El aspecto humano de Cristo ha sufrido diversas configuraciones a lo largo de la historia del arte cristiano. La imagen que nos resultra ahora más familiar (moreno, con barba corta y largos cabellos) no fue, sin embargo, la primera. El primer arte cristiano tendió a representarlo, por influencia del arte clásico, como un joven imberbe:

 

Sarcófago de Junius Bassus (Roma, Museos Vaticanos). Mediados del siglo IV.   Bautismo de Cristo. Baptisterio de los arrianos. Rávena (Italia). Mediados del siglo VI.

 

A pesar de que la imagen, de origen sirio, del Cristo barbudo y de largos cabellos será la que, a partir del siglo VI, acabe imponiéndose existen ejemplos medievales de Cristos imberbes. Igualmente algunos pintores del Renacimiento y del Barroco, recurriran a imágenes de Cristo como un joven con la cara afeitada. Así ocurre en el Juicio Final de Miguel Ángel en la capilla Sixtina, o en la Cena de Emaús de Caravaggio.