San Sebastián

 

Sebastán fue un soldado enrolado en el ejército romano a finales del siglo III. El emperador Diocleciano, sin saber que era cristiano, lo nombra comandante de la guardia pretoriana. Cuando el emperador ponga en marcha las violentas persecuciones contra los cristianos, Sebastián apoyará a los perseguidos sin ocultar su condición de cristiano. Será detenido por ello y condenado a morir traspasado por las flechas de sus propios soldados. La imagen de su martirio será la más reirerada por el arte cristiano:

 

Antonio del Pollaiolo. Martirio de San Sebastián (Londres, National Gallery). 1473-1475.

En esta equilibrada composición inscrita en un triángulo, Antonio de Pollaiolo representa el martirio de San Sebastián. El río que se ve en el paisaje de fondo es el Tíber (el río que atraviesa Roma). Las ruinas de de la izquierda, que recuerdan claramente la arquitectura romana, son a su vez una alusión a esa misma ciudad.

El tema fue muy utilizado por los pintores del Renacimiento, interesados por la representación de la anatomía humana, por las posibilidades que a ese respecto ofrecía el cuerpo semidesnudo del mártir.

 

Sebastián consiguió sobrevivir al martirio y, recogido y curado por santa Irene, se enfrentó a Diocleciano recriminándole su persecución contra los cristianos. El emperador lo condenó de nuevo a muerte, esta vez a ser lapidado, al tiempo que ordenó que se arrojara su cadáver a una cloaca a fin de que nadie puediera encontrarlo. El santo se apareció en sueños a santa Lucía, una cristiana romana, para decirle donde se encuentra su cadáver y pedirle que lo entierrara en las catacumbas. Entre sus dos martirios el arte cristiano ha optado preferentemente por representar el primero, de tal modo que su atributo pasará a ser una flecha.

Al igual que San Roque era invocado contra la peste. De ahí algunas representaciones conjuntas de ambos santos.