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obres d'autors estrangers
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stevenson, r. l.

Dades biogràfiques
 
Obra

La isla del tesoro

 

Fragments

El bote de Gunn -tal como pude apercibirme, apenas lo varé en la orilla- era una embarcación sumamente segura para un remero de mi talla y peso, pero muy difícil de manejar. En cuanto salté dentro y empuñé los pagays, en seguida se me fue a la deriva; y por más que hiciese no lograba enderezarle el rumbo, antes a lo mejor se me ponía a dar vueltas sobre sí mismo, como un trompo loco. El propio Ben Gunn ya me había indicado que su bote resultaba un tanto estrambótico cuando no se le conocían «sus caprichos y querencias». y era evidente que yo los ignoraba por completo.
Empujado por los remos, iba tomando brusca y repentinamente todas las direcciones, menos la única que me convenía a mí. Casi siempre andaba de costado, dando la borda al agua; y a no haber sido por el reflujo de la marea, que nos arrastraba mar adentro, a buen seguro que jamás habría logrado abordar al navío.

Mientras yo remaba a ciegas, la Hispaniola se me apareció vagamente, de pronto, como una sombra más negra entre las negras tinieblas; luego comenzaron a dibujarse las siluetas del casco y del aparejo, y muy pronto (porque a medida que avanzaba el bote, el reflujo se iba haciendo más rápido) llegué rozando al escobén de proa y me cogí a la maroma.
La Hispaniola tiraba con tal fuerza del ancla, que la amarra estaba tensa como la cuerda de un violín; y en torno del casco los continuos maretazos de la marea hervían y murmuraban en las tinieblas, como las aguas de un torrente montaraz al despeñarse por una quebrada. Un buen tajo a la maroma bastaría para lanzar el navío al capricho del mar.Todo iba a pedir de boca; pero entonces me acordé de que una amarra tirante, al ser cortada de golpe, es casi tan peligrosa como un potro encabritado y salvaje; y todas las probabilidades me indicaban que, de atreverme a cortar bruscamente la amarra, yo y mi bote saldríamos volando del agua.
Este riesgo me contuvo hasta el punto de que, si la buena suerte no me hubiese favorecido de nuevo, no me habría quedado más remedio que abandonar el proyecto. Pero la ligera brisa que antes soplaba del sur y sudeste, al cerrar la noche se cambió al sudoeste; de suerte que estando yo en plena perplejidad una ráfaga cogió de lleno en la popa a la Hispaniola y le hizo remontar la corriente. En seguida advertí, con gran júbilo, que la maroma se aflojaba, y hasta la mano con que me asía a ella se me hundió por un momento en el agua.
Me decidí al instante: saqué el cuchillo, lo abrí con los dientes, corté las trenzas de la maroma, una a una, hasta que sólo quedaron dos sujetando la nave, y luego esperé que el viento las aflojara un poco más todavía.
Durante todo ese tiempo había yo estado oyendo, a pesar del hervor de las aguas, un gran ruido de voces en la cámara de la Hispaniola; y me hallaba tan absorto en mi tarea, que no hice caso. Pero ahora, mientras aguardaba que soplase el viento, como no tenía otra cosa que hacer, me puse a escuchar atentamente.
En seguida reconocí las voces, que eran dos: la del patrón de chalupa, Israel Hands, el que había sido artillero del capitán Flint, y la del pirata del gorro encarnado. Ambos se hallaban indudablemente borrachos perdidos y aún seguían bebiendo, pues uno de ellos, lanzando un grito que sonaba a ron, arrojó por la ventana de popa algo que me pareció una botella vacía. Estaban ebrios, y además rabiosos; sus juramentos caían como una granizada infernal, y de cuando en cuando las voces estallaban tan recias y tan enmarañadas, que aquello -me decía yo- iba a terminar seguramente a trompazos. Sin embargo, la disputa acababa siempre por apaciguarse; las voces se apagaban un instante, y luego volvía el escándalo a recomenzar, para desvanecer-se de nuevo y sin resultado alguno.
A lo lejos, en la orilla, la hoguera de los piratas seguía brillando entre los árboles.

 

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