Cuando leo esos trozos, que, por cierto, son preciosos, dulces y reflexivos, como que lo sacuden a uno cuando los lee, percibo una inmensa tristeza mezclada con melancolía que le embarga su corazón.
Son reflexiones sobre mi
propia
vida, o sobre la de los que me rodean, expresadas de forma más o
menos poética, pero fiel, sin deformar los hechos que se narran.
Los escribo para provocar la confidencia de alguna persona atribulada a
la que pueda animar con mis "silbidos", y también para "sacudir"
las conciencias dormidas. Me duele el sufrimiento ajeno, las almas que
se pierden... pero no estoy triste. ¡Teniendo a Dios tan cerca no
puedo estar triste!
Nunca me han dado la
opinión
sincera de la forma en que escribo.
A veces siento que por compromiso me dicen: Sí,
están
bien...
Quiero su opinión franca. Mis hijas a veces resultan ser
mis críticos y dicen que soy cursi...
Quizá les falta
algo
de sensibilidad para apreciarlas en toda su profundidad.
Es uno de los principales defectos en la educación actual:
demasiados
efectos especiales y poca poesía.
La poesía, quizá mejor que la prosa, permite llevar al
límite la capacidad de comunicar lo inefable, lo que es tan
íntimo
y espiritual que resulta casi imposible de expresar. En ese sentido,
nadie
como San Juan de la Cruz. Sus poesías intentan expresar el amor
divino, nada menos. Seguro que a tus hijas también les
parecería
cursi.
Quizá podrías cuidar un poco más la
métrica.
Lo de menos es que el final de las líneas coincida, que "rime".
Lo esencial es el ritmo: se debería poder cantar.
Lo que más me ha gustado es el final:
¡Aprovecha mientras tengas vida!
¡Mientras puedas, aprovecha!
Aprende a disfrutar de las praderas.
Aprecia las mañanas montañeras.
Siente que eres dueño de tu vida.
¡Ama, perdona y olvida!
Y estarás listo,
cuando llegue tu última partida.
