LA SUPERVISIÓN EN LA INSTITUCION HOSPITALARIA
Conferencia pronunciada en El 3er. encuentro de Psicoanálisis en la ciudad de Tarragona el dia 13-02-1988
Agente
Otro
S1
---> S2
S /
// a
Verdad Producción
En la parte superior del discurso justamente se observa la relación
amo-esclavo
S1---> S2. Encontramos al médico en esa
posición y al enfermo al que se dirige su acción en posición de esclavo. El amo
es pues el que domina; sólo le demanda al otro que ponga su cuerpo a la
disposición de su mirada para transformarlo en objeto de su saber
psicopatológico. El acto médico (diagnóstico-terapéutica), no revela sino la
dominancia de uno sobre otro, cuyo producto será el plus de goce del acto
médico. El médico al identificarse al significante amo (S1), no puede
ver otra cosa que la verdad que su mismo saber instituye. Efectivamente, en el
matema, la verdad del amo queda escondida debajo de la barra y lo que aparece
debajo es el sujeto en el lugar de la verdad.
¿Qué hace el médico con ese
cuerpo que le entrega el otro (S2), enfermo?. Hace signos de esos
síntomas que en tanto significantes, remitirán a otros significantes; es decir,
recapitula sobre su saber haciendo semiología. El sujeto ha caído pues, a rango
de objeto del saber piscopatológico. El producto de esta operación definido por
el diagnóstico y la terapéutica está representado por el objeto petit a,
plus de goce,. De tal suerte, el enfermo y su subjetividad, si queremos, la
dimensión del Otro como lugar de remisión de un significante a otro
significante, aparece oculto en el lugar de la verdad; lugar que alcanza la
interpretación en el discurso psicoanalítico: el saber al lugar de la verdad
Agente
Otro
a
--->
S/
S2 /
/ S1
Verdad
Producción
El discurso del amo indica además la identificación de su agente al discurso universitario. Esta identificación se define a partir de la relación de ese médico, antes estudiante, con el saber de su disciplina. Es decir, que como estudiante que ha sido ha ocupado el lugar de (a) en el discurso universitario, hacia quien se ha dirigido la red del saber (S2) de la psicopatología como batería de significantes, lugar al que a su vez está identificado el profesor.
Agente
Otro
S2
---> a
S1
// S/
Verdad
Producción
Lo que se observa aquí es la relación entre el saber y el poder, pues, el
poder del amo médico nos reconduce siempre al deseo de saber del estudiante. Su
fidelidad a los conocimientos de la disciplina que lo garantiza promueve en él
el acto médico, que srá tanto mejor cuanto menores sean las dudas, las fisuras
que en su ejercicio se el presentan para obtener ese saber presentificado por su
propia disciplina. Esto es lo que asegura y no la duda o la sorpresa, el
funcionamiento de su discurso.
Pero, a veces, el enfermo (S/), si se
interroga planteándose la cuestión de su sexo, o la cuestión de la procreación,
se coloca en el lugar de agente, se escapa a las redes del saber
psicopatológico, es decir, no brinda su cuerpo para que el otro obtenga un plus
de goce, sino como S/ con síntomas que escapan al sabe?r del amo. Ahora su
cuerpo no es un depósito de saber sino de desconocimiento. Es el discurso
histérico. Produce un saber que ya no es un objeto (enfermedad-diagnóstico) sino
el saber histérico.
Agente
Otro
S/ --->
S1
a
// S2
Verdad
Producción
Pone de agente a sus síntomas en busca de un amo, a quien confunde con
(S1). Quien puede sugestionar, pero no curar. El objeto petit(a) está
colocado precisamente en el lugar de la verdad, el S/, no puede, en dominancia,
confrontase con el objeto S a (S/ deseo de a) que es la fórmula del
fantasma. Sus síntomas no se pueden ordenar para obtener significación, porque
ese producto (S2) no está en relación con el objeto, como en la
fórmula del amo. Es por tanto la inversión del discurso universitario, donde
(S2), está en dominancia, pero donde el fantasma no puede aparecer.
En tal estado de cosas, pude suceder que el médico no se identifique al
(S1), significante amo, que como agente de su discurso, le estaba
reservado. O sea, que lo que aparece ahora es S/ agente del discurso, su
subjetividad, no soporta ser el amo (S1), no funciona como médico.
Podemos plantear así una suerte de histerización del discurso médico. Es
esta histerización del médico la que abre la vía de la transferencia y
correlativamente promueve la demanda. Efectivamente, un cierto impasse en la
práctica moviliza la necesidad de un nuevo recurso: Se reclama la presencia en
la institución del analista supervisor.
Por consiguiente en ese
desplazamiento, nos encontramos de entrada una transferencia al psicoanálisis
que toma cuerpo en la persona del analista
S----------------------> Sq
S (
S1,S2, … Sn)
Ni que decir tiene que nos encontramos en la vertiente imaginaria de la
transferencia. De la otra transferencia, la simbólica, es de la que no debe
olvidarse el analista.
Bien hasta ahora hemos planteado el por qué de una
demanda señalando la histerización proveniente de los agentes clásicos y
conocidos de la Institución ante un problema conexionado directamente con el
saber. Desplazaremos nuestra atención hacia el leif motiv de la demanda. ¡Qué
desea el que demanda?. Generalmente lo que demanda es algo que no coincide con
lo que entendemos por supervisión. Es decir, la búsqueda e la aprobación en el
didacta, en el supervisor. Busca recibir una aprobación en la que garantizarse
con respecto a una práctica, práctica que se resume en la búsqueda de un saber,
que además de calmar la angustia ante la sorpresa, promueva una nueva
garantía sobre ella. Dicha búsqueda de confirmación en un saber obliga a
formularse quién se autoriza, uno en sí mimo o en el supervisor. Nos encontramos
ante la confusión del que demanda. Pero, si entendemos que la demanda
vehiculiza el deseo, le corresponde al analista no hacer signos con aquellos
significantes que le dirigen, sino más bien mostrar esa nueva dimensión, que
ajena a la petrificación del significado permita la existencia de una nueva
clínica, la clínica del Otro.
¿Qué respuesta le cabe a esa demanda por parte
del analista supervisor?. Es ya un lugar común que a la demanda no se puede
responder en los mismos términos en que está formulada, por el hecho que de toda
respuesta a la demanda abocaría a la sugestión. No es responder con su
saber conocimiento (S1), esto es, situarse como amo del saber, Si la
transferencia está de entrada, cabe al analista fijarla para propiciar el saber
de la misma. Resta sólo colocar el saber en el lugar de la verdad, tal cual es
la estructura de la interpretación. Lo que debe evitar siempre, por más tentado
que se esté, es a puntuar un acto, es decir, explicar si se quiere el acto
analítico a aquel que lo recibe con sorpresa, pese a que esta sorpresa reclame
significación. No se puede puntuar un acto que es efecto del otro, sino hacer
otro acto que despliegue la cadena significante y que de un nuevo sentido.
El hablar de supervisión dentro del campo psicoanalítico nos remite a la
función y sentido que tiene en la formación de los analistas. Su importancia
queda reflejada al ir unida a la transmisión y al análisis didáctico. Si
partimos de la idea de que supervisar es someter a un tercero –pensemos en
alguien experimentado- lo concerniente a una sesión o sesiones referentes a un
caso, junto con las relaciones transferenciales que el mismo ha generado, esto
nos llevará a reflexionar sobre la formación de los analistas y las diferencias
que separan a la IPA de Lacan.
Para los primeros, la supervisión se entiende
como intercambio de ideas entre colegas, interpretar de manera diferente a como
se ha interpretado, -lo que nos llevaría a plantearnos la validez de una
interpretación y consiguientemente a la existencia de un metalenguaje-. Para los
segundos puede ser entendida como el estudio de un caso desde el punto de
vista de las resistencias, recordemos que incluso las resistencias del analista,
lo que nos llevaría a una prolongación del análisis.
Pero la cuestión
central sigue siendo entender la supervisión como programa de formación del
analista. Tradicionalmente se ha entendido como requisito para la promoción y
objeto de evaluación del candidato a analista, como solución institucional
obligatoria y reglamentada; hasta el punto de marcar un supervisor distinto del
didacta. No se ve más allá de entender la transmisión como enseñanza. Pero
recordemos que no hay enseñanza sin transmisión, pero ésta no se agota en la
enseñanza.
¿A qué nos conduce esta concepción de la IPA?. Si para ella
dirigir la cura es dirigir al analizante y el fin de análisis se entiende como
identificación al ideal del analista, es fácil suponer que la supervisión
reduplicará la identificación. Si la supervisión es continuación de enseñanza,
se sella la identificación con una institución, no con la ética que está en la
base del psicoanálisis. Por consiguiente se supervisa para conseguir una
legitimación de la práctica y siempre al acecho de los juicios de valor que se
deriven de la misma. Parece claro que el candidato sabe entonces qué tiene que
hacer para complacer al amo: anular su deseo. Por tanto se supervisa para
controlar, dirigir, enseñar, no se sale del ámbito de lo imaginario, del ideal
burocrático de control del neófito. Cuestiones que nos revelan el control
tradicional.
Lacan va a denunciar el hecho cuestionando a los propios
analistas. Hay que salir del término supervisión como referencias a soluciones
institucionales, no es un proceso docente como tradicionalmente se entiende,
sino de aprendizaje. Ante la cuestión de la formación propone un cierto
dispositivos en la escuela y un cierto momento en un análisis: El pase. Para ir
más allá de la tradición y la nominación como sanción social. Mediante el pase
se testimonia un análisis, es un acto que refuta la significación que da la IPA
al didáctico y hacer pasar de analizante a analista y que implica un testimonio
sobre su análisis particular además de un compromiso en las transmisión de la
experiencia del inconsciente. Allí se nomina un deseo. Autorizarse a sí mismo no
quiere decir autorizarse en la institución o en Lacan, sino en sí mismo, en lo
que ha sido su propio análisis. Autorizarse en la existencia del Otro. Si se
supervisa es porque entiende que hay dificultades en la práctica, pero a
diferencia de otros, concibe lo que explicitaba Lacan, que las resistencias no
sólo son del analizante, sino del propio analsita. Esto es justamente la tesis
de Lacan: No h ay mayor resistencia al análisis que la del analista mismo.
¿Qué función cumpliría así la supervisión?. Ya hemos mencionado que no es la
transmisión de un saber, ni la transmisión de una teoría para ello hay otros
cauces. No es fácil precisar el límite entre supervisión, control o análisis de
control. La supervisión está lejos del análisis, ya que no es estrictamente una
asociación libre. La transmisión de un saber nos remite a la enseñanza
tradicional en la que el más viejo y experimentado actúa como agente del mismo.
La supervisión participa de cierto contacto con ambos términos. Estamos hablando
de un acto analítico, de la capacidad de soportar un descubrimiento más que de
transmitir conocimiento, ya que se pone en juego el deseo del analista, es
decir, una escucha, el señalar lo que no se escuchó para descubrir algo nuevo
que antes funcionaba como obstáculo; de esta manera se propiciará el
advenimiento en ese yo de desconocimiento que dará aun nuevo sentido que como
tal ya no es imaginario, sino, que apunta a lo real por medio de lo simbólico.
Se da en fin, una prioridad a la existencia del Otro.
Si por un lado hemos
de precisar que nos encontramos ante un tipo particular de supervisión, por otro
entendemos que no hay diferentes niveles de la misma, sino, dificultades
particulares en cada caso. Entendida así la supervisión otra cuestión es su
puesta en escena en situaciones que generan infinitas variables. Estamos
hablando de una fenomenología de la supervisión. Efectivamente, no es igual que
la demanda de supervisión se formule en términos de práctica privada, como
generalmente se entiende, en la que conceptos como dependencia, honorarios,
formación de analista, tiempo, analizante por analizante, son más previsibles y
ponderables, que en la institución ante la cual cabe plantearse la dependencia
administrativa-legal, o bien si se trata de un particular que accede a petición
de un grupo. En definitiva, que implican dificultades de diferente índole. Otra
cuestión es la formación analítica de los supervisados. Se reclama supervisión o
moderar un grupo de personas. No olvidemos que ante un grupo existen actitudes
competitivas, críticas exageradas, identificaciones, exhibiciones
intelectuales, búsqueda de aprobación…etc.
¿Por qué la necesidad de
reflexionar sobre estas cuestiones?. Es sabido que la práctica en las I.H. está
todavía hoy determinada en gran medida por las exigencia filosófico-morales
concernientes al ejercicio de los trabajadores sociales, por consiguiente su
práctica encuentra en ese límite su ideal, ideal que no coincide con el propio a
la ética del psicoanálisis. La institución puede ser permeable al psicoanálisis,
pero, de ahí a asumirlo oficialmente, hay una cierta distancia; la distancia que
hay entre el ideal pedagógico y la ética del bien-decir del síntoma.
En
consecuencia, si avalamos la necesidad de la supervisión es siempre en base a
que esta se rija por los mismos postulados que se definen en la dirección de la
cura, es decir, que la función analítica excluye lo imaginario del saber
psicopatológico y todas las referencia a los ideales clásicos que determinan
desde antiguo las prácticas que convencionalmente rigen en la institución.