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No podemos asegurar que la «naturaleza» sienta más
simpatía por los peces del mar que por las sustancias químicas
que los diezman, ni por el bosque en vez de por el fuego que lo destruye,
ni que muestre más interés por cualquiera de nosotros que
por el virus del sida que le mata. Millares de especies vivas, empezando
por los venerables dinosaurios, han sido destruidas «naturalmente» antes
de que el hombre apareciese sobre la tierra; los astros explotan en los
cielos lejanos en conflagraciones monumentales que dejan en mantillas
la mayor de nuestras bombas nucleares con la misma «naturalidad» con la
que aparecen nuevos soles, etc. Pero «valorar» es precisamente hacer diferencias
entre unas cosas y otras, preferir esto a aquello, elegir lo que debe
ser conservado porque presenta mayor interés que lo demás.
La tarea de valorar es el empeño humano por excelencia y la base
de cualquier cultura humana. En la naturaleza reina la indiferencia, en
la cultura la diferenciación y los valores. Entonces debemos preguntarnos
qué criterios de valoración podemos tener para fundar nuestras
supuestas «obligaciones» hacia los elementos naturales. Dejando claro
de antemano que, sean cuales fueren tales criterios, siempre serán
«culturales» y nunca propiamente «naturales»...
SAVATER, Fernando. Las preguntas de la vida, Barcelona:
Ariel, 1999.
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