El Mito
Midas, rey de Frigia, era el más rico de todos los hombres del mundo, y como los que tienen mucho, su corazón quería más y más. Una vez tuvo la oportunidad de hacer un servicio a un dios, cuano en un jardín se encontró al anciano Sileno, que se había perdido de la comitiva de su patrón dioniso; se había parado aquí para dormir la borrachera. Midas amablemente rodeó al borracho errante con rosas y le obsequió con comida y bebida. Luego le envió con el dios del vino. Dioniso estaba tan agradecido que le ofreció al rey elegir cualquier recompensa que quisiera. Mi
das pidió al dios que le diese el don de que todo lo que tocase lo convirtiese en oro.
Impaciente por probar su nuevo poder, Midas fue al bosque,
y al tocar una ramita con el pie, ésta se convirtió en oro.
Todo lo que tocaba se convertía en oro. Quiso regresar a su casa
con su caballo, pero éste se convirtió en oro, incluso cuando
llegó a su palacio los pilares, las puertas, se convirtieron en oro.
Fatigado por su viaje, Midas pidió comida, pero justo cuando ésta
tocaba sus labios se convertía en oro y por tanto no se lo podía
comer. Lo mismo ocurría con la bebida. Atormentado
por el hambre y la sed, se levantó de este burlón banquete,
envidiando al chico más pobre de su palacio. No le reconformtaba
visitar su gran tesoro, y el hecho de ver todo de oro le empezó a
enfermar. Si él abrazaba a su hijos, si golpeaba a sus esclavos,
al instante sus cuerpos se convertían en estatuas de oro. Todo alrededor
lucía un odioso amarillo ante sus ojos.
Ante tal desesperación recurrió a Dioniso a quien suplicó
que le retirase ese regalo. El dios le dijo que buscase la fuente de Pactolo
y se bañase en su puras aguas, para así deshacerse del hechizo.
Cuando Midas llegó y se tiró al agua, éste se convirtió
en oro. Sólo desapareció el hechizo cuando metió su
cabeza bajo el agua.
Este rey no fue siempre tan afortunado en su trato con los dioses. Curado
de su codicia por el oro, no tenía más deseos en su mente;
un día estaba vagando por los bosques verdes y se encontró
a Pan luchando con Apolo. Pan presumía de su flauta contra el laúd
de Apolo. Para decidir cuál de los dos instrumentos emitía
la más dulce música, eligieron como árbitro a Midas,
y éste, un poco duro de oído, eligió como vencedor
a Pan. Entonces Apolo se enfadó con él y le castigó
adornando su cabeza con orejas de burro. Desde ese día el rey se
escondía de todos por tener esas orejas, y cubrió su cabeza
con un turbante. La única persona que sabía lo de sus orejas
era su barbero. Pero éste temiendo su ira bajó a la solitaria
orilla del río y excavó un agujero y susurró en él:
"Midas tiene orejas de burro", esperando que ningún hombre
pudiera oírle. Pero donde hizo el agujero creció una mata
de cañas, que, tan pronto como el viento las movía, murmuraban:
"Midas tiene oreja de burro"
El rey Midas