INS Can Planas

Generalitat de Catalunya - Departament d'Educació

Sant Jordi 2004


AUTOR DESCONOCIDO

-¡Vaya mierda de poesía!
Esa frase, que cambiaría su vida, acabó de hundir a Javi.
Aquella mañana, el chico entró en clase denotando un cierto nerviosismo. Pese al frío que hacía en la calle, sus temblorosas manos estaban muy sudadas. Como siempre, destacó su cara entre las demás, repleta de granos y con unos bonitos ojos verdes. Rápidamente se sentó en su silla y se puso a pensar. "Hoy es mi gran día, hoy tengo la oportunidad de ver publicada mi obra". Entretanto, la profesora había entrado, y exclamó con un desagradable tono de voz:
-¡Javier, ahora mismo a borrar la pizarra!
Javi se levantó y se dispuso a cumplir la orden de su profesora. Al principio lo hizo con normalidad, pero luego tuvo que dar unos pequeños saltitos para llegar a la parte superior. Cuando acabó, el chico volvió a sus pensamientos. "Si a la gente le gusta mi poema diré que el anónimo soy yo". Así pasó el tiempo, y llegó el momento clave. Acababan de repartir la revista del instituto en la que aparecía publicado el magnífico poema que él había escrito hacía dos semanas. Dada su timidez, Javi lo presentó como anónimo, pero estaba dispuesto a revelar su identidad. Pero los versos no tuvieron la aceptación que Javi esperaba, y empezó a desanimarse. Cada vez estaba peor, y la gota que colmó el vaso, fue, mientras caminaba por los pasillos, oír aquella maldita frase, proveniente de la boca de su mejor amigo:
-¡Vaya mierda de poesía!
Al volver para su casa, solo, y por el camino más oscuro, las ideas daban vueltas en su cabeza. Pensaba si servía para algo en esta vida. Casi no tenía amigos, y lo único que se le daba bien, escribir versos, ya no le gustaba a nadie. Entonces, tomó una resolución.

-¡A partir de hoy, cambiaré mi vida!- gritó el chico, como para que la promesa tuviera mas fuerza- ¡No volveré a ser el de siempre, seré una persona nueva!

Al día siguiente, entró en clase con un aspecto muy diferente. En vez del tradicional peinado que llevaba siempre, en su cabeza se veía una flamante cresta teñida de rojo. Además, en una de su sus orejas se había puesto un pendiente, al igual que en su nariz. También su vestimenta había cambiado. Ya no llevaba la misma ropa de siempre, sino una chaqueta y unos pantalones de cuero, adornados con un cinturón y una cadena de metal.

Gracias a su aspecto, Javi fue encontrando nuevos amigos, con los que fingía estar a gusto, aunque no fuera cierto. Más de una vez tuvo la tentación de regresar a ser el de antes, pero al recordar aquella frase, se le quitaban todas las ganas.

-Para mañana, de deberes, leéis las cinco primeras páginas de la revista que os acabo de repartir- dijo la profesora antes de marcharse de clase.

A Laura no le gustó nada aquella faena. Odiaba la revista. Nunca había ningún artículo bueno, todos eran tonterías.
Al entrar en casa, Laura se quitó la chaqueta y dejó al descubierto su larga mata de cabellos cobrizos. Fue directamente hacia su habitación y se puso a leer la revista.

-Cada año es peor- se dijo a si misma.

Ya lo daba todo por perdido, cuando de pronto, empezó a leer un poema en voz alta:
"Dolor, miedo, terror, muerte,
¿es eso ayuda para inocentes?
¿guerra, o salvación?
no es esta su elección."...
Al acabar de leerlo, una extraña sensación le invadió todo el cuerpo. Aquel poema era magnífico. Expresaba de una manera clara y concisa las penurias de la guerra. Laura estaba muy emocionada. Por su interior circulaban miles de sensaciones y pensamientos. Aquel poema le inspiraba un intenso dolor, incluso miedo, y de sus grandes ojos, empezaron a saltar pequeñas lágrimas. De pronto, se dijo a sí misma:

-Debo encontrar al autor

Para asegurarse de que aquello era verdad, volvió a leer el poema y bajó la mirada unos centímetros, hasta que leyó el nombre del poeta.

-Anónimo- dijo la chica, quedándose paralizada. - Anónimo- repitió, como si no se lo creyera. -Anónimo- dijo por tercera vez, y no volvió a hablar en un rato.
Pero Laura era una chica tenaz y al cabo de unos minutos decidió que buscaría al autor del poema, aunque tuviera que perder parte de su tiempo libre en el intento.

Al  día  siguiente,   al  salir de  clase,  Laura decidió  empezar  su búsqueda. Lógicamente, su primer paso fue ir a preguntar al equipo de redacción.
-¿Tienen los documentos originales de la última publicación de la   revista?
-Sí, tenemos casi todos- respondió la directora de redacción.
-¿Me los podría enseñar un momento, por favor?- preguntó Laura.
-Sí, claro.
Laura rebuscó entre todos aquellos papeles, y al fin dijo:
-Este es el que yo buscaba, ¿me podría decir quién es el anónimo?
-Pues lo siento mucho, pero este poema lo encontré encima de mi mesa hace unos días, y nadie sabe quién lo trajo.
-Muchas gracias de todas formas- dijo Laura educadamente.
-No hay de que.
-Perdone, ¿le podría pedir otro favor?
-Cuando quieras.
-Me gustaría que publicara este mensaje en la próxima revista y en el tablón de anuncios.

Laura le entregó un papel que la directora leyó en voz alta:

-Se busca al autor del poema "La verdad de la guerra" que se publicó en el último número de la revista. Por favor, el aludido que contacte con Laura Mendoza, teléfono 666256338. Gracias.
-¿Lo publicará?- preguntó Laura con un tono lastimero.
-Sí, mañana estará en el tablón de anuncios, y dentro de un par de semanas, en la revista.
-Muchas gracias, me ha sido usted de gran ayuda.
-De nada, ha sido un placer.
La mañana del jueves, al entrar en el instituto, Laura corrió hacia el tablón de anuncios, donde reconoció su mensaje. Volvió a clase rápidamente, para no llegar tarde, pero por desgracia tropezó con un chico.
-Lo siento- dijo el chico y le ayudó a recoger los libros que se le habían caído.
-No pasa nada, la culpa es mía.

Mientras los dos recogían los libros, un amigo del chico pasó por su lado y dijo;
-Javi, tío, como mola tu peinado; esa cresta roja es la caña. El chico se fiie con su amigo y Laura se dirigió a su clase.
Ahora Laura sólo podía esperar. Fueron pasando los días, pero el anónimo no aparecía. La chica, poco a poco, se iba deprimiendo. Ya sólo podía esperar el día de la publicación del nuevo ejemplar de la revista. Por fin llegó la fecha, que supuso para Laura una gran alegría.
-Mañana todo el instituto habrá leído la revista y sabré por fin quien es el anónimo- pensaba la joven.
Pero pasaron los días y el anuncio no tuvo contestación. Laura no podía aguantar más, y se sentía derrotada. Por mas que pensaba no se le ocurría ninguna otra forma de encontrar al anónimo, sería totalmente imposible. La chica creía que todas sus esperanzas se habían esfumado. En aquellos momentos era la persona más infeliz del mundo. No podía hacer nada. Pensó que si iba a la piscina a darse un chapuzón, se le refrescarían las ideas, y decidió hacerlo a la mañana siguiente.

Laura, tal y como había pensado, se dirigió a la piscina. Había tenido suerte, aquella mañana de sábado hacía mucho calor. Caminó hacia la taquilla, pero había mucha cola. Como siempre hacía en aquellas situaciones, se dedicó a observar a la gente. Le llamaron la atención dos personas, una chica que llevaba el mismo traje de baño que ella, y el chico con el que tropezó una mañana en el instituto. Se acordaba de él por su particular aspecto, bajito, con una cresta roja en la cabeza y un par de "piercings", uno en la oreja y otro en la nariz. Por fin llegó su turno para entrar. Dejó la toalla en la hierba y fue a darse un baño. Al cabo de unos minutos volvió a tumbarse y se puso a leer. Pero no estaba animada, y se puso a mirar el punto de lectura que se había fabricado, con el poema escrito en él. Cuando se sentía triste y melancólica lo leía y releía. Aquella vez no fiie diferente.
"Dolor, miedo, terror, muerte,
¿es eso ayuda para inocentes?
¿guerra, o salvación?
no es esta su elección"


¿Es ayuda o es negocio,
es democracia o petróleo,
o es controlar el poder
y una cuestión de interés?
Laura no se lo podía creer. Detrás suyo, una voz había recitado la segunda estrofa del poema. Intentó darse la vuelta, pero no lo consiguió, estaba totalmente paralizada. Durante unos momentos, Laura continuó sin poder moverse, hasta que al fin lo logró. Se dio la vuelta y vio a aquel chico bajito, con una cresta roja en la cabeza y un par de "piercings", uno en la oreja y otro en la nariz.

FIN



Alex Gómez Gonzalvo, 3º A

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