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Mandiargues, André Pieyre de
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Biografia

André Pieyre de Mandiargues (París 1909 - 1991) Escriptor francès. Novel·lista i poeta. La segona guerra mundial en la qual fou fet presoner aconseguint evadir-se, marcà decisivament laseva vida i la seva obra. Representant del "nouveau roman" reacciónà contra la novel·la d'idees i d'anàlisi. La seva obra va a la recerca d'una realitat més profunda més enllà dels personatges, la història i el decorat. A les seves novel·les només existeixen vivències fragmentàries que mai s'uneixen. La seva continuada oscil·lació entre el real i el fantàstic, una predilecció particular pel joc barroc de les imatges i la barreja de sensacions diverses fan que la seva obra ofereixi una problemàtica de catalogació crítica. Es destaca, però, amb Dans les années sordides (1943), Le musée noir (1946), Le lis de mer (1956), Feu de braise (1960) La motocyclette (1963), La marge (1967), Sous la lame (1976), Le deuil des roses (1983), etc.

Obra

Al margen

Al margen aconseguí el premi Goncourt. La notícia d'aquesta concesió, així com la personalitat del seu autor i el contingut de la novel·la, foren pràcticament silenciats a Espanya. Se'n parlà tan sols en algun pamflet antifranquista i el seu autor, pròxim al partit comunista francès, passà a engruixir la llarga llista dels enemics de la "Pàtria". La tardor del 1967 i la primavera del 1968, es venia sota mà l'edició original de la novel·la -no es pogué traduir fins després de la mort de Franco-, a dues o tres llibreries de Barcelona. I és que l'escenari de Al margen no era altra que el de la ciutat de Barcelona, poc després que es celebressin els 25 anys de Pau (1964). Un escenari que, per a ser més precisos, era la part baixa de la ciutat, collindant amb el mar, aleshores pràcticament invisible: el Barri Xino, el territori de la prostitució, al capdavall de les Rambles, una zona on l'autor, com a bon surrealista, identificaVa amb les parts vergonyoses de l'home o dela dona. Allà, en el sexe de la ciutat, rematat per aquest fal·lus increïble, que és el monument a Colon, Sigismond Pons, el protagonista de la novel·la, es mou a través d'un laberint de carrers banyats en sang i or, és a dir, en sang i merda: l'or i els excrements són, en la simbologia i el psicoanàlis, una mateixa cosa. Aquests colors, barrejats donen un color taronja, butà el color de moda entre les putes del Barri Xino. Aquests dos colors -que són també els de la bandera franquista i avui dia constitucional i borbònica-, serveixen com a orla al Fuhroncle -Fürher/foróncul-és a dir el general Franco omnipresent a tota la novel·la.

Documentació

Article publicat a “El País” el 15/12/01 per Jorge Semprún

La aventura fraternal

En el centenario del nacimiento de André Malraux (1901-1976) se acaba de publicar Malraux en España, de Paul Nothomb. El autor participó en la escuadrilla internacional creada por el escritor y político francés en la guerra civil española. Presentamos el prólogo del libro.
Hoy me consta que los que fuimos sin duda sinceros comunistas éramos los cómplices de grandes crímenes. Nos encontramos a finales de 1936, es decir, en el momento en que Stalin se lanza a sus purgas más sangrientas, cuyos ecos llegan hasta nuestros oídos y dan lugar a violentas discusiones entre nosotros. Después de todos estos años, sin embargo, me niego a considerar a mis camaradas del Partido de manera distinta a como lo hacía entonces.'
Paul Nothomb es quien escribe estas líneas en su Malraux en España.

En 1936, el joven comunista belga de veintidós años se siente seducido y abducido por el ideal bolchevique, el idealismo revolucionario de un bolchevismo irreal que se encarnaría en los horrores del socialismo real. Nothomb, valiéndose de su experiencia en la aviación, se enrola en la escuadrilla España que André Malraux ha creado, organizado y comandado desde los primeros días de la insurrección fascista para acudir en ayuda de la República española. Rememorando este compromiso de juventud, de revuelta exigente contra el orden burgués. Nothomb precisa en la página que acabo de citar: 'La adhesión a la doctrina de Lenin nos unía como la fe une una orden de monjes soldados'.
Lo que no es una mala definición de un estado de ánimo, de una ceguera movilizadora.
Pero esta página citada concluye con algunas frases de capital importancia.
Comentando una bella fotografía de la guerra de España, encontramos unas palabras que no sólo me parecen justas -pues se ajustan a la realidad y le hacen justicia-, sino que están cargadas de una emoción histórica todavía activa.
Malraux en España, el bello libro de Paul Nothomb, se compone de dos partes bien distintas, pero vinculadas entre sí con fuerza, con profundidad, porque abordan el mismo tema (la experiencia colectiva de la escuadrilla internacional creada por André Malraux en 1936 y 1937), y porque, desde el punto de vista narrativo e intelectual, las dos partes demuestran un mismo espíritu de rigor y objetividad, una idéntica visión del mundo lúcida y cálida, desprovista de concesiones pero llena de ternura humana.
Éstas son las palabras que me  conmueven todavía hoy, tanto tiempo después de los acontecimientos históricos a los que se refieren:

'Escribe entre nosotros -escribe Nothomb para evocar los combates de antaño- un espíritu de compañerismo inaudito, un extraordinario buen humor en todo momento, hasta el punto de que, al recordar esas horas pasadas, no puedo dejar de pensar que vivimos uno de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo adulterado, se convierte en algo más que una palabra, que un eufemismo.'
Por un lado, pues, el implacable rigor para juzgar los resultados reales del bolchevismo ideal que había deslumbrado su juventud. Por otro, la afirmación de fraternidad, simpatía, compasión o solidaridad con los compañeros de largos años gloriosos o miserables, de batallas a menudo heroicas, casi siempre perdidas.
Esta actitud, que parece normal hoy en día, post festum -casi podríamos decir post mortem: dado el desmoronamiento del socialismo real- ha sido sin embargo extremadamente rara.

A menudo, demasiado a menudo, los ex comunistas, sea cual sea la razón que les ha empujado a romper con el Partido, o a ser excluidos de éste, sea cual sea el momento histórico, pueden dividirse en dos grandes categorías.
En primer lugar, están aquellos que, imitando a un personaje del A puerta cerrada de Sartre para quien el infierno son los demás, proclaman con toda la mala fe que el estalinismo son los demás. Intelectuales o dirigentes políticos del Partido, a veces de primera fila, afirman que no descubrieron el estalinismo hasta el día en que se convirtieron en sus víctimas propiciatorias. Todo lo que han podido escribir o hacer antes de esa fecha, y que habrá servido para propagar y consolidar el estalinismo, antes del funesto día en el que fueron atrapados por la trituradora de almas, esa mecánica de la sospecha y de la represión (¡en nombre, claro está, de la 'vigilancia revolucionaria'!), todo eso lo han olvidado.
Otros, tan numerosos como los anteriores y en función de una misma carencia de autoanálisis, de espíritu autocrítico, pero que ha actuado en sentido inverso, reconducen y reconstruyen en su antiestalinismo, dentro del proceso que instruyen contra una antigua fe, los mismos mecanismos, los mismos procesos de intolerancia y dogmatismo que antaño habían empleado contra la libertad de espíritu.

La actitud de Paul Nothomb, síntesis poco frecuente de implacable espíritu crítico y memoria compasiva o fraternal, se revela no sólo excepcional, sino que también de manera excepcional se adapta al tema en este relato.
Su actitud resulta excepcionalmente apta para delimitar y describir el comportamiento y la filosofía política de André Malraux durante la guerra antifascista de España. Ciertamente, Malraux, llevado por la objetividad del momento histórico a acercarse a los comunistas en el combate antifascista, compañero de viaje, preservó su independencia creativa y de pensamiento -L'Espoir es buena muestra de ello: novela soberbia, original en su estructura formal, brillante, polifónica, espléndida; profunda y rica en el debate, la reflexión política e ideológica que constituye su sustancia.

En consecuencia, Malraux en España es un libro bello y serio: documento histórico de primer orden, por un lado; perfecto éxito artístico, por otro.
Desde el punto de vista histórico, Paul Nothomb vuelve a poner las cosas en su sitio. Y creo que de modo irrefutable. Es cierto que existen trabajos objetivos, ponderados, sobre el papel exacto que desempeñó en los primeros meses de la guerra de España la escuadrilla internacional organizada y dirigida por André Malraux.

Sobre esta escuadrilla se han escrito no pocas tonterías calumniosas. Las más tontas y malintencionadas, también las menos justificadas, no procedían del campo franquista. Procedían, y es triste constatarlo, del campo republicano.
Pero son críticas hechas a posteriori, mucho después del final de la guerra civil, en un contexto de ajustes de cuentas entre los componentes del Frente Popular, divididos por los rencores provocados por la derrota.
Los comunistas españoles han  acabado por tener una influencia considerable, a menudo determinante y hegemónica, en el ejército republicano. Y ello debido a que el único país que vendió armas de manera masiva a la República asaltada, que envió consejeros militares y especialistas, principalmente aviadores y conductores de carros de combate, fue la Unión Soviética. Sin embargo, los comunistas españoles, en los libros de historia o en las memorias escritas en el exilio tras rumiar la derrota, creyeron que se podía atacar a Malraux, quien había roto con ellos después del pacto germano-soviético de 1939.
Las opiniones de, por ejemplo, Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana y comunista reciente con ardor de neófito, que tienden a minimizar e incluso a burlarse del papel desempeñado por André Malraux y su escuadrilla, no pueden tomarse en consideración de forma seria.

En mi opinión, Paul Nothomb analiza este tema de manera clara y convincente. En comparación con otros trabajos (por otra parte muy estimables) que van en el mismo sentido y con la misma apreciación positiva, tiene a su favor el hecho de ser la obra de un testigo activo de la locura heroica de Malraux y sus compañeros, que toma partido en los problemas y los combates que vivió en primera línea, a partir de septiembre de 1936 y hasta la última misión de la escuadrilla, integrada en la aviación republicana y rebautizada con el nombre de su fundador.
Pero si este libro es históricamente impactante, lo es también estéticamente.
Las fotografías que ilustran y dan ritmo al relato de Paul Nothomb, que en la segunda parte actúan de soporte al comentario pertinente del autor, desprenden un encanto, un aura fraternal y grave que incrementa de modo considerable su interés documental.
Podrán volver a contemplarse momentos fugaces, vívidas tomas de lo cotidiano, imágenes que Malraux elaboró y recompuso más tarde cuando rodó su inolvidable película Sierra de Teruel.
Así, entre tantas otras, las imágenes del descenso de los heridos y los muertos de un avión de la escuadrilla derribado durante una misión. Imágenes que evocan la solidaridad, la fraternidad de los campesinos de la región con esos extranjeros, desconocidos pero cercanos, que ayudan a evacuar a los suyos hacia un hospital militar.
La mayoría de las fotografías reproducidas en el libro son obra de Raymond Maréchal, uno de los miembros de la escuadrilla. Herido de gravedad en el rostro, una foto (p. 135) lo muestra durante su convalecencia sentado en un restaurante junto a Malraux. Esta foto, comenta Paul Nothomb, 'resume para mí el ambiente, ya por entonces melancólico, de ese final de partida: Maréchal, que fija no sin valor el objetivo y a quien vuelvo a encontrarme aquí, aparece en todo su esplendor, a pesar del vendaje de cura ; Malraux con su media sonrisa, donde se lee siempre un punto de tristeza y ese aire de burlarse del mundo que era el emblema de su libertad...'. Y añade un poco más adelante:

'Malraux, y esto lo caracte  riza bien, jamás dejará plantado a su compañero lesionado: hará de él uno de sus asistentes, en 1938, en el rodaje de Sierra de Teruel.
'Y los dos hombres combatirían todavía, codo con codo, en 1944, en el maquis de Corrèze: para Raymond, esta batalla será la última.'
Sin embargo, en este conjunto de rara belleza, de un interés documental considerable, mis dos fotos preferidas son menos dramáticas. Fueron tomadas en Torrente, cerca de Valencia, en un momento de descanso en diciembre de 1936 (p. 89 y siguiente doble página). André Malraux aparece ahí, con el sempiterno cigarrillo en los labios, en medio de un grupo de combatientes republicanos. Dos jóvenes españoles lo flanquean, lo tienen cogido con familiaridad del brazo. Todo el mundo sonríe, parece alegre. 'Malraux sabía reír, bromear -comenta Paul Nothomb-, y nunca tenía un aspecto tan risueño como en esos momentos de entusiasmo juvenil en que la jerarquía no cuenta.'

Estas imágenes, estas palabras de Nothomb, me traen poderosamente a la memoria un recuerdo personal.
En Buchnwald, uno de mis camaradas del bloque 40 era un obrero metalúrgico parisino que había combatido en España, en la XIV Brigada Internacional. Un día, hablando de esta experiencia española, me dijo que había coincidido con Malraux. Enseguida le pregunté por la impresión que le había causado. La respuesta, inmediata, me dejó más bien perplejo: '¿Malraux? -exclamó Fernand B.-, ¡un tipo divertido!'.
No he comprendido lo que quiso decirme hasta que he visto estas fotos de Malraux en España, el precioso libro, útil y serio, simple y trágico, de Paul Nothomb.
Quien por cierto tiene toda la razón cuando dice que entonces 'vivimos uno de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo adulterado, se convierte en algo más que una palabra, que un eufemismo'.
El recuerdo de esa fraternidad de España habrá marcado, de un modo obsesivo, la vida de esos dos hombres: André Malraux, Paul Nothomb.

Article publicat a “El País” el 15/12/01 per Lluís Bassets

Malraux, la nostalgia de España

La guerra civil no fue sólo un tema literario en el autor de La esperanza, sino la experiencia política y personal más importante de la vida de aquel joven que llegó a Madrid en 1936. Sierra de Teruel, su única película, la rodó con Max Aub como ayudante en los últimos meses de la legalidad republicana.España ocupa un lugar central en la vida y en la obra creativa de André Malraux. Su novela L'Espoir, probablemente su mejor narración, arranca con los combates callejeros de Madrid y Barcelona del 19 de julio de 1936. Su única película, Sierra de Teruel, basada en un episodio de L'Espoir, fue rodada en Barcelona en los últimos meses de la legalidad republicana y constituye, a pesar de la precariedad de medios y del rodaje accidentado, un documento excepcional y un hito de la cinematografía de guerra, anterior a las avalanchas de relatos bélicos que produjo la Segunda Guerra Mundial.
Pero la guerra civil española no fue únicamente un tema literario, sino la experiencia política y personal más importante de la vida de aquel joven de 35 años, galardonado con el Premio Goncourt y ya conocido en todo el mundo, que llegó a Madrid por primera vez en mayo de 1936. Vida y literatura se convirtieron en haz y envés de la experiencia de Malraux durante los tres años de duración de la guerra, subvirtiéndolas a ambas, como suele suceder siempre que se producen colisiones donde se juega el todo por el todo. Tal como han contado sus biógrafos, desde Jean Lacouture -con alguna dosis de piedad- hasta Olivier Todd -con mayor crudeza- sus anteriores novelas (Los conquistadores, La vía real y La condición humana) están mucho más lejos de su experiencia vital de lo que el propio autor pretende, hasta el punto de que buena parte de su supuesta experiencia biográfica es fruto de su imaginación novelesca.
Malraux se comprometió con la República española de una forma como no lo había hecho hasta entonces y como no volvería a hacerlo con ninguna otra causa hasta enamorarse políticamente del general De Gaulle, el único auténtico amor de su vida al decir de la hija del escritor. Organizó y encabezó la escuadrilla aérea España, que actuó durante los primeros meses como ejército aéreo privado al servicio y a las órdenes del Gobierno legal. Nunca pilotó un avión, ni siquiera un coche, y es muy posible que estuviera al cargo de una ametralladora en alguna misión, a falta de mejores profesionales. No fue herido y sólo sufrió contusiones en algún aterrizaje forzoso. Pero fue el patrón de la escuadrilla, que dedicó todas sus energías e influencias a comprar aparatos, recabar fondos, reclutar pilotos, soldados y mecánicos o buscar las complicidades de altos funcionarios franceses, como Jean Moulin, jefe de gabinete del ministro del Aire y futuro héroe y mártir de la Resistencia francesa. Sobre esta actividad versa el único libro que ha aparecido en España coincidiendo con el centenario del escritor.
Malraux llegó a Madrid el  17 de mayo de 1936, como delegado de la Asociación Internacional en Defensa de la Cultura, en un clima en el que ya se respiraba el enfrentamiento civil, y abandonó Barcelona muy pocos días antes de la caída de la capital catalana en manos de las tropas franquistas, en enero de 1939, con el equipo de rodaje de Sierra de Teruel. En la primera etapa de la guerra pasó largos meses en España, en Madrid, en Albacete, en Valencia, con la escuadrilla aérea. Viajó por Estados Unidos durante varias semanas realizando conferencias y recogiendo dinero en favor de la República. Tuvo una participación destacada en el Congreso de Escritores de Valencia. Y finalmente, rodó en Barcelona Sierra de Teruel, con Max Aub como ayudante, una película que se convirtió en elegía republicana en vez del filme de propaganda que le fue encargado.
Nunca más pisó suelo español. Entre otras razones porque murió un año después que Franco, antes de que tomara velocidad la transición a la democracia. La propia España casi desapareció de su obra, aunque Jorge Semprún considera que se trata de una desaparición aparente: 'Ciertamente, la relación casi carnal -metafísica, en consecuencia- que Malraux ha mantenido con España (su guerra, sus hombres, su arte, su locura) no desaparece de su obra después de L'Espoir. Pero se expresa de forma indirecta, mediatizada. A través de los textos sobre Goya, Picasso, por ejemplo...'. Según Semprún, en este texto publicado en 1996 por La Nouvelle Revue Française, hay un 'olvido deliberado' de Malraux en relación a España. Pero lo contrario también parece ser cierto. Hay un olvido español de Malraux. Por parte de la España franquista, naturalmente, en relación a quien la combatió con la pluma y con la acción. Pero hay también un olvido de izquierdas. Para los comunistas es un combatiente de la guerra fría al otro lado de la trinchera, a pesar de sus veleidades juveniles comunistoides. Para anarquistas y trosquistas es un compañero de viaje de Stalin, que no condenó los procesos de Moscú y la persecución del POUM en su momento, y que luego se pasó a las filas de la derecha gaullista. Para el izquierdismo sesentayochista es el ministro de Cultura del general De Gaulle que se manifiesta en los Campos Elíseos contra la revuelta estudiantil y que destituye a Jean-Louis Barrault al frente del teatro del Odeón ocupado. ¿Quién podía interesarse por Malraux en los últimos años del franquismo?
La Barcelona olímpica de  1992, en su evocación de las olimpiadas populares organizadas en 1936 como alternativa a los Juegos Olímpicos del Berlín hitleriano, quiso recordar al amigo de la República que trabajó en sus calles y la adoptó como uno de los escenarios de su mejor novela y de su única película. Dio el nombre de André Malraux a una plaza. Madrid, donde también vivió y combatió, y donde se codeó con los numerosos escritores y periodistas que se desplazaron a la que fue capital del antifascismo, cuenta en cambio, todavía, con una calle dedicada a Carlos Maurras, el líder de Action Française que recibió este pequeño homenaje de Franco cuando fue condenado por colaboracionista a una cadena perpetua que cumplió en su integridad. Y un detalle marginal escasamente apreciado en España. Maurras se distinguió siempre por su antisemitismo. Malraux, cuya primera esposa, Clara Goldschmidt, era una judía alemana, jamás tuvo la menor tentación por una de las peores infecciones ideológicas del siglo XX.

Article aparegut a “El Periódico el 02/11/01 a cura de David Revelles

Desmitificant Malraux

Sens dubte, el novembre és un mes especial per al mite André Malraux: demà es compleix el centenari del seu naixement, i el 23, el 25è aniversari de la seva mort. Novament, la vida i la mort en Malraux es donen la mà: la seva existència, atzarosa i no exempta d’amaniments propis del mite, va ser la seva millor obra; la mort va ser la seva admiració, l’abisme a què s’havia de donar sentit en vida.
Arqueòleg, novel.lista, polític, esteta... Les arestes de la vida de Malraux (París, 1901-1976) són tantes i tan variades que la seva biografia és una travessia entre les llums i les ombres del seu llegat. “Les seves mentides no importen, com escriu Bernard Frank, perquè s’arriben a convertir en la veritat. Del contrast entre grandesa i maçoneria Malraux en sabia molt perquè, per mostrar-se plenament amo del seu destí, va abusar magníficament a l’hora d’ordenar-se els plecs de la túnica”, afirma l’escriptor Valentí Puig. Malraux es va comprometre amb totes les causes nobles del seu temps: va participar en la Revolució xinesa; va formar i va dirigir un esquadró d’aviació republicana durant la guerra civil espanyola; va lluitar a la segona guerra mundial i a la Resistència francesa, i, després, va ser ministre de Cultura al Govern del general Charles de Gaulle. Pero, ¿què hi ha de veritat i d’invenció en la seva vida?
Dues noves biografies – Firmado Malraux (Taurus), de Jean-François Lyotard, i Malraux. Una vida (Tusquets), d’Olivier Todd– apareixeran el 2002 en castellà per aportar més llum o confusió sobre el personatge. I d’aquí a dues setmanes, Edhasa publicarà Malraux en España,de Paul Nothomb, amb fotos de la seva participació en la guerra civil. L’obra de Todd, ja editada a França, és especialment desmitificadora. En 700 pàgines deixa que l’univers Malraux discorri entre l’ambigüitat i el maniqueisme que va caracteritzar l’existència de l’escriptor. “La imatge de Malraux que surt als manuals és irrisòria, falsa –diu Todd–. Era un actor extraordinari, quasi un personatge de còmic”. I el biògraf remata: “Tot aventurer neix mitòman, i tot escriptor, il.lusionista. Sense mentides i mites no hi hauria obra”. El mite Malraux es va començar a forjar quan, amb 22 anys, es va enrolar en una expedició arqueològica a Indoxina per estudiar la civilització Kmer. Va ser acusat de robar tresors arqueològics i condemnat a 18 mesos de presó. Malraux va apel.lar perquè es reobrís el seu procés a França i va ser declarat innocent. Però a Indoxina, Malraux va trobar el teló de fons de la seva primera gran novel.la, Els Conqueridors (1928): la gran vaga que va esclatar a Canton i Hong Kong el juny del 1925. “The Time” el va qualificar llavors com “el núvol més portentós de l’horitzó literari francès”.

UNS DIES A XANGAI

El següent destí de Malraux va ser la Xina, on va viure els enfrontaments entre els revolucionaris comunistes i Chiang Kai-chek el 1927. Malraux va deixar córrer la llegenda de la seva participació en la revolució, quan, de fet, com confirma Todd, només es va estar uns dies a Xangai. En qualsevol cas, Malraux va aprofitar el context de la Revolució xinesa com a escenari per a la seva novel.la més coneguda, La condició humana, que li va valer el premi Goncourt el 1933. Després, Malraux va trobar en la guerra civil espanyola una nova trinxera. “Espanya i la seva vida van ser les seves dues grans novel.les”, afirma Todd. Durant la guerra, a més a més de crear i dirigir per un temps l’esquadró d’aviació España, l’escriptor va trobar l’escenari per emmarcar la seva novel.la L’Espoir (1937), un cant èpic a l’esperança en què va bolcar les seves reflexions sobre la vida i la mort, i que va servir com a guió per a la seva pel.lícula Sierra de Teruel. Amb l’esclat de la segona guerra mundial, Malraux va iniciar un dels períodes més controvertits de la seva llegenda. Va combatre inicialment al cos de tancs i, més tard, es va fer càrrec de la brigada Alsàcia-Lorena de la Resistència. Però Malraux ho va fer quan a penes quedaven uns mesos per al final de la guerra, després d’haver viscut els anys més durs del conflicte plàcidament en una casa de la Costa Blava dedicat a l’escriptura. A l’acabar la guerra, Malraux va iniciar un llarg període de dedicació a la política incorporant-se al Govern conservador de De Gaulle. En aquesta època va escriure les seves Antimemorias (1967) i El Museo Imaginario (1952-54), una reflexió sobre l’art que, segons el catedràtic Romà Gubern, “va suposar un pas decisiu en la comprensió de l’art com a fenomen global, anticipantse en el pla teòric al fenomen de la globalització en un dels seus aspectes més positius i estimulants: la interculturalitat”. Ministre de Cultura durant 11 anys (1958-1969), Malraux va ser el motor i el substrat intel.lectual que necessitava el gaullisme per tornar l’esplendor a la cultura francesa. No obstant, el que és interessant d’aquest període és la seva devoció per De Gaulle. “Tots dos se sentien intimidats i impressionats per l’altre. El general volia escriure i va veure en Malraux el gran home de lletres que li hauria agradat ser; l’escriptor volia ser un líder, un home d’Estat, i va descobrir que De Gaulle ho era”, afirma Todd. Al final de la seva vida, la desgràcia va minar implacablement l’orgullosa figura de Malraux, que només va trobar refugi en l’alcohol i les amfetamines. Abatut per la depressió, Malraux va viure aïllat els últims anys. La tràgica mort el 1961 dels seus dos fills, Pierre i Vincent, en un accident de cotxe, i la humiliació de veure com li negaven el Nobel de literatura, que sí que van rebre Albert Camus i Jean-Paul Sartre, li van passar factura. Amb 75 anys acabats de fer, Malraux va morir el 23 de novembre de 1976, a les 9.36 del matí, a l’hospital Henri- Mondor de Créteil. Un càncer se’l va emportar. Florencia, la seva filla, el va enterrar a Verrières. Però el 23 de novembre de 1996 Jacques Chirac va traslladar les seves cendres a París perquè reposessin definitivament al Panteó dels Homes Il.lustres de França. Llavors ja es coneixien moltes de les exageracions i invencions de l’escriptor. Tant era. La patètica humanitat de Malraux, les seves imperfeccions, mentides i hipèrboles fetes a mida per a una vida imaginada, havien entrat a la llegenda
Camaleó ideològic
La trajectòria ideològica i la postura política d’André Malraux és una de les qüestions que criden mésl’atenció de la seva biografia. “El principal error de Malraux va ser oposar-se als diferents fascismes aliant-se amb els comunistes, considerar que el comunisme era l’últim refugi en els anys 30”, diu Olivier Todd. L’estalinisme de les primeres obres de Malraux va anar derivant cap a posicions més pròximes a Trotski, i es va ensorrar definitivament a Espanya a causa de les lluites internes del bàndol republicà. Però la seva reconversió ideològica va culminar a l’entrar en el Govern conservador de Charles de Gaulle, a qui poc abans havia titllat de “feixista”. El Malraux revolucionari, de discurs soviètic tantes vegades predicat com a doctrina de vida, va acabar flirtejant amb la dreta, una traïció que els comunistes no li van perdonar mai.

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