Aprendiendo a querer

Diálogos


Tentaciones

     Sé que soy hija de Dios pero un tanto malilla. Ovejita negra, aunque mi corazón es bueno. Trataré de mejorar... ¿ya?

     ¡Ya!

     ¡Yo no quiero ser como un ángel para que Dios me considere digna de algo!

No somos ángeles. Somos pecadores. Y es preciso reconocerlo para poder merecer el perdón de Dios, como aquél ladrón que mereció escuchar: "Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso".
Al cielo no van quienes quieren ser como ángeles, sino quienes quieren agradar a Dios, corresponder a su amor.
Por mucho que nos esforcemos, no podemos considerarnos dignos ante Dios, con mérito propio. Pero con la gracia de Dios, podemos luchar, y eso basta.

     Yo quiero ser humana, como él me hizo.

     ¡Bien!
No podemos alcanzar nada en el plano sobrenatural si no somos "muy humanos".
Amamos a Dios con nuestro corazón humano, el mismo con el que amamos apasionadamente al prójimo y a las cosas buenas de este mundo.

     ¿Por qué darme tentaciones y debilidades y luego juzgarme?
¿A qué juega Dios ?

     Papá Dios...
Juega a levantarnos cuando caemos, a enjugar nuestras lágrimas cuando lloramos.
Juega a contemplar el pequeño a través de los ojos de la madre, el marido enfermo a través de los ojos de la esposa:
"     Niño.      Enfermo.      Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas en mayúscula?" (Camino, 419).
Juega a asumir nuestro propio barro, para conversar con nosotros, para llorar con nosotros, para amarnos con corazón humano, para que podamos amarle como al Amigo que dio la vida por nosotros.

Las debilidades son nuestras. Dios no tienta a nadie: nos tentamos solos.
¿Por qué permite nuestra debilidad?
Quizá para que le busquemos.
Si fuésemos fuertes como ángeles, quizá acabaríamos soberbios como demonios.
 
 



Te escucho.
Si puedo, te daré un consejo.
En cualquier caso, rezaré por ti.

Escríbeme.



Aprendiendo a querer