LA FESTA MODERNISTA
La Festa modernista que tuvo lugar anoche en el "Prado Suberense" de esta encantadora villa, bien puede calificarse de verdadero acontecimiento artístico. Con decir que fue iniciada y organizada por el pintor Rusiñol, que para realizarla pudo contar además con el valer de señalados artistas y literatos de entre lo que suele llamarse el elemento joven, y con la simpatía, con el entusiasmo de buena parte de este mismo elemento, se comprenderá ya desde luego no sólo la importancia de la solemnidad, sino también su tendencia y su significación.

Ya desde el sábado empezaron a acudir a Sitges (procedentes de Barcelona la mayoría de ellos) gran número de aficionados al frisson nouveau del arte, a la última palabra del pensamiento nuevo, a la última moda de la estética contemporánea.

Verdaderamente había cierto refinamiento en ir a buscar la deseada emoción atravesando la melancólica marina del Prat, de Castelldefels, y de las rocosas costas de Garraf, en vez de encontrarla en cualquier esquina de la Rambla o del Paseo de Gracia.

De manera que, en el Prado Suberense (adjetivo decadente y modernísimo de puro antiguo), el público, compuesto además del referido contingente, de vecinos de la población y de veraneantes, unos y otros ya más o menos en antecedentes de la índole y de la importancia del espectáculo a que iban a asistir, era un conjunto de público de buena voluntad.

La primera parte (musical) del programa fue un nuevo triunfo para Morera, el joven músico cuya reciente fama tan rápidamente va creciendo. Los tres números de su composición que comprendía dicha parte fueron escuchados con deleite y saludos con generales aplausos.

El gran atractivo de la segunda parte, musical también, fue una poderosa pieza de César Franck, músico francés muerto hace pocos años, cuya celebridad se va extendiendo por el mundo, y que hasta ahora fue desconocido de nuestro público.

(...) Pero bien puede decirse que el principal interés de la velada residía en la tercera parte del programa, en el estreno de la obra dramática La intrusa, del belga Maeterlinck, por aficionados artistas capaces de entender lo que llevaban entre manos.

El teatro o, mejor dicho, el género dramático de Maeterlink és de aquéllos que no admiten arreglos ni componendas al ser traducidos, sino que exigen la devoción de un filólogo-artista capaz de transportar los nerviosismos de un idioma a los nerviosismos de otro idioma. Esto lo ha conseguido Pompeyo Fabra, otro jeune a quien el público congregado en Sitges debió las primicias del escalofrío maeterlinckiano en España.

La extraña poesía del cuadro dramático de Maeterlinck, vigorosamente interpretada por el literato Casellas en el personaje del octogenario ciego, con magistral sobriedad por Rusiñol y con gran instinto y discreción por el resto de los improvisados actores; aquella vaga poesía, tomando cuerpo en el escenario dispuesto por una mano de artista y que ya al levantarse el telón cautiva la mirada y el ánimo, sumergiéndole en el sentimiento general de la obra; aquella poesía enfermiza se apoderó del público, de todo el público, desde el primer momento, manteniéndole en suspenso con escasas intermitencias hasta el sobrecogedor final en que lo levantó en una nerviosa aclamación seguida de atronadores aplausos.



Joan Maragall (1860-1911)