Aprendiendo a querer

Diálogos



¡No es justo!

dicen que no hay rosas sin espinas y de la Basílica salí con una clavada en mi corazón, pero eso sólo lo sabemos Ella y yo.     ¡No es justo!
¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Siempre he procurado hacer el bien y ya ves cómo me paga Dios.
Me duele todo, estoy casi ciega, me caigo, no sirvo para nada...
Dicen que Dios aprieta, pero no ahoga, pero yo ya no aguanto más.
No soy más que un estorbo, como una mosca en un vaso de leche.
¿Qué he hecho yo para merecer esto?
¡No es justo!

     No hables así. Confía en Dios.
Hablas como si los males fuesen un castigo de Dios.
Nuestros males son consecuencia de nuestra propia miseria.
Es natural enfermar, perder facultades...
Más que vivir, sobrevivimos. ¡Estamos vivos de milagro!
La miseria humana es un abismo que llama a otro abismo, el de la misericordia de Dios.
San Josemaría Escrivá solía decir que Dios, de los males, saca bienes y de los grandes males, grandes bienes.
Este mundo es un valle de lágrimas. Si todo nos fuera bien, nadie querría morirse. ¡Salimos ganado al morirnos!

     ¡No rehuso morir!
Nunca he tenido miedo a la muerte.


     Ya, claro. Lo que tienes es miedo a la vida. Cuando se sufre, lo difícil es soportar la vida.

     Yo, me resigno.

     Eso es poco para quien espera en Dios. Acepta, ama, agradece...
Piensa que es Padre amoroso y providente, que si permite que suframos es porque nos conviene.
Los padecimientos de esta vida nos purifican.
Purifican nuestra fe, inclinándonos a poner nuestra confianza sólo en Dios, porque Él sabe más.
Purifican nuestra esperanza, ayudándonos a elevar la mirada por encima de este mundo.
Purifican nuestra caridad, porque nos enseñan a amar a Dios sobre todas las cosas.

Si Dios me concediese tres deseos, quizá empezaría pidiéndole salud, pero si me concede sólo uno...
¡Sólo Él puede dar la vida eterna, y no me conformo con menos!
Y si para llegar a la Vida hay que recorrer el camino estrecho, pasar por la puerta angosta y llegar hasta la Cruz, "Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!" (Camino, 208)




Te escucho.
Si puedo, te daré un consejo.
En cualquier caso, rezaré por ti.

Escríbeme.



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