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		CARLOS MARX, CEREBRO 
		SOCIALISTA. 
		 
		Entrevista realizada por R. Landor. “The World”, 18 de julio de 1871 
		 
		Recién masacrada a sangre y fuego la Comuna de París, en 1871, Carlos 
		Marx, de origen alemán, filósofo, político, editor y padre de la 
		Internacional, recibe en su hogar londinense al corresponsal del 
		neoyorkino “The World”. Una charla imprescindible para descifrar la 
		historia de aquel momento y de las décadas siguientes. 
		 
		 
		Carlos Marx (1818-1883), filósofo político y social, comenzó su carrera 
		como editor de prensa en Colonia a principios de la década de 1840. 
		Cuando su periódico fue cerrado por motivos políticos, marchó a París, 
		donde editó otro hasta que también fue clausurado por la misma razón. A 
		pesar de todo, encontró un hogar en Londres, donde escribió sus más 
		importantes trabajos sobre filosofía y economía política. También 
		ejerció el periodismo y fue corresponsal en el extranjero de New York 
		Tribune desde 1851 hasta 1862. Su obra maestra, El capital (Das 
		Capital), fue publicada en 1867. 
		 
		R. Landor, corresponsal de The World, de Nueva York, entrevistó a Marx 
		en Londres, y entregó su trabajo el 3 de junio de 1871. Se cree que el 
		otro caballero alemán presente a todo lo largo de la entrevista debía de 
		ser Engels. Sólo un par de meses antes, la Comuna de París, en la que 
		Marx se había visto envuelto, había sido ahogada en un baño de sangre. 
		 
		 
		“Me han pedido ustedes que averigüe algo acerca de la Asociación 
		Internacional, y eso es lo que he intentado hacer. En este momento, la 
		empresa resulta difícil, pero los ingleses están atemorizados y huelen a 
		Internacional por todas partes, del mismo modo que el rey James olía 
		pólvora tras la famosa conjura. La conciencia de la asociación ha 
		crecido naturalmente junto con las sospechas de la opinión pública; y si 
		quienes la lideran tienen algún secreto que guardar, son el tipo de 
		hombres que saben guardarlo bien. Me he puesto en contacto con dos de 
		sus miembros más destacados, he hablado libremente con uno de ellos y 
		aquí les ofrezco lo sustancial de nuestra conversación. En un aspecto, 
		he satisfecho mis dudas: se trata de una auténtica asociación de 
		trabajadores, aunque esos trabajadores estén dirigidos por teóricos 
		sociales y políticos sociales pertenecientes a otra clase. Un hombre con 
		el que me reuní, uno de los líderes del Consejo, estuvo sentado en su 
		banco de trabajo durante toda nuestra entrevista, e interrumpía de 
		cuando en cuando su conversación conmigo para recibir quejas –formuladas 
		en un tono no precisamente amable- de cualquiera de los muchos 
		maestrillos para los que trabajaba, que rondaban por allí. Había visto a 
		ese mismo hombre pronunciar en público elocuentes discursos, inspirados, 
		pasaje a pasaje, por la energía del odio hacia aquellas clases que se 
		llaman a sí mismas dirigentes. Comprendí sus soflamas tras echar un 
		vistazo a la vida cotidiana del orador. No podía por menos que tener la 
		sensación de que disponía de cerebro más que suficiente para organizar 
		un gobierno funcional y, aun así, se veía obligado a dedicar su vida al 
		repugnante desempeño de una tarea meramente mecánica. Era un hombre 
		orgulloso y sensible, pero cada tres por cuatro se veía obligado a 
		responder con una respetuosa inclinación a un gruñido y con una sonrisa 
		a una orden que reflejaba aproximadamente el mismo nivel de cortesía que 
		el que muestra un cazador hacia su perro. Ese hombre me permitió 
		entrever una faceta de la naturaleza de la Internacional, la del 
		enfrentamiento entre trabajo y capital, entre el obrero que produce y el 
		intermediario que disfruta. Allí estaba la mano que se abatiría 
		implacable cuando llegara el momento y, por lo que se refiere al cerebro 
		planificador, creo que tuvo ocasión de conocerlo en mi entrevista con el 
		doctor Carlos Marx. 
		 
		Carlos Marx es un doctor en filosofía, alemán, dotado de esa extensa 
		erudición germánica producto tanto de los libros como de la observación 
		del mundo. Debo señalar que nunca ha sido un trabajador en el sentido 
		habitual del término. Su entorno y apariencia son los de un hombre de 
		clase media al uso. El salón en el que fue recibido la noche de la 
		entrevista habría podido ser el agradable refugio de un próspero 
		corredor de Bolsa que hubiese demostrado ya su competencia y estuviera 
		ahora enfrascado en la tarea de amasar su fortuna. Era la 
		confortabilidad personificada, el apartamento de un hombre de buen gusto 
		y situación desahogada, pero sin nada que reflejara particularmente la 
		personalidad de su propietario. Con todo, un hermoso álbum de vistas al 
		Rin que había sobre la mesa daba una pista sobre su nacionalidad. 
		Escudriñé cautelosamente el interior de un jarrón que había en una 
		mesita auxiliar en busca de una bomba. Agucé el olfato por si percibía 
		algún olor a petróleo, pero sólo olía a rosas. Retrocedí casi a 
		hurtadillas hasta mi asiento y me senté, taciturno, a esperar lo peor. 
		 
		Ha entrado, me ha saludado cordialmente y estamos sentados frente a 
		frente. Sí, estoy tête-à-tête con la encarnación de la revolución, con 
		el auténtico fundador y guía espiritual de la Asociación Internacional, 
		con el autor de un discurso que le dice al capital que si le declara la 
		guerra a los trabajadores no puede por menos que esperar que la casa 
		arda hasta los cimientos. En pocas palabras, me encuentro frente a 
		frente con el apologeta de la Comuna de París. ¿Recuerdan el busto de 
		Sócrates, aquel hombre que prefirió morir antes que creer en los dioses 
		de su tiempo, aquel hombre de frente despejada y hermoso perfil 
		mezquinamente rematado por una especie de gancho hendido que hacía las 
		veces de nariz? Imaginen ese busto, pónganle una barba oscura salpicada 
		aquí y allá por pinceladas de gris. Seguidamente, unan esa cabeza a un 
		tronco corpulento propio de un hombre de estatura media, y tendrán ante 
		ustedes al doctor Marx. Si cubren con un velo la parte superior de su 
		rostro podrían estar en presencia de un miembro nato de la junta 
		parroquial protestante. Si dejan al descubierto su rasgo más esencial, 
		su inmenso ceño, sabrán de inmediato que se encuentran frente a la más 
		formidable conjunción de fuerzas: un soñador que piensa, un pensador que 
		sueña. 
		 
		Otro caballero acompañaba al doctor Marx, y casi me atrevería a decir 
		que también era alemán, aunque dado su dominio de nuestro idioma no 
		podría asegurarlo. ¿Habría acudido como testigo del bando del doctor? 
		Así lo creo. El Consejo podría solicitar al doctor que le informase 
		sobre el contenido de la entrevista, ya que, por encima de todo, la 
		Revolución sospecha de sus propios agentes. Así pues, el otro hombre 
		estaba allí para corroborar a posteriori la exactitud de su testimonio. 
		 
		Fui directamente al asunto que me interesaba. El mundo, dije, parecía 
		estar a oscuras respecto a la Internacional, odiarla a muerte; pero al 
		mismo tiempo se mostraba incapaz de explicar qué era exactamente lo que 
		odiaba. Había gente que afirmaba haber atisbado más allá que los demás 
		en la oscuridad y aseguraba haber descubierto una especie de figura de 
		Jano con una honrada y sincera sonrisa de obrero en una de sus caras y 
		en la otra la agresiva mueca de un conspirador homicida. ¿Podría arrojar 
		alguna luz sobre el misterio en el que se desenvolvía la teoría? 
		 
		El profesor rió, se diría que con cierto regocijo, ante la idea de que 
		le tuviéramos tanto miedo. 
		 
		- No hay ningún misterio que aclarar, estimado señor –comenzó, con una 
		versión muy pulida del dialecto de Hans Breitmann-, excepto quizá el 
		misterio de la estupidez humana en aquellos que perpetuamente pasan por 
		alto el hecho de que nuestra asociación es pública y que edita informes 
		exhaustivos de sus sesiones para todo aquel que desee leerlos. Puede 
		comprar nuestros estatutos al precio de un penique, y si invierte un 
		chelín en panfletos sabrá casi tanto acerca de nosotros como nosotros 
		mismos. 
		 
		- Casi tanto... Sí, tal vez sea así. ¿Pero no será aquello que quede 
		fuera de mi alcance la reserva crucial? Para serle totalmente franco, y 
		para exponer el caso tal y como lo ve un observador externo, ese clamor 
		generalizado de desprecio hacia ustedes debe responder a algo más que a 
		la ignorante mala voluntad de la gente. ¿Cree que aún es pertinente 
		preguntarle, incluso después de lo que me ha dicho, qué es la Asociación 
		Internacional? 
		 
		- Sólo tiene que fijarse en quiénes la componen : trabajadores. 
		 
		- Sí, pero el soldado no tiene por qué ser un exponente del Estado que 
		le moviliza. Conozco a algunos de los miembros de su grupo y creo que no 
		tienen madera de conspiradores. Además, un secreto compartido por un 
		millón de hombres no sería en absoluto un secreto. Sin embargo, ¿qué 
		pasaría si no fueran más que peones en manos de un poderoso y, 
		discúlpeme si añado, no demasiado escrupuloso cónclave? 
		 
		- No hay pruebas que avalen tal idea. 
		 
		- ¿La pasada insurrección en París? 
		 
		- En primer lugar, exijo pruebas de que existiera una confabulación, de 
		que ocurriese algo que no fuese el legítimo resultado de las 
		circunstancias del momento. O, incluso aceptando el supuesto de que 
		existiera tal complot, exijo pruebas de que en él participara la 
		Asociación Internacional. 
		 
		- La presencia en la Comuna de numerosos miembros de la asociación. 
		 
		- En ese caso, fue también una conspiración de los francmasones, ya que 
		participaron en ella en idéntica proporción. De hecho, no me 
		sorprendería en absoluto que el papa les atribuyese toda la 
		responsabilidad por la insurrección. Pruebe usted con otra explicación. 
		La insurrección fue obra de los trabajadores de París. Los más capaces 
		entre ellos debieron ser necesariamente sus líderes y dirigentes, y se 
		da la circunstancia de que los trabajadores más capaces son miembros de 
		la Internacional. Aun así, la asociación como tal no es forma alguna 
		responsable de su acción. 
		 
		- El mundo seguirá viéndolo de otra manera. La gente habla de 
		instrucciones secretas procedentes de Londres e incluso de grandes sumas 
		de dinero. ¿Puede afirmarse que la pretendida transparencia de las 
		sesiones de la asociación descarta toda posibilidad de secretismo en las 
		comunicaciones? 
		 
		-¿Ha existido alguna vez una asociación que realizara su trabajo sin la 
		mediación de agencias tanto públicas como privadas? Hablar de 
		instrucciones secretas provenientes de Londres, como si se tratara de 
		decretos sobre la fe y la moral procedentes de algún centro de 
		dominación e intriga papales, es una concepción enteramente errónea 
		sobre la naturaleza de la Internacional. Eso implicaría un mecanismo 
		centralizado de gobierno en el seno e la misma, mientras que su 
		verdadera forma es, deliberadamente, la que mayor juego otorga a la 
		energía y la independencia locales. De hecho, la Internacional no es 
		propiamente un gobierno para la clase obrera en absoluto. Es un vínculo 
		de unión más que un mecanismo e control. 
		 
		- ¿De unión con qué fin? 
		 
		- La emancipación económica de la clase obrera por medio de la conquista 
		del poder político. La utilización de ese poder político para alcanzar 
		fines sociales. Así pues, es necesario que nuestros objetivos sean 
		amplios para dar cabida a todas las formas de actividad de la clase 
		obrera. El haberles atribuido algún carácter especial habría sido 
		equivalente a adaptarlos a las necesidades de una sección, a una nación 
		compuesta exclusivamente por trabajadores. Pero ¿cómo iba a ser posible 
		pedirle a todos los hombres que se unieran en beneficio de unos pocos? 
		Para hacer algo así, la asociación habría tenido que renunciar al nombre 
		de Internacional. La asociación no dicta la forma de los movimientos 
		políticos; sólo requiere un compromiso en lo que se refiere a sus fines. 
		Es una red de sociedades afiliadas que se extiende por todo el mundo del 
		trabajo. En cada parte se pone de relieve algún aspecto especial del 
		problema, y los trabajadores implicados lo estudian a su modo y manera. 
		Las interacciones entre los trabajadores no pueden ser absolutamente 
		idénticas hasta el último detalle en Newcastle y en Barcelona, en 
		Londres y en Berlín. En Inglaterra, por poner un ejemplo, está abierto a 
		la clase obrera el camino para poner de manifiesto su poder político. 
		Una insurrección sería una locura allá donde la agitación pacífica pueda 
		lograr los mismos objetivos más rápida y seguramente. En Francia, 
		cientos de leyes represivas y el antagonismo entre las clases parece 
		hacer necesaria la solución violenta de una guerra social. Optar o no 
		por dicha solución es competencia de las clases trabajadores de ese 
		país. La Internacional no tiene la presunción de emitir dictámenes al 
		respecto; prácticamente no da ni consejos, aunque sí ofrece a cada 
		movimiento su simpatía y apoyo dentro de los límites que dictan sus 
		propias leyes. 
		 
		- ¿Y cuál es la naturaleza de esa ayuda? 
		 
		- Por poner un ejemplo, una de las formas más comunes del movimiento de 
		emancipación son las huelgas. Antaño, cuando se producía una huelga en 
		un país, ésta era derrotada por la importación de trabajadores de otro 
		país. La Internacional casi ha puesto fin a eso. Recibe información 
		sobre la huelga propuesta y distribuye esa información entre todos sus 
		miembros, que ven inmediatamente que para ellos el territorio de la 
		lucha debe ser terreno prohibido. Así, se deja que los amos se enfrenten 
		solos a las demandas de sus hombres. En la mayoría de los casos, los 
		trabajadores no requieren más ayuda que ésa. Sus propias cuotas, o las 
		de las sociedades, a las que están más directamente afiliados, les 
		abastecen de fondos, pero, caso de que la presión a la que se ven 
		sometidos llegue a ser excesiva, y si la huelga goza de la aprobación de 
		la asociación, se cubren sus necesidades con la bolsa común. Merced a 
		esto, la huelga de los cigarreros de Barcelona concluyó victoriosamente 
		el otro día. Sin embargo, la sociedad no tiene interés en las huelgas, 
		aunque las apoya en determinadas condiciones. Es imposible que saque 
		nada en claro de ellas desde el punto de vista pecuniario, y es muy 
		probable que salga perdiendo. Resumamos todo esto en pocas palabras. Las 
		clases trabajadoras siguen sumidas en la pobreza mientras a su alrededor 
		crece la riqueza; son miserables entre tanto lujo. Su depravación 
		material reduce su estatura, tanto física como moral. No pueden confiar 
		en otros para encontrar el remedio. Así pues, en su caso, hacerse cargo 
		de su propio destino se ha convertido en una necesidad imperativa. Deben 
		revisar las relaciones entre ellos y los capitalistas y propietarios, y 
		eso significa que deben transformar la sociedad. Éste es, en general, el 
		fin de todas las organizaciones de trabajadores conocidas. Las ligas de 
		campesinos y obreros, las sociedades comerciales y de amistad, las 
		tiendas y centros de producción en régimen de cooperativa no son más que 
		medios encaminados a ese fin. Implantar una perfecta solidaridad entre 
		estas organizaciones es el objetivo de la Asociación Internacional. Su 
		influencia empieza a percibirse en todas partes. En España hay dos 
		periódicos que difunden su ideario, en Alemania tres, el mismo número en 
		Austria y Holanda, seis en Bélgica y seis en Suiza. Y ahora que le he 
		explicado qué es la Internacional, probablemente esté ya en situación de 
		formarse su propia opinión acerca de supuestas confabulaciones. 
		 
		- No acabo de comprenderle. 
		 
		- ¿Acaso no ve que la vieja sociedad, en su búsqueda de las fuerzas 
		necesarias para hacerle frente con sus propias armas, se ve obligada a 
		recurrir al fraude de imputarle todo tipo de conspiraciones? 
		 
		- Pero la policía francesa afirma que está en condiciones de demostrar 
		su complicidad en los últimos acontecimientos, por no mencionar otros 
		anteriores. 
		 
		- No comentaremos nada sobre esos acontecimientos, si no le importa, 
		porque son la mejor prueba de la gravedad de todos los cargos de 
		conspiración que se han dirigido contra la Internacional. Recordará 
		usted la penúltima confabulación. Había anunciado un plebiscito y se 
		sabía que muchos de los electores empezaban a mostrarse indecisos. Ya no 
		creían tan intensamente en el valor del gobierno imperial, dado que 
		empezaban a dudar de la realidad de los peligros sociales de los que 
		supuestamente éste les había salvado. Hacía falta dar con otro fantasma 
		terrorífico, y la policía se ocupó de encontrarlo. Lógicamente, dado que 
		para ello todos los trabajadores son igualmente detestables, le debían a 
		la Internacional una mala pasada. Se les ocurrió una feliz idea: ¿y si 
		convertían a la Asociación Internacional en su anhelado fantasma, 
		logrando así el doble objetivo de desacreditarla y ganar el favor de la 
		sociedad hacia la causa imperial? De ahí surgió el ridículo complot 
		contra la vida del emperador, como si tuviéramos algún interés en matar 
		a ese pobre anciano. Detuvieron a los principales miembros de la 
		Internacional, se inventaron pruebas, prepararon el caso para llevarlo a 
		juicio y, en el ínterin, celebraron su plebiscito. Pero aquella comedia 
		no era más que una farsa grosera. La Europa inteligente, que fue testigo 
		del espectáculo, no cayó en el engaño ni un solo instante y sólo los 
		electores del campesinado francés se creyeron la farsa. La prensa 
		inglesa, que informó sobre el inicio de ese miserable caso, ha olvidado 
		dar cuenta de su final. Los jueces franceses, que dieron por buena la 
		existencia de la conspiración por cortesía entre funcionarios, se vieron 
		obligados a concluir que no había nada que demostrara la complicidad de 
		la Internacional. Créame, la segunda conspiración es igual a la primera. 
		El funcionariado francés ha vuelto a poner manos a la obra: se le pide 
		que explique el mayor movimiento civil jamás visto sobre el planeta. Hay 
		cientos de signos de nuestra época que deberían indicar cuál es la 
		explicación correcta: la inteligencia creciente entre los trabajadores; 
		el incremento del lujo y la incompetencia entre sus gobernantes; el 
		proceso histórico enmarca, que concluirá con la transferencia final del 
		poder de una clase al pueblo; la aparente adecuación del momento, el 
		lugar y las circunstancias con vistas al gran movimiento de emancipación. 
		Pero para percibir esto el funcionario tendría que ser un filósofo y no 
		es más que un mouchard. Por la propia naturaleza de su ser, pues, ha 
		recurrido a la explicación del mouchard: una conspiración. Su viejo 
		portafolios repleto de documentos falsificados le suministrará las 
		pruebas. Esta vez, Europa, arrastrada por el miedo, creerá su cuento. 
		 
		- Europa difícilmente podría hacer otra cosa, a la vista de que todos 
		los periódicos franceses difunden el informe. 
		 
		- ¡Todos los periódicos franceses! Mire, aquí tiene uno de ellos (cogiendo 
		La Situation), y juzgue por sí mismo el valor de sus pruebas en lo que 
		se refiere a su fidelidad a los hechos. (lee): “El doctor Carlos Marx, 
		de la Internacional, ha sido detenido en Bélgica mientras intentaba 
		llegar a Francia. La policía londinense tiene vigilada hace tiempo la 
		sociedad a la que pertenece, y está adoptando medidas activas para 
		proceder a su supresión”. Dos frases y dos embustes. Ponga a prueba la 
		evidencia percibida por sus propios sentidos. Como puede ver, en vez de 
		estar en una cárcel belga estoy en mi casa en Inglaterra. También sabrá, 
		sin duda, que la policía inglesa es tan impotente para interferir con la 
		Asociación Internacional como ésta lo es respecto a la policía. Y aun 
		así, cabe esperar que ese informe sea difundido por toda la prensa de la 
		Europa continental sin que nadie lo contradiga. Seguirían haciéndolo 
		aunque me dedicara a enviar desmentidos a todos y cada uno de los 
		periódicos europeos desde este lugar. 
		 
		- ¿Ha intentado desmentir muchos de estos falsos informes? 
		 
		- Lo he hecho hasta quedar exhausto por el trabajo. Para que pueda 
		apreciar el grosero descuido con el que son pergeñados, podría mencionar 
		que en uno de ellos se citaba a Félix Pyat como miembro de la 
		Internacional. 
		 
		- ¿Y no lo es? 
		 
		- La asociación difícilmente podría haberle hecho hueco a un hombre tan 
		insensato. En una ocasión tuvo el atrevimiento de publicar una encendida 
		proclama en nuestro nombre, pero fue inmediatamente desautorizado, 
		aunque, a fuer de ser justos, hay que decir que la prensa, por supuesto, 
		ignoró la desautorización. 
		 
		- ¿Y Mazzini? ¿Es miembro de su grupo? 
		 
		- (Riéndose). Desde luego que no. Poco habríamos avanzado si no 
		hubiéramos superado el alcance de sus ideas. 
		 
		- Me sorprende usted. Yo habría asegurado sin dudarlo un instante que 
		representa las posiciones más avanzadas. 
		 
		- No representa nada más avanzado que el viejo concepto de una república 
		de la clase media. Nosotros no queremos saber nada de la clase media. Él 
		se ha quedado tan rezagado dentro del movimiento moderno como los 
		profesores alemanes, que, no obstante, siguen siendo considerados en 
		Europa los apóstoles de la democracia cultivada del futuro. Y lo fueron 
		en su día, probablemente antes de 1848, cuando la clase media alemana, 
		en el sentido inglés del término, no había alcanzado un grado de 
		desarrollo apropiado. Ahora se han pasado de hoz y coz a la reacción y 
		el proletariado ya no sabe nada de ellos. 
		 
		- Hay quien cree haber visto signos de su componente positivo en su 
		organización. 
		 
		- No hay nada de eso. Hay positivistas entre nosotros, y otros, que no 
		pertenecen a nuestro grupo, colaboran también, pero no es sólo en virtud 
		de su filosofía, que no tiene nada que ver con un gobierno popular, tal 
		y como nosotros lo entendemos, y que sólo busca colocar una nueva 
		jerarquía en el lugar de la vieja. 
		 
		- Se diría entonces que los líderes del nuevo movimiento internacional 
		han tenido que crear una filosofía además de una asociación en la que 
		agruparse. 
		 
		- Exactamente. Es poco probable, por ejemplo, que pudiéramos tener la 
		menor esperanza de prosperar en nuestra lucha contra el capital si 
		deriváramos nuestras tácticas de la política 
		económica de Mill, por citar a alguien. Él ha seguido la pista a un tipo 
		de relación entre capital y trabajo. Nosotros esperamos demostrar que es 
		posible establecer otra. 
		 
		- ¿Y la religión? 
		 
		- A ese respecto no puedo hablar en nombre de la sociedad. Personalmente 
		soy ateo. Sin duda resulta sorprendente escuchar una declaración así en 
		Inglaterra, pero hasta cierto punto es reconfortante saber que no es 
		necesario hacerla en voz baja en Francia ni en Alemania. 
		 
		- ¿Y aun así ha convertido este país en su cuartel general? 
		 
		- Por razones obvias; el derecho de asociación es aquí un derecho 
		establecido. Existe, efectivamente, en Alemania, pero está asediado por 
		innumerables dificultades. En Francia, durante muchos años no ha 
		existido en absoluto. 
		 
		- ¿Y en Estados Unidos? 
		 
		- Nuestros principales centros de actividad están por el momento entre 
		las viejas sociedades europeas. Son muchas las circunstancias que han 
		tendido a impedir hasta hoy que el problema del trabajo asuma una 
		importancia dominante en Estados Unidos, pero dichas circunstancias 
		están ya en proceso de desaparición. Al igual que en Europa, el trabajo 
		empieza a ganar importancia a grandes pasos gracias al crecimiento de 
		una clase trabajadora distinta del resto de la comunidad y disociada del 
		capital. 
		 
		- Parece que en este país la solución esperada, sea la que sea, se 
		alcanzará al margen de métodos revolucionarios violentos. El sistema 
		inglés de recurrir a la agitación por medio de plataformas y la prensa 
		hasta que las minorías se convierten en mayoría constituye un signo 
		esperanzador. 
		 
		- Yo no soy tan optimista como usted. La clase media inglesa siempre se 
		ha mostrado dispuesta a aceptar el veredicto de la mayoría en la medida 
		en que ha ostentado el monopolio del derecho al sufragio. Pero recuerde 
		lo que le digo, en cuanto pierda una votación referente a algo que 
		considere vital seremos testigos de una nueva guerra de esclavistas. 
		 
		 
		He expuesto aquí, en la medida en que mi memoria me lo ha permitido, los 
		momentos más destacados de mi conversación con este hombre notable. 
		Dejaré que saquen ustedes sus propias conclusiones. Por mucho que pueda 
		decirse a favor o en contra de la posibilidad de su participación en el 
		movimiento de la Comuna, podemos tener la seguridad de que la Asociación 
		Internacional es un nuevo poder en el seno del mundo civilizado con el 
		que éste tendrá que echar cuentas, para bien o para mal, más pronto que 
		tarde. 
		 
		Mouchard: espía, soplón, chivato. 
		 
		 
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