EL TRAGALUZ DE BUERO VALLEJO

 

1. Introducción

Estrenada en 1967, con pocos problemas de censura, aunque reciba duras críticas por parte de la prensa adicta al régimen franquista (era la primera vez que se presentaba una reflexión crítica desde el lado de los vencidos), es una de las obras teatrales de Buero Vallejo más representativas de su concepción dramática, tanto desde un punto de vista temático como escénico. Pertenecería a una segunda etapa de su producción, por la insistencia en lo social y, a la vez, la presencia de elementos no realistas o con valor simbólico.

Plantea una doble problemática: de un lado, es un proceso a la realidad de la posguerra; de otro, una reflexión sobre el sentido de la existencia desde una perspectiva moral. El carácter trágico de ambas circunstancias está resuelto de un modo esperanzado, como es propio de la concepción trágica de Buero Vallejo: el desenlace trágico queda atenuado por la reflexión moral. El destino se ha cumplido, pero mostrando la etiología de los errores: el carácter de los personajes, la presión de la situación social... Es posible, por tanto, un futuro mejor si se cumple un objetivo destacado como imprescindible: la comprensión y solidaridad con el prójimo.

 

 

2. Los planos de la realidad de la obra

En el escenario coexisten tres o cuatro planos espacio-temporales que dotan a la obra de gran complejidad, al situar al espectador simultáneamente dentro y fuera de la obra, con la intención de distanciarle (para juzgar con los Experimentadores) e identificarle (por compartir una identidad histórica) con esos distintos planos:

a) el experimento, al margen del decorado, se plantea como un presente real, que es un futuro respecto al espectador, situado en el siglo XXV o XXX.

b) el drama familiar del pasado, pero que el espectador siente como contemporáneo. Sobre el escenario, hay tres espacios distintos: la oficina, el bar en el exterior (ambos elevados) y el sótano. Falta la cuarta pared del sótano, abierto hacia el espectador.

c) el mundo de los pensamientos, contemporáneos al plano anterior y visualizados gracias a la tecnología.

d) por último, el plano del pasado remoto, evocado en escena por el parlamento de los personajes.

Dado que la mayor parte de estos escenarios está en relación con la temática de la obra, los analizaremos detenidamente más adelante.

Estructura. Vid esquema en edición. Está compuesta por ocho intervenciones de los Experimentadores que enmarcan seis analepsis (saltos hacia atrás en el tiempo) de carácter lineal que reproducen seis momentos de la historia situada en el siglo XX. En algunos casos, se producen acciones simultáneas, sean reales o imaginarias (pensamientos). Esta estructura compleja de planos espaciales y temporales simultáneos de difícil resolución tiende, sin embargo, hacia lo sustancial. No hay nada superfluo (se omiten algunos momentos por ello), todo tiende a la presentación y enjuiciamiento de unos hechos en busca de la verdad.

 

 

3. El experimento

Aunque en algunas críticas se ha cuestionado la validez de la parte experimental de la obra y su coherencia respecto al drama, Buero Vallejo ha insistido sobre la necesidad de ese plano para configurar el sentido y recepción de la obra.

Desde un punto de vista meramente funcional, se trata de un recurso relacionado con la literatura científica, un invento fantástico que permite el tópico viaje en el tiempo. Pero lo que destaca es la funcionalidad de la ciencia, al servicio de los hombres. Esa técnica permite la recuperación del pasado no para alterarlo o modificarlo, sino como ejercicio de aprendizaje para el presente-futuro. Por otro lado, en cuanto investigación que revela progresivamente la verdad y se enjuicia al culpable, puede relacionarse con la literatura policial. En todo caso, destaca, como dice uno de ellos, "la importancia infinita del caso singular": la existencia del hombre es una concatenación de vidas anteriores, conocerlas es conocernos y asumir nuestra responsabi­lidad en un momento concreto de la Historia del Hombre.

Los detectores permiten una omnisciencia total, incluidos los pensamientos, ese "punto de vista de Dios" buscado por los personajes que nos hará mejores al conocer e identificar­nos con todos los hombres. En algunos casos, se da la ambigüedad, no queda claro si asistimos a pensamientos o acciones, en todo caso, se destaca que consiste en una "experiencia de realidad total" que rompe con los límites de la representación.

Por otro lado, el experimento permite al espectador distanciarse respecto al drama, como lo están los experimentadores, para poder enjuiciar las actitudes objetivamente. Este recurso distanciador se ve potenciado por los comentarios intercalados que cortan la acción que son tanto juicios personales como invitaciones a la refle­xión, por lo que pueden relacionarse con las intervenciones del coro de la tragedia griega. Esa capacidad crítica constante y despierta supone una imagen de la existencia como compromiso con la verdad.

 

 

4. El drama realista y su valor simbólico: dos signos dramáticos polisémicos

Dos son los símbolos (elementos dramáticos presentes de un modo u otro) que mejor explican la obra:

El tragaluz: Desde un punto de vista escénico, el tragaluz es un hallazgo por su capacidad de sugestión e implicación del público. Se trata de uno de los clásicos "recursos de inmersión" del teatro de Buero (la ceguera o la sordera hechas sentir, vivir por el espectador con algún recurso). En este caso, los especta­dores se identifican con esos personajes contemplados por los protagonistas, al mismo tiempo que nosotros los contemplamos a ellos. Pero lo radical es ese "soy yo" que pronuncia Mario: todos somos uno, es necesario identificarnos con los demás para dejar de hacernos sufrir.

Pero esa visión del tragaluz es también un símbolo de las limitaciones de la condición humana: estamos condenados a tener sólo una visión parcial de la realidad. Vemos tan sólo los reflejos de la realidad total. Es algo que podemos relacionar, obviamente, con el mito platónico de la caverna, en la que percibimos únicamente reflejos de la realidad ideal.

Como espacio físico, por último, es también un símbolo de la situación en que viven los vencidos de la posguerra, sumergidos y encerra­dos, víctimas olvidadas en el subsuelo de la sociedad. Pero les salva el afán, la constante preocupación por trascender la oscuridad y salir hacia el exterior, hacia el conocimiento del ser humano.

El tren: En cierta forma, contrapuesto al tragaluz, aunque el padre los identifique. Representa la vida activa, "el carro-tren de la vida". Aunque aparezca con un valor negativo desde una perspectiva real (el tren tomado por Vicente) está claro que, en sí, el tren de la vida no es, ni mucho menos, negativo. Lo negativo y censurable es la actitud de quien toma el tren prescindiendo de los efectos sobre el resto de personas.

Desde otro punto de vista, el sonido del tren se identifica con los pensamientos. El sentido, en este caso, parece menos claro: pasa el tren, pasa la vida o, mejor, los pensamientos forman parte de esa vida que sería necesario aprehender en su totalidad. En cualquier caso, destaca también su capacidad para sugerirnos las obsesiones de los personajes.

 

 

5. Los personajes

Los experimentadores no poseen rasgos de identidad propios, no nos interesan por ese motivo. Quizá la compasión, como la que deberíamos sentir nosotros.

El núcleo de personajes relevantes es la familia en un triángulo de fuerzas enfrentadas. Se trata de una pirámide dominada por el padre que simboliza los efectos de la guerra civil en el pueblo español, unos efectos que están reprimidos hasta el estallido final. En este sentido, es lícito contemplar el enfrentamiento entre los dos hermanos como un reflejo de la guerra fraticida, otro caso más del cainismo propio de nuestra historia, como dejaron sentado Unamuno (Abel Sánchez) o A. Machado ("La tierra de Alvargonzález").

Padre: es una figura polisémica, con valores reales y alegóricos. Se trata de uno de los personajes típicos de Buero, con una “deficiencia física” (sordera, cegue­ra...), una deficiencia que representa un contrapunto a la "normalidad". Son ellos los que captan o procuran hallar otros sentidos escondidos, otros "enigmas" de la existencia. En este caso, se trata de una deficiencia psíquica, la demencia senil. El origen de esa locura no es propiamente la vejez: no es tan viejo y, además, existe un episodio de locura precedente. La locura ha sido provocada por una causa externa que reaflorará al final: la traición de su hijo, pero en el fondo, la guerra civil o la maldad universal. Pero como ocurre con esos personajes, es un personaje que posee una lucidez particular, una racionalidad esencial: él descubre la relación entre Encarna y Elvira, unidas por ser víctimas. Y, sobre todo, canaliza uno de los temas principales de la obra: el problema de la identidad. La significación última de su obsesión por recortar es la búsqueda de conocimiento de la identidad de cada uno de los seres humanos. Aunque sea una búsqueda imposible e utópica, es el primer paso para el conocimiento y la comprensión.

Como padre, también es puesto en relación con el Creador, de manera explícita. Se cree Dios y juzga como un Dios bíblico el enfrentamiento de sus hijos. Al final, Vicente pide el perdón, pero recibe el castigo divino-paternal.

Los dos hermanos representan dos caras de la realidad. Es muy frecuente en todo el teatro de Buero Vallejo el enfrentamiento de dos personajes: el activo y el contemplativo.  En su teatro, este enfrentamiento entre protagonista contemplativo y antagonista activo puede aparecer con distintas variantes, ya que suelen cruzarse otros personajes. Lo más frecuente es que exista un objeto deseado que les enfrente. Como en el caso de El tragaluz suele ser una figura femenina, por lo que se introduce también un conflicto amoroso. Ninguna de ambas posturas es la idónea: hay que actuar, pero también saber contemplar y comprender al prójimo. No es, por tanto, un enfrentamiento maniqueísta entre el Bien y el Mal, sino la presentación de posturas que, aisladas y condicionadas por las presiones sociales, no son beneficiosas. El propio Buero ha indicado que el hombre idóneo sería el resultado de una simbiosis Mario-Vicente (en proporciones de un 60%-30%).

Mario: aparece, en principio, como la víctima derrotada e inocente de esa guerra. Pero no hay que simplificar. Mario es un ejemplo del personaje contemplativo, cuyo carácter derrotista y escéptico le aparta de la actividad y le empuja a la abstención de participar en la lucha. No quiere tomar el tren, se margina voluntariamente por imperativos éticos insobornables (113, análisis del funcionamiento de la sociedad y respuesta de Mario). Vicente compara su idealismo con Don Quijote, pero éste actuaba. Sin embargo, es capaz de reconocer al final su error (inactividad, egoísmo, empuja a Vicente...). Representa una soplo de esperanza por su afán de trascendencia heredado del padre.

Vicente. En principio, aparece como un Individuo sin escrúpulos. Es el causante de la muerte de Elvirita y, a partir de ahí, de cuantos atropellos sean necesarios para su triunfo personal: subirse al tren implica no bajarse, cueste lo que cueste. Aquí aparece con mayor fuerza el problema de la responsa­bilidad, ya que es consciente de sus actos. Sin embargo, no todo es negativo, tiene un fuerte sentimien­to de culpabilidad que al final le empujan a la tragedia, a la búsqueda del perdón paterno que sabe imposible. Pero hay que profundizar más en su psicología para captar qué parte hay en él de víctima y verdugo: en el fondo, es un cobarde, sumiso al poder para la conservación del mismo, convencido de la lógica del sistema que no le dejará escapar si no es para hundirse.

Encarna: a pesar de su escaso papel, permite comprobar la degradación de las relaciones amorosas en ese tiempo. El amor es un concepto utilitario, es víctima (como Elvira) en su relación con los dos hermanos, ya que la utilizan con fines diversos: un altruismo autocomplaciente (Vicente) y la autocompasión (Mario). Por ello se ve a sí misma, en un ejemplo de visualización de los pensamientos, como prostituta: la pobreza y la supervivencia la empujan a prostituirse moralmente.

Madre: papel menor. Pero destacan algunas notas: su abnegación, su ternura, su compasión hacia Vicente (madre al fin y al cabo de su hijo, perdona), su continua obsesión por el hambre y, sobre todo, su postura escapista ante los hechos. Ni un solo día ha dejado de recordar la tragedia, pero se impone a sí misma el silencio, intenta evitar una fractura que acaba llegando inexorablemente.

Beltrán: no aparece en escena, pero por las referencias puede encarnar al escritor de talento que se convierte en víctima de los intereses ajenos, que tiene que enfrentarse con un Poder cuyos medios son más eficaces que la simple valía.

Elvirita: es la más inocente, símbolo de la inocencia que sucumbe por la historia, los actos ajenos cuya incidencia sobre el prójimo motiva la meditación sobre la responsabilidad humana.

 

 

6. Conclusión

Toda la obra es un proceso a Vicente que lleva hasta el descubrimiento de la Verdad, por dolorosa que sea (de hecho se ha relacionado la obra con la literatura procesal o policíaca). Tras el violento juicio y ajusticiamiento de Vicente, se impone un remanso de paz, representado por las últimas palabras de Mario y Encarna, unidos ahora en el dolor, por la esperanza del futuro, un futuro representado tanto por los hombres que pasan por delante del tragaluz como por ese hijo, quizá de Vicente (unión final de los dos hermanos), que representa una posibilidad de salvación.

La tragedia concluye pues con un crimen que es castigo, una mirada hacia el futuro y una confirmación desde ese futuro de esa salvación. Destaquemos los usos verbales como rasgo de esa esperanza: los pretéritos imperfectos (-aban) en contraste con ese hoy ya. La vigilancia de una conciencia superior, que es la de la colecti­vidad, rehumanizará el mundo. Esta es la función catárquica de la tragedia para Buero: la purificación del ánimo, como en la Poética de Aristóteles, pero acompañada de una reflexión sobre la existencia.

 

Javier González Rovira