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Arquitectura barroca

Se suele denominar barroco al arte del siglo XVII. Se trata de un término peyorativo que el neoclasicismo del siglo XVIII atribuye a las obras del siglo precedente, a las que considera anticlásicas (desmesuradas, recargadas, confusas, faltas de equilibrio y orden).

Templos , palacios y villas serán los edificios barrocos más destacados.

La iglesia de Il Gesú de Roma será el punto de partida de la arquitectura barroca. En este templo se otorga un gran protagonismo al espacio en el que se celebra la consagración eucarística: la grandiosa nave longitudinal, cruzada por un brazo que no sobresale, y la inmensa cúpula están pensadas con este fin.

Los palacios deben ser símbolos de las monarquías absolutas triunfantes en este siglo. La villa es la primera manifestación del deseo de la nobleza y alta burguesía urbanas de huir de la ciudad y vivir en el campo, pero no como campesinos o nobles terratenientes, sino como refinadas gentes de ciudad.


El templo barroco

En el templo barroco se mantienen las plantas basilicales, pero predominan las centrales, cada vez más complejas: plantas circulares, elípticas, octogonales y de cruz griega.

Respecto a los soportes, hay que tener en cuenta que en el barroco lo constructivo y lo decorativo se funden, así como también lo simbólico. Las columnas, elementos constructivos, se hacen decorativas hasta llegar al extremo de la columna salomónica y son también el símbolo de la solidez y elevación de la Iglesia Católica.

Se emplean todo tipo de cubiertas, pero el elemento distintivo es la cúpula, que cubre e ilumina. Su vertiente simbólica es también importante: se eleva hacia los cielos.

Las fachadas son importantísimas en el barroco, puesto que este estilo busca integrar el edificio en el conjunto urbano. Por esta razón, a menudo la fachada no guarda relación con el interior sino que responde al proyecto urbanístico exterior. La fachada debe llamar la atención de los fieles. La entrada se sitúa en el centro de la fachada y es monumental; está cubierta por un frontón u otro elemento decorativo; decorada con columnas, nichos, ménsulas, etc. Las fachadas son, en muchas ocasiones, curvas (cóncavas, convexas) y su perfil crea un entramado de luces y sombras que refuerza el protagonismo de la pantalla.

Como artífices, en Italia destacan Gian Lorenzo Bernini (también arquitecto, además de escultor) y su discípulo Francesco Castello, más conocido como Borromini. El baldaquino que cubre el altar mayor de San Pedro del Vaticano, la iglesia de San Andrea del Quirinal (Roma) y la gran columnata de la plaza de San Pedro del Vaticano son obras de Bernini.

Borromini construye Sant'Agnese, San Carlo alle Quattro Fontane (de planta elíptica, compleja fachada con columnas exentas, cornisas sobresalientes y profusión de líneas curvas) y Sant'Ivo alla Sapienza (con cimborrio de muros ondulantes y linterna en hélice cónica.


El palacio barroco

Mientras que en Italia la arquitectura religiosa sigue manteniendo el liderazgo, en Francia, aun sin abandonar la construcción de templos (Los inválidos de París, obra de Mansart, por ejemplo), la arquitectura barroca dará sus mejores frutos en la arquitectura civil, especialmente la palatina.

Son características del gusto barroco francés el mantener en las fachadas la concepción y líneas clásicas (columnata exterior del Louvre de París, obra de Claude Perrault) y construir interiores suntuosos, llenos de espejos, techos decorados, etc.

El palacio de Versalles es la muestra más acabada de la arquitectura barroca francesa. El arquitecto Mansart concibe su planta y alzados. De dimensiones gigantescas, en este palacio domina la horizontalidad, reforzada por la división del edificio en tres plantas y cuerpos. El ritmo de la fachada de Versalles lo marca la repetición de cuerpos, repetición que rompe la atonía de este inmenso paramento d e 600 m. de longitud.


La arquitectura barroca peninsular

La arquitectura barroca española destaca por su originalidad en muchos aspectos. Mientras que no se alteran las formas constructivas de siglos precedentes, la decoración se hace más profusa que en cualquier otra zona de Europa. Quizá pueda establecerse un paralelismo con lo que ocurre en los campos económico y político: lo estructural es frágil, pero la pompa lo recubre todo.

Es difícil datar en España los inicios del barroco arquitectónico. El monasterio de El Escorial puede ser definido como renacentista, pero también como barroco por lo que tiene de desmesurado. El plano general del edificio fue obra de Juan Bautista de Toledo, Juan de Herrera fue su arquitecto definitivo. Juan Gómez de la Mora es el primer arquitecto que se considera barroco, al romper con el clasicismo en el Convento de la Encarnación de Madrid. Francisco Bautista construye San Isidro el Real (Madrid), plenamente barroco.

José Benito Churriguera alcanza un nivel de originalidad y popularidad tal, que se ha hablado de arquitectura churrigueresca para denominar buena parte de la producción española del siglo XVII. Una muestra de esta tendencia es la intervención que se hace en la catedral de Santiago de Compostela, en especial la fachada principal u Obradoiro de Fernando Casas y Novoa. Narciso Tomé es el autor de la fachada de la Universidad de Valladolid y del retablo del Transparente de la catedral de Toledo. Pedro de Ribera concibe, entre otros proyectos, la Capilla y la portada del Hospicio de Madrid. Rovira es el autor del Palacio del marqués de Dos Aguas de Valencia.


Rococó

El final del siglo XVII y el siglo XVIII están dominados por dos estilos sucesivos: el denominado rococó y el neoclasicismo, que es una reacción contra el primero.

Rococó es una denominación peyorativa que dieron a las artes de la etapa inmediatamente anterior los defensores del retorno al clasicismo. Rococó deriva de rocaille («rocalla», combinación de conchas y piedrecillas), un tipo de decoración que tuvo mucho éxito en palacios y jardines.

El rococó fue un estilo cortesano, galante, muy del gusto de la aristocracia y la alta burguesía urbanas: gentes refinadas, cultas, ociosas... pero que frecuentaban salones donde no todo era superficial. En ellos se divulgarán las «luces», las ideas filosóficas de la Ilustración que habrían de cambiar el mundo al concretarse en la Revolución francesa de 1789.

El rococó se preocupa sobre todo de los interiores y de la decoración; por lo tanto, los edificios rococó no presentan innovaciones estructurales respecto de los anteriores.

La decoración es desbordante, colorista y excesiva, aunque en los palacios urbanos se busca también la comodidad. La decoración se basa en estucos, frescos, espejos, tapices, etc. Se introducen formas y objetos orientales, porcelanas por ejemplo, que aportan todavía más lujo a los ya refinados espacios. Los muebles deben estar en consonancia con la ambientación general, con los cortinajes.

En Alemania triunfa el rococó; Johan Balthasar Neumann es su máximo representante (iglesia de Vierzehnheiligen, palacio de Würzburg). Los Borbones traen a la Península el estilo dominante en la corte francesa. Sin embargo, al ser el XVIII un siglo de decadencia para la Corona de Castilla, el rococó no cuenta con manifestaciones destacadas.

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