Article publicat a “El País” el 07/08/03 per Emilio Manzano

Servicio Estación, el templo de la cosa

Hace algunas semanas Sergi Pàmies les hablaba en estas mismas páginas de ese singular establecimiento de la calle de Aragó y relataba una deliciosa anécdota de su aparatosa sexualidad juvenil. Yo tuve la otra tarde un sueño de loco, y para colmo desprovisto (al menos en apariencia) de cualquier ingrediente sexual: Roland Barthes venía a Barcelona a presentar un nuevo libro y su editor español (calcadito a Jorge Herralde, pero sólo hablaba créole y llevaba parche en un ojo) me pedía que le distrajera a tan insigne autor invitado hasta la hora de cenar. Lo llevé a Servicio Estación. Barthes vestía un arrugado impermeable claro y yo unos pantalones de terciopelo verde que me hacían sentir terriblemente confuso. "Déjese de ceremonias, Manzanares: llámeme simplemente don Rolando", me dijo una vez inspeccionada a conciencia la sección de perfilados. "Aquí tiene usted los tapajuntas; allá, los rodapiés, y en el piso de arriba, polímeros, cojinetes y metacrilatos a mansalva. Para las expansiones glaseadas hay que retroceder hasta la planta baja". Yo hablaba con la falsa modestia de los cicerones avezados; Barthes tomaba notas furtivas en un cuadernito Moleskine. "Disculpe, sire , pero detecto cierta ironía en su manera de pronunciar el sintagma gomas nitrílicas". "Es cierto, excelencia: Carlos Pazos, Jordi Llovet y Andreu Jaume nos esperan para cenar en el Belvedere y se nos hace tarde". Cruzamos la calle de Aragó con muchísima prudencia y llegamos algo tarde a la cita, porque el escritor se empeñó en comprar unas galletas escocesas que se exhibían en el escaparate de Casa Quílez, unas galletitas saladas que él no había vuelto a ver desde su infancia. Antes de cenar tomamos dos rondas de white russians . O'Donnell lo había dejado todo pagado por adelantado. Desperté con la conciencia rara y una fuerte añoranza de la chocolatería Lezo de la calle de Provença. Una dorada tarde del mes de noviembre de 1992 quedé para merendar con Carlos Pazos en Lezo. Mediados los segundos gin-tonics, el artista me hizo esta maliciosa declaración: "El mejor museo de Barcelona está en la calle de Aragó, entre el paseo de Gràcia y la Rambla de Catalunya... Se llama Servicio Estación". Veamos qué dice ahora Compte-Sponville en su Diccionario filosófico acerca de "cosa": "Es un fragmento cualquiera de lo real, pero considerado en su duración, en su estabilidad más o menos relativa y desprovisto, al menos en principio, de toda personalidad". Muchas cosas han cambiado en esta ciudad desde aquella merienda con Pazos. Y sobre todo, muchas han desaparecido. Andarán en ese limbo melancólico que las ciudades reservan a sus lugares sacrificados. Yo, cuando deseo olvidarme de mis añoranzas, descansar de los acontecimientos municipales y exiliarme temporalmente de los sujetos (municipales o no), me pierdo durante una hora en Servicio Estación, el templo de la cosa. Allí me enfrento a la verdad desnuda del objeto en su estado más puro y resplandeciente y salgo como regenerado. Y con algo empaquetado bajo el brazo. Una hamaca, por ejemplo. Es el objeto que más conviene últimamente a mi estado. Y espero que también al suyo, amigos lectores.

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