Empieza el baile
El baile empezó a las 10 de la noche. Durante todo
el día el "Caldas" se había movido,
pero no tanto como en esa noche del 27 de febrero en que yo,
desvelado en mi litera, pensaba con pavor en la gente que
estaba de guardia en cubierta. Yo sabía que ninguno
de los marineros que estaban allí, en sus literas,
había podido conciliar el sueño. Un poco antes
de las doce le dije a Luis Rengifo, mi vecino de abajo:
-¿Todavía no te has mareado?
Como lo había supuesto, Luis Rengifo tampoco podía
dormir. Pero a pesar del movimiento del barco, no había
perdido el buen humor. Dijo:
-Ya te dije que el día que yo me maree, ese día
se marea el mar.
Era una frase que repetía con frecuencia. Pero esa
noche casi no tuvo tiempo de terminarla.
He dicho que sentía inquietud. He dicho que sentía
algo muy parecido al miedo. Pero no me cabe la menor duda
de lo que sentí a la media noche del 27, cuando a través
de los altoparlantes se dio una orden general : "Todo
el personal pasarse al Iado de babor".
Yo sabía lo que significaba esa orden. El barco estaba
escorando peligrosamente a estribor y se trataba de equilibrarlo
con nuestro peso. Por primera vez, en dos años de navegación,
tuve un verdadero miedo del mar. El viento silbaba, allá
arriba, donde el personal de cubierta debía estar empapado
y tiritando.
Tan pronto como oí la orden salté de la tarima.
Con mucha calma, Luis Rengifo se puso en pie y se fue a una
de las tarimas de babor, que estaban desocupadas, porque pertenecían
al personal de guardia. Agarrándome a las otras literas,
traté de caminar, pero en ese instante me acordé
de Miguel Ortega.
No podía moverse. Cuando oyó la orden había
tratado de levantarse, pero había caído nuevamente
en su litera, vencido por el mareo y el agotamiento. Lo ayudé
a incorporarse y lo coloqué en su litera de babor.
Con la voz apagada me dijo que se sentía muy mal.
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