Article publicat a “El País” el 15/03/02 per Francesc Pascual

Luz, mar y modernismo

A media hora de coche de Barcelona por autopista -a unos 40 minutos si se prefiere viajar en tren, opción aconsejable porque la falta de plazas de aparcamiento y la circulación por la calles estrechas complica el desplazamiento en automóvil- hay un lugar plácido y hermoso que ha logrado mantener cierto nivel de tranquilidad y de calidad de vida, hecho inusual en un pueblo marítimo que vive del turismo y que, además, soporta la presión de una vecina conurbación, la de Barcelona, en la que viven 4,5 millones de personas. Se trata de Sitges. Una pequeña ciudad, que, cuentan, gracias a la visión de un alcalde que en los años sesenta renunció a hacer de su población un foco de atracción de masas de turistas y que se negó a construir de forma desmesurada, ha conservado su encanto de lugar privilegiado, de lugar hecho a la medida del hombre y de sus pasos, sin actuaciones irreparables en su paisaje urbano.La ciudad tiene una luz, mediterránea como el mar con el que forma estrecha sociedad, intensa, limpia y blanca, color con el que están pintadas muchas de sus casas; y un mar que se siente, que penetra por todos los rincones, sobre todo, en la parte vieja en la que está presente a vuelta de cada esquina.Seguramente fue esta fenomenal combinación de luz y mar la que hizo que el estrambótico y genialoide Santiago Rusiñol, pintor y escritor modernista que escogió Sitges a finales del XIX para, junto con su numeroso grupo de amigos artistas y bohemios, hacer de la ciudad su lugar de trabajo y creación en un rincón que, por aquel entonces, no era más que un pueblo marinero.Cuando más luce la ciudad es en verano, pero en la época actual, con la primavera a punto de estallar y con el sol recuperando su potencia -y en Sitges casi todos los días tienen sol- un paseo de una mañana o una tarde por las calles y plazas de la villa y una comida marinera, de pescado, no sólo es aconsejable, sino muy recomendable. Un ruta por la ciudad nos lleva -es obligación- a visitar el promontorio acantilado en que Santiago Rusiñol construyó su casa-estudio de Cau Ferrat, hoy convertido en museo del Modernismo en el que, además de numerosas obras del pintor-escritor, hay dos grecos, un picasso y obras de Ramon Casas, Miguel Utrillo o Zuloaga, junto a la colección de hierros forjados, cerámica y objetos de cristal que Rusiñol, coleccionista compulsivo, reunió o a lo largo de su vida.Está el Cau Ferrat situado junto al Museo Maricel, que también exhibe arte modernista, y frente al Palau Mariciel. Cau Ferrat y el Maricel tienen un valor añadido al de la contemplación de sus obras de arte y su arquitectura interior: la presencia de un mar cuya visión penetra por los amplios ventanales y que, por debajo, rompe sin parar contras los peñascos sobre los que se apoyan ambos edificios. La zona en que están situados los dos museos y el palacio, detrás de la iglesia, es una gratificación para los sentidos. Tiene unas callejuelas estrechas y empedradas que, de un lado, en ligero descenso, llevan a una plazoleta rectangular situada justo encima de la recogida y pequeña playa de San Sebastián y, por el lado de poniente, tras pasar por una balconada sobre el mar, van a dar a la plaza de la iglesia, imponente construcción maciza del siglo XVII que desde su altura domina la población de Sitges y que, junto con el promontorio -el baluarte, le llaman los nativos- ha prestado su imagen a la promoción internacional de la ciudad. Desde la plazuela que hay delante de la iglesia, con el mar a un lado, el casco antiguo al otro, se aprecia el tranquilo urbanismo de la parte moderna de la ciudad distorsionado por alguna fea construcción levantada hace ya muchos años en el paseo Marítimo. Bordeando la iglesia y pasando junto al Ayuntamiento, se puede continuar por el interior de la población siguiendo la calle Major y la de Parellades. Se trata del típico eje comercial que tienen todas las ciudades mediterráneas. Una trama de calles estrechas, llenas de comercios donde se puede comprar ropa de última moda y de algún que otro café que ha huido de la corriente uniformadora de este tipo de establecimientos, y en el que tomarse una cerveza tiene un encanto especial. Es esta zona abundan las galerías de arte, las tiendas de antigüedades y las de decoración. En esta zona de la parte vieja, conviviendo en armonía con palmeras y modestas construcciones, se pueden hallar algunos notables ejemplos de palacetes de finales del siglo XIX y principios del XX construidos por los indianos, los naturales de Sitges que emigraron a América, preferentemente a Cuba, y que, si hacían fortuna, regresaban a su pueblo en el que se construían un caserón cuyas dimensiones, arquitectura y decoración eran directamente proporcionales a la fortuna amasada en el Caribe. La arquitectura modernista está presente en algunos de estas construcciones.El paseo podría seguir descendiendo por cualquiera de las calles perpendiculares al mar. Una de ellas es la popularmente conocida como calle del Pecado, con abundantes bares y terrazas, escaparate de un turismo que se instala allí para ver y ser visto. La suave pendiente lleva directamente al paseo Marítimo, a sus palmeras y a cualquiera de sus restaurantes, cuyas terrazas actúan de foco de atracción para el viajero hambriento. A la izquierda queda el promontorio de la iglesia y la zona de Cau Ferrat, al frente, siempre la playa y el mar.La combinación de este urbanismo tranquilo, sin demasiadas estridencias, con la atracción de la luz y del sol, es lo que, como le sucediera hace más de cien años a Santiago Rusiñol, empezó a atraer en los años cincuenta a un tipo de turismo -el formado por el mundo gay- que, unido al espíritu tolerante de los ciudadanos de Sitges, ha colocado a la ciudad en las preferencias del mundo homosexual.

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