NEUROCIENCIAS vs. LOGOCIENCIAS 


                Articulo publicado  al Diari de Girona de fecha 06-09-1998 


Hacia el mes de Octubre está previsto que se celebre en Platja d’Aro (Girona), el III Congreso Nacional de Psiquiatría, organizado por la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica. Aprovecho el momento, dentro de las limitaciones del contexto para responde a la pregunta que a menudo me formulan para que diferencie la clínica, la manera de pensar, de tratar la enfermedad mental por parte de la psiquiatría y del psicoanálisis.
La Psiquiatría nace hacia el 1800 como método de tratamiento de la locura por parte de la medicina. El loco incapacitado para administrar su razón y sus bienes representaba un problema social. Por ello es librado a la medicina, la cual, sobre la base de su criterio científico, hace que el loco pase de ser un “alienado del espíritu” a un “enfermo social.
Ya en sus orígenes dos estilos clínicos, dos manera de entender la enfermedad se disputaban al razón: Uno en Francia capitaneado por Ph. Pinel y que defendía la etiología psíquica, mental, las causas morales y el otro en Alemania, encabezado por Griessinger, quien argumentaba que era una alteración, un mal funcionamiento cerebral, el causante de las perturbaciones. Gran parte de la psiquiatría actual (no todos los psiquiatras) se decanta por la etiología orgánica de las enfermedades psíquicas y para tratarlas hace servir un arsenal terapéutico farmacológico. Algunas cuestiones han favorecido esta elección:
Por un lado el descubrimiento de nuevos fármacos y por otra la unión de la psiquiatría a la neurología; el avance de las neurociencias amparadas en los psicofármacos. Tal es así que si lo que provoca la enfermedad es una deficiencia en la conexión sináptica en una zona determinada, será de gran ayuda el estudio de los neurotransmisores. De esta manera ha decidido abandonar el discurso del paciente e ir directamente a encontrar los criterios objetivos de la desviación mental. Para esta psiquiatría todo debe situarse en el modelo de la física y de las interacciones moleculares. Es cierto que hay un psiquiatría institucional que heredó los conceptos pinelianos, sí que hay una psiquiatría que se denomina dinámica que usa lo que Freud inventó, pero sin hacer psicoanálisis. Todo lo expuesto ha ido en detrimento de la tradición clínica. Los grandes clínicos de Europa, desde Pinel, Esquirol, Falret, Kraepelin, Bleuler, Freud y tantos otros, hasta llegar a De Clérambault o J. Lacan, los viejos odres del vino rancio, han sido desbancados por la teorización diagnóstica y la asepsia del DSM y sus versiones que han hecho desaparecer al sujeto de la palabra gracias a un listado de síntomas y signos donde se agrupan enfermedades. Así el modelo teórico ha de ser positivista y se apresuran en buscar el substrato anatómico del cual deriva la afección: La psicosis maníaco depresiva, la esquizofrenia, la depresión, la angustia (todo en el mismo paquete), sería un grupo de neuronas que disfuncionan, o un problema de secreción enzimática. Con un neurotransmisor específico se activará el grupo neuronal. Un modelo parecido al de la diabetes-insulina. Entender la enfermedad como una lesión funcional reversible en la neurosis, no en la psicosis.
Es cierto que se pueden usar psicofármacos para reducir la sintomatología, pero no para curar. Se puede suprimir momentáneamente la angustia gracias a ansiolíticos que no tratan, pero que producen  alivio, cuando no esconden el síntoma. Mientras que se hacen scanners cerebrales a esquizofrénicos en busca de una frenología cerebral, no estaría mal plantearse si es la emoción la que provoca la disfunción neuronal, si es la angustia la causante de la fallida sináptica o viceversa. Lloro porque estoy triste o estoy triste porque lloro. La medicina sigue sin dirigirse a las causas. De hecho comienza a hablarse más de “neuro…” que de psiquiatría como especialidad autónoma dentro de la medicina. No nos ha de extrañar que quede estrangulada por la química.
El psicoanálisis está más cerca de las logociencias, no es experimental pero se basa en la experiencia y busca el apoyo de la lógica, la lingüística, la antropología, la topología… con el fin de matematizar su discurso y dar razón de lo que es el sujeto. Intenta que este sujeto, el hombre demens (inconsciente) invente su camino, su sentido o sinsentido más íntimo. El fenómeno de la locura, como el de cualquier trastorno psíquico no es separable del lenguaje, de ser en definitiva, como manifestara Lacan Esto no quiere decir que puede haber locura sin que implique una disfunción neurológica. En cualquier caso quien está implicado en su enfermedad es el sujeto que habla. No es igual decir “soy depresivo”, que “tengo una depresión”. No es igual “soy” anoréxica, que “tengo anorexia”. Es decir, que mientras que unos hablan del sujeto del inconsciente, la significación antes que la secreción, los otros lo hacen de cambios moleculares al cerebro. El psicoanálisis tiene un medio que es la palabra y es gracias a ella que podemos acercarnos a la verdad del paciente. Una palabra que no implica el consejo, la sugestión ni el adoctrinamiento. El éxito del psicoanálisis coincidió con un tipo de sociedad más humanista, algunos prefieren decir más de izquierdas, con otro tipo de compromiso cultural; ahora el paro, las psicoterapias corporales, la farmacología rápida y barata han hecho que algunos como Jacques Derida manifieste:  “Puede ser útil [el psicoanálisis] en caso de emergencia o de escasez, pero hemos avanzado desde entonces”. Estaría bien que nos explicara hacia dónde.
Las enfermedades se mimetizan con la época histórica. Lo imaginario, la cultura, las creencias, la filosofía, las religiones… determinan las relaciones, las ideas y en suma a la persona. Las mentalidades, las enfermedades son el análisis de las formas discursivas del Otro en una época determinada y las maneras de cómo esto configura al sujeto y el sujeto se hace a partir de lo que recibe de aquellos que están a su alrededor. El paciente de los 90 está afectado de depresión, soledad, inestabilidad emocional, pérdida de identidad, síntomas narcisísticos, fenómenos psicosomáticos y esto quiere decir que el sujeto está implicado en su propia existencia, su deseo; dimensiones clínicas estas, imposibles de cuantificar científicamente.
Por tanto, a pesar de que él lo quiere no podemos optar por tratamientos esencialmente químicos para teoría esencialmente psicogenéticas. Lacan manifestaba. “Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”.
Pero, curiosamente, lo que se podía pensar como un triunfo de la ciencia y que esta desplazara a la magia y la religión, ha recibido respuesta social sintomática con un avance de la mántica (arte de adivinar, presagiar, profetizar) o las terapias anímicas. Un retorno a lo mágico. No se confía en la ciencia. Richard Feynman, físico, Nobel del 1965 dijo: La ciencia es la creencia en la ignorancia de los expertos”.
Difícil tarea la nuestra, la de aquellos que nos dedicamos a las ciencias “Psi” a la hora de dar luz y aclarar conceptos. Parece que el ser humano tiene en exclusiva la construcción de torres de Babel.