En María Magdalena la tradición ha hecho confluir las personalidades de tres mujeres que aparecen en el Nuevo Testamento en el entorno de Jesús: la pecadora que en la cena en casa del fariseo Simón enjuga con sus cabellos los pies de Cristo con perfume (de ahí que se la suela representar con un frasco en sus manos); María de Betania, hermana de Lázaro y de Marta (ambas reciben a Jesús en su casa); y María de Magdala a la que Jesús cura de los demonios que la poseían y que, además de estar presente en varios momentos de la Pasión de Cristo, será la primera persona a la que Éste se aparezca tras su resurrección (Noli me tangere).

Según la leyenda, tras la Ascensión de Cristo, María Magdalena habría llegado al Sur de Francia en compañía de sus hermanos, Marta y Lázaro, y allí, en la soledad de una gruta, habría llevado durante treinta años, hasta su muerte, una vida dedicada a la penitencia:

 

José Ribera. La Magdalena penitente (Madrid, Museo del Prado).  1640-1641. En el Barroco sus representaciones más frecuentes la muestran como penitente orando. Aquí Ribera la representa en el interior de la cueva. El frasco de perfume, casi oculto por las sombras, de la parte inferior derecha facilita su identificación, aunque lo habitual en este tema es que se acompañe de una calavera en alusión a su renuncia a los bienes terrenales y a su meditación sobre la caducidad de lo mundano.