Las identidades que matan


  

La identidad de cada cual, más allá de los elementos que figuran en el "documento de identidad", está constituida por diversas pertenencias: pertenencia a una tradición religiosa, a una nacionalidad, a un grupo étnico o lingüístico, a una familia, a una profesión, a un clan, a una pandilla de amigos, a cierto medio social, … Toda persona es resultado de la combinación de estos elementos o pertenencias. Pero en algunos momentos, una pertenencia determinada (nación, religión, clase,…) se expande, esconde todos los otros y se impone con el nombre de «identidad»; entonces, esta pertenencia lo es todo. La reducción de la identidad a una sola pertenencia es lo que analiza y denuncia Amin Maalouf en su libro Las identidades que matan. Para una mundialización que respete la diversidad. ¿Y qué alternativa propone? A la era de la mundialización hay que trabajar para que todo el mundo pueda asumir sus múltiples pertenencias, asumir su propia diversidad.

Las identidades que matan

A lo largo de la historia diferentes identidades han estado en conflicto; así las marcadas por la pertenencia religiosa al cristianismo o al islam. Hoy, la modernidad, con todo el progreso que comporta e identificándose con Occidente, se extiende por todo el planeta; ahora bien, para muchos ésta implica la negación de la propia cultura. Es preciso una mundialización que no amenace la diversidad cultural y la diversidad de maneras de vivir.



 
  

     «La humanidad entera no es está sino de casos particulares, la vida es creadora de diferencias y ninguna «reproducción» da nunca copias exactas. Todo el mundo, sin excepciones, posee una identidad compuesta. [...]

Es justamente eso lo que caracteriza la identidad de cada cual: que es compleja, única, insustituible, imposible de confundirse con ninguna otra. Si insisto tanto es por culpa de esta costumbre aún tan extendido y a mi entender muy pernicioso, y que hace que nos limitemos a decir, para afirmar nuestra identidad, «soy árabe», «soy francés», «soy negro», «soy serbio», «soy musulmán», «soy judío»; quién muestra, como lo he hecho yo, sus múltiples pertenencias, inmediatamente es acusado de querer «disolver» su identidad en un cuadro informe en que se borran todos los colores. […]


Para medir lo que es verdaderamente innato entre los elementos de la identidad, sólo es preciso hacer un ejercicio mental eminentemente revelador: imaginar un recién nacido que al nacer fuera alejado de su medio y situado en otro entorno; comparar entonces las diferentes «identidades» que podría adquirir, los combates que tendría que librar y los que le serían ahorrados... Esta persona, no es preciso decirlo, no tendría ningún recuerdo de «su» religión de origen, ni de «su» nación ni de «su» lengua, y podría verse luchando encarnizadamente contra quienes habrían tenido que ser los suyos.

Es innegable que lo que determina la pertenencia de una persona a un grupo dado es esencialmente la influencia del otro; la influencia de quienes tiene cerca —padres, compatriotas, correligionarios—, los cuales intentan hacérselo suyo, y la influencia de quienes tiene enfrente, los cuales ponen empeño para excluirlo. Cada uno de nosotros ha de abrirse paso entre los caminos en los que es empujado y los que le son prohibidos o llenos de trampas bajo los pies; nadie no es de golpe sí mismo, nadie no se limita a «tomar conciencia» de lo que es, sino que deviene lo que es; no se limita a «tomar conciencia» de su identidad, sino que la adquiere despacio.

El aprendizaje comienza muy pronto, desde muy pequeños. Cada uno es modelado, voluntariamente o no, por los suyos, los cuales le forman, le inculcan creencias familiares, ritos, actitudes, convenciones, la lengua materna, está claro, y también terrores, aspiraciones, prejuicios, enconos, así como diferentes sentimientos de pertenencia y de no pertenencia.»

MAALOUF, Amin. Las identidades que matan. Para una mundialización que respete la diversidad. Barcelona: Ediciones La Campana, 1999. (págs. 30-31, 34-35)



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