiado
lejos: existe realmente el riesgo de una caída en picada del dólar.
Se afirma además que la reducción de los déficits ya
no se hará por medio de la devaluación del dólar, sino
gracias a un fuerte crecimiento, inducido por nuevas bajas de impuestos. Para
el presidente Bush, "a largo plazo, la mejor forma de reducir el déficit
consiste en hacer avanzar la economía" para lo cual se tomarán
"las medidas capaces de hacerla más sólida, más innovadora
y más competitiva".
Actualmente, el déficit comercial es interpretado como la prueba
de la relativa buena salud de la economía estadounidense, y por lo
tanto ya no requiere especial atención: corresponde a los otros en
particular a los europeos reactivar a su vez el crecimiento en sus propios
países por medio de reducciones de impuestos y políticas que
favorezcan las inversiones. Para John Snow, "el déficit comercial
refleja dos cosas: nuestra economía registra una tasa de crecimiento
rápida, más fuerte que las de nuestros socios comerciales.
Los ingresos de las familias están en alza, al igual que el empleo,
por lo que contamos con mayores entradas disponibles, una parte de las cuales
se utiliza en comprar bienes a nuestros socios comerciales" (14). Asimismo,
Alan Greenspan, que antes lamentaba la magnitud de los déficits, actualmente
utiliza un discurso inverso, destinado a sostener el dólar: "La creciente
flexibilidad de la economía estadounidense facilitará sin duda
un ajuste sin consecuencias graves para toda la actividad económica".
Igual que durante el primer mandato de George W. Bush, la política
oficial consiste en afirmar la necesidad de una moneda fuerte, pero esta vez
los actos apuntan verdaderamente a evitar una nueva caída del dólar.
El 2 de febrero de 2005, el comité de política monetaria de
la Reserva Federal llevó su tasa de interés a 2,5%. El aumento
del rendimiento de las inversiones en Estados Unidos permite sostener el
dólar frente al euro, en momentos en que el consejo de directores
del Banco Central Europeo decidía mantener su tasa de interés
en 2%.
En el plano presupuestario, el presidente Bush ha reiterado su intención
de "reducir el déficit a la mitad" por medio de una política
"de rigor" que debe alcanzar a todos los sectores, salvo la seguridad y la
defensa (que recibirá 19.000 millones de dólares más
que el año precedente). El proyecto de presupuesto 2006 reduce drásticamente
o suprime más de 150 programas gubernamentales que la administración
considera "ineficaces, redundantes o no prioritarios". En la mira están
varios programas sociales, en particular los destinados a los niños
y a los indigentes: su monto en valor absoluto se ve incluso reducido de un
año al otro.
Pero el andamiaje presupuestario de la Casa Blanca se apoya en hipótesis
fantasiosas y excluye algunos de los gastos más importantes. No figuran
las operaciones militares en Irak y en Afganistán, que absorben enormes
sumas de las finanzas estadounidenses (15). Ni tampoco los 754.000 millones
de dólares que a lo largo de diez años deberán destinarse,
como mínimo, a la privatización del sistema de jubilaciones.
Simultáneamente, la administración Bush y sus aliados parlamentarios
apuestan por un fuerte aumento de la recaudación, gracias a una...
disminución de los impuestos. El presidente ha propuesto que permanezcan
las enormes reducciones de impuestos (del orden de 1,8 billones de dólares)
votadas durante su primer mandato para estimular el consumo y el crecimiento.
En 2004, la recaudación fiscal representó apenas el 16,3% del
Producto Interior Bruto, lo que representa su nivel más bajo desde
1959, contra el 21% registrado cuatro años antes, en una época
en que el presupuesto aún resultaba excedentario...
Para algunos altos responsables sigue siendo más urgente bajar los
impuestos que el déficit presupuestario. El vicepresidente Richard
Cheney, que piensa llevar adelante las grandes reformas de política
interna, está convencido: "Ya lo demostró Ronald Reagan: el
déficit no tiene ninguna importancia" (16).
(1) Barry Eichengreen, Globalizing Capital:
A History of the International Monetary System, Princeton University
Press 1996.
(2) Por otra parte, eso no le impidió ser
el primer presidente de Estados Unidos desde Herbert Hoover en 1932, que
se presentó a la reelección después de que su primer
mandato arrojara un saldo negativo en la creación de empleos.
(3) Si el proyecto logra sus objetivos, los trabajadores
podrán destinar una parte de las retenciones que se efectúan
sobre sus salarios a la formación de un capital privado destinado a
su propia jubilación. El Estado, que entonces dejará de recibir
las aportaciones, necesitará créditos para pagar las jubilaciones
de los actuales beneficiarios (se habla de una suma de 754.000 millones de
dólares en diez años).
(4) Larry Elliott, "US risks a downhill dollar
disaster", The Guardian, Londres. 22 11 2004.
(5) Mark Tran, "Move to euro hits US finances",
The Guardian, 24 1 2005.
(6) Willem F. Duisenberg, "The first lustrum of the
ECB", discurso pronunciado durante el International Frankfurt Banking Evening,
Francfort, 16-6-2003 : http://www.ecb.inl
(7) David E. Sanger, "U.S. Faces More Tensions
Abroad as dollar Slides". The New York Times, Nueva York, 25-1-2005.
(8) William Pesek. Jr, "Dollar skeptics
in Asia have prominent company", International Herald Tribune, Nueva
York, 3-2-2005.
(9) Ver el dossier "China: del maoismo a gran potencia
capitalista", en Le Monde diplomatique, edición española
octubre 2004.
(10) Ver Eric Le Boucher, "La très grande
alliance entre les Etats-Unis et la Chine contre le reste du monde", Le
Monde, 25 1-2004; Pierre-Antoine Delhommais, "L"équilibre de la
terreur monétaire" ", Le Monde, 5 - 1 - 2005.
(II) El dólar, que había pasado
de 4,15 francos en el primer trimestre de 1980 a 9,96 francos en el primer
trimestre de 1985, cayó luego a 7,21 francos en el primer trimestre
de 1986 y a 6,13 francos en el primer trimestre 1987. Con relación
al marco alemán los valores respectivos fueron de 1,77 marcos, 3,26
marcos, 2,35 marcos y 1,84 marcos. Cf. por el valor del dólar respecto
de 18 monedas diferentes, trimestre por trimestre, de 1972 a 2002, Jean Marcel
Jeanneney y Georges Pujáis (bajo la dirección de) Les économies
de l'Europe occidentale el leur environnement international de 1972 à
nos jours, Fayard, 2005.
(12) Ron Suskind, The Price ol Loyalty:
George W. Bush, the White House, and Ihe Education ol Paul O'Neill, Simon
and Scbusler, Nueva York, 2004.
(13) Paul Krugman, "The Greenspan Succession", The
New York Times, 25-1-2005.
(14) Elizabeth Becker, "Trade Déficit
At New High, Reinforcing Risk to Dollar", The New York Times, 13-1-2003.
(15) En el curso del año suelen presentarse
al Congreso varias modificaciones al presupuesto. La más reciente reclamaba
81.000 millones de dólares, no contabilizados en el presupuesto ya
aprobado, para financiar la presencia estadounidense en Irak y Afganistán.
(16) Ron Suskind, op. cit.
* Profesor asociado en la Fletcher School of Law and
Diplomacy (Medford, Massachusetts) autor de The Financial War on Terror,
I.B. Tauris, Londres, 2005.
Una historia agitada
MARTINE BULARD*
Tanto si el dólar sube como si baja, parece siempre acarrear consecuencias
negativas para el resto de economías. Ello se debe a su posición
única, por ahora, de moneda de pago internacional y moneda de reserva.
Un "privilegio exorbitante", prácticamente nunca cuestionado desde
el final de la II Guerra Mundial.
Julio de 1944. Todo se decidió entre el 1 y el 22 de julio
de 1944, durante la primera conferencia financiera internacional de Naciones
Unidas, reunida en Bretton Woods, una pequeña ciudad de New Hampshire,
Estados Unidos. Se crearon dos instituciones: El Fondo Monetario Internacional
(FMI) (1) y el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo
(BIRD), que se convertiría luego en el Banco Mundial. Según
el nuevo sistema monetario, cada Estado debía asegurar la convertibilidad
de su moneda y una paridad fija en oro o en dólares estadounidenses,
con un margen de fluctuación del 1%.
Oficialmente, se trataba de impedir las fluctuaciones de las monedas y de
las crisis anteriores a la guerra. En los hechos, el sistema consagraba la
potencia de Estados Unidos y del dólar, más aún cuando
la Unión Soviética, segundo gran vencedor de la guerra, se contentó
con enviar un observador: no estaba en condiciones, económicas ni
financieras, de hacer contrapeso y decidió no participar del sistema.
La plaza del dólar se amplía con las ayudas financieras para
la reconstrucción de Europa, llamadas Plan Marshall. Estados Unidos
multiplica las inversiones en el extranjero (menos de 10.000 millones en 1946;
19.000 millones en 1950; 40.000 millones en 1959) y cubre el déficit
de la balanza de pagos emitiendo dólares. Sin embargo, en los años
sesenta, las necesidades de financiación ligadas a la guerra de Vietnam,
y el ascenso de Alemania y Japón como potencias industriales cambian
el panorama. A partir de 1961, para intentar mantener el sistema, se organiza
un pool del oro con los principales bancos centrales, que por entonces mantienen
la cotización del oro en 35 dólares la onza comprando en caso
de baja y vendiendo en caso de alza. Los terceros países se hacen cargo
de la paridad fija del billete verde. Francia se retira del
pool en
1967. Un año más tarde se crea un doble mercado: fluctuante
para los particulares y fijo (a 35 dólares la onza de oro) para los
bancos centrales.
15 de agosto de 1971. El presidente estadounidense Richard Nixon
anuncia la eliminación total de la convertibilidad del dólar
en oro. Este autoritarismo monetario sobreviene tras el fracaso de una serie
de medidas destinadas a enfrentar la debilidad del dólar. Ya hay en
esa época, más billetes verdes para las reservas que oro en
el banco central estadounidense.
Enero 1976. Los acuerdos de Jamaica consagran el fin del sistema
de paridad fija y del patrón oro. El dólar, que valía
5,5 francos franceses en 1971, ya no vale más que 4. Este desliz, que
en un primer momento permitió a los estadounidenses exportar una mayor
cantidad de mercancías y de conquistar cotas de mercado, ya no cumple
con ese rol. Los déficits estadounidenses se acumulan. La recuperación
esperada no llega.
13 de marzo de 1979. Creación del Sistema Monetario Europeo
(SME) para reducir los márgenes de fluctuación de las monedas
europeas entre ellas. Al mismo tiempo -y sin relación directa con la
creación del SME-, la Reserva Federal estadounidense pone en marcha
una política monetarista de "dólar fuerte", principalmente con
una fuerte alza de las tasas de interés (más de 20% en 1980).
Ello permite atraer capitales y relanzar las inversiones internas. A un cambio
de aproximadamente 4 francos franceses en 1979, el dólar roza los
10 francos en el primer trimestre de 1985.
Septiembre de 1985. Tras las primeras crisis ligadas a la deuda
(en América Latina) y las sucesivas quiebras de los fondos de pensión
estadounidenses, los acuerdos del Plaza (nombre del hotel de Nueva York donde
se reúnen los ministros de Finanzas de los cinco países más
ricos) apuntan a hacer bajar el dólar de manera acordada: baja de las
tasas de interés estadounidenses, venta del dólar por parte
de los bancos centrales, que lo compraron a precio fuerte y por lo tanto pagan
la factura... El dólar vuelve a bajar.
Pero la desregulación financiera se acelera (liberación de
los movimientos de capitales...) y las crisis se multiplican:
crack
de los
junk bond en Estados Unidos (1989), crisis monetaria en Europa,
devaluación del franco francés y de la lira italiana, y salida
de la libra esterlina del SME (1992-1993): crisis mexicana, argentina (1994);
crisis asiáticas (1997). Japón propone entonces crear una zona
monetaria asiática, pero debe renunciar: China es muy débil
y Estados Unidos, vía FMI, utiliza su veto.
1 de enero de 1999. Lanzamiento del euro, que el 1 de enero de
2002 reemplaza las monedas nacionales de los países de la Unión
Europea. En la lógica del Tratado de Maastricht (1992), el objetivo
es crear un "euro fuerte" a la imagen del dólar fuerte de los años
ochenta. La caída del dólar lleva al euro a su máximo
y debilita un crecimiento europeo ya reducido por causa de anemia salarial
y de desregulación social.
Actualmente, las tres cuartas partes de los intercambios comerciales del
mundo se realizan en dólares.
(1) En 2004, Estados Unidos posee el 17%
de los derechos de voto dentro del FMI, la Unión Europea dispone del
30% de los votos, más que la minoría de bloqueo si quisiera
usarla.
*De la redacción de Le Monde diplonatique,
París.