El País 22/03/2000

¿Quién teme a los transgénicos?

Jesús Mosterín

Si los organismos transgénicos son los que contienen genes de otras especies incorporados a su genoma, todos los organismos son transgénicos, incluso nosotros mismos, pues tenemos genes procedentes de múltiples especies ancestrales. Todos somos el resultado de una larga cadena de experimentos genéticos aleatorios, algunos tan violentos, chapuceros e intrusivos como los que dieron lugar a la célula eucariota, cuyas mitocondrias aún portan genes de bacterias todavía por incorporar. La evolución biológica se basa en la interacción de un mecanismo de creación de diversidad con otro de filtro y selección. Nosotros llevamos 10.000 años interfiriéndonos en el segundo mecanismo mediante la selección artificial y unos pocos en el primero mediante la ingeniería genética. ¿Hay razón para alarmarse?Hay tres razones concebibles para alarmarse ante un nuevo alimento: (1) porque represente algún peligro para la salud humana; (2) porque haga sufrir a algún animal sensible; o (3) porque disminuya la biodiversidad de la biosfera.

Las plantas naturales pueden contener todo tipo de toxinas y venenos letales. Piénsese en setas como Amanita phalloides o en venenos mortíferos como el curare, usado por ciertos amerindios para emponzoñar las puntas de sus flechas. También las nuevas variedades de plantas transgénicas artificiales podrían tener efectos patógenos, por lo que deben ser sometidas a las pruebas habituales de inocuidad. De hecho, no se conoce un solo caso de planta modificada genéticamente que haya supuesto un problema para la salud humana. Lo que sí ha producido graves y repetidos problemas ha sido la ganadería abusiva, desde la enfermedad de las vacas locas inglesas hasta las dioxinas de los pollos belgas. Pero argumentar a partir de ahí contra las plantas y semillas transgénicas como comida de Frankenstein es confundir la gimnasia con la magnesia.

Hay que evitar la crueldad para con los animales, capaces de sufrir como nosotros, y por ello hay que rechazar los establos de concentración y las baterías de gallinas. Sin embargo, las plantas carecen de sistema nervioso y, por tanto, no pueden sufrir. Desde este punto de vista de la ética de la compasión, no hay límite alguno a la creación de nuevas variedades de plantas por ingeniería genética.

En la perspectiva de la ética ecológica, la conservación de la biodiversidad de nuestro planeta es un valor supremo. El mayor enemigo de la biodiversidad es la agricultura. Cada vez que se rotura un bosque tropical para plantar trigo o arroz o pastos, una comunidad rica y diversa de múltiples especies distintas es brutalmente sustituida por la monótona uniformidad del cultivo agrícola. De todos modos, también queremos comer. Por tanto, hay que sacrificar ciertas tierras, dedicándolas a la agricultura, y conservar la biodiversidad en otras, preservadas en su estado natural. Cuanto más eficiente sea la agricultura, más alimentos podrá producir por hectárea cultivada y tanta mayor superficie natural permitirá conservar. En la medida en que ciertos cultivos transgénicos incrementen el rendimiento agrícola, tanto mejor para la naturaleza. La extensión de esos cultivos en Estados Unidos ha coincidido con una reducción del suelo agrícola y un incremento de los bosques.

En mayo de 1999 un grupo de la Universidad de Cornell anunció en Nature que el maíz transgénico Bt incrementa la mortalidad de la mariposa monarca. Los biólogos inmediatamente manifestaron su escepticismo sobre esos resultados, dado el mal diseño del experimento. No se había hecho ningún estudio de campo, limitándose a forzar a las mariposas a alimentarse de polen de maíz en el laboratorio, cosa que no hacen en la naturaleza. Luego se ha comprobado que la mortalidad de las mariposas monarcas se incrementa siempre que se las obliga a comer polen de maíz, tanto si éste es génico como transgénico. De hecho, en los últimos dos años, mientras los cultivos de maíz transgénico Bt se han multiplicado por toda la ruta de la emigración de las mariposas monarca, el número de éstas se ha incrementado. El propio equipo de Cornell se ha retractado de sus conclusiones iniciales.

Desde luego, el mundo actual nos ofrece mil motivos de alarma, pero los cultivos transgénicos no parecen ser uno de ellos.