Art del Renaixement
 


 

EL SAN SEBASTIÁN DE VIENA EN EL CONJUNTO
DE LA OBRA PICTÓRICA DE ANDREA MANTEGNA

Alberto Ribas Casasayas.

ÍNDICE

 

1. Andrea Mantegna. Breve introducción a su vida y su obra

2. El San Sebastián de Viena

2.1. Características técnicas y datación

2.2. Descripción de los contenidos

2.3. Análisis formal

2.3.1. Ritmo: verticalidad

2.3.2. Distribución del peso visual

2.3.3. Perspectiva

2.3.4. Linealidad

2.3.5. Cromatismo, luz y volumen

2.3.6. Centralidad

2.4. Comentario de contenidos

2.4.1. La iconografía de San Sebastián

2.4.2. Clasicismo mantegnesco y concordatio humanista

2.4.3. Autologías

3. La expresión del martirio: los San Sebastianes de Mantegna

Bibliografía

1. Andrea Mantegna. Breve introducción a su vida
y su obra.

El objeto del presente trabajo es el análisis formal y de contenidos del San Sebastián de Andrea Mantegna que se conserva actualmente en el Kuntshistorisches Museum de Viena. Antes de examinar la obra en cuestión, será interesante entrar en algunos antecedentes sobre la figura del maestro Mantegna y sintetizar las características más sobresalientes de su obra, algunas de las cuales podrán reconocerse en la pieza que aquí se examina. Una vez expuesta la introducción, presentaré la obra y procederé a un análisis de sus elementos formales y a una exposición interpretativa de sus contenidos. Como conclusión, compararé esta pieza con las otras dos pinturas que el artista dedicó al mismo santo, lo cual me parece interesante por cuanto presenta algunas facetas de la evolución estilística de la larga carrera de Andrea Mantegna.

Andrea Mantegna nació en 1430 ó 1431 en los alrededores de Vicenza (República de Venecia). Era el segundo hijo de un carpintero, y fue legalmente adoptado a los diez años por el pintor y crítico de arte paduano Francesco Squarcione. En qué medida Squarcione ejerció una influencia sobre Andrea es algo difícil de comprobar, por cuanto a los diecisiete años el discípulo consiguió independizarse legalmente de su maestro, denunciándolo incluso por impago. Muestra de la precocidad del artista fue el importante encargo de una pieza de altar para la iglesia de Santa Sofía de Padua (hoy desaparecida), que le valió el prestigio suficiente como para que al año siguiente la familia Ovetari le confiase una parte de la decoración al fresco de su capilla en la Iglesia de los Eremitani en Padua, dedicados a las vidas de San Cristóbal y Santiago (1449-1455; parcialmente destruidos por una bomba norteamericana en 1944).

Tras sus años formativos en el área paduana, que culminarían con la realización del retablo de la Iglesia de San Zenón en Verona (1457-1460), Mantegna fue llamado al servicio del marqués de Mantua, Ludovico Gonzaga, en 1459. La ciudad de Mantua y su corte serán a partir de entonces el centro de trabajo principal del artista, aparte de ocasionales trabajos en Florencia, Pisa, Venecia y Roma, en la corte papal de
Inocencio VIII. A su trabajo en la corte de los Gonzaga pertenece la obra más renombrada de Mantegna, los frescos de la Cámara de los Esposos o "Camera Picta", programa pictórico dedicado a episodios de la historia reciente de la propia familia Gonzaga, obra justamente renombrada por su habilidad técnica. La representación del poder vuelve a ser el tema de otro ciclo encargado por los Gonzaga (concretamente por el joven Francesco II, nieto de Ludovico y reciente duque de Mantua), los temples sobre tela de Los triunfos del César, obra en la que Mantegna trabajaría hasta poco antes de su muerte en 1506.

Otras obras relevantes de su período de madurez son La muerte de la Virgen, los San Sebastianes de Viena, del Louvre y del Ca d’Oro de Venecia, el Cristo muerto o El Parnaso.

Otro hecho biográfico relevante para el comentario de la obra de Mantegna es su participación en los círculos culturales humanistas de la Italia del siglo XV. Andrea Mantegna es acaso el primer artista en relacionarse de igual a igual no sólo con tratadistas y críticos, sino también con poetas, filósofos y literatos en general. Su afinidad con el clasicismo tendrá una decisiva influencia en su obra. Más difícil de evaluar es el grado de influencia mutua entre Mantegna y los Bellini. Andrea casó en 1453 con Nicolosa, hija del pintor Jacopo Bellini y hermana de Giovanni y Gentile. En base a ello se ha querido ver una influencia técnica de Jacopo sobre Andrea, y de éste sobre los dos hermanos Bellini. Pero un enlace matrimonial no es probatorio de nada. En primer lugar, contra lo que habría sido de esperar, Andrea no se asoció con Jacopo, celoso como era de su independencia, y, si bien es cierto que ambos artistas siguen soluciones semejantes en cuanto a aspectos técnicos de la perspectiva, es patente asimismo la deuda de Andrea con el geometrismo de Piero della Francesca. Por otro lado, se advierte una maestría de Mantegna en las realizaciones de Giovanni y Gentile Bellini, pero no es mayor que la que existe sobre otros pintores venecianos de finales del Quattrocento como Giorghione. Entiéndase que la presencia de Mantegna es clave para lo que será la "síntesis veneciana" del Renacimiento quattrocentista, pero que prestar atención a factores personales hace perder de vista el elemento determinante: una excelencia técnica del maestro que le convertirá en punto de referencia viviente de todos los demás artistas de la mitad norte de Italia en el último tercio del siglo XV y la primera década del XVI.

Paso a referir las características más llamativas de la obra de Andrea Mantegna. Aunque fue también grabador, escultor y especialista en antigüedades, su dominio artístico principal y por el que más se le recuerda es la pintura. Sobre sus materiales, mantuvo una marcada preferencia por el temple (sobre madera, sobre tela y a secco en los frescos), a pesar de la creciente generalización del óleo, que, según parece, Mantegna sólo empleó cuando el comitente lo requería explícitamente en el contrato.

La convención perspectiva de la pirámide visual ya estaba igualmente generalizada, y formalizada por escrito en el De pintura de León Battista Alberti (1435) en el tiempo de los años de formación de Mantegna, quien la respetó con rigor escolar en muchas de sus obras. En ese sentido, la organización espacial en profundidad de algunas de sus obras es deudora del rigorismo matemático de Piero della Francesca (véase, por ejemplo, La muerte de la Virgen, Madrid, Museo del Prado, donde esta influencia parece incontestable), aunque Mantegna añadió con frecuencia recursos como caminos sinuosos o en línea recta hacia el horizonte para crear efectos de profundidad que, además, naturalizaban la perspectiva dando lugar a la sensación de que nos hallamos más ante una escena que ante una composición geométrica (véase, por ejemplo, La oración en el huerto, Londres, National Gallery). Sin embargo, Mantegna es más justamente nombrado por su constante experimentación en la representación del espacio. Es notable su maestría en la perspectiva llamada di sotto in su, en la cual, por la localización del punto de fuga en un punto inferior al centro horizontal de la composición, las figuras aparecen en una posición superior, como vistas desde debajo, lo cual produce un efecto de monumentalidad en las figuras, grandiosidad escultórica en las representaciones humanas, majestuosidad arquitectónica en las de construcciones (como es el caso del malogrado Santiago conducido al Martirio, en la Iglesia de los Eremitani de Padua hasta 1944). Por otro lado, su dominio del escorzo llega a los extremos del profundo dramatismo del Cristo muerto (Milán, Pinacoteca Brera) o al hábil ilusionismo trompe l’oeil de los ángeles en el fingido oculus de la Cámara de los Esposos (Mantua, Palacio Ducal).

Notable característica del arte de Mantegna es el modo en que se tiene en cuenta al espectador: sus obras requieren de su presencia en una medida poco usada por entonces. Más allá de su dramatismo en la perspectiva y su capacidad ilusionística, los personajes que se asoman al oculus de la Cámara de los Esposos observan al espectador, quien repara en ellos tras haber contemplado los frescos de la pared, de tal modo que le sitúan en el centro de la composición global que es la habitación, en un doble juego de materia ontológica entre representación y realidad: por un momento el espectador siente que al tiempo que ha contemplado los frescos, la realidad representada le ha estado observando a él; visto así, el perpetuo regocijo en la expresión de las mujeres que se asoman al parapeto del oculus parece sobradamente justificado. Dramatismo semejante aparece en la escena del Martirio de Santiago (Padua, Iglesia de los Eremitani, destruido en 1944), donde se representa el momento inmediatamente anterior a que el verdugo descargue el mallo sobre la hoja que ha de segar el cuello del santo, colocado en un escorzo oblicuo de tal modo que parece que su cabeza vaya a rodar fuera de la composición y caer al suelo de la capilla desde la que se contempla la escena. Por último, cabe mencionar La Adoración de los magos (Florencia, Galería de los Uffizi), cuyo plano cóncavo produce en la visión del espectador un efecto de equidistancia correlativa de las partes más exocéntricas de la composición con respecto a su centro, de tal modo que se acrece la unidad perceptual de la globalidad de la escena; no es otra cosa que la corrección de las "aberraciones marginales" (tal como se las llamaba entonces) de la visión retiniana sobre la visión perspectiva del plano pictórico.

Otro elemento relevante en la obra de Mantegna es su clasicismo. Sus figuras humanas tienden a reflejar tipos humanos idealizados, de una armónica estilización en los cuerpos más jóvenes, y de grave solemnidad en el gesto y expresión de los personajes más maduros. Anticuario y reputado coleccionista, el maestro paduano copió con precisión los modelos que le proporcionaban los vestigios arquitectónicos y escultóricos de la Antigüedad que sobrevivían en la Italia del siglo XV para integrarlos en el escenario de sus pinturas como armónico contexto de los contenidos narrados por la pintura, de un modo que proporcionaría a sus contemporáneos y a la posteridad un modelo de clasicismo pictórico. La incorporación de vestigios arquitectónicos a modo de cita clásica fue frecuente en el Quattrocento, y muy particularmente en Mantegna, hasta el punto de que es una de las características primordiales de su estilo. Su erudición se explica en parte por su participación desde joven en los círculos humanistas paduanos en sus años de formación artística, y se tiene constancia de su participación activa en círculos humanistas de Verona y, probablemente, de Venecia y Florencia. Más adelante se verá que el San Sebastián de Viena es un claro ejemplo del clasicismo mantegnesco.

Si la Antigüedad clásica es punto de referencia fundamental para Mantegna, no es de extrañar entonces el marcado carácter escultórico de sus figuras humanas, por el armónico equilibrio de aire clásico en sus posiciones y gestos, la tendencia al naturalismo anatómico y la capacidad de dar volumen a los cuerpos por medio del empleo de luz y sombra. Igualmente en lo que respecta a la inmovilidad de sus figuras. Su escultorismo fue objeto tanto de crítica por sus contemporáneos (en tal sentido se pronunció Francesco Squarcione) como de apasionado elogio. Vasari, en sus Vite destacaba una plausible creencia de Mantegna en la estatuaria como categoría clave para la apreciación de un ideal de belleza.

La idealidad escultórica de Mantegna no fue óbice para que, con el tiempo, se desarrollaran en su obra otras características. Ya en el ciclo de la capilla Ovetari en los Eremitani de Padua muestra una habilidad para el retrato: véase si no el soldado que permanece de pie en el extremo izquierdo de Santiago conducido ante Herodes Agripa. Totalmente marginado del centro de la composición en su posición y en la dirección de su mirada, su rostro ostenta caracteres físicos veraces, naturales, y trasluce un talante reflexivo, gravedad y profundo tormento interior que invitan a la reflexión sobre la escena que el espectador contempla. De igual modo, los rostros de los personajes de la Cámara de los esposos son fieles a unos trazos físicos característicos. Todas sus posiciones y expresión facial revelan una dignidad "de clase" en los miembros de la familia Gonzaga, sin que ello obste para que expresivos detalles en ojos y boca revelen un temperamento propio: así, la contenida severidad de Ludovico Gonzaga, el orgullo del flamante cardenal, la melancólica insatisfacción de la joven Bárbara Gonzaga... Si atendemos a la escenografía general de la representación de la corte mantuana y comparamos con otros retratos cortesanos de la época, como por ejemplo los retratos de Battista Sforza y de Federico de Montefeltro, de Piero della Francesca (Galería de los Uffizi, Florencia), es fácil ver en la obra de Mantegna los principios de lo que serían las reglas de representación artística del poder temporal en los siglos XVI y XVII, con todo su boato cortesano y una representación individualizada de cada personaje noble, todos ellos imbuidos de una dignidad individual que no obsta para que trasluzcan en sus fisonomías rasgos particulares de carácter.

Así, Mantegna domina la idealización y el retrato particular. A ello se añade otra característica presente en algunas de sus obras de madurez, y que tendió a reforzarse con el paso de los años. Cuando las condiciones impuestas por el comitente se lo permitieron, Mantegna tendió a introducir en sus obras un duro naturalismo tanto en la perspectiva como en la anatomía humana y la expresión de las emociones, con una evidente finalidad de provocar un efecto emotivo en el espectador. Es el caso del Cristo muerto (Milán, Pinacoteca Brera), presentado en un dramático escorzo que nos muestra sus llagas de forma directa y ensombrece el rictus agónico de su rostro, o el del San Sebastián del Ca d’Oro de Venecia, cuyo cuerpo musculoso parece una mera excusa para ser acribillado por las flechas, y cuyo rostro se eleva hacia arriba en un gesto de agonía extática al tiempo que sus piernas trastabillan como a punto de derrumbarse bajo el peso de la muerte física.

2. El San Sebastián de Viena.

2.1. Características técnicas y datación.

El San Sebastián, obra autógrafa de Andrea Mantegna, es un temple sobre tabla de dimensiones medianas (68 x 30 cm.),en buen estado de conservación y expuesto al público en el Museo de Historia del Arte (Kuntshistorisches Museum) de Viena.

Las cuestiones alrededor del comitente y la datación no han podido ser contestadas sobre la base de datos textuales fidedignos. Se ha querido emplear las fechas de los diversos brotes de peste en la franja norte de Italia como evidencia histórica para fechar la obra (dado que San Sebastián era el santo protector contra las epidemias). Según E. Tietze-Conrat, la obra sería un encargo del noble Lucio Antonio Marcello, podestà de Padua y miembro activo de los círculos humanistas de la ciudad, encargo por el cual Marcello habría solicitado al marqués Gonzaga una breve prórroga en la fecha del traslado del pintor a Mantua; aduce además que Padua había sido atacada por la peste en 1456-7. Según este criterio historiográfico, la obra sería de 1459, y considerarla como el encargo de un activo humanista de la época explicaría la abundancia de elementos de inspiración clásica en esta obra. Otros autores aceptan que la obra sea encargo de Marcello en esos años, pero en base a criterios estilísticos sitúan su realización en un momento más avanzado. Según Longhi, la estilización y el amaneramiento formal de las formas clasicizantes de esta obra permite situarla alrededor de 1470.

2.2. Descripción de los contenidos.

En primer término hay una figura masculina joven, subida sobre una piedra marmórea, atada de pies y manos, semidesnuda, cubierta sólo por un paño alrededor de la cadera. Su cuerpo aparece levemente ondulado, como debatiéndose en sus ataduras sin demasiada violencia. Las piernas y los brazos son delgados, la musculatura abdominal es marcada, e hincha la caja torácica. Los cabellos del joven son rizados, su rostro, liso y de bella apariencia. Su mirada se eleva hacia arriba en un gesto de dolida resignación. Corona su cabeza una aureola dorada y catorce flechas penetran diversas partes de su cuerpo semidesnudo.

Está atado a una columna de mármol de color (característico del norte de Italia), de capitel jónico muy elaborado y ornado con motivos vegetales y una cabeza de niño (fig. 2e). La columna está adosada a los restos de un pórtico, en ruinas a la derecha del joven, y a su izquierda con un dintel ornado con bajorrelieves de motivo vegetal. En el espacio entre la curva del arco y la columna se representa el relieve de una figura femenina de aspecto aguerrido, vestida con palio griego y ornada en la cabeza por una diadema, que blande un arma de palo difícil de identificar, pero semejante a una lanza (fig. 2f). A nuestra izquierda, en la parte derruida del pórtico, aparece labrada verticalmente bajo el codo del joven una inscripción claramente legible:
to epton toy anapeoy.

En la parte inferior del primer término se amontonan restos escultóricos en pedazos entre brotes vegetales. El piso es de baldosas romboidales blancas y negras. Tras el pórtico en ruinas se alzan los bloques de un muro o baranda derruida, parcialmente cubiertos de musgo, y sobre el cual se apoyan los restos de un relieve donde aparecen dos niños, uno de ellos cargado con un cesto de uvas, y una cabeza de escultura (fig. 2a).

En segundo término, por un camino ascendente, cuya vista se pierde en un cambio de rasante, se alejan tres hombres que portan flechas en la mano (fig. 2a). Encima de ellos, un escarpado promontorio cierra la composición por la izquierda.

Al fondo a nuestra izquierda se observa un fondo semiurbano sobre la falda de una colina. Se aprecian algunas casas, un acueducto y algo semejante a un arco triunfal. Más allá del arco del pórtico puede apreciarse bien un lago o un río con embarcaciones en él (fig. 2b). Se ven más casas en el fondo urbano y parte del perímetro de una muralla. En un término algo más cercano se observa un fondo campestre muy detallado, con conejos sobre la hierba.

En el cielo se forman varios cúmulos algo alargados. Llama la atención, en el cúmulo más compacto y más cercano al primer término, una silueta de figura humana a caballo dibujada en la nube (fig. 2c).

2.3. Análisis formal.

2.3.1. Ritmo: verticalidad.

Un elemento tan externo como el perímetro o marco de una obra pictórica es ya determinante en la disposición de sus contenidos. Así, esta composición se enmarca en un rectángulo vertical de 30 cm. de base y 68 cm. de altura, encuadramiento que ya fundamenta en buena medida el ritmo ascendente de la obra.

La distribución de elementos y la linealidad de la obra responden a una armónica configuración de ritmo ascendente esquematizable en un esqueleto compositivo (véase fig. 3a) en el cual se muestra cómo algunos elementos destacados de la composición siguen esta pauta ascendente, al tiempo que otros de orden más secundario fugan parte del peso hacia el límite de la composición, conducen la mirada hacia el término del fondo, o bien contribuyen a destacar algunos detalles particulares. En síntesis, los ritmos ascendentes configurados por la disposición de los elementos se resumen en dos líneas, una primaria, que centra la atención en el meridiano vertical del primer término, y una línea ascendente secundaria, que lleva hasta la línea de horizonte de la composición (véase fig. 3b).

Paso a una breve exposición de estos esquemas lineales. En primer término, el cuerpo esbelto y torneado de San Sebastián sería la línea principal del cuadro. La posición de piernas y torso conduce un ritmo levemente ondulante hacia arriba y reforzado por el alzamiento del cuello y la mirada alzada; la oblicuidad de las flechas clavadas en el cuello y en la frente parecen tender a pautar esta verticalidad. Con un énfasis algo menor, el ritmo ascendente del centro del primer término se prolonga por la línea que marca la columna que se estrecha sensiblemente. El capitel remata la ascendencia en el límite superior de la composición, al tiempo que la atención que este ritmo nos guía contribuye a destacar la nube donde se disimula la silueta del jinete en el extremo superior izquierdo de la composición. Las líneas elaboradas del capitel, sus volutas jónicas y la cabeza del niño dispersan la fuerza lineal ascendente para detener la percepción dentro de los límites del cuadro.

El dintel del arco, y sobre todo su ornamentación vegetal, configuran una línea ascendente secundaria que subraya la fuerza rítmica principal del cuerpo de San Sebastián. Pasada la altura de su cabeza, las líneas del arco y del relieve fugan hacia el exterior del cuadro.

Otro conjunto de líneas marcan una pauta doblemente ascendente, tanto en el plano pictórico como hacia el fondo de la composición. Cumplen con esta función las líneas del embaldosado que, por ser romboidal, las puntas marcan mejor la ascendencia rítmica. Estas líneas rítmicas ascendentes y de profundidad se detienen en la baranda de piedra que delimita el primer término de la composición, y por su direccionalidad contribuyen a destacar además el vestigio del relieve de los niños y las uvas. En el registro medio del plano pictórico, el ritmo se define con más fuerza por el camino empinado por el que se alejan los verdugos, línea que configura la ascendencia y profundidad del segundo términos de la composición y que se ve subrayada por el risco escarpado, bloque geológico ensombrecido que delimita la composición en la parte izquierda. La ascendencia general de la parte izquierda de la composición se ve contrarrestada levemente sólo por la distribución de los cúmulos en el cielo, que también convergen en dirección a la fuga perceptiva horizontal, pero esta vez a un pausado ritmo de descenso. La disposición de las nubes contribuye, por otra parte, a que la nube con la silueta no parezca un elemento demasiado aislado.

Todo lo dicho hasta ahora debe ilustrar cómo la distribución de líneas ascendentes en el plano pictórico es bastante equilibrada, regular, al situarse la fuerza principal en el meridiano central y distribuirse la linealidad rítmica en la mayor parte del resto de la composición. El conjunto lineal abstracto que basa el ritmo compositivo de la obra tiende a servir a fines diversos, subrayando unas, dispersando y fugando otras, y las diversas direcciones que toman tienden a armonizarse.

2.3.2. Distribución del peso visual.

Igual equilibrio armónico se aprecia en la distribución del peso visual por la composición. En este sentido, la obra obedece a la característica de la regularidad armónica renacentista. Así, el centro de la composición, la parte que aporta más peso, lo ocupan el torso y la cabeza de San Sebastián, tema y protagonista de la obra y cuya presencia se ve aún más resaltada al proyectarse directamente sobre su cuerpo la luz que ilumina la escena. Mientras, en la parte inferior derecha, que para el punto de vista occidental es la que menos atención reclama del espectador, quedan elementos secundarios en la sombra, como el relieve vegetal, la base del arco del pórtico, o, más al término medio, el fondo urbano-portuario.

Las franjas superiores de una composición son también de las que mayor atención reclaman del espectador, más aún cuando la pieza sigue una orientación vertical. En esta parte entran elementos a los que se quiere dar una cierta relevancia. Así, es la posición en la parte superior izquierda del cuadro (de las más llamativas, en contraposición a la inferior derecha) el parámetro que más destaca la curiosa nube que disimula una silueta humana montando a caballo. Por otro lado, tenemos también en un elemento con mayor concentración de peso el capitel jónico y el relieve arquitectónico que muestra a la mujer en posición de combate.

En fin, tenemos a los verdugos en un término más hacia el fondo. Aunque empequeñecidos, con la intención de que la única persona vivamente presente sea San Sebastián, tema fundamental de la obra, al estar relacionados con el mismo el artista los coloca en la parte izquierda de la composición, que concentra mayor atracción que la derecha.

Distribuidos en la parte inferior de la composición, aparentemente como elementos ornamentales, tenemos el embaldosado y los vestigios escultóricos. Más aislado de los montones, se destaca, en una posición algo más relevante (más hacia la franja central de la composición), el relieve del niño portando uvas.

2.3.3. Perspectiva.

El San Sebastián muestra un eficaz dominio de la perspectiva y la disposición de los objetos en el espacio ficticio de la composición. No presenta algunas de las características por las que Mantegna es tan celebrado, como su dominio de la perspectiva di sotto in su o sus atrevidos escorzos. En este sentido, parece que el virtuosismo técnico no era la prioridad mayor en la ejecución de la obra.

La configuración del espacio en profundidad en esta obra depende principalmente de la parte izquierda de la composición, donde queda más espacio libre para desarrollar un fondo pictórico. En la mitad baja de la parte izquierda se disponen tres términos de profundidad. El primero parte de los vestigios escultóricos amontonados en la esquina inferior izquierda, que crean un efecto de proximidad perceptiva respecto al espectador, prosigue en las líneas del embaldosado y acaba en la baranda de piedra. El segundo término de profundidad lo crea el camino ascendente por el que se alejan los verdugos, y termina en el cambio de rasante del camino y el último risco que lo bordea. El tercer término es el fondo portuario, urbano y de montañas, y acaba en la línea de horizonte isométrica de las tres colinas de fondo. En cuanto a la mitad alta de la parte izquierda de la composición, la perspectiva se dispone en función de una profundidad continua creada por la línea descendente de las puntas de los riscos a la izquierda y, sobre todo, por el empequeñecimiento progresivo de las nubes.

La línea del horizonte debe situarse a la mitad de la composición. Es la línea recta que pasa por la cumbre de las tres colinas de fondo, a la altura en que el edificio que corona la colina de la izquierda se desdibuja. El punto de fuga, por lo tanto, se coloca en el centro matemático de la composición, allí donde se cruzan las diagonales del rectángulo. Es una perspectiva monofocal corriente en el Renacimiento, donde se aprecia una deuda con la tratadística de Alberti y con el geometrismo de Piero della Francesca. Se observa el establecimiento preciso de unas líneas ortogonales convergentes hacia el punto central de la composición, y una gradación del tamaño de los objetos en el espacio que permite al espectador implicar una distancia entre un objeto y otro como lo haría en una visión empírica. En cuanto a la influencia de Piero, ésta es visible al menos en cuanto a las líneas convergentes que configuran las puntas de los rombos del embaldosado. La deuda de Mantegna hacia Piero es evidente en La muerte de la Virgen, donde la ilusión perspectiva depende en gran medida de las losas cuadradas del piso y de la línea recta horizontal de la baranda que delimita el primer término. Aquí esta línea horizontal se implica del muro semiderruido, y Mantegna añade un embaldosado romboidal donde, sin ser las líneas visuales tan evidentes, el efecto perspectivo se acentúa en tanto que la punta enfatiza la direccionalidad de estas líneas, acreciendo asimismo el ritmo visual de la obra.

Se observa otro recurso habitual en el Renacimiento y muy querido por Mantegna para crear un efecto de perspectiva. Es el camino ascendente que va en dirección al fondo hasta que se pierde en el cambio de rasante. El recurso del camino es habitual en Mantegna, quien solía colocar en él figuras relevantes a la historia ilustrada en el cuadro para que no fuese un recurso técnico desnudo. Así, en La oración en el huerto, en el camino que se dirige sinuosamente hacia el fondo puede verse a Judas conduciendo a la soldadesca, apuntándose ya el episodio que sigue inmediatamente al que se nos está presentando. En el San Sebastián, el "relleno" no es tan evidente, pero se introducen elementos relativos a la historia: los verdugos que se alejan, todavía con las flechas en la mano, con lo que se enfatiza la soledad agónica del mártir.

El empequeñecimiento de los verdugos (tratados con fino detallismo, como los conejos en el fondo y en el prado), denota asimismo la reducción de los objetos en la visión, proporcional a la distancia. Igual efecto tiene el perceptible estrechamiento progresivo del bache central del camino. Todo ello responde a la reducción progresiva de los objetos hacia el fondo ilusorio de la composición que recomendaba Alberti en su De pintura. De igual modo, las líneas en el camino que siguen su dirección hacia el fondo y la curvatura del zócalo que lo limita a la derecha acentúan el efecto de profundidad.

El risco de la izquierda del cuadro también tiene una función en la perspectiva, por el ensombrecimiento de la última escarpadura. Se percibe un espacio entre las otras dos, que proyectan su sombra sobre la última por la disposición de la iluminación ilusoria sobre la escena.

2.3.4. Linealidad.

Otra característica del cuadro en consonancia con el estilo renacentista es su linealidad. Todos los objetos de la composición aparecen perfectamente delimitados. Así, no hay gradación alguna de color entre el brazo derecho de San Sebastián y el espacio de la inscripción en griego, por más que se trata de matices de tierra amarillento. Mantegna es un artista del diseño, de la delimitación lineal de la forma de los objetos. Ello se advierte no sólo en los elementos de mayor preponderancia, sino en detalles como el embaldosado, o su característico dibujo del esqueleto tectónico de la orografía que se advierte en el risco a la izquierda. La linealidad de su estilo es además una función de su detallismo, no sólo para objetos lejanos en el espacio, como las flechas de los verdugos o las líneas estructurales de las edificaciones del fondo, sino también en su delicadeza en el dibujo de los relieves clásicos, la ornamentación del capitel, o las gotas en línea curva que sirven de acabado a la rosca del arco. La linealidad general de la composición, por otro lado, posibilita una cierta coherencia perceptiva a elementos no directamente relevantes al tema de la obra, como la inscripción en griego o el dibujo de una figura de jinete en la nube, integrándolos así en concordancia estilística con la composición en general.

2.3.5. Cromatismo, luz y volumen.

La gama cromática en Mantegna, igual que la de muchos otros artistas del Quattrocento (Masaccio, Piero della Francesca, Marco Zoppo, Baldovinetti) tiende a los colores claros, sin llegar a difuminarlos tanto como Piero, un tanto más saturados, puesto que Mantegna busca una concreción física de los objetos representados.

Mantegna usa de las posibilidades del sombreado de los objetos, pero el uso de tierras claros en el cuerpo de San Sebastián y el pórtico aclara la composición, a lo cual contribuye asimismo la proyección lumínica del cuadro. La luz se proyecta directamente sobre el pecho hinchado de San Sebastián, concentrando la atención en el centro temático y perceptivo del cuadro, así como en su mitad izquierda, con lo que se acentúa su peso perceptivo.

Al proyectar la luz desde la izquierda, se ensombrece la derecha, menos relevante perceptivamente. Por medio del sombreado Mantegna da volumen y tangibilidad a la figura de San Sebastián. Así, véase el costado izquierdo que el santo deja visible por su contorsión: ensombrecido, en contraste con la luz en su torso y con la opacidad de su sombra proyectada sobre el elemento arquitectónico, el santo adquiere una mayor presencia física, al tiempo que se establece una sutil gradación espacial entre los objetos del primer término.

Si a la posición suavemente móvil, contoneada, de San Sebastián, y a su rostro de belleza juvenil estilo clásico, le añadimos la conjunción formal de luz y sombra sobre su cuerpo, apreciamos entonces el carácter escultórico de la figura en primer término y que Mantegna tanto apreciaba como prototipo de belleza. Luz y sombra configuran un moldeado volumétrico en la figura del santo y le otorgan un carácter escultórico, en armonía con los elementos arqueológicos a los que está atado como un elemento armónicamente adosado. Como sus escorzos o la perspectiva di sotto in su, el marcado contraste de luz y sombra en un cuerpo para otorgarle volumen es un efecto con una cierta frecuencia en la obra de Mantegna; véase, en ese sentido, el detalle de Mercurio y Pegaso a la derecha de El Parnaso (París, Louvre), o su grabado del Descenso al limbo (Nueva York, Metropolitan Museum of Art).

2.3.6. Centralidad.

Por todo lo dicho hasta ahora, y en base a una observación crítica del cuadro, no extrañará la afirmación de que el factor determinante del equilibrio compositivo de esta pieza es su centralidad. De ello es indicio ya la pose de San Sebastián. En el medio de la composición, el sufrimiento del cuerpo del santo se limita a un suave contoneo, la holgura del lazo que le ata los pies parece talmente un signo de la sumisión con que el santo se libra al martirio. La calma relativa de su cuerpo harmoniza con la misma quietud de la columna a la que está atado.

Un personaje central estable equilibrando la composición es habitual en la pintura del Quattrocento. Tales son los casos, por ejemplo, de Cristo en El tributo al César de Masaccio, punto de equilibrio, figura conciliadora entre la indignación de San Pedro y la actitud desafiante del recaudador, o, más aún, de La Primavera de Botticelli, donde, en el centro mismo de una composición dinámica, tendente a representar movimiento, actividad e incluso agresividad, la figura de Venus permanece tranquila, escrutando al espectador, incluso ausente de lo que sucede a su alrededor. Esta misma centralidad basada en una estabilidad equilibrada es lo que aparece en esta composición de protagonista único. Armonía semejante, aunque no tan marcada ni centrada (dado que ladea su cuerpo para que el paisaje urbano de fondo sea más visible) puede observarse en el sereno San Jorge de Mantegna (Venecia, Galería de la Academia), donde el meridiano de la composición es el eje de equilibrio del santo, también ligeramente contoneado; en la Virgen Trivulzio (Milán, Castillo Sforza), la estabilidad central deviene hieratismo, al contrastar la expresividad gestual y fisonómica de los santos con el distanciamiento místico de la Virgen y el Niño, enmarcados por una mandorla y grupos de querubines. Este "meridiano central estable" es evidente también en el Cristo muerto (Milán, Pinacoteca Brera) o el Cristo sobre el sarcófago sostenido por dos ángeles (Copenhage, Statens Museum for Kunst), ambos de dimensiones semejantes a las del San Sebastián.

Ya se ha visto, por otro lado, que en los aspectos compositivos principales de la obra la centralidad es determinante. Así, se ha visto que el torso y la cabeza del santo, centro argumental del contenido, ocupan el centro de la composición. El eje rítmico principal, por otro lado, cuya estabilidad acaba de referirse, es el meridiano central del cuadro. Con este eje se cruza la línea de horizonte que se halla a una altura media de la composición; en tales condiciones, es obvio que un cuadro equilibrado, en un sentido tradicional, debe tener el punto de fuga en el centro mismo de la composición. Por tanto, no es sólo la figura de San Sebastián, sino todos los objetos del contexto de su representación, lo que revierte hacia el centro de la composición por el efecto de perspectiva hacia un único punto central, creándose así una armonía compositiva unitaria por su centralidad. En el mismo sentido, y como ya se ha dicho, la fuente de luz imaginaria que ilumina la escena, se proyecta también sobre el centro compositivo, esto es, sobre el pecho del mártir.

2.4. Comentario de los contenidos.

2.4.1. La iconografía de San Sebastián.

Sebastián (? – Roma, 288?) es un santo mártir de quien lo poco que sabemos con cierta seguridad histórica es que murió ajusticiado en Roma en tiempo de Diocleciano, y que está enterrado en una catacumba próxima a la Via Apia, cerca de la basílica que lleva su nombre. Es el santo protector contra las epidemias y el patrón de los armeros. Según las leyendas, fue el comandante de la guardia pretoriana de Diocleciano, quien ignoraba que su hombre de confianza se había convertido al cristianismo. Se dedicó a reconfortar el ánimo de los cristianos presos y se dedicó abiertamente al proselitismo, por lo que fue condenado a morir asaeteado por dos soldados; malherido, fue rescatado por Irene, viuda del mártir San Cástulo. Recuperado, violentó nuevamente al emperador al continuar con su labor predicadora, por lo que fue emparedado y arrojado a la Cloaca Máxima. Las representaciones más habituales de San Sebastián son dos. Una, la más frecuente desde el Paleocristiano al Románico, como un soldado de edad madura, con una densa barba encanecida y cubierto con una malla o coraza. A partir del siglo XIII comenzó a difundirse la imagen de su primer suplicio, que acabaría siendo la más dominante iconográficamente: semidesnudo y atado, acribillado a flechazos y en plena agonía. En Occidente comenzó así una competición entre artistas por pintar un prototipo de belleza masculina en pleno suplicio. La representación de San Sebastián comenzó a ser más frecuente a partir de la segunda mitad del siglo XIV. La causa no es otra que la Peste Negra, y, sobre todo, sus secuelas, las sucesivas epidemias y brotes menores que no desaparecerían de Europa hasta principios del siglo XVIII. La asociación de la idea de epidemia a la de las flechas es antigua, por no decir ancestral, y, en la tradición cristiana, se suponía que San Sebastián, mártir asaeteado, intercedía por la humanidad ante las flechas divinas e invisibles de la enfermedad. San Sebastián fue un santo popular en la imaginería cristiana de la Edad Moderna por este motivo, y el de Mantegna se encuadra en esta época de profusión de sus representaciones. Ya se ha mencionado que se han empleado las fechas de brotes de peste como dato histórico para fechar la obra.

Pero más interés ofrece un segundo factor. Durante la Edad Media, acaso el único tema artístico que permitía la representación del cuerpo humano desnudo con cierta dignidad era (con salvedad de puntuales representaciones de otros santos) Adán y Eva. Antes del advenimiento del clasicismo renacentista, aparece otro elemento: San Sebastián. La relativa "limpieza" de su primer suplicio y la posibilidad de que éste se representara con el santo sólo, sin contacto directo de ningún verdugo, ofreció la oportunidad de representar en el arte sacro otro tipo de cuerpo humano masculino desnudo, "limpio", no excesivamente marcado. Ello sería el principio de la antedicha "competición" por la representación de un ideal de belleza física masculina. En tales condiciones, no es de extrañar que desapareciese el modelo de oficial maduro en pro de otro más próximo al tipo de soldado joven y bello.

Pero el San Sebastián de Mantegna, ciertamente, no parece un soldado. El artista se inclina aquí por un tipo casi adolescente, de marcada estilización en su desnudez, un rostro liso y agraciado y un cabello tupido. Más próximo a lo que sería un Adonis que un Marte, se ve cómo Mantegna también ha entrado en esa competición pintando un torneado escultórico semejante a la representación de jóvenes atletas griegos, de tal modo que su figura aparece vivamente integrada en el contexto clásico en el que se la coloca. Con todo, Mantegna no se limita a la fría belleza de estatuaria clásica, por cuanto sabe infundirle una viva espiritualidad al pintar dos ojos grandes vueltos hacia arriba, anhelantes, enmarcados por una expresión facial paciente. Puede decirse que hay una cierta influencia neoplatónica en esta figura, por cuanto cualquier delectación puramente sensible en su aspecto físico debe hallar cotejo asimismo con la experiencia espiritual, martiriológica, expresada por el rostro del santo. En este sentido, el arte de Mantegna puede considerarse "humanista", no sólo en tanto que la figura humana es el centro, armonizado equilibradamente en un contexto naturalista (por las proporciones, los detalles...), sino por el propio equilibrio de esta figura central en sus facultades físicas y espirituales.

2.4.2. Clasicismo mantegnesco y concordatio humanista.

Las consideraciones sobre la doble faceta, física y espiritual, del cuerpo representado, y su carácter escultórico, han de llevar al comentario del evidente carácter clasicista de esta obra. Efectivamente, como otros autores del Renacimiento, Mantegna coloca en lugares de cierto predominio visual elementos arquitectónicos de inspiración clásica y otros vestigios. Era frecuente la aparición de tales elementos a modo de "cita", bien como contextualización histórica del tema representado, bien como pura ornamentación acorde al gusto humanista de la época.

Para explicar el clasicismo de Mantegna, Kenneth Clark no se conforma con aludir a la conocida pasión coleccionista del maestro, su relación con círculos humanistas, y anécdotas como su excursión arqueológico-festiva al lago de Garda. Sobre todo respecto a sus años de aprendizaje y primeros años de madurez, Clark explica que, más allá de una pasión personal, la introducción de elementos clásicos en los frescos de Santiago de la capilla Ovetari obedecen a una moralidad peculiar, un sentido de responsabilidad en cuanto al verismo histórico de la representación, por cuanto Santiago fue un santo de época romana, y Mantegna se compromete a colocarlo en coherencia con su contexto histórico, de tal modo que los elementos clásicos de la obra van más allá del puro ornato decorativo y forman parte de su conjunto temático. Es tentador apuntar a un mismo sentido en el San Sebastián de Viena, puesto que se trata también aquí de un santo romano, pero lo cierto es que la contextualización del santo en un elemento clásico es más formalista, por lo cual cabe apuntar este sentido, pero no limitarse a él.

Efectivamente, el modo en que aparece el santo representado es poco realista. No aparece en un patíbulo, sino en una terraza porticada. Por otro lado, la sólida estructura del pórtico aparece en ruinas, como los restos que también son el bajorrelieve de la izquierda o las cabezas de escultura. En contraste (desde un punto de vista empírico) con el naturalismo pictórico de la representación, la escena aparece, si no en el ahistoricismo, sí en una suerte de intemporalidad ideal. Con esto, el clasicismo de Mantegna despliega varios sentidos para el espectador que se para a reflexionar ante la obra.

Se ha mentado ya que el cuerpo humano y la columna aparecen perfectamente armonizados entre ellos tanto por la estructura formal de la composición como por el carácter escultórico de la figura humana. En este sentido puramente formal, la inserción de San Sebastián en este contexto queda de sobras justificada artísticamente. Ello es coherente con el concepto de la concordatio humanista: la belleza clásica, en cierto modo, se instrumentaliza para encuadrar la belleza espiritual, la sublimidad (valga el anacronismo) inherente al argumento-tipo del martirio. Esto vale, igualmente, para la figura del mártir, por cuanto su belleza física enmarca una belleza aún mayor, puramente espiritual, de la muerte física por una profesión de fe que salva la vida del alma, belleza ciertamente plena en este caso, a juzgar por la vigorosidad espiritual del rostro del santo.

Este sentido formal puede conjuntarse con otro argumental, más reducido, más típico, pero no por ello menos válido. Puede contrastarse el carácter de vestigio del contexto clásico con la viva (perceptivamente hablando) presencia de San Sebastián, lo cual señala que, frente a lo perecedero del mundo pagano, lo que permanece es el sentido del martirio. Es la dualidad mundo pagano – mundo cristiano. Las realizaciones artísticas del mundo pagano son bellas, ciertamente, pero como entidades meramente físicas que son, no divinas, están condenadas a desaparecer, en contraste con el atormentado cuerpo de San Sebastián, cuya viva espiritualidad permanece más allá de su tormento. Nuevamente es la concordatio humanista. La veneración a la cultura clásica está moralmente justificada mientras subyaga a una religiosidad del presente.

Lo dicho hasta aquí explica, en cierto modo, la concordancia, la acomodación coherente de lo que Clark llama la doble religiosidad de Mantegna, "su cristianismo sincero y (...) la antigüedad clásica". Pero tampoco está de más, aunque sea más patético, ver en la obra la integración de los vestigios y del atormentado cuerpo de San Sebastián en un drama común. Vista así, esta escena vivamente iluminada parece una elegía por la belleza pasajera. En la obra figura la belleza arquitectónica reducida a la ruina que implica necesariamente el paso del tiempo; con ellas se integra en un drama común el cuerpo de San Sebastián, también amenazado de aniquilación, de tal modo que, en un sentido estrictamente temporal, la obra parece la entonación pictórica del tópico del sic transit.

Queda aún un último elemento clásico por comentar. La inscripción to epton toy anapeoy está escrita en griego clásico, aunque no parece que Mantegna tuviese la voluntad de imitar su alfabeto. Quiere decir "la obra de Andrea". La inscripción es grande y ocupa un lugar ciertamente visible junto al cuerpo del santo, por no decir igual de preponderante que los otros vestigios, por lo cual es posible que esta firma no sea debida únicamente a la voluntad del artista, sino también a la de un comitente consciente del prestigio de aquel a quien encarga la obra. El hecho de que la inscripción sea en griego apoya la tesis de que el comitente sea el humanista de provincias Lucio Antonio Marcello, pero, por encima de todo, connota una voluntad de asociar la obra a lo griego, como una suerte de esencialismo clasicista, un deseo de hacer los contenidos de la obra relativos a un clasicismo primigenio, más auténtico.

La firma estilo clásico se integraría asimismo en esa elegía de la grandeza perecedera, por insertarse en el elemento clásico del pórtico. Siempre que el tiempo lo permita, las palabras griegas nos recordarán que toda la belleza que presenta el cuadro es "obra de Andrea".

2.4.3. Autologías.

Toda firma es un elemento de conciencia artística, de que lo que se está realizando es, además del producto de una elaboración técnica, una realización personal y subjetiva. La crítica artística y literaria contemporánea ha llegado a la consideración de que un hecho fundamental de la conciencia artística es la autología o autorreferencia. En este caso, el arte "hablando" del arte, apuntándose a sí mismo. Una firma autógrafa, aunque remita a un marco ontológico exterior al del arte, nos dice que esto, la pieza artística, "es obra de Andrea".

No es el único elemento autológico en la obra, sino que hay otros dos un tanto llamativos. He reservado una de las "citas clásicas" de esta obra para este apartado puesto que me parece relevante en este sentido. Es el bajorrelieve que aparece en la parte inferior izquierda de la composición. Parece imitación de alguna otra pieza de arte clásico, y por su tema parece que tiene un sentido específico en la obra. No sería otro que la anécdota que según Plinio el Viejo, sucedió a Zeuxis poco después de su competición con Parrasio:

"[Parrasio] según se dice, entró en competición con Zeuxis, quien hizo una pintura tan verosímil de unas uvas, que los pájaros volaron hacia la escena; mientras que Parrasio mismo produjo una pintura tan realista de una cortina que Zeuxis, orgulloso por el veredicto de los pájaros, pidió que la cortina fuese corrida para mostrar la pintura; y cuando se dio cuenta de su error, con una modestia que le honró, rechazó el premio, diciendo que mientras él había engañado a unos pájaros, Parrasio le había engañado a él, a un artífice. Se dice que después de esto Zeuxis pintó a un niño llevando unas uvas, y que cuando los pájaros volaron hacia la fruta, con la misma ingenuidad que antes, Zeuxis fue hacia la pintura airado con ella y dijo "he pintado las uvas mejor que el niño, puesto que si éste me hubiese salido mejor que aquellas, los pájaros sin duda le habrían tenido miedo".

La anécdota, vista desde el presente, tiene algo de pueril, ciertamente. La cuestión es que es difícil que este relieve pintado sea otra cosa que una alusión a la renombrada leyenda del pintor helenístico Zeuxis, una cita al conocimiento clásico y a la tratadística del arte, y, por extensión, una referencia del arte al arte mismo, esto es, a su voluntad de representación fiel de la naturaleza.

Tal alusión autológica se complementa con otro curioso elemento: el dibujo de un jinete camuflado en una nube. Este dibujo ha sido identificado por Kristeller como el relieve del rey Teodorico en la fachada de San Zenón de Verona, iglesia en la que Mantegna había trabajado para pintar el retablo de su altar. Una vista de una foto de este detalle da cierta plausibilidad a la opinión de este autor, de tal modo que se puede entender que tenemos una segunda metarreferencia artística, cuyo sentido puede verse completado atendiendo a una posible autología, esto es, considerando que la cita contiene una reflexión sobre el propio arte. Véase el siguiente pasaje que Leonardo escribiría unas décadas más tarde:

"No puedo dejar de incluir entre estos preceptos una nueva y especulativa invención que, si bien parece mezquina y casi ridícula, es, sin duda, muy útil para estimular al ingenio a varias invenciones. Es la siguiente: si observas algunos muros sucios de manchas o construidos con piedras dispares y te das a inventar a escenas, allí podrás ver la imagen de distintos paisajes, hermoseados con montañas, ríos, rocas, árboles, llanuras, grandes valles y colinas de todas clases. Y aún verás batallas y figuras agitadas o rostros de extraño aspecto, y vestidos e infinitas cosas que podrías traducir a su íntegra y animada forma. Ocurre con estos muros variopintos lo que con el sonido de las campanas, en cuyo tañido descubrirás el nombre o vocablo que imagines".

A lo cual Alicia Cámara añade "lo que Leonardo veía en los muros, lo veía Mantegna en las nubes y muchos siglos más tarde nos lo pueden recordar las dobles imágenes dalinianas". La cuestión es que en la nube hay una cita que el arte hace de sí mismo (de la "obra de Andrea" al relieve en la fachada de San Zenón), o, cuando menos, una forma con un función referencial o representativa, enmarcada dentro de un elemento natural. Si de verdad esta forma reclama interpretación (y así lo parece, puesto que se halla también en una posición bastante relevante en lo que a atracción visual se refiere), es probable que esta sea la representación simbólica de la naturaleza como entidad creadora de formas. Como corolario, aún podría extraerse que Mantegna muestra cómo, igual que la naturaleza crea sus formas, el arte imita a la naturaleza en tanto que proceso creativo.

Conjuntadas así las dos autologías aquí referidas, es posible entender que la obra tiene un cierto carácter programático. Mantegna podría estar refiriéndose al arte como imitación de la naturaleza, según la preceptiva establecida por Plinio, pero de una naturaleza móvil, que es en sí misma creadora. Esto es, que el artista debe imitar a la naturaleza en tanto que proceso de creación, razón que justificaría el carácter no realista de la escena representada, sino como imbuido de una realidad propia, marco para la representación ideal de la belleza generada por un proceso creativo consciente, esto es, artístico.

3. La expresión del martirio: los tres San Sebastianes de Mantegna.

Es posible que la pequeña pieza aquí examinada acreditase de algún modo a Mantegna, puesto que, como con la Judith, el artista paduano recibió años más tarde dos nuevos encargos del mismo tema, esta vez en formato más grande, más heroico. Aunque pueden reconocerse trazos de un estilo característico en las tres obras, de fecha distante entre ellas (de diez a quince años, aproximadamente, entre una y otra) acaso son más notables las diferencias en el tratamiento de un mismo tema. Como conclusión a este trabajo, voy a realizar un breve examen comparado de las tres obras.

El San Sebastián de Aigueperse o "del Louvre" (véase fig. 4) es obra autógrafa de Andrea Mantegna, temple sobre tela de 275 por 142 centímetros, en buen estado de conservación y expuesto al público en París, en el Museo del Louvre. Procede de la iglesia de Notre-Dame d’Aigueperse, por donación de Chiara Gonzaga en 1481. La crítica tiende a fechar la obra en un año antes, 1480. Repite muchos de los elementos ya vistos en el San Sebastián de Viena. El santo, un hombre joven, está atado a una columna jónica que forma parte de una arquitectura derruida, y está de pie sobre un montón de escombros de mármol, vestigios arquitectónicos y escultóricos de tipo clásico. En la esquina inferior derecha aparecen los rostros de los verdugos. Crece junto a la columna algo semejante a un brote de castaño o de higuera. Más hacia el fondo, puede verse un camino y, sobre un promontorio, un bosque, que por las formas de las copas podría decirse de olivos. El último término es un fondo urbano, con casas y estructuras monumentales clásicas. Sobre tres riscos aparecen una torre y tres castillos.El San Sebastián del Ca d’Oro en Venecia (fig. 5), ya perteneciente a la actividad postrera de Mantegna, es notablemente diferente a los anteriores. Obra autógrafa, temple sobre tela, de 210 por 91 centímetros, se expone al público en el Ca d’Oro, en Venecia. La obra pasó por numerosos propietarios, aunque posiblemente había sido destinada originariamente al obispo Ludovico Gonzaga (otro nieto del marqués Ludovico). En primer término, sobre fondo negro, aparece un hombre joven desnudo, cubierto sólo con un paño de cortina, asaeteado por quince flechas. Mantegna produce un efecto ilusionístico y de relieve al poner el pie en escorzo sobre el marco pintado. Los únicos aditamientos de la composición son unas cuentas perladas en la parte superior, y, en la esquina inferior derecha, una vela encendida de la que se despliega una cartela donde se lee, "NIHIL NISI DIVINVM STABILE EST. COETERA FVMVS", esto es, ‘Nada, si no es divino, es estable. Lo demás es humo’.

De una primera visión ya se nota la mayor semejanza entre los dos primeros San Sebastianes (el de Viena y el del Louvre). La posición de un San Sebastián no puede ofrecer muchas variaciones, si bien en este caso son prácticamente idénticas, con la diferencia de que el cuerpo del San Sebastián de 1480 es ya más estático, y se concentra en su rostro una mayor expresividad. Pero acaso lo más importante es que en el segundo se repiten numerosos elementos del primero, aunque dispuestos de forma diferente. Las repeticiones más llamativas serían las "citas clásicas": la columna jónica, los relieves con motivos vegetales, los escombros (desaparecen el relieve del niño y las uvas y el autógrafo en griego). El vestigio sobre el que San Sebastián está en pie se dispone en mayor coherencia con el conjunto de restos, y la columna estriada de mármol blanco adquiere mayor monumentalidad y presencia. El cuerpo del santo y la columna se armonizan por la semejanza cromática, más clara. Todo lo dicho anteriormente sobre la concordatio puede aplicarse aquí: nuevamente cuerpo y vestigio se integran en el drama común de la belleza pasajera, y asimismo parece expresarse que el martirio, la fe cristiana, es lo único que permanece de ese mundo antiguo, ya desaparecido.

Ninguno de estos elementos de clasicismo explícito se repite en el San Sebastián de Venecia, a no ser por el moldeado escultórico del cuerpo masculino. Esta es una característica compartida por las tres obras. El elemento fundamental para crear volumen es el sombreado en el costado expuesto a la vista del espectador. Otro elemento configurador de volumen es la demarcación de la masa muscular: los músculos de los San Sebastianes de París y Venecia están más marcados y tensos, apretados contra sus ataduras; por esto, y al haber una mayor linealidad en el dibujo del San Sebastián de Viena, podría decirse que el carácter escultórico de las figuras difiere en que la pieza de Viena es más como un bajorrelieve, mientras que las otras dos parecen más escultóricas.

Continuando con la cuestión del carácter escultórico de las figuras de Mantegna, hay un elemento que pasa un tanto inadvertido en el de Viena y que en el de París puede verse más destacado y en una orientación parecida a la de un pie del santo. Se trata del pie escultórico que aparece en la esquina inferior izquierda de ambas composiciones. Acaso por la similitud de escala en que aparecen el pie escultórico y el pie de los santos, se pretende "certificar" artificiosamente la pintura de estas figuras como de inspiración clásica. Es como si se dijese "el pie de esta figura es como el pie de esta escultura", como si el artista aludiese al elemento escultórico clásico como modelo ideal de su representación pictórica de los cuerpos. Quisiera apuntarlo tan sólo como una sugerencia.

Otro carácter común entre las dos primeras obras es su cuidadoso detallismo. Especialmente en la primera, donde el artista se ocupa de detalles ínfimos como los conejos en el campo o la estructura de los barcos del fondo. Mantegna se aplica con cuidado al detalle en la representación de las "citas clásicas" presentes en ambas obras. La referencia a lo clásico es un factor estético y sígnico de capital importancia en el Renacimiento por la referencia a un pasado artístico ideal. De aquí lo detallado de los elementos clásicos en Mantegna en toda su obra, desde el ciclo de Santiago en la Capilla Ovetari a Los triunfos de César, siempre que la ocasión lo requiere. En cuanto a las obras aquí referidas, obsérvense, por ejemplo, los dos capiteles jónicos, donde puede apreciarse cada línea de los ornamentos vegetales, la precisión en las curvas de las volutas o los rostros de los putti. En ello puede comprobarse la importancia que Mantegna concede al dibujo en su obra pictórica, por delante de la forma material más característica de algunos artistas del Cinquecento y, sobre todo, del Barroco. Si bien, insisto, este detallismo es particularmente acentuado en la representación de lo clásico, puesto que en el San Sebastián de 1480 se ve cómo la precisa tectónica de fondo, peculiar característica de Mantegna en obras anteriores, se ha desdibujado un tanto. El San Sebastián del Ca d’Oro es ya más radical, puesto que, como en el Cristo muerto, se prescinde lo más posible de detalles ornamentales, lo cual es claramente indicativo de obras dirigidas a la meditación sobre su tema principal.

El detallismo ornamental del capitel jónico del San Sebastián del Louvre es más perceptible tanto por la elegante posición oblicua en que Mantegna lo presenta como por la mayor claridad de la composición. De hecho, un aspecto en el que difieren los tres San Sebastianes es en la iluminación. La del San Sebastián de Viena es más dorada, como de atardecer, mientras que el San Sebastián del Louvre es una composición más diáfana, como si la hora del suplicio fuese mediodía. La iluminación de ambos cuadros responde, de hecho, a una cuestión de armonía compositiva. Así, la mayor claridad lumínica del segundo permite presentar al cuerpo de San Sebastián en mayor armonía cromática con la columna blanca a la que está atado. Por otro lado, se ha mencionado ya (pág. 10) que en el primer San Sebastián se representa la columna como de un tipo característico del Norte de Italia, por lo que la iluminación es vespertina a fin de armonizar cuerpo y columna. Así pues, se trata de un recorso formal para establecer la concordatio ya a nivel perceptivo.

En cuanto al San Sebastián del Ca d’Oro hay un cambio notorio. La representación es sobre fondo negro, prácticamente sin ornamento alguno que acompañe la exposición del mártir. El fondo negro o de monocromía densa y oscura es una de las convenciones más frecuentes del retrato individual en los siglos XVI y XVII, y aquí lo vemos ya aplicado en pintura religiosa. De hecho, si pudiésemos ver la fuente de luz o su haz proyectado sobre el cuerpo del santo, esta atormentada composición podría ya parecer barroca. Pero el santo todavía emana luz propia dentro de su sombrío contexto, con lo que, si bien el patetismo expresivo es evidente, éste se suaviza un tanto al persistir esta formalidad que nos recuerda la santidad de lo representado aún en lo descarnado de sus sufrimientos.

En lo referente a otros recursos formales y compositivos, la centralidad es mucho más marcada en las dos últimas obras. En la del Louvre, los temas del santo y de la columna ocupan una mayor proporción de la composición. En la de Venecia, la centralidad compositiva y temática es casi total, puesto que la figura ocupa casi todo el espacio compositivo y se ha prescindido del contexto clásico y paisajístico de las piezas precedentes.

Las tres piezas difieren en el ritmo compositivo. Se ha referido ya el carácter ascensional de las líneas del San Sebastián de Viena. El del Louvre, en cambio, al ser menos estilizado en la delineación de sus formas corpóreas, el ritmo compositivo se modera. El cuerpo del santo, por otro lado, aparece aún más estático, con lo que reclama, a mi parecer, una mayor fijación perceptiva sobre él. Acaso sea debido a que los elementos de contexto no parecen tan abundantes como en la primera. El San Sebastián del Louvre es una obra que reclama mayor atención hacia sus temas principales, representados en el centro, si exceptuamos los vivos amarillo y rojo de la manga y la pechera de los dos verdugos, que atraen mayor atención hacia una zona con menor peso visual. Aparecen en un punto poco relevante de la composición, pero esos colores nos llaman la atención hacia ellos, quizá para parangonarlos con el santo, tanto en su posición inferior como en la fealdad de sus rostros, cuyo realismo en las arrugas y caracteres faciales ha sido relacionado con figuras pictóricas de Roger van der Weyden.

Da la impresión, por otro lado, de que la mayor centralidad y estabilidad del San Sebastián del Louvre contrasta con pequeñas fugas lineales hacia el exterior de la composición. Acaso la posición oblicua de elementos como el capitel y algunas de las estructuras del fondo compensan levemente el estatismo de esta obra. De igual modo, las líneas de los promontorios en la parte inferior derecha, así como el arquitrabe de la parte izquierda, parecen configurar leves directrices rítmicas hacia el exterior que, sin menoscabo de la centralidad de la composición, atenúan el estatismo en la disposición de su tema central.

Continuando con el ritmo, todo lo contrario puede decirse del San Sebastián de Venecia, que es puro desasosiego. Hay centralidad y ascendencia, como en la primera obra, pero la figura del santo es enormemente inestable. Aparece como trastabillando, con un pie puesto ya en el marco pintado y el otro alzándose. A la inseguridad del paso se une el que la figura lleva las manos atadas a la espalda y, en lo referente a la perspectiva, la escena se compone como vista desde un nivel inferior (la ya mencionada perspectiva di sotto in su) de tal modo que parece que el santo vaya a derrumbarse encima del espectador que lo contempla de cerca y de frente. En el cuadro todo es movimiento agónico e inestabilidad en lo que se refiere a ritmo compositivo. Formalmente, las características más conspicuas de esta obra se dirigen funcionalmente a resaltar el patetismo de su contenido.

Esto último, la expresión patética del martirio, es el elemento de contenido que más notablemente diferencia las tres obras entre sí. El sufrimiento de los mártires de Mantegna es creciente de una obra a otra. He mencionado ya la expresión resignada del primer San Sebastián: la obra parece comunicar que su dolor físico parece no es nada en comparación con la compensación que recibirá de su profunda espiritualidad, perceptible en su mirada, y del cielo que contempla con expresión anhelante.

En el San Sebastián del Louvre se ve un cambio. Si bien su cuerpo permanece estable, la tensión de los tendones del cuello y la yugular hinchada expresan un padecimiento físico, igual que las arrugas en mejillas y frente. Nótese cómo a partir de los costados hacia arriba ninguna flecha se clava en el cuerpo del mártir. Es de suponer que con ello se busca no sólo espacio para la delectación formal en el cuerpo del santo, sino también dejar espacio expresivo al dolor del martirio expresado en su rostro. Se trata de un San Sebastián que sufre, ostenta una expresión infeliz en la torsión de la boca, y eleva hacia el cielo una mirada triste y suplicante. La composición busca en todos los elementos ya dichos un pathos, un contacto emocional con el espectador en la comunicación del significado del martirio: el sufrimiento corporal hasta las últimas consecuencias en pro de una beatitud más alta. El cuadro busca expresar el sacrificio que esto implica, pero sin dejar espacio para la duda: la beatitud del santo se explicita en la aureola traslúcida que lo corona, y, más aún, por el parangón que se establece con las figuras en un nivel inferior, más terrenal: los verdugos son enormemente feos en comparación con la belleza atormentada de San Sebastián: su fealdad y sus rostros surcados de arrugas muestran que ellos, además de ajenos a una verdad superior, tampoco están a salvo de las contingencias, los estragos físicos del mundo temporal.

La expresión de patetismo en el San Sebastián del Ca d’Oro es ya total. La figura aparece en un estado puramente agónico, a punto de derrumbarse. El artista se da a pintar la sangre que cae de sus heridas con un fúnebre rojo oscuro. Pero todo se concentra en el rostro, el rictus de su boca abierta, los ojos vueltos hacia arriba, y en la tensa vibración de su cabello ondeante. Contrasta la sonrisa sardónica que esboza con el éxtasis de su mirada. Se concentran en el rostro dolor, martirio, éxtasis místico, delectación celeste e incluso un turbador placer masoquista. En suma, una agonía santa. La cartela en la esquina reza: "Nada, si no es divino, es estable. Lo demás es humo". El cuerpo del santo parece pintado como una excusa para que en él se claven las flechas y por él se escurra la sangre de las heridas. Es una muerte corporal inminente en favor de otra vida. El rostro del santo, cuyo rictus mezcla placer y dolor en la expresión, busca más arriba, con una mirada extática, casi alucinada, la eternidad que anuncia el mensaje evangélico.

Bibliografía.

Bellonci, María, y Caravaglia, Niny (Eds.), La obra pictórica completa de Mantegna, Barcelona, Noguer / Rizzoli, 1970.

Cámara Muñoz, Alicia, Andrea Mantegna, Madrid, Historia 16, 1993.

Clark, Kenneth, "Mantegna y la Antigüedad clásica", en El arte del Renacimiento, Madrid, Alianza, 1989.

Da Vinci, Leonardo, Tratado de la pintura, ed. Ángel González García, Madrid, Akal, 1993.

Delehaye, H., Les légendes grecques des saints militaires, París, Présses Universitaires de France, 1989.

Duchet-Suchaux, Gaston, y Pastoreau, Michel, Le Bible et les Saints, París, Flammarion, 1994.

Hartt, Frederick, History of Italian Rennaissance Art, Nueva York, Thames and Hudson, 1994.

Honour, Hugh, y Fleming, John, Historia del arte, Barcelona, Reverté, 1986.

Kristeller, P., Andrea Mantegna, Berlín-Leipzig, 1902.

Panofsky, Erwin, "La perspectiva com a ‘forma simbòlica’", en La perspectiva com a ‘forma simbòlica’ i altres assaigs, Barcelona, Edicions 62, 1987,

Plinio el Viejo (Cayo Plinio Segundo), Historia naturalis, 10 vols., ed. bilingüe en latín y en inglés de H. Rackham, Cambridge (Massachussets), Harvard University Press, 1984.

Réau, Iconographie de l’art chrétien, 6 vols., París, Présses Universitaires de France, 1955, vol. 3.

Tietze-Conrat, E., Andrea Mantegna. Le pitture, i disegni, le incisioni, Florencia, 1955.

Vasari, Giorgio, Le vite dei più eccelenti pittori, scultori e architetti, Torriana (Forli), Orsa Maggiore, 1991