Evolución
frente a oscurantismo
Razones de una teoría
Las pruebas en favor
de la evolución son tan persuasivas que la única
forma de salvar la teoría de la creación es
suponer que Dios colocó adrede ingentes cantidades
de pruebas para que pareciera que la evolución había
tenido lugar
De los billones de formas de juntar las partes de un cuerpo,
sólo una minoría sobreviviría.
RICHARD DAWKINS
La Vanguardia: 30/06/2004
En el caso de que fuéramos
visitados por criaturas superiores de otro sistema solar
(tendrán que ser superiores para llegar hasta aquí),
¿qué terreno común de debate encontraríamos?
¿Superaríamos las barreras sólo con
aprender el idioma del otro o serían nuestros intereses
tan divergentes que impedirían toda discusión
seria? Parece improbable que los viajeros estelares vayan
a querer hablar de crítica literaria o música,
de religión o política. Dante no significará
nada para quienes carezcan de experiencias y emociones humanas
y, en caso de que tengan literatura o arte, es probable
que nos resulten demasiado ajenos para estimular nuestras
sensibilidades. Por citar a dos pensadores considerados
a veces como los iguales de Darwin, dudo mucho de que nuestros
visitantes tengan gran interés en hablar de Marx
o Freud, si no es quizá en tanto que meras curiosidades
antropológicas. No tenemos razón alguna para
suponer que las obras de esos hombres superan la importancia
local, provinciana, humana y pospleistocena (y algunos añadirían
europea y masculina).
Las matemáticas y la física
son otro cantar. Nuestros invitados quizá descubran
que nuestro nivel es curiosamente bajo, pero habrá
un terreno común. Estaremos de acuerdo en que ciertas
preguntas sobre el universo son importantes y estaremos
de acuerdo en las respuestas a muchas de esas preguntas.
La conversación discurrirá sin tropiezos,
aunque la mayoría de las preguntas surja de un lado
y la mayoría de respuestas del otro. En caso de que
conversemos de la historia de nuestras respectivas culturas,
nuestros visitantes seguramente mencionarán con orgullo,
por más que alejados en el tiempo, a sus equivalentes
de Einstein y Galileo, de Newton y Fermi. ¿Y Darwin?
¿Reverenciarán nuestros invitados como uno
de sus grandes pensadores de todos los tiempos a otro Darwin?
¿Podremos mantener con ellos una conversación
seria a propósito de la evolución? Creo que
la respuesta es afirmativa. El logro de Darwin, como el
de Einstein, es universal y eterno, mientras que los logros
de Marx y Jesucristo, por ejemplo, son provincianos y efímeros.
En los albores del siglo XXI, la posición de Darwin
entre los biólogos serios (en tanto que opuestos
a no biólogos c condicionados por prejuicios religiosos)
es tan importante como en cualquier momento tras su muerte.
¿Cuál es, pues, el
enigma de Darwin y cuál es su solución? De
todos los billones y billones de formas de juntar las partes
de un cuerpo, sólo una minoría infinitesimal
sobreviviría, buscaría alimento, comería
y se reproduciría. Es cierto que hay muchas formas
diferentes de estar vivo -diez millones de formas diferentes
al menos, si contamos el número de especies distintas
vivas hoy-; ahora bien, por muchas formas que haya de estar
vivo, seguro que hay muchísimas más de estar
muerto.
Podemos concluir sin temor a equivocarnos
que los cuerpos vivos son miles de millones de veces demasiado
complicados -demasiado improbables desde el punto de vista
estadístico- para haber llegado a existir por pura
casualidad. Es algo tan improbable como que hayan sido diseñados,
puesto que el mismo Diseñador sería aún
más improbable. Entonces, ¿cómo se
explica la aparición de los seres vivos? La respuesta
correcta la respuesta de Darwin- es que el azar
desempeña un papel en la historia, pero no interviene
en acto único y monolítico. Se trata, más
bien, de toda una serie de diminutos pasos, producidos en
secuencia y cada uno de ellos lo bastante pequeño
para ser un producto creíble de su antecesor. Estos
pequeños pasos están causados por mutaciones
-errores aleatorios- en el material genético. La
mayoría de los cambios resultantes son perjudiciales
y conducen a la muerte. Unos pocos resultan ser ligeras
ventajas que conducen a una mayor supervivencia y reproducción.
Mediante este proceso de selección natural, los cambios
que resultan beneficiosos acaban difundiéndose por
toda la especie y se convierten en la norma. Y ya está
todo a punto para el siguiente pequeño cambio en
el proceso evolutivo. Después de, por ejemplo, un
millar de pequeños cambios en serie como esos en
los que cada cambio proporciona la base para el siguiente,
el resultado final acumulado se ha convertido en algo demasiado
complejo para ser el resultado de un único acto del
azar.
Aunque es teóricamente posible
que un ojo surja de la nada gracias a un único paso
afortunado, en la práctica eso es inconcebible. La
cantidad de suerte necesaria es demasiado grande, supone
cambios simultáneos en un enorme número de
genes. Podemos descartar de modo categórico semejante
coincidencia milagrosa. Sin embargo, es perfectamente verosímil
que el ojo moderno haya surgido de algo casi igual que el
ojo moderno pero no del todo: un ojo ligeramente menos complejo.
Del mismo modo, ese ojo ligeramente menos elaborado surgió
de otro ojo a su vez ligeramente menos elaborado y así
sucesivamente. Si suponemos un número lo bastante
grande de diferencias lo bastante pequeñas entre
cada etapa evolutiva y la anterior, seremos capaces de hacer
derivar un ojo completo, complejo y funcional desde un simple
tejido de piel. ¿Cuántas etapas intermedias
se nos permite presuponer? Depende de cuánto tiempo
dispongamos. ¿Ha habido suficiente tiempo para que
los ojos evolucionen dando pequeños pasos desde la
nada?
Los fósiles nos dicen que
la vida lleva evolucionando en la tierra desde hace más
de 3.000 millones de años. Para la mente humana resulta
casi imposible concebir tal inmensidad temporal. Nosotros,
que natural y felizmente percibimos nuestra vida como un
período bastante largo, no contamos con vivir ni
siquiera un siglo. Han pasado 2.000 años desde que
vivió Jesucristo, un lapso lo bastante prolongado
para difuminar la distinción entre la verdad y el
mito. ¿Somos capaces de imaginar un millón
de veces ese período? Supongamos que quisiéramos
escribir toda la historia en un simple pergamino. Si consiguiéramos
condensar toda la historia d. C. en un metro, ¿qué
longitud tendía la parte a. C.? La respuesta es que
la parte del pergamino correspondiente al período
anterior a nuestra era iría desde Milán hasta
Moscú. Pensemos en la cantidad de cambio evolutivo
que eso permite. Todas las razas de perros domésticos
(pequineses, caniches, spaniels, san bernardos y chihuahuas)
proceden de lobos a lo largo de un período que se
mide en cientos o, como mucho, miles de años: sólo
dos metros en el camino de Milán a Moscú.
Pensamos en la cantidad de cambio que hay en el paso de
un lobo a un pequinés. Multipliquemos esa cantidad
de cambio por un millón. Considerando las cosas así,
resulta fácil creer que un ojo haya podido evolucionar
grado a grado a partir de un no ojo.
A veces se sostiene que las partes
de un ojo tienen que estar todas juntas o de lo contrario
el ojo no funciona en absoluto. Medio ojo, se añade,
no es mejor que la ausencia de ojo. No se puede volar con
media ala; no se puede oír con medio oído.
Por lo tanto no puede haber habido una serie de pasos graduales
intermedios que hayan desembocado en un ojo, una ala o un
oído modernos. Este tipo de razonamiento es tan ingenuo
que sólo cabe sorprenderse ante los motivos subconscientes
que llevan a querer creer en él. Es a todas luces
falso que medio ojo resulte inútil. Los enfermos
de cataratas no ven muy bien sin gafas, pero están
mucho mejor que quienes carecen de ojos. Sin el cristalino
no se tiene una imagen nítida, pero es posible no
tropezar con obstáculos y detectar la acechante sombra
de un depredador.
El argumento similar de que no se
puede volar con media ala es refutado por una abundante
cantidad de animales con grandes habilidades planeadoras,
incluidos mamíferos de muchas clases, lagartos, ranas,
serpientes y calamares. Muchas clases diferentes de animales
arborícolas tienen membranas de piel entre las articulaciones
que en realidad constituyen alas rudimentarias. Si nos caemos
de un árbol, cualquier membrana de piel o aplanamiento
del cuerpo que contribuya a aumentar su superficie puede
salvarnos la vida. Los ojos y las alas no surgen de golpe.
Eso equivaldría a tener la suerte de dar con la combinación
que abre la cámara acorazada de un banco. Ahora bien,
si haciendo girar los números de la cerradura al
azar la puerta de la cámara se abriera una rendija
cada vez que nos acercáramos al número afortunado,
no tardaríamos en abrirla. En esencia, éste
es el secreto de cómo la evolución consigue
por selección natural lo que había parecido
imposible. Cosas que no puede derivarse de forma verosímil
de antecesores muy diferentes puede derivarse de forma verosímil
de antecesores sólo ligeramente diferentes. Siempre
será posible deriva cualquier cosa de otra, mientras
que exista una serie lo bastante larga de antecesores ligeramente
diferentes.
De modo que la evolución es
teóricamente capaz de hacer el trabajo que hace mucho
tiempo se consideró que era prerrogativa de Dios.
¿Y existe alguna prueba de que la evolución
ha existido? La respuesta es afirmativa. Se han encontrado
millones de fósiles en los lugares exactos y en las
profundidades exactas que cabría esperar de ser cierta
la evolución. Y lo que es aún más revelador,
no se ha encontrado nunca ni un solo fósil en un
lugar donde no cupiera esperarlo según la evolución,
aunque hubiera podido ocurrir: el fósil de un mamífero
en una roca tan antigua que fuera anterior a la aparición
de los peces, por ejemplo, bastaría para refutar
toda la teoría de la evolución.
Las pautas de la distribución
de plantas y animales vivos sobre los continentes y las
islas del mundo es justo la misma que si hubieran evolucionado
desde antepasados comunes por medio de pasos lentos y graduales.
Las pautas de la semejanza entre animales y plantas es justo
la misma que si algunos fueran primos hermanos y otros primos
más lejanos. Estos hechos resultaron muy convincentes
ya en época de Darwin. En la actualidad, con las
pruebas genéticas moleculares, hay que estar loco
para dudar de ellos.
Las pruebas en favor de la evolución
son tan persuasivas que la única forma de salvar
la teoría de la creación es suponer que Dios
colocó adrede ingentes cantidades de pruebas para
que pareciera que la evolución había tenido
lugar. En otras palabras, los fósiles, la distribución
geográfica de los animales, la distribución
de los códigos de ADN, etcétera, todo eso
no es más que un gigantesco truco para poner a prueba
nuestra confianza.
¿Quién desea venerar
un Dios capaz de tal artimaña? Es sin duda mucho
más reverente, y también más sensato
científicamente, aceptar las pruebas sin desconfiar
de ellas. Todas las criaturas vivientes son primas unas
de otras, descienden de un antepasado remoto que vivió
hace unos 3.000 millones de años. La evolución
es un hecho, y uno de los más importantes que conocemos.
Negarlo sería un acto de barbarie digna de las épocas
más oscuras.
Richard Dawkins (Nairobi, 1941) es titular de la cátedra
Charles Simony de Divulgación Científica en
la Universidad de Oxford, además de enseñar
zoología en las universidades de California y Oxford.
Ha presentado programas de televisión en la BBC y
dirigido varias publicaciones científicas
TRADUCCIÓN: JUAN GABRIEL LÓPEZ GUIX