El País 15/04/03

Carbón

Manuel Ludevid

Desde el punto de vista ambiental, el carbón es el peor combustible que existe para la generación eléctrica. Sobre este asunto parece existir un amplio consenso en todo el mundo. El pasado mes de julio de 2002 (semana del 6 al 12) la revista The Economist dedicaba su portada a esta cuestión con este significativo título El carbón: enemigo público número uno del medio ambiente. Por esta razón, no deja de sorprender, en un país ya muy castigado ambientalmente como España, que tres empresas energéticas (Endesa, Hidrocantábrico y Unión Fenosa) se hayan planteado enmendarle la plana al Gobierno con la propuesta de ampliar las centrales eléctricas con carbón que existen en nuestro país. En lugar de cerrar centrales de carbón, proponen construir otras nuevas o ampliar las existentes.

No se trata de una vuelta al carbón. De hecho, el carbón nunca se fue. En el año 2001 (último del que tenemos estadísticas completas), más de un tercio de la generación eléctrica española se obtuvo a partir de la combustión de carbón: el 36% exactamente. El resto de la energía primaria consumida en generar electricidad aquel año se distribuyó así: otro 36% era de origen nuclear, el 11% procedía de derivados del petróleo (fuel), el 7,6% era hidroeléctrica, el 6,7% se producía con gas natural y el 2,7% se basaba en otras fuentes (biomasa, residuos sólidos urbanos y eólica).

Aclaremos que estamos hablando cada vez más de carbón de importación. Habida cuenta de la mala calidad del carbón español, las centrales térmicas basadas en este combustible usan cada vez más carbón de importación, de países como Suráfrica. Con ello, va perdiendo sentido progresivamente la supuesta protección a la producción española y el argumento de la autosuficiencia energética.

El papel central del carbón en la generación eléctrica contribuye a explicar por qué España se halla entre los países con peor actuación ambiental de la Unión Europea, especialmente por lo que se refiere a la contaminación a la atmósfera y a la eficiencia energética. En efecto, las centrales térmicas tradicionales de carbón emiten tres veces más dióxido de carbono y seis veces más óxidos de nitrógeno que las nuevas centrales de ciclo combinado a gas natural. Las centrales de carbón son también las peores en emisiones de dióxido de azufre, de partículas en suspensión, de monóxido de carbono, de óxido nitroso y de compuestos orgánicos volátiles. Como es sabido, el dióxido de carbono es el principal responsable del cambio climático a escala global, y los óxidos de nitrógeno constituyen el principal problema en relación con la contaminación atmosférica local o superficial. El dióxido de azufre es uno de los causantes de la lluvia ácida, como saben muy bien los vecinos de Andorra (Teruel) y de Cercs (Berguedà).

Esta situación nos ayuda a entender por qué España es el país de la Unión Europea que más incumplió lo acordado en el Protocolo de Kioto sobre cambio climático, por qué es el antepenúltimo país (sólo detrás de Portugal e Irlanda) en la reducción de contaminantes que contribuyen al proceso de acidificación, o por qué es también el tercero por la cola (detrás de Portugal y Grecia en este caso) en reducción de emisiones de los precursores del ozono (como el óxido de nitrógeno y los compuestos orgánicos volátiles) que generan la polución a ras de tierra.

Este papel del carbón también ayuda a explicar la mala intensidad energética (consumo energético por unidad económica producida) de España: a finales de la última década era el penúltimo país de la Unión Europea. Si los países de la Unión habían reducido en un 1%, como promedio, su intensidad energética, España la había aumentado en un 1%. Solamente Portugal ofrecía un balance peor. Las razones de nuestra ineficiencia energética son múltiples. Pero es preciso recordar también que mientras que una central térmica tradicional de carbón tiene una eficiencia del 36% (de cada 100 unidades de energía que entran en la central sólo pueden convertirse en energía eléctrica 36 unidades), las nuevas centrales de ciclo combinado a gas natural alcanzan niveles de eficiencia del 58%.

Todo ello explica las razones del plan energético del Gobierno español para el periodo 2001-2011. En línea con la política de la Unión Europea y de los países más avanzados del mundo, el Gobierno apuesta por satisfacer el aumento previsto de la demanda energética en España a partir de la construcción de centrales de ciclo combinado a gas natural (13.000 nuevos megavatios) y de parques de energía eólica (9.000 nuevos megavatios). Con el objetivo de que el gas natural representase al final de este período (año 2011) el 33,1% de la energía eléctrica española y que el carbón descendiera en términos relativos al 15% en aquella fecha.

No parece oportuno ampliar todavía más la enorme porción de generación eléctrica que proviene del carbón. Bien al contrario, más allá de las nuevas fuentes de generación eléctrica más eficientes y menos contaminantes, lo que procede es ir cerrando ordenadamente las centrales térmicas de carbón más obsoletas. Nos va en ello dejar de una vez el furgón de cola de la Unión Europea en actuación ambiental. España, potencia turística de primer orden a escala mundial, debería abandonar esta posición lo antes posible.