LA MARATÓN CONTRA LA ESQUIZOFRENIA
Cuando Filípides hizo famosa la carrera superando los 42 kilómetros que
separaban Maratón de Atenas, no se imaginaba que crearía el significante para
definir el esfuerzo inefable del ser humano para superar límites. La locura es
parecida a la soledad del corredor de fondo. El loco vive el drama de la
alienación, de su incomprensión, de la cual tan solo él es testimonio. Ha sido
la misma sociedad en la que vive la causante de la segregación, la constructora
de muros y pareces hechos con ladrillos de moral correccionista; ella,
amparándose en una supuesta peligrosidad, pone distancia a la vesanía. Michel
Foucault, artista de la denuncia nos explica cómo eran embarcados en naves
“Narrenschiff”, condenados al azar del curso del río, el cual los alejaba de la
ciudad, para posteriormente pasar de la “Stultifera navis” al ingreso en
hospitales donde no tuvieron mejor suerte. El loco, confundido con el indigente,
con el inútil, con el no productivo, era aislado, encadenado y separado de la
circulación, cuando no expuesto a la mirada de aquellos que se acercaban a los
asilos parisinos a observar las manifestaciones de la locura como espectáculo
público.
Fueron las presiones de la sociedad y no cuestiones
filosóficas y de libertad las artífices del cambio. Pinel, que consideraba la
locura como anormalidad espiritual, en 1793 en el Hospital de La Bicêtre, los
libera de las cadenas y propone el aislamiento terapéutico y el tratamiento
moral. Los libra a la vigilancia de la medicina, aliada de la ley, la cual
delega su responsabilidad a la psiquiatría y a su arsenal terapéutico. En lo que
es esencia, salvando distancias, nada ha cambiado. El miedo al enfermo no es
nada más que el miedo a nuestra propia locura, como reflexionaba Pascal: “Los
hombres son tan necesariamente locos, que sería estar loco, de alguna manera el
no estar loco”.
Tres temas están sobre la mesa: La reforma psiquiátrica, las
formas de abordar la clínica y el alienado. En cuanto a la reforma, la sociedad
ha pedido soluciones y algunos como la antipsiquiatría con Basaglia inician la
denuncia. Veinte años después se consigue que a Italia se cierren los
psiquiátricos, cuando en los Estados Unidos, hace tiempo que los locos han
salido y ahora pululan por las famosas avenidas, tal y como en la época clásica
denunciaba Foucault, formando parte de los indigentes. En España, con una masa
cercana a 400.000 enfermos, se habla de la reforma de la reforma, que juega con
el dentro fuera como solución. Del cierre de los manicomios al hospital de dia,
del paso del asilo a la medicina de sector, incluso, posiblemente por
agotamiento, no por criterios clínicos o de libertad, se entrega el enfermo a la
familia.
Soy consciente que es fácil caer en la frivolidad de la crítica y
de la denuncia. Es necesario preguntarse qué hacer con los crónico, los grandes
olvidados, qué se ha de hacer con los violentos (estigma falso estadísticamente
demostrable), por qué se colapsan los servicios. Cuestiones de una política de
la Administración que tiene que ir más allá de la estética en edificaciones. Al
Cesar lo que es del Cesar.
¿Cómo podemos abordar a clínica?. Hablemos de una
atención preventiva que evite la cronicidad y que sea capaz de estabilizar los
delirios. Remarco que no hablo de cura de la psicosis; de hecho algunos
psicoanalistas pots-freudianos afirmaban haber curado la psicosis en todos
aquellos casos en no se trataba de una psicosis. La locura ha sido el caballo de
batalla de la clínica y los clínicos, los cuales observan, diagnostican,
clasifican, pronostican y promueven tratamientos de manera bien alejada. Existe
una falsa lucha entre organogénesis y psicogénesis, entre la química (que como
el internamiento puede ser eficiente en un momento) y el prestar el oído a la
locura, que hasta ahora se resiste a la localización orgánica. La convivencia
dentro del mismo recinto de autistas, esquizofrénicos, maníaco-depresivos,
paranoicos que se manifiestan de manera diferente en el tiempo de aparición del
sufrimiento y en la sintomatología, unido al ritmo agotador de la medicación,
han hecho el resto. No podemos caer en el error de pensar que los ríos
curiosamente siempre pasan por las ciudades. Los diagnósticos se complican.
Freud ya avisaba que se confundía histeria o neurosis obsesiva con
esquizofrenia. Hay fenómenos elementales en cualquier psicosis. No es suficiente
con al despersonalización o el pánico obsesivo; es necesario el automatismo
mental, los neologismos, la intuición delirante. O se escucha o se medica, esta
es la cuestión. Ni la excusa biológica, ni el recurso hereditario, evitan que el
paciente hable y cuando lo hace, lo que antes era biológico ahora es palabra y
esta produce efectos sobre lo emocional. Si algunos hablan de secreción
neuronal, nosotros los hacemos de significación de la enfermedad. Si el
medicamento produce una reacción química, no hace nada más que lo que hace la
palabra. Pero, así como la biología va al cuerpo, la palabra se dirige al ser
del sujeto para darle la oportunidad de escuchar su sufrimiento. Esto, en una
primera crisis es esencial. Podemos estabilizar el delirio y sobre todo que lo
que es agudo no se transforme en crónico y este último en residuo llamativo,
molesto y preocupante por su peligrosidad. Cuando hablamos del loco, lo hacemos
de la persona que ha perdido el norte, o que no lo ha tenido nunca, que aparece
en la naturaleza sin límite y que hacer servir su delirio, sus voces o por qué
no, sus manifestaciones artísticas para hacer de intermediarias entre lo real y
lo que es simbolizable. Ha perdido un significante esencial y cuando en la
carretera falta el indicador principal, comienzan las voces, el zumbido del
alucinado, los ecos de pensamiento.
El loco desde algún punto interno
observa su locura, sólo es necesario pensar en construir un lugar, no para
observarlo, sino para que haya un discurso que no nos haga retroceder ante la
psicosis.