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El discurso de la reciprocidad

A propósito de los rituales de ´intercambio de dones´ con motivo de la entrega del Premi Catalunya al antropólogo Levi-Staruss

JOAN BESTARD - 01/06/2005


La entrega del Premi Internacional Catalunya este año tuvo lugar de una formai nhabitual. Quien viajó no fue el premiado, sino el jurado. Atendiendo a los noventa y siete años de Claude Lévi-Strauss, un hombre que ya en su juventud había declarado su odio a los viajes y dada su condición de miembro de la Académie Française, el jurado, presidido por el presidente de la Generalitat, se trasladó a París para entregar el premio en la sala de sesiones de la Académie Française, todo un símbolo de reconocimiento a la fragilidad física de una persona que, con una obra consistente, ya ha pasado a la inmortalidad. La ceremonia tuvo el esplendor, la simplicidad y el orden de un acto de entrega de dones donde siempre participan diferentes grupos y donde hay un auditorio que reconoce públicamente la acción del intercambio de dones.

Hace ya treinta y un años, cuando Lévi-Strauss fue recibido como académico, en su discurso en la sala de la cúpula oval comparaba la ceremonia de la Academia con un ritual de iniciación que él había podido observar no hacía mucho en una comunidad indígena de la costa del Noroeste del Canadá. Los iniciados, recordaba, después de una muerte ritual, renacen balbuceando cánticos místicos en espera de un ser sobrenatural que, como espíritu guardián, los conducirá a una nueva vida. Él se sentía en esta misma situación durante el periodo de marginalidad que separa la elección de la recepción como académico.

La ceremonia de la recepción del premio no era un ritual de iniciación. Nadie iba a realizar una nueva tarea ni a iniciar un nuevo estilo de vida. El premio se daba a un ya iniciado, en su propia casa ceremonial. Se trataba de una ceremonia de intercambio de dones, tal como magistralmente había analizado Marcel Mauss, uno de los maestros de Claude Lévi-Strauss, a propósito de las descripciones etnográficas hechas también entre los indígenas de la costa del Noroeste Americano. Estas ceremonias son puramente profanas y tratan básicamente de la relación entre quien da y quien recibe un don. El bien valioso donado es considerado como un símbolo de prestigio para todos los participantes en la donación, materializa los lazos de reciprocidad que se establecen y significa el principio de reconocimiento que se instituye entre las diferentes partes que participan en el juego de donaciones. Comoe n todos estos rituales profanos de la reciprocidad los discursos son una parte central en el proceso de entrega y recepción de dones. Es necesaria una audiencia que reconozca públicamente los intercambios de dones que se han realizado en la ceremonia. Por otra parte, en estos discursos los oradores nunca hablan de sí mismos, sino de las colectividades que cada participante representa. El prestigio y el reconocimiento que confiere la ceremonia del don, es para los sujetos colectivos que participan en el ritual profano.

Voy a referirme al discurso que Claude Lévi-Strauss dirigió a los diferentes participantes de la ceremonia así como a la audiencia que llenaba las sillas de la sala de sesiones de la Academia. Como en todo discurso mitológico estableció filiaciones legendarias con los que le entregaban el don, representado por una estatuilla de Tàpies. Ante este objeto Claude Lévi-Strauss, como representante de la antropología estructural, estableció su filiación con Ramon Llull, un antepasado de la cultura catalana, quien, tal como establece el método estructural, partió de las diferencias extremas entre conceptos e introdujo la noción de relación como base de su original sistema de pensamiento. Claude Lévi-Strauss ponía así bajo la advocación de Ramon Llull el honor que recibía. También ponía a la antropología como testigo de la recepción del don. Hablaba en nombre de una disciplina que supo recoger el principio humanista del Renacimiento que basaba el conocimiento de la propia civilización en la comprensión de las otras culturas. Se trata de una tradición humanista que la antropología recoge y transforma al ampliar su terreno a las culturas de tradición oral y al utilizar como método procedimientos que pertenecen a las ciencias naturales y a las ciencias humanas. Es evidente, nos recordaba Lévi-Strauss, que este impulso humanista se ha ido transformando y que la antropología ha sido testigo y sujeto de esta transformación. Un conocimiento que había tenido como punto de referencia las diferencias entre nosotros y los otros, tiene que repensarse cuando la extensión de Occidente ha llegado hasta todos los confines de la tierra y las diferencias no pueden ser concebidas en referencia a la civilización occidental, sino dentro de ella. El nosotros del humanismo se ha llenado del mestizaje con los otros y son estas formas de mestizaje las que marcan el conocimiento de los otros y el reconocimiento de sus identidades. Fue al hilo de estas reflexiones que el tono del discurso fue adquiriendo el carácter de un canto mitológico con tonalidades proféticas. Poniéndose, por el privilegio de la edad, como testimonio de su siglo, señaló las catástrofes de su época, apuntó el crecimiento demográfico y denunció el peligro que para la especie humana supone la destrucción simultánea de las culturas y de la naturaleza. Parecía indicarnos que ahora ya no son sólo tristes los Trópicos, sino que la desolación se ha adueñado del mundo. Es toda la especie humana la que va ineluctablemente hacia la tristeza de un mundo sin diversidad natural nidiferencias culturales.

Abocados a la nada
Para el estructuralismo el motor del sentido es la diferencia y el contraste y la entropía convierte en imposible el simbolismo humano. Aquella magnífica reflexión que había hecho Lévi-Strauss al final del Hombre Desnudo sobre la oposición entre el ser y el no ser como generador de todas las demás oposiciones y, por tanto, del conocimiento y de la conciencia humana, adquiría en el discurso del premio un tono de advertencia profética: sin diversidad natural y cultural estamos abocados a la nada. Este pesimismo radical, muy íntimamente situado en la personalidad de Claude Lévi-Strauss, tiene su contrapartida en un optimismo moderado que recoge uno de los legados centrales de la antropología. Si comparamos como las diferentes culturas han tratado la relación entre el hombre y la naturaleza está claro que todas convergen en que no hacen del hombre el maestro de la creación, sino una parte integrante de la naturaleza. Ésta es la lección de la antropología que Claude Lévi-Strauss ayudó a comprender cuando analizó lo que él denominaba la ciencia de lo concreto, es decir, una formad e conocimiento basada en las cualidades sensibles del bricoleur y no en los artefactos del ingeniero. Este conocimiento a partir de las cualidades sensibles del mundo se convierte ahora en uno de los tesoros más válidos para seguir buscando mediaciones entre el ser y el no ser y no llegar a la constatación que ya no puede decirse nada. |

 




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