Article publicat a “El País” el 20/08/03 per Joan Subirats

Allada Vermell

No he vivido nunca en ese espacio. Mi amor por esa calle plaza es una especie de amor de extravío. El resquemor o añoranza que siento cuando paseo por el que fuera mi espacio vital desde que nací hasta que superé los 20 años, la casa Buixeres en la calle del Hospital, hoy engullida por el macroespacio de la Rambla del Raval, me lleva a valorar quizás en demasía ese lugar. Me gusta la naturalidad con la que una intervención de esponjamiento ha introducido casi subrepticiamente luz y color en un lugar antes insalubre y tortuoso. Es verdad que intervenciones como las de la calle de Allada Vermell o la de la plaza de la Mercè son excepcionales. Aplicas el pico, abres, limpias y todo queda más o menos igual que antes, pero mucho mejor. En el extremo contrario tenemos la plaza de las Caramelles o la calle de Maria Aurèlia Campmany. Aplicas el pico, abres, limpias y lo que surge es un desastre en el que no hay quien se pare. Pero, atención, con ello no quiero decir que mi visión de la renovación de la ciudad es arqueológica o tradicionalista. Simplemente prefiero los sitios en los que me sienta cómodo, a gusto. En Allada Vermell te puedes tomar una copa en una de las mesas del improbable pub inglés que está en frente del Espai Escènic Brossa, y te quedarías horas dejando pasar el tiempo, o viendo la mezcla de mujeres magrebíes con sus niños, jóvenes en busca de negocios y guiris despitados en su ir y venir del Picasso. Pero también me tomo mi copa de vino en la plaza de atrás del CCCB, enfrente de la Facultad de Periodismo de la Ramon Llull, y estoy tan a gusto. Y allí no hay simplemente conservación y limpieza, existe intervención y transformación...bien hecha. La ciudad vive un momento delicado. Nunca Barcelona se ha vendido tan bien como ahora. Si uno se pasea por el mundo se da rápidamente cuenta de dos cosas: de lo mucho que vende la palabra Barcelona, y, por qué no decirlo, de lo bien que se vive aquí. Nos jugamos muchas cosas en Ciutat Vella. Nos las jugábamos hace muchos años con el "aquí hi ha gana", y cuando parecía que la cosa iba bien encaminada, nos las volvemos a jugar con la presencia masiva de inmigrantes. Me cuentan que un líder vecinal histórico del distrito afirmaba con amargura: "Hemos currado mucho para que ahora se aprovechen del tema cuatro moros acabados de llegar". Esa expresión xenófoba expresa con enorme claridad lo que se juega en Allada Vermell o en la Rambla del Raval. La zona de la Ribera, contigua a Allada Vermell, está empezando a sufrir los efectos de la banalización comercial y se empieza a notar el síndrome de parque temático. Demasiados visitantes y pocos vecinos. Poca variedad y mucho estilo. Allada Vermell no está en esa fase. Carders, que la limita por uno de sus extremos, es una de las más extraordinarias mezclas universales de razas y culturas. Tampoco está en ese proceso de aculturación la Rambla del Raval, pero en cambio todo allí parece suspendido, como pendiente de hacia qué lado acaba girando la ruleta urbanística, y mientras, el enorme espacio es más frontera que lazo. ¿Podemos mantener la mezcla, la diversidad, el pluralismo de usos y gentes, y mejorar la calidad de vida de todos? Necesitamos dignidad en las condiciones de vida ante todo. Pero tambien identidad, variedad y grosor de usos y personas. Se necesita densidad, se necesita complejidad, se necesita gente, y no sólo agentes de propiedad inmobiliaria, tiendas fashion y cafés macrobióticos. Allada Vermell tiene esa complejidad, ese grosor y esas gentes. Será quizás por ello que me sigue gustando.

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