2. Elementos de teoría psicoanalítica

2.1. Estructura de la mente: consciente, preconsciente e inconsciente

Asumido el descubrimiento de una dimensión inconsciente en el hombre, Freud elabora un primer sistema para representar la mente humana. La mente o aparato psíquico está estructurado en tres regiones niveles o lugares: consciente, preconsciente e inconsciente. Tres estratos o «tres provincias mentales» que indican la profundidad de los procesos psíquicos.

El nivel más periférico es el consciente, el lugar donde temporalmente se ponen las informaciones que reciben del mundo que nos rodea y las experiencias que vivimos. Pronto, las informaciones recibidas y las experiencias vividas pasan a un nivel más profundo, el preconsciente; con relativa facilidad podemos acceder a los contenidos mentales aquí almacenados. El nivel más profundo es el inconsciente y sus contenidos, difícilmente accesibles a la conciencia, son vivencias traumáticas, informaciones reprimidas, aquello desagradable que no nos conviene recordar. En este marco, la represión tiene un papel muy activo; es como una energía o un esfuerzo que se ejerce a fin de evitar que contenidos desagradables penetren en el consciente. La represión es uno de los mecanismos de defensa que permite vivir manteniendo enterrado todo aquello que dificultaría la vida de la persona.


2.2. Las manifestaciones del inconsciente

Interpretación de los sueños, 1900

Si bien el inconsciente no es observable, se manifiesta en determinados comportamiento. Se manifiesta en las sueños, escenificaciones imaginarias en las cuales se realizan nuestros deseos inconscientes y reprimidos; pero estas escenificaciones, -el contenido manifiesto del sueño-, se han de interpretar para acceder a su contenido no disfrazado, -el contenido latente. Los sueños son el «camino real» hacia el inconsciente.

El inconsciente se manifiesta también en los actos fallidos de nuestra vida cotidiana, o sea, en los errores que nos delatan, en los olvidos que nunca hubiéramos deseado. En la vida psíquica nada es casual, todo tiene una causa: no hay indeterminismo. También los chistes nos informan de nuestro inconsciente, son descargas psíquicas, pequeños actos de liberación de nuestras tensiones inconscientes.

Pero donde es más intensa y dolorosa la manifestación del inconsciente es en las trastornos mentales, especialmente los neuróticos. La neurosis es una enfermedad en la cual unos síntomas externos (temores, manías, gritos histéricos, dolores físicos, parálisis,…) son expresión de un conflicto interno que tiene su origen la la historia infantil del paciente, cuando el niño sufre una lucha entre el deseo y su prohibición.


2.3. Los impulsos que hacen mover el ser humano

Se puede afirmar que el núcleo de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud gira entorno de la motivación humana, más concretamente, de la presencia de motivaciones inconscientes que determinan nuestras decisiones y nuestros actos. La palabra alemana que utilizó Freud para referirse a la motivación humana fue la palabra Trieb; aunque generalmente se ha traducido por 'instinto', su traducción más adecuada y precisa es 'pulsión'. Una pulsión es un impulso que no está fijado y determinado como lo está el instinto; la pulsión, a diferencia del instinto, es moldeable y flexible. La pulsión es una tensión creciente que se resuelto en una distensión que provoca placer.

Si bien se ha dicho que para Freud la pulsión que hace mover fundamentalmente el hombre es la sexualidad y de aquí proviene la crítica de pansexualismo, esta expresión se ha de matizar. Preferentemente habla de una pulsión más amplía que la sexualidad y que llama líbido. «La líbido -dice- es una pulsión, una energía pulsional relacionada con todo aquello susceptible de ser comprendido bajo el nombre de amor, o sea, amor sexual, amor del individuo a sí mismo, amor materno y amor filial, la amistad, amor a la humanidad en general, a objetos y a ideas abstractas». Ahora bien, considera que todas estas tendencias o variantes constituyen la expresión sublimada del impulso de unión sexual.

A lo largo de su vida Freud hizo y rehizo su teoría de las pulsiones y pueden definirse cuatro etapas o versiones de la teoría; eso hace aún más impreciso afirmar que la pulsión que hace mover fundamentalmente al hombre es la sexualidad. El Freud más maduro mantiene una teoría dualista de la motivación humana en la cual la líbido, vista como pulsión de vida, está interconectada a una pulsión de sentido opuesto, pulsión de muerte o impulso destructivo.

«Después de largas dudas y vacilaciones, hemos decidido suponer la existencia de dos impulsos básicos, Eros y el impulso destructivo... El fin del primero de estos impulsos básicos consiste en establecer unidades siempre más grandes y preservarlas, o sea, juntarlas; el fin del segundo, contrariamente, consiste en deshacer conexiones y, de este modo, destruir seres. Hemos de suponer que el objetivo final del impulso destructivo es reducir los seres vivientes al estado inorgánico. Por esta razón también podemos llamarlo impulso de muerte».

Este impulso de muerte se manifiesta en la tendencia a la repetición: los niños hacen repetir las mismas historietas, los enfermos tienden a repetir la experiencia taumática y los adultos a menudo hablan de lo mismo; la tendencia a repetir es el impulso de volver al punto de partida de la vida, de volver al mundo inorgánico.

Los psicoanalistas más ortodoxos consideran esta visión dualista de las pulsiones como la más definitiva y madura. En esta visión, Eros o principio de vida -la tendencia general a aunar lo que está disperso- y Thanatos o principio de muerte -la tendencia en dirección contraria- bien interconectados, constituirían las dos fuerzas que determinan la evolución de la vida personal y la evolución de la vida de les sociedades.


2.4. Una visión dinámica de la mente: ello, yo y superyó

Freud, no sólo hizo y rehizo su visión de las pulsiones humanas, sino también su visión o comprensión de la mente. Su visión topográfica, aquélla que proponía tres regiones o lugares mentales, el inconsciente, el preconsciente y el consciente, fue sustituida por una visión dinámica más integradora, la que establece tres agentes dinámicos de la personalidad: el ello o id, el yo o ego, y el superyó o superego.

  • El ello o id es la parte más oscura, primitiva e inaccesible de nuestra personalidad. Contiene toda lo que se hereda y toda la fuerza pulsional El recién nacido sólo posee id, los otros agentes se desarrollarán más tarde y a partir de él. El ello expresa la verdadera intención de la vida del organismo: la inmediata satisfacción de las necesidades innatas. Es un agente totalmente inconsciente, irracional e ilógico, que desconoce los valores, sólo le regula el principio del placer, o sea, actúa siempre en el sentido de buscar placer y evitar el desagradable.


  • El yo o ego es un agente de la personalidad que surge a partir del id, precisamente de un aspecto del principio del placer: la tendencia a evitar lo desagradable, a diferir el placer, incluso en soportar un displaer momentáneo a fin de obtener un placer posterior. La tarea principal del yo es la autoconservación del individuo; por ello aprende -poco a poco- en interponer el pensamiento entre el deseo y la acción. Ciertamente, el ego, al igual que el id, se rige por el principio del placer, pero es capaz de calcular las consecuencias de su conducta: persigue racionalmente el placer. Esta investigación modificada y limitada del placer es lo que Freud llama principio de la realidad del yo. El yo integra componentes conscientes, preconscientes e inconscientes; inconscientes son los mecanismos de defensa como por ejemplo la represión, la proyección, la racionalización o la sublimación. El yo, incrementando el conocimiento de todos sus mecanismos, o sea, haciendo consciente el inconsciente, puede alcanzar cotas de libertad.


  • El superyó es un agente o mecanismo de la personalidad que emerge a partir de yo, de la debilidad del yo infantil. Consiste, básicamente, en la interiorización de las prescripciones paternas; el miedo al castigo y la necesidad de afecto y protección son los que obligan al niño o a la niña a aceptar y a percibir como propias las prescripciones familiares. El superyó es, pues, inicialmente, la «voz de los padres», la voz de unas figuras paternas totalmente idealizadas, es la conciencia moral. Estas prescripciones acaban haciéndose inconscientes y devienen una instancia que vigila y controla el yo.

2.5. El complejo de Edipo en la formación de la personalidad

En el desarrollo de la personalidad, la sexualidad tiene un papel decisivo. Freud rompe con la tradición según la cual el niño es un ser asexual; contrariamente, la sexualidad infantil determina el nivel de madurez de la futura personalidad adulta. El niño es un perverso polimorfo, o sea, un ser que en su proceso de crecimiento pasa por diferentes etapas -oral, anal, fálica,…- que se deben superar para llegar a una sana sexualidad adulta. Los individuos que se detienen o fijan en alguna de las etapas caen en la perversión a ella asociada. En la etapa fálica, que se vive alrededor de los cinco años, se desarrolla el complejo de Edipo, situación que se caracteriza por un sentimiento ambivalente de amor y de odio hacia el padre en caso del niño y hacia la madre en caso de la niña. Sólo quién lo supera deviene una persona sana y madura.

El complejo de Edipo y su universalidad ha sido uno de los puntos más polémicos del psicoanálisis. Freud defiende que el drama que vivió Edipo, tal como lo expone Sófocles en su tragedia Edipo Rey, es el drama por el que pasamos todos los humanos en el proceso de formación de nuestra personalidad. Cuando nació Edipo, hijo de Layo, un oráculo proclamó que estaba condenado a matar su padre y casarse con su madre. Para evitar la predicción el recién nacido fue abandonado, pero pese a todo, sobrevivió y , ya crecido, sin saberlo, mató a su padre y se casó con su madre. Cuando Edipo se dio cuenta de sus crímenes, desesperado, se arrancó los ojos. Este relato trágico de Sófocles, dice Freud, proclama de una forma literaria y simbólica el drama que todo ser humano, en su infancia, debe superar.

«Ya en los primeros años infantiles comienza el niño a sentir por su madre una especial ternura. La considera como una cosa suya y ve al padre como una especie de competidor que le disputa la posesión. Análogamente considera la niña a su madre como alguien que le estorba sus afectuosas relaciones con el padre y que ocupa el puesto que ella querría monopolizar».

La superación del complejo de Edipo o complejo de Electra, en el caso de les niñas, consisten en el proceso de identificación del niño con el padre y de la niña con la madre. Dicho proceso de identificación comienza en una etapa de tranquilidad pulsional en la cual el niño y la niña abandonan los intereses por las personas del sexo opuesto. Al mismo tiempo y debilitándose los sentimientos adversos, niños y niñas van imitando las pautas de comportamiento del progenitor del propio sexo e interiorizan sus preceptos. Además de formarse una personalidad adulta normal se va constituyendo el superyó del niño o de la niña.