No hay que ir muy lejos en el espacio y en el tiempo para encontrarse con los dinosaurios que alguna vez poblaron el planeta.

Ni siquiera es necesario entrar en un museo: en algunas regiones españolas, y especialmente en el límite entre Soria y La Rioja, la erosión ha puesto al descubierto notables huellas grabadas en la roca, es decir en lo que fuera terreno blando que con el tiempo se petrificó.

Solemos pensar en los dinosaurios como en algo distante, lejano y ajeno, no sólo en términos de tiempo sino de geografía: parecería que para ver uno de estos -lagartos terribles- hubiera necesariamente que trasladarse -si es que no a un museo-, a otros continentes y a centenares de metros de profundidad.

Desde luego no es así; estos reptiles estuvieron por todas partes, y por supuesto también en España. En algunos lugares de nuestra geografía es posible contemplar, si bien no un dinosaurio, al menos sus huellas en la roca, impresas con toda nitidez en el barro, ahora convertido en piedra por el paso de los milenios.

 

Especialmente ricas en este sentido son las sierras de Enciso y Navalsaz, junto al limite entre Soria y La Rioja, donde hay una extensa zona con abundantes rastros de estos antiquísimos animales.

Las pisadas más claras, en el barranco de Valdecevillo, pueden verse profundas y bien marcadas, impresionantes en su realismo. Eran conocidas en el pueblo desde hace muchos años sin que nadie les diera mayor importancia. Hoy se sabe que las marcó un carnosaurio de gran tamaño, feroz carnívoro como lo demuestran las agudas y poderosas uñadas de su rastro. Se trataba de una especie similar al temible Alosaurio.

Este animal era el más feroz de los dinosaurios carnívoros, medía de 11 a 15 metros de largo y al erguirse sobre sus patas traseras alcanzaba unos 6 metros de altura. De cabeza enorme, sus mandíbulas estaban provistas de curvados y agudos dientes de hasta 12 centímetros.

 

Sus patas anteriores se habían atrofiado y eran muy pequeñas, apenas llegaban a su cabeza, pero las posteriores eran largas y robustas, armadas con poderosas uñas que, ayudadas por la eficaz dentadura, convertían al animal en la más efectiva bestia de presa. Se ha calculado que en la zona montañosa donde se encuentran estas huellas puede haber más de 5 mil huellas reconocibles. En otros tiempos, aquellos parajes fueron terreno llano, pantanoso o detaico, con lagunas, charcas, brazos de río, suelos blandos, abundante vegetación y verano continuo.

Allí vivían diversas especies de dinosaurios, grandísimos los unos, otros no tanto y algunos más cuya talla no sobrepasaba la de un lagarto actual, aunque todos fueran evolutivamente parientes. Este hábitat, hoy al descubierto a causa de los movimientos telúricos que formaron las montañas, se fecha desde el triásico hasta la parte alta del cretáceo inferior, esto es, entre los doscientos y los cien millones de años atrás, justo cuando por allí anduvieron los dinosaurios.

Huellas que se pueden apreciar en Valdecillo así como sendas trazadas por las bestias. Además de carnosaurios, en la zona riojana-soriana se pueden apreciar huellas de iguanodónticos (foto izquierda), de dlnosaurlos plantígrados (derecha) y otras señales, como la huella de una cola que se aprecia en la foto del centro sobre estas líneas.

 

Para que tales huellas se hayan conservado fue necesario un conjunto de circunstancias muy especiales. Las pisadas y otras marcas dejadas en el barro por los dinosaurios debieron ser cubiertas por la sedimentación de otras tierras de composición y densidad diferente, arrastradas por las aguas que desembocaban en el llano. Las siguientes capas de sedimentos compactaron las más profundas hasta petrificarlas. Millones de aflos más tarde, cuando los plegamientos y fallas cambiaron la faz de la Tierra, muchas capas o estratos profundos afloraron hasta el nivel del suelo actual, cuando no fue la erosión de las aguas la que llegó hasta ellas excavando barrancadas. Y así, en esta zona de Bnciso y airededores se pisa hoy en parte el mismo terreno que otrora hollaron los grandes saurios.

Otro fenómeno contribuyó a que dichas huellas puedan ser visibles hoy. Si el sedimento que las cubrió hubiera sido de la misma composición y consistencia que la del barro donde estaban impresas, se hubieran fundido ambas capas haciendo desaparecer cualquier rastro. Pero la capa que cubrió las pisadas era distinta y dio lugar con el tiempo a una roca más blanda, y la futura erosión del agua la fue destruyendo poco a poco, dejando al descubierto por fin la piedra más dura de la capa inferior y las improntas del animal en ella impresas. Este es el caso más general en la zona de que hablamos, aunque a veces también se da el caso contrario: cuando los rastros fueron cubiertos por sedimentos de mayor consistencia, han podido descubrirse vaciados, esculturas naturales exactamente iguales que las patas que allí pisaron.

Las rastrilladas impresas en las rocas proporcionan datos muy interesantes: por ellas se puede saber si la bestia era carnívora o herbívora por las uñas o la carencia de ellas, su talla por la longitud de la zancada, si andaba erguida o era cuadrúpeda, etc. En suma, que tales vestigios de vida dejados por seres tan lejanos en el tiempo, desaparecidos millones de años antes de que el hombre apareciese sobre el planeta, tras haber poblado la Tierra cien veces más años que la especie humana, son incluso para el profano un espectáculo realmente fascinante.

Artículo de Jaime Buesa extraido de la revista de divulgación ALGO. Recuperado por Javier Arrimada, Agosto 2003