Lo que Darwin ignoraba
LA VIDA NO OCUPÓ la Tierra tras un combate,
sino extendiendo una red de cooperación
RICARD GUERRERO - 22/08/2004
La continuidad y unidad de la vida
se pone de manifiesto en la uniformidad de los sistemas
genéticos y en la constancia de la composición
molecular de los organismos. La vida es químicamente
conservadora. La biología molecular demuestra que
toda la vida actual procede de unos antepasados comunes.
Nuestro ADN proviene de las mismas moléculas que
estaban presentes en las células primitivas. La evolución
conecta la vida a través del tiempo. Cada uno de
nosotros es la consecuencia de una serie de replicaciones
sucesivas del ADN primigenio que no se ha interrumpido jamás.
La visión de la evolución
como una lucha crónica y encarnizada entre individuos
y especies, distorsión popular de la idea darwiniana
de la supervivencia del más apto, se desvanece con
la nueva imagen de cooperación continua, estrecha
interacción y mutua dependencia entre formas de vida.
La vida no ocupó la Tierra tras un combate, sino
extendiendo una red interactiva por su superficie. Anton
de Bary (1831-1888) observó que los líquenes
consistían en la unión de un hongo y un alga.
Acuñó la palabra simbiosis (1873) como la
vida en común de tipos diferentes de organismos con
mutuo beneficio. Su consecuencia, la simbiogénesis,
o unión permanente de distintos organismos para formar
seres colectivos, ha sido una importante fuerza de cambio
evolutivo.
A partir del estudio por ordenador
de El origen de las especies de Charles Darwin (1859), se
han analizado un total de 200.000 palabras y se ha anotado
el número de veces que sale una determinada. Algunos
ejemplos: especie (1.803 veces), selección (540),
individuo (298), perfección (274), raza (132), destrucción
(77), exterminio (58), matar (21). Sin embargo, no sale
ninguna vez cooperación, asociación, colaboración,
interacción, o similares, es decir, simbiosis, siguiendo
a De Bary. No se puede entender por completo la biología
de los eucariotas sin reconocer el origen bacteriano de
mitocondrias y cloroplastos, y que las asociaciones simbióticas,
lejos de ser una rareza, constituyen un factor esencial
en la evolución de la biosfera. Pero eso, Darwin
no podía saberlo.
Otras de las muchas cosas que Darwin
ignoraba eran los mecanismos de la herencia. Mendel no había
publicado sus experimentos, y los papeles precisos del óvulo
y el espermatozoide no se conocían. Tampoco sabía
bien qué eran las bacterias, ni su enorme potencialidad
metabólica y genética. De los casi cuatro
mil millones de años de historia de la vida sobre
la Tierra, el 85% de ese tiempo los microorganismos han
sido sus únicos habitantes. Ellos fueron los inventores
de todas las estrategias metabólicas. Esas estrategias
generalmente acertaban, pero también cometían
errores. Un error metabólico, la producción
de oxígeno, originó la vida aeróbica;
uno estratégico, la endosimbiosis, originó
la célula eucariota.
La simbiosis con microorganismos
es un motor de la evolución. Un claro ejemplo son
los pulgones. Un pulgón es un insecto parásito
de plantas, a las que extrae savia para alimentarse. Además,
tiene en su interior miles de millones de individuos de
la bacteria Buchnera. El pulgón y Buchnera han evolucionado
conjuntamente desde hace 150 millones de años. Esta
larga coevolución ha originado una dependencia mutua:
la bacteria no puede vivir fuera del insecto y el pulgón
necesita la bacteria para obtener nitrógeno. En general
nos fijamos sólo en el insecto y hablamos del pulgón;
pero un pulgón es algo más, es él y
sus circunstancias. Y sus circunstancias son estas bacterias
imprescindibles para su supervivencia.
No obstante, a pesar de su ignorancia,
Darwin fue capaz de dar una teoría coherente que
explicaba el cambio de los organismos a través del
tiempo. Y si hubiera reparado en los muchos ejemplos de
simbiosis que jalonan la escala evolutiva, habría
reconocido su importancia como motor de la evolución.
R. GUERRERO, catedrático de Microbiología,
Universitat de Barcelona