LA INFANCIA MALTRATADA



Una reflexión sobre la pederastia

                Artículo  publicado en el Diari de Girona de fecha 09-11-1996


Recientemente un recién nacido de nueve meses era presa de las manifestaciones amorosas de sus padres y presentaba una factura ósea. Hay amores que matan. Quien lo comentaba decía con sorpresa que la madre era universitaria y el padre corredor de seguros; es decir, se había dado un paso cualitativo. Hasta ahora parecía que tan solo la falta de estudios era la condición sine qua non para adquirir ciertas patologías, patrimonio de corazones duros. La infancia está indefensa la sociedad esta desprotegida, ser persona y convivir en comunidad es una situación de riesgo.
Rousseau, creador del concepto de niño, buscaba un modelo de educación diferente, posiblemente debido a que no tuvo madre. Proponía salvar a la infancia de la contaminación de los adultos. Era tanto como decir que el niño era inocente (tabula rasa), que con el paso del tiempo, al hacerse adulto, olvidando su infancia, se transformaba en este contaminador. Pero no, la infancia no es tan perfecta, por suerte. No somos animales. Recibimos tanto amor, tantas palabras, tantos afectos y tantas faltas que quedamos marcados eternamente. San Agustín en “Las Confesiones”, ya nos habla del odio del niño pequeño cuando observa como su hermano de leche le roba el pecho de la madre. Freud es el primero que pone en duda la supuesta inocencia infantil al calificar, sobre la base de sus observaciones y aquellas que le presentaban sus discípulos, al niño como un “perverso polimorfo”, es decir, que de estos “locos bajitos” surgían sentimientos de amor y odio. Pero, esta perversión, nada peligrosa, no era nada más que reconocer una realidad. Lo que si es cierto es que de esta estopa, de esta base psíquica, se formará la perversión del adulto. Realidad que en algunos, con el paso del tiempo deriva en conductas sexuales que nos hacen temblar al pensar como el ser humano es generador, es capaz de tanta maldad. La niñez está de moda. Los pederastas, estos que salen en las noticias, la mayoría con títulos universitarios y cargos importantes en ciertas esferas del poder, están haciendo el agosto a costa de la inocencia. Dos condiciones se dan cita: Por una banda la elección de un objeto (el niño-a), para la satisfacción de sus pulsiones sexuales. Por otra, una economía alta que permite la compra de la pureza. La cuestión económica facilita la práctica de ciertas perversiones. ¿Quién sabe si la congelación salarial no es una práctica terapéutica del gobierno central?
 La proximidad familiar y la violencia hacen el resto. ¿Qué pensará el niño de la utilización que se hace de él?. Estamos asistiendo al predominio de las patología del hacer sobre las del decir y cuando los hechos desplazan a las palabras los efectos son devastadores. No se trata de perseguir a las personas por sus tendencias sexuales, sino por los objetos para satisfacerlas, en especial cuando estos objetos son niños y niñas. Castraciones químicas en algunos estados, el peso de la ley, condenas en prisiones. Podemos abordar el problema desde el deterioro patológico, como una desviación de las tendencias “normales” o como un problema de libertar, es decir: ¿Qué podemos hacer con ellos?. Desde el primer aspecto nos preguntarán qué se puede hacer clínicamente con estas personas. Algunos incluso observarán que se les podría orientar sexualmente en otra dirección. Tristemente no es así. Cuando se decide la orientación sexual, es imposible controlar el deseo. Más aún: No sienten culpabilidad de su acto y por tanto difícilmente visitan al especialista, no quieren cambiar nada de su vida. El yo no es amo de su propia casa, quiero decir, que hay un lógica perversa. Por último podemos hablas de si es éticamente correcto pretender cambiar estas perversiones respecto del objeto: Caeríamos en lo mismo que intentamos corregir. Si ellos abusan con medios violentos, ofertas económicas, autoridad parental…, y si nosotros nos erigimos en controladores de la moral, daríamos razón a aquellos que piensan que toda praxis se basa en el ejercicio de un poder. Por otro lado está el aspecto de su libertad. Esto tendría que hacer reflexionar a los representantes de la justicia que asocian perversión a delincuencia y los dan las mismas sentencias punitivas. Si la justicia tiene como función la reinserción del reo, su encarcelamiento no lo soluciona. Si el buen comportamiento es circunstancia que atenúa el castigo, el perverso al no encontrar el objeto de su perversión en la prisión, se transforma en un excelente persona; Perfección que se rompo cuando vuelve a encontrarse con la situación propicia para satisfacer su pulsión, es decir en la calle, en la libertad. La prisión no moraliza. Puede que sólo nos quede la posibilidad de denunciar con cualquier prenda blanca o multicolor –la inocencia no tiene por qué se blanca- nuestro más radical rechazo.