Otros avances incluyeron la incorporación de dos hélices, y más tarde, de hasta tres y cuatro hélices para minimizar el peligro que podía provocar la deriva de un buque desamparado si una hélice o un eje de cola fallaban o se rompían. En 1890 se realizaron los primeros ensayos para sustituir máquinas alternativas por turbinas. La desventaja de la turbina era que constituía por sí misma un mecanismo de alta velocidad, pero esto se resolvió en combinación con un engranaje desmultiplicador entre la turbina y el eje de cola, lo que permitía a la turbina mover la hélice a la velocidad apropiada.
Las instalaciones con turbinas son comunes en la sala de máquinas de los buques de vapor modernos y su función la complementan en ocasiones máquinas auxiliares, que están en el mismo eje de cola. En buques modernos, y sobre todo en navíos de guerra, los sistemas turboeléctricos de encendido han sustituido a los sistemas que utilizan accionamientos mecánicos. Una planta de potencia turboeléctrica consiste en una turbina de vapor que acciona una dinamo, que a su vez opera un motor que hace girar a la hélice.
El accionamiento turboeléctrico
es flexible en extremo en operación, y elimina muchas de las dificultades
mecánicas que acompañan el giro de las hélices
mediante largos y pesados ejes de cola.
Al final de la década de
1950 se desarrollaron plantas de energía nuclear que
proporcionaban vapor para propulsar tanto buques de guerra
como mercantes. El mercante Savannah, impulsado
con energía nuclear y construido por el Gobierno
de Estados Unidos, realizó con gran éxito una serie
de viajes experimentales. Sin embargo, los costes continúan siendo
más altos que los de sus competidores con sistemas convencionales.