SEGREGACIÓN
Ética y estética de les
diferencias.
“Un amigo es uno mismo con
otro cuero”
Ataualpa Yupanki
La historia es el testimonio silencioso de lo que ha sido el progreso de
la humanidad y cuando nos miramos en ella con el objetivo de valorar nuestro
aspecto racional, no nos podemos sentir orgullosos. Siempre se ha intentado
convencer al hombre de forma insistente, que el amor tenía que ser el
protagonista y motor de nuestras relaciones, posiblemente porque conocemos dónde
podemos llegar en nuestra irracionalidad cuando actúa el odio, su antagonista.
A veces del resultado de esta lucha de opuestos da pie a un olvido
sistemático o a un hipocresía manifiesta: Nadie es racista, pero el racismo
existe, nadie segrega pero todos buscamos las diferencias que nos separan del
resto.
La llegada de un imaginario siglo XXI deja constancia de nuestra
parálisis, de que algo recóndito, profundo, retorna en cada uno cuando sentimos
no sabemos qué amenaza.
Es necesario preguntarse por la fiera que dormita en
nosotros, ya que cuando se dan las circunstancias idóneas, nuestros demonios se
despiertan. Efectivamente, no hemos conseguido hacer una sociedad más justa a
pesar de insistir en la moralidad, en la ética de la igualdad, en las no
diferenciaciones. El hecho es que no hemos conseguido superar ciertos atavismos
y a estas alturas, el ser humano, cuando actúa y interrelaciona con los suyos
nos resulta extraño, ajeno y peligroso.
No es fácil llegar al origen de
estas divisiones sociales, debido a que es la misma persona por su estructura la
generadora de separaciones. Desde la más tierna infancia, el sujeto percibe como
hostil todo lo que le es extraño, así, la presencia de otro sujeto puede
provocar inseguridad y busca refugio en sus progenitores. El yo considera
peligroso todo aquello del mundo exterior que no puede incorporar, que no puede
integrar en sí mismo, que no puede hacer suyo; por el contrario, incorpora lo
que por sus características narcisísticas contribuye a su bienestar, a su goce.
Así, la llegada de un hermano significa repartir, compartir, cuando no la
pérdida de la madre. Por el contrario tener un hermano me integra respecto a la
mi familia y me diferencia de la familia del lado, de los otros hermanos.
Algo parecido nos pasa a nivel social, hasta el punto de poder afirmar que
la misma estructura de la sociedad se basa en la segregación. Ser de un país,
ser hermanos, ser de una orientación política significa estar separados, juntos
pero separados del resto.
Cuando alguno viene a molestar o amenaza lo que me
es cercano, lo que me integra, lo imaginario que me protege, la agresión en sus
variadas formas, suele ser la respuesta.
Las personas que integran esta
sociedad son los nuestros colaboradores en materia de amor, de sexo, de
trabajo…, pero también están para satisfacer nuestra agresividad y no es difícil
dar cuenta de sus efectos.
La esclavitud separaba a los individuos de sus
familias y los llevaba lejos de sus tierras para ofrecerles un trabajo y un amo
al cual odiaba y al cual paradójicamente también amaban como a “pater putativo”.
La segregación femenina ha sido para muchas mujeres efecto de un ejercicio de
poder por parte del macho dominante. La sexualidad y su satisfacción con sus
variadas modalidades han sido objeto de rechazo social.
La locura por sus
manifestaciones y su propia lógica causaba problemas a la sociedad y se relegó a
vivir primero encadenada, más tarde entre las paredes de los frenopáticos. Más
actual es observar el trabajo sin retribución, la explotación, el abuso sexual,
la agresión… todo sin el consentimiento del afligido.
Evidentemente siempre
se han dado razones que justificaran estas segregaciones. Recordemos si no que a
favor de la supuesta igualdad hemos hecho verdadera barbaridades. Así hemos
luchado por tierras lejanas, hemos matado para conseguir la unidad de la
iglesia, porque mi idea, al ser mía era más justa. El amor fraternal que siempre
imperó en el cristianismo era cruelmente intolerante con los no conversos, lo
que originaba que los dioses de un pueblo eran los demonios del otro. En
definitiva, que el pueblo más culto, más solidario, tan sólo necesita una idea,
un líder, una ideología política que haga enloquecer las masas con lemas como
patria, iglesia, estado, lengua, raza, color…, para que sus fantasmas dormidos
despierten y lancen toda su ira contra el vecino.
Cuando nos arrastramos en
la masa bajamos muchos grados respecto de nuestra civilización. La crueldad
humana delante de la cual hasta los animales dan un paso atrás, necesita de la
humanidad, del prójimo, del agredido para justificar su propia incongruencia.
La sociedad moderna y su distribución de riquezas ha favorecido un tipo de
segregación hacia aquel que tan sólo quiere la repartición, el acceso de un
individuo a lo que tiene el otro, mejor dicho, a lo que le sobra y esto pasa en
un momento donde impera la idea de la aldea global, de la universalidad.
No
podemos justificar la segregación como un producto del progreso de la ciencia y
de la estructura social. Es sarcástico comentarlo, pero lo que es cierto es que
el capitalismo de mercado no es segregacionista, ya que tiene como filosofía el
promover el consumo, la universalidad del consumo.
Es decir, hacernos a
todos por igual, respecto a los bienes materiales conocidos: vivienda,
transporte…, también cultura y información, a pesar que sea sesgada.
Cuando
la sociedad intenta unificar a los sujetos, ya sea en forma de educación,
bien sea en objetos de consumo, televisión, tecnología…, hace que la
singularidad del individuo se pierda y provoque una respuesta en forma de
nacionalismo, de sectarismos, de fanatismo. Esto viene motivado por el hecho de
que se borra mi singularidad, lo que me diferencia de los demás, el narcisismos
de las pequeñas diferencias. ¿Por qué ser universales?. No queremos una manera
de disfrutar uniformada.
Cuando el emigrante llega consigue igualarme:
acceso a la escuela, a la cultura, casa, coche, tiendas, trabajos… Los fantasmas
despiertan y parece en peligro mis mitos culturales, sociales, de trabajo,
religiosos, sexuales. Lo que era mi diferencia integradora esta acosado. Todos
estos imaginarios que formar un parte de la unidad del sujeto ahora está cercano
al extranjero que accediendo a estos bienes se iguala. La respuesta está aún
fresca en nuestras memorias.
Se ha de desposeer al intruso de sus bienes,
por eso se queman sus tiendas, sus coches, sus mezquitas…,
Anular sus
identidades en definitiva. Los nazis sabían mucho del tema, para diferenciarse
del judío le segregaban de su familia, de sus bienes, ropa, objetos personales.
Acto seguido de su nombre asignándole un nombre grabado en su piel. Deshacer al
sujeto de sus afectos.
Ahora entendemos mejor el término segregar:
Separar la grava de la arena. Medida higiénica de los países tropicales de
separar. Aislar los inmigrantes de los indígenas. Separación de los componentes
heterogéneos durante la solidificación de una aligación.
En resumen, leyes
naturales que separan a los individuos. Leyes humanas que deshumanizan, pero que
nos recuerdan la estopa de la cual estamos hechos.