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Casavella, Francisco
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Biografia

Francisco Casavella (Barcelona, 1963) es diu en realitat Francisco García Hortelano, però va adoptar el pseudònim per evitar equívocs amb l’escriptor mort Juan García Hortelano, que admira però amb qui no té cap relació familiar. Va debutar com a escriptor als vint-iset anys amb El triumfo, una evocació de la Barcelona canalla; la novel·la va ser saludada per la crítica amb entusiasme i amb ella obtingué el premi Tigre Juan. Després ha publicat Quédate, Un enano español se suicida en las Vegas i la novel·la juvenil El secreto de las fiestas . Va ser guionista d’Antàrtida, la primera pel·lícula de Manuel Huerga. El pròxim repte que té és acabar una extensa novel·la que narra la vida d’un arribista social al llarg dels últims vint-i-cinc anys i que oferirà un punt de vista molt poc complaent sobre la transició espanyola. La seva última obra és El dia del Watusi.

Obra

Un enano español se suicida en Las Vegas

pul·lulen els tramposos, els jugadors, les tasques del Xinès barceloní, del Paral·lel, en definitiva, un món que s'està acabant. Però els seus jugadors juguen, també, a un altre joc encara més gran, el de les trampes i els enganys de la vida. Carlos i Ignacio, els protagonistes d'aquesta novel·la, són tan diferents com Caïm i Abel, com ho ha fet veure algun crític. Carlos, el primogènit, el trampós, és el típic desgraciat, però fa tot el que els altres no podem fer. Fa el que li dóna la guanya. El menor, el preferit de l'escriptor, és qui pateix el desengany. Quan ha aconseguit tots els seus objectius, apareix algú que fa que es replantegi tota la seva vida.

El dia del Watusi. Los juegos feroces

El triunfo

"Islas en el sur y grandes amores" dins Barcelona, un dia

Islas en el Sur y grandes amores narra la història del Vespa un noi nascut al Poble Sec, de família humil i orfe de pare. És un fill de l'emigració . ElVespa té la voluntat de sortit del barri on ha nascut per evitar repetir l'existència dels seus veïns. Així comença a fer incursions a la plaça Calvo Sotelo i, progressivament entra a treballaren els locals nocturns que estan més de moda a Barcelona. Té els diners i les dones que vol. Transcorregut un temps té la necessitat de casar-se. El matrimoni té un fill i al cap d'un temps naufraga. És l'inici de la seva decadència. Els treballs que aconsegueix cada vegada són de més baixa categoria. En la seva darrera feina té una trifulca amb tres delinqüents. Torna al barri i allí s'assabenta que un dels que va fer fora del bar ha mort i que ell n'és el culpable. Ha de fugir del barri, lloga un pis i porta una vida eremítica. Al final s'assabenta que la policia ja ha trobat els culpables. Es despulla del nom del Vespa i retornà a la seva feina a darrera la barra.

Documentació

Article publicat a “El País” el 06/09/03 per Ignacio Echeverría

Un artefacto sincero

La experiencia dice que es mal asunto para cualquier escritor -no se diga ya para su editor- la publicación de una novela por entregas. Fiar en la inconstancia de los lectores entraña el peligro de ser leído sólo parcialmente; peligro al que se añade el riesgo más que probable de que el juicio sobre la parte termine valiendo para el todo. A pesar de esto, al menos dos narradores españoles, Javier Marías y Francisco Casavella, emprendieron el pasado año la publicación de sendas novelas por entregas. De Tu rostro mañana, de Javier Marías, todavía se espera la continuación de Fiebre y lanza, primera y por el momento única de sus entregas. Mientras que en la pasada primavera se publicó El idioma imposible, tercer y último volumen de El día del Watusi, de Francisco Casavella, de la que habían aparecido antes Los juegos feroces y Viento y joyas. Más de mil páginas ocupa en total la novela de Casavella (Barcelona, 1963), que ha supuesto al autor largos años de trabajo. Durante los mismos, parecía empeñado en dar de sí la obra importante, de madurez, a la que viene apuntando una trayectoria preñada desde sus comienzos de promesa. No ha resultado así, sin embargo. Y ello por culpa, sobre todo, de la orientación general del esfuerzo empleado. Antes que una novela falli da, El día del Watusi es una novela equivocada. La ambición que la anima se orienta de lleno en el sentido al que naturalmente tienden el talento y la facilidad de Casavella como narrador. Y así es de tal suerte que, no encontrando resistencias con que medirse, dicha ambición, pagada de sí misma, termina por ablandarse y desparramarse. Lo cual supone, en el caso de Casavella, insistir, hasta la hartura, en los elementos que caracterizan su narrativa: los desdoblamientos que obra el desengaño sobre una realidad previamente mitificada; los juegos de las apariencias y de las mentiras; la estilizada recreación de Barcelona como escenario de resentimientos y camuflajes sociales; la deriva peliculera tanto de la trama como del perfil y los destinos de los personajes; los dejes románticos y preciosistas de una prosa capaz siempre de grandes alardes pero con tendencia creciente a resultar resabiada y sentenciosa. Ya el artificio del que Casavella se sirve para montar su relato resulta enojosamente forzado. Fernando Atienza, el protagonista de El día del Watusi, recibe el encargo de redactar un amplio informe confidencial sobre los pasos de un oscuro personaje con el que al parecer tuvo relación en el pasado. De este encargo surge, dirigida a un supuestamente anónimo Lector -así nombrado en las frecuentes interpelaciones que le hace el narrador-, una especie de prolija autobiografía sentimental que traza el recorrido de Atienza desde el Día del Watusi, en los estertores del franquismo, hasta comienzos de los noventa, cuando el gran cambalache de los Juegos Olímpicos. El "Día del Watusi" es el 15 de agosto de 1971, jornada en la que Fernando Atienza -huérfano, de 13 años, crecido en las hoy desaparecidas chabolas de Montjuïc- vive, en compañía de su compañero de andanzas, Pepito el Yeyé, una sucesión de acontecimientos de carácter iniciático que marcarán hondamente su vida. Los juegos feroces, primera parte de El día del Watusi, cuenta con pormenores el desarrollo de esa jornada. Es sin duda la parte más atractiva de la novela, la que mejor se adapta a las virtudes de Casavella, por mucho que no alcance a salirse de la estela de sus más cercanos modelos: los modelos de Marsé, de Mendoza, de Vázquez Montalbán, de lo que vale entender por cierta novela barcelonesa escrita en castellano y muy sensible a la cartografía social, política y sentimental de una ciudad cuyos ambientes más deprimidos, ya sean obreros o marginales, ofrecen un agudo contraste con su abolengo burgués y sus veleidades nacionalistas. El problema de esta primera parte es que, pese a sus ademanes picarescos, está llamada a constituir algo así como el estrato mitológico de la novela, sobre el cual habría de sustentarse toda su parábola. Algo que no se consigue: el lector se entretiene, y ríe, y hasta se conmueve a ratos con la rocambolesca aventura vivida por los dos niños, pero el mito del Watusi -sobrenombre de un legendario matón- se enquista en el relato de Fernando Atienza sin contagiar su muy difuso resplandor. Fallando esto, ya todo el resto cojea irremisiblemente. Viento y joyas, la segunda y más osada parte de la novela, reconstruye el aupamiento de Fernando Atienza a los círculos del dinero y del poder político durante los turbulentos años de la transición. Casavella traza una especie de parodia acerca de cómo se constituye y finalmente disuelve, con gran acopio de imposturas y de chanchullos, uno de tantos partidos que emergieron en la órbita del Centro Democrático Social. La sátira combina elementos vodevilescos con inoportunos guiños de roman à clef, todo ello en el marco de lo que se ofrece como educación sentimental de un despierto y enamoradizo jovenzuelo imbuido de fascinaciones gansteriles. El resultado es una de esas burlas que no ofenden a nadie, pues a nadie le cabe darse por aludido; un cuento ejemplar que nada ejemplariza como no sea la muy plausible tirria que Casavella guarda hacia la más que cuestionable empresa de la transición y el circo de complicidades a que dio lugar. En El idioma imposible, tercera y última parte de El día del Watusi, Fernando Atienza aparece convertido ya en un héroe del desengaño: un tipo de esponjosa catadura moral que asume con resignada lucidez un rol marginal. Desde las calles del Barrio Chino de Barcelona hasta los locales nocturnos de la zona alta de la ciudad, donde ejerce de camello, Atienza pasea su figura de indolente fantoche, que contempla con amarga condescendencia cómo se domestican y se envilecen las sucesivas promociones crecidas en el turbio caldo de la transición, especialmente revuelto y maloliente, qué duda cabe, en los aledaños de la fastuosa Barcelona preolímpica. Llegada aquí, la novela fluc túa alocadamente de una a otra de sus cada vez más incompatibles tonalidades: desde el tono entre resentido y zumbón con que se practica una especie de literatura de almanaque -por llamar así al apresurado repaso de los más comunes tópicos de la transición- hasta el alelado cinismo con que Atienza emprende tardíamente, tras el culo respingón de Victoria Llinás, hija de un reputado preboste de la burguesía ilustrada catalana, una tardía y frustrada carrera de advenedizo; pasando por la arrebatada estética del malditismo -esa romántica idealización de la autenticidad, de "la vida verdadera"- a la que el narrador sucumbe al evocar sus amores con Elsa Basora, una versión entre punk y yonqui de la Maga de Rayuela. Y así hasta desembocar en la gran traca de revelaciones y desenmascaramientos con que, muy a lo David Mamet, culmina el relato. Ya se ha dicho: las poses y los remiendos peliculeros infestan esta novela de Casavella. También, junto a portentosas secuencias (magistral el capítulo entero dedicado, en la tercera parte, a Octavio Llinás, por ejemplo), los chascarrillos, eufemismos y lírica chatarrería que lastran una prosa a veces poderosísima, en la que se cede sin embargo demasiado protagonismo a frases biensonantes cuya seducción resiste mal segundas lecturas. Está luego la salva gruesa de borrosas alusiones y rencorosas mascullaciones en que se disuelve el saludable propósito de ilustrar las transformaciones sufridas por la sociedad española, y particularmente catalana, durante las penúltimas décadas. Y al fondo esa perspectiva presuntuosamente desclasada, que se afinca mal en las connotaciones residuales de un concepto como el de xarnego, y que repinta una y otra vez el cartón piedra de una Barcelona convertida desde hace ya demasiado tiempo en su propio parque temático (para el que, sin ir más lejos, esta novela se postula como guía comentada). En la trayectoria de Casavella ejerce una atracción fatal la fallida intentona de Quédate (1993), su segunda novela, en la que ya apuntaban algunos de los tics y de los yerros que, con más ambición, pero con menos audacia y delirio, se repiten en ésta. Casavella no sacó de aquella experiencia el provecho que debía, y ha vuelto a ensayar una nueva y difícil combinación de rabia, humor y displicencia. De nuevo ha equivocado la fórmula. El mismo Fernando Atienza lo dice por algún lado: "Y revoloteo entre mis ficciones con vocación de artefacto sincero, dándome con las frases en las paredes, sin levantar el vuelo". Pues eso. Una lástima.

Article publicat a “El Mundo”

Viento y joyas, la segunda parte de El día del Watusi, consagra a Casavella

La novela Viento y joyas, segunda parte de la trilogía El día del Watusi, de Francisco Casavella, aborda la entrada del protagonista, Fernando Atienza, en el mundo laboral y en el ambiente de la banca y la política de Barcelona y Madrid. La novela, publicada por Mondadori, continúa las peripecias de Fernando Atienza, que ahora abandona con su madre el barrio chabolista de Los juegos feroces para ocupar con su madre una portería en un barrio de clase media. Su madre orienta la vida por medio de la idea del bienestar generalizada entre los emigrantes y accede a la ínfima burguesía mediante un matrimonio con un funcionario subalterno del Banco de España. En busca del tiempo... Al salir de su barrio, Fernando Atienza "se siente decepcionado por el nuevo entorno y analiza los hechos según el código de valores y la intuición metafísica que ya habían brotado durante la primera novela, El día del Watusi, manifestó Fernando Casavella. Atienza ingresa como botones en un banco, donde ascenderá a gran velocidad mientras se ve desviado al mundo de la política, lo que le permite observar el comportamiento de alguno de sus jefes desde la subordinación, la prevención y, lo que es peor, la emulación, agregó. Para Casavella se trata del histórico en el que los ciudadanos "están atenazados por un miedo generalizado y por una ansiedad por recuperar un tiempo perdido en el clima de humillación emocional del franquismo". Un país adolescente Casavella comentó que la historia es de alguna manera "la visión de los jóvenes sobre la transición", que viene de "captar las diferencias entre la vivencia personal y el entorno del mundo de los mayores" y que, en cierto modo, "es la historia de un adolescente que vive en un país que también es adolescente en cuanto a historia política". Cuando el protagonista se hace adulto es cuando realmente te das cuenta de que existen varias maneras de ser, y de que no todo es como parece en un primer momento, precisó Casavella, autor también de El secreto de las fiestas y Un enano español se suicida en Las Vegas. La primera transición es una etapa en la que la gente "se volvió un poco loca", y existió una "locura generalizada" y un "estrés ambiental" -separaciones, caída de esquemas-, en el que "los jóvenes tampoco entendían nada", señaló Casavella. Pautas sin escribir la trilogía El día del Watusi es en realidad una única novela aunque se desarrolle en tres libros diferentes y, dentro de ella, la segunda parte, Viento y joyas, aborda el viaje a Madrid del protagonista, mientras que la última, que se publicará próximamente, se centrará en la vuelta a Barcelona. De alguna manera la historia contada en El día del Watusi es, según Cantavella, "otra manera de ver y contar un tiempo determinado", de "expresar lo que viví y sentí durante esta etapa de mi vida y de la historia de España". Para los que entonces éramos jóvenes, puntualizó, "era una etapa en la que entre los mayores predominaba entonces un cierto silencio, como si existiera una pauta no escrita de que no se repitiera la guerra civil".

Article publicat a “El Periódico” el 27/06/03 per Enrique Turpin

La mida de l'esperança

Un verd esperança acoloreix la portada de l'última entrega de la trilogia que Francisco Casavella ha erigit amb el nom d' El día del Watusi . Hi havia moltes coses en joc en aquest terç final de la novel.la, El idioma imposible, però qui hagi coquetejat o sucumbit a l'assot de les cartes sap que l'últim que es perd és l'esperança. El mateix es pot dir del lector que ha recorregut les pàgines que van precedir aquestes. Així em trobava, esperançat i atent a les últimes incursions d'un Fernando Atienza que havia seguit exposant les anècdotes que trufen el seu informe confidential in progress , a l'espera d'un desenllaç que donés sentit a la narració. Atienza, en canvi, seguia amb la indolència que presidia el seu existir, però Barcelona ja comença a ser una altra, l'olímpica, aquesta urbs que es mira el melic i pensa que on es pot estar millor que voltant per les placetes que aconsegueixen obrir-se a nous aires. Atienza torna llavors al que sap fer millor: enginyar-se-les i lidiar amb certes formes d'aflicció que pugnen per desorientar-lo i abatre'l fins a l'extenuació. Quanta literatura arribista ha passat per les seves mans, i quantes mans s'han parat perquè ell les omplís d'amfetamines. Així és com s'entén aquesta primera frase magistral amb què inicia El idioma imposible: "A veces llueve, y a veces el viento arrastra papeles en calles protegidas, se apagan luces y tiemblan sombras". Després de tot, Atienza ha conegut l'amor i es dirigeix al lector per informar-lo dels seus passos pel món. Casavella ha apostat per guanyar, però les cartes no li han estat del tot favorables. Després de la baixada que va suposar la segona entrega, El idioma imposible renova la força narrativa que caracteritza el seu autor, que sap narrar, i molt, però que no necessitava trilogies que avalessin la seva carrera.

Article publicat al diari “Avui” el 29/05/03 per Lluís Llort

L'autèntica mentida

Ara ja podem llegir de tirada la trilogia de Francisco Casavella El día del Watusi, perquè els tres volums estan al carrer, exactament, des del març passat, moment en què se'n va publicar l'últim. En aquest suplement ja vam parlar de la primera part, Los juegos feroces (10-X-2002), i ara és el torn de les dues entregues següents i, per tant, del conjunt de l'obra. He evitat presentar-la amb la formula trilogia ambiciosa perquè parteixo de la base que qualsevol creació ha de ser ambiciosa per definició; una altra cosa és que la recerca de comercialitat i voler guanyar diners en poc temps i amb poc esforç redueixin aquesta ambició original al ridícul. En un principi, El día del Watusi era una sola novel·la i, precisament per criteris comercials, la van dividir en tres volums que sumen més de 1.100 pàgines, atapeïdes de lletres que formen paraules que, ben combinades, construeixen frases que ens transmeten sentiments identificables i prou compartits per generar un plaer que, en definitiva, alimenta la vocació de lector. Això, en anònim, seria una trilogia ambiciosa, però, si li afegim nom i cognom, Francisco Casavella, és una trilogia envejable. Després d'haver llegit els tres volums estic convençut que Casavella s'ha buidat en aquesta obra. No només com a autor, sinó també com a persona. Crear i combinar aquests personatges, trames i subtrames, anècdotes i històries, idees i referències sense que res se t'escapi de control és una feina esgotadora. Si, a més, descrius etapes d'un passat recent que tothom es pot creure amb dret d'esmenar-te i tot ho lligues mirant de transmetre conflictes i emocions de gruix, en alguns casos col·lectius però en general íntims, has d'apostar fins l'última engruna d'alè vital en el projecte per sortir-ne benparat. Casavella a rendibilitzat l'aposta inicial, fos la que fos. Aquell nen d'11 anys, aquell Fernando Atienza que al final de Los juegos feroces deixem desorientat després d'una jornada complexa amb morts, violència, sexe, por i, sobretot, el descobriment d'un ídol, el Watusi, s'urbanitza i civilitza en la segona part, Viento y joyas, fins al punt d'entrar a treballar en un banc. Casavella ens mostra a través de la mirada testimonial del jove Atienza el reciclatge polític dels franquistes en les primeres eleccions democràtiques. Estar en contacte amb el poder és perillós, i encara més amb el poder a l'ombra que és Guillermo Ballesta, un conspirador que utilitza els homes influents (banquers, polítics i aristòcrates) com a titelles de la seva representació del món. Un món contra el qual Atienza planta cara i del qual fuig, sense poder o voler evitar deixar una empremta. Un món corrupte i decadent que Casavella descriu amb tot detall i amb personalitats reals camuflades rere els personatges. Tot plegat condueix Atienza fins a El idioma imposible, fins a la clandestinitat amb referència a tot, s'allunya de la família (Flora, la mare, s'ha tornat a casar i el seu estatus social creix com els fills que va tenint), de la feina, de qualsevol mena d'estabilitat, del futur, d'ell mateix. Viu de nit, potser perquè la nit sempre és una fosca irrealitat. De mica en mica, però, Atienza va sortint de la closca en què s'ha reclòs i torna a trepitjar, amb una distància prudent, els cercles del poder. Descobrir les mentides no sempre vol dir descobrir la veritat, el que cal és situar el nostre present allà on més ens convingui i defugir l'esclavitud de la reflexió continuada.

LES DONES D'ATIENZA

Les dones tenen un pes específic en aquest deambular d'Atienza, però gairebé totes amb un destí fràgil: la Cupé, la Francesa, Samanta, Olga, Elena, Dora... Les més importants, però, són Flora, Tina (una prostituta de luxe amb qui Atienza aprèn els jocs de seducció), Elsa (l'amor menys mentider del protagonista, el més intens) i Victoria (la porta a l'exterior de la nit). També hi ha els noms propis del poder (en cercles íntims), com ara Carlos del Escudo, Tomás del Yelmo, Jaime de Vilabrafim, Martí Oliver, David Trabal, Octavi Llinàs, Toni Tortosa..., tot i que el poder també està ocult entre les lletres d'altres noms: Watusi, Scott, José Neyra... Mentides que creixen generades per necessitats i ignoràncies, mentides que impulsen i expulsen. Tot i que en el segon volum les drogues van apareixent de pastilla en pastilla, en el tercer absorbeixen molt de protagonisme, perquè Casavella ens mostra els estralls que, especialment en aquells anys, va provocar l'heroïna (genial l'episodi en què, mentre té lloc el cas del Banc Central, tot de ionquis escampats pel Xino van venent pernils robats) i la quotidianitat de la cocaïna i les amfetamines. L'autor, a través de les diferents professions que el protagonista desenvolupa amb displicència (tot i l'automarginació que s'imposa, Atienza té una capacitat natural que li permet poder afrontar tota mena de reptes: cantant, guionista de manga i llegir entre el 1977 i el 1979, durant el seu exili interior, 862 llibres), també ens parla d'art, de còmic, de periodisme, de roba i, esclar, de música; hi ha un fragment molt sucós, quan, amb l'excusa de classificar grups dels 80, repassa els noms d'unes 75 formacions. (Fent de Don Cicuta, li diria, a Casavella: "Faig sonar la campanille perquè vostè ha repetit Alphaville".) Per sort i per desgràcia tinc els tres volums plens d'anotacions. Per sort, perquè això significa que Casavella escriu amb un estil que m'atrau i que tracta temes que, en general, m'interessen, em toquin de prop o no. Per desgràcia, perquè no tinc espai per parlar-vos-en tal com l'entusiasme em dicta. D'altra banda, seria absurd i pretensiós intentar copsar tot el que Casavella ha abocat en aquesta obra i aspirar a explicitar-ne en quatre ratlles el bo i millor. Mostrant-nos la gran mentida que és la vida, Casavella ens ofereix la seva realitat i, a sobre, ho fa bonic. O això o és que: "Los raros se reconocen entre sí a simple vista, como los enanos".

La crítica Article publicat a “El Periodico” el 28/02/03 per Enrique Turpin

Viento y joyas: Una ilusión 'post mortem'

Cuando un relato pierde el componente mítico que nutre de grandeza toda historia de iniciación, pierde a su vez la posibilidad de ser relatado por segunda o tercera vez. Si Los juegos feroces, primera entrega de la trilogía El día del Watusi, de Francisco Casavella (Barcelona, 1963), consumaba en un volumen que no necesitaba apenas continuación la historia de quienes respiraron los últimos aires de la Barcelona predemocrática, la segunda parte, Viento y joyas, se alza como testimonio descarnado de la ilusión post mortem que asoló al país tras el último estertor del franquismo oficial. Pero el avance de la narración-informe de su protagonista, Fernando Atienza, se configura con una retórica que esconde demasiados vacíos. Mucho de lo pertinente que aparecía en la pieza inicial sólo responde ahora a la construcción excesivamente mecánica de aquel misterioso informe que sigue generando la narración de Atienza. El retrato de la primera transición parece entonces menos oportuno y, sin embargo, la estructura tripartita del proyecto exige que Casavella se demore en lo que no le conduce a ninguna parte. La insistencia en componer la gran novela de una vida logra por momentos mantener la firmeza alcanzada en aquella primera ferocidad, pero los nuevos días de Atienza, alejado junto a su madre del barrio chabolista que le viera crecer, son idénticos al ambiente que recorre la ciudad con ese extraño aroma a interrogación desnortada. El Viento y joyas de la canción de Léo Ferré que da título a la novela marca el paradigma al que aspira el protagonista. Atienza se posiciona con arrogancia juvenil en la nueva sociedad que empieza a despuntar tras la dictadura. Su trabajo en el banco Comercial Ciudadano se metamorfosea velozmente hacia nuevas cotas de poder que acaba por emular el ocioso cinismo de sus mentores. A pesar de que Casavella comparte con Ferré cierto gusto por la narración de tonalidades ingenuas y de sugerente simplicidad, desaparece aquí ese acento melancólico que tan buenos resultados diera al escritor barcelonés en el pasado inmediato. El callejón del Gato valleinclaniano tiene aquí espejos traspasados de azogue y así, ya se sabe, no hay quien vea. A menos que El idioma imposible, colofón de la trilogía, acabe convertido en una pequeña canción como aquellas con las que Gato Pérez conquistó el corazón barcelonés, la obra monumental de Casavella habrá ganado en herrumbre todo lo que perdiere en memoria de verdad, que era a lo que parecía destinada en principio.

Article publicat a “El Mundo" el 30/01/03 per Ricardo Senabre

Viento y joyas

Hace unos meses, Casavella (Barcelona, 1963) publicaba Los juegos feroces , primer volumen de una trilogía cuya segunda entrega es Viento y joyas , título procedente de una canción de Léo Ferré (“Avec le temps, va, tout s’en va [...] l’autre à qui l’on donnait du vent et des bijoux”) que muchos aficionados recordarán quizá modulada por la voz de Jane Birkin. El hilo conductor de la narración continúa siendo la historia de Fernando Atienza, que en esta segunda novela ha abandonado ya la chabola barcelonesa en que transcurrió su infancia para seguir a su madre, que se hace cargo de una portería en otro sector de la ciudad. En el tránsito de la adolescencia a la primera juventud, Fernando Atienza ingresa como botones en un banco, aunque sin perder algunos hábitos pícaros de su vida anterior, y pronto obtiene el favor de algunos jefes, a quienes sirve en su propósito de crear un partido político meses antes de las primeras elecciones democráticas. Si el nudo de Los juegos feroces estaba constituido por las andanzas de un adolescente criado en un barrio marginal, Viento y joyas se centra esencialmente en el mundo de la banca, de la apresurada conversión a la fe democrática de personajes vinculados al régimen anterior y de sus ambiciones políticas ­en el fondo, económicas­, puestas en práctica sin escrúpulos de ninguna clase por algunos advenedizos empeñados en conquistar un puesto privilegiado en la nueva situación. La visión, a menudo caricaturesca, de algunos tipos y grupos de presión ­cuyo “correlato objetivo” no es difícil de adivinar­ recuerda la pupila sarcástica del primer Marsé, de alguna novela de Ramón Nieto o de Tiempo de silencio , y se vale de todos los medios imaginables de distorsión, desde los nombres propios ­Tomás del Yelmo y de la Torre de Homenaje, Carlos del Escudo y de la Lanza, etc.­ a los de algunas entidades: así, el Banco Comercial Ciudadano será el nuevo nombre de la antigua Banca Quipaga-Mana (pág. 83). En este mundillo de dinero abundante, sobornos, prostitutas de lujo, aristócratas venidos a menos, periodistas obsequiosos y zánganos con fortuna familiar, se mueve como un pez el camaleónico Guillermo Ballesta, hábil muñidor capaz de adaptarse a todas las situaciones sin resultar perdedor en ninguna, que se convertirá en mentor y modelo del joven Fernando Atienza, cuyo irregular aprendizaje se consolida, por tanto, en un ámbito dominado por el egoísmo, la mentira y la ambición. Esta evolución del personaje es acaso lo más atractivo de la novela, y su tratamiento literario se halla muy por encima del que recibe la sociedad barcelonesa, dominado por una visión acre con ribetes humorísticos que tiene ya precedentes notorios y en la que Casavella se detiene tal vez con exceso. Hay en Viento y joyas cierta demasía, cierta frondosidad narrativa no siempre pertinente que hubiera necesitado alguna poda. Existen muchas informaciones y detalles reiterados y, en conjunto, a pesar de que la narración está sustentada por una prosa vivaz e imaginativa, llena de remedos paródicos de estilos diversos y hasta de jocosos intertextos ­como la desenfadada referencia a “los años sin excusado” en el artículo del periodista Y (pág. 215)­, el lector siente que el texto, sobre todo en la segunda mitad, resulta desmesurado en algunos momentos. Una escritura torrencial, como es a menudo la de Casavella, necesita de vez en cuando diques. Y acaso más vigilancia para evitar descuidos gramaticales impropios de un escritor tan bien pertrechado idiomáticamente como él: concordancias erróneas (“la caligrafía de las iniciales del partido eran idénticas...”, pág. 191; “los típicos viajantes catalanes del que todo el mundo hace mofa”, pág. 256), incorrecciones en usos preposicionales (“me daba cuenta que”, pág. 43; “la conveniencia en hacer amistades”, pág. 44; “una impotencia a pasar sobre ellos o a tener que esperar”, pág. 99), construcciones irregulares (“delante suyo, pág. 284”; “encima suyo”, pág. 364; “ese al-ma”, pág. 61; “la ama de casa”, pág. 440), usos léxicos desaconsejables (“entré el coche”, pág.167; “divisé a mi alrededor con la mano en visera”, pág. 435; hacer clase por ‘dar clase’, pág. 278; “partidos coaligados”, pág. 259), sin contar con algunas contribuciones del corrector, que, entre otras singularidades, invierte sistemáticamente a lo largo de la novela las formas sino ysi no . Con todo, Viento y joyas es una obra ambiciosa y atractiva, que invita a esperar con interés el próximo desenlace de la trilogía y el futuro ascenso social de ese moderno Lazarillo que es Fernando Atienza hasta la cumbre de su fortuna.

Article publicat a “ABC” el el 28/12/02 per Jose María Pozuelo Yvancos

Segundas partes

Se cumple, por desgracia en este caso, el refrán, desmentido por el Quijote, que advierte sobre las segundas partes, nunca buenas. Y se aplica ese refrán para el caso de una primera parte de la trilogía denominada El día del Watusi que con el título de Los juegos feroces había supuesto un éxito de crítica tan notable y merecido que quedamos desde hace unos meses todos los lectores expectantes y con ganas de no ser defraudados, como creo que hemos sido con la continuación de la historia, muy inferior a la primera novela del ciclo. Si Los juegos feroces concentró en un solo día y en torno a dos personajes pícaros, con experto sentido del ritmo, todo el marginalismo de posguerra en un horizonte urbano, la Barcelona del bajo Montjuïc, esta segunda entrega narra los años de la transición política y el ascenso momentáneo de su héroe, Fernando Atienza, quien por una serie de casualidades se ve atrapado dentro del proyecto de creación de un partido político, el Partido Liberal Ciudadano, supuestamente entroncado como uno más de los muchos grupos convergentes en la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez. Pero muy pronto el interés del tema, poco novelado y que forma parte de la cultura de muchos lectores, desmaya y se mete en un laberinto de menudencias y anécdotas que pretendidamente quieren situar un punto de vista crítico, cuyo anclaje es la marginalidad de la perspectiva del personaje focalizador, siempre fuera de la historia que se narra salvo por su condición de espectador. El escepticismo del protagonista, anunciado ya en unas brillantes páginas iniciales que recuerdan el Arrebato de I. Zulueta es tan legítimo como literariamente ineficaz, si se entrega a él de la forma como lo hace. Porque la tonalidad elegida, entre vodevil y caricatura, deja constantemente fuera al lector por la nimiedad de las figuras elegidas y la poco consistente trama, pero también porque la novela ha elegido ser un brillante ejercicio de palabras, un esperpento continuado de situaciones que encierran en el fondo una sátira de los comportamientos políticos, pero que a mi juicio no cumple las expectativas de ese mismo empeño, al plantearse como mera construcción hipotética no conectable sino traslaticiamente con la realidad histórica. Falta también la proporción entre la extensión y el resultado. Cuatrocientas cincuenta páginas para un desengaño pueden ser demasiadas si se renuncia a tener personajes y se los sustituye por figurones y si se eluden los contextos reales. Y ocurre así, según creo, porque el punto de vista elegido, el del héroe marginal, y los vehículos de estilo asimismo elegidos, que son la astracanada y una tonalidad semicómica que renuncia a una trama con desarrollo no anecdótico, resisten muy mal la lectura de tantas páginas. Las muchas que desarrollan una indudable brillantez e hilarante sentido de la caricatura, y que vuelven a mostrar a Casavella como un escritor de mucho talento, apenas pueden compensar otras en que la acción resulta embrollada, prolija y acaba por sucumbir a un laberinto de menudencias, que dejan al lector perplejo, sobre cómo un talento literario de esta envergadura (del que cabe esperar mucho porque escribe muy bien) puede desperdiciarse por excesivo acomodo y confianza en las posibilidades de un verbo brillante que arroja muchas más palabras que vida.

Article publicat a "La Vanguardia" el 02/12/02 per Josep Massot

Crónicas de la vida extrema

"Fui golfo antes que escritor", dice Francisco Casavella. Así que pocas imposturas se le conocen. Le atraen las vidas extremas; los espacios marginales, no la marginalidad; la insolencia crítica, no las buenas intenciones de los redentores. Grandullón de espaldas encorvadas como los buenos bebedores, noctámbulo sin pose, es sobre todo un gran escéptico que representa el mundo como una estafa, un juego entre la realidad y la apariencia al que hay que saber jugar para sobrevivir, inventando uno mismo sus propios códigos de vida.
Casavella, por ejemplo, no se llama Casavella, sino Francisco García Hortelano, como el autor de El gran momento de Mary Tribune, familiar lejano que le presentó encantado una de sus obras en Madrid. "Casavella es mi tercer apellido. Podría haber elegido el segundo, pero entonces me parecía poco adecuado: Francisco Franco, si bien ahora -ironiza- tal vez me hubiera ido bien para estar a la moda." Desde fuera se le podría ver como un escritor maldito que amenazaba consumirse en su propia llama. Pero tampoco eso es cierto. Nació en una encrucijada peligrosa de Barcelona, entre Poble Sec, el Paral·lel, la ronda Sant Antoni y el barrio chino, hijo de un maestro gallego. De ahí que alternase en su infancia el barrio de emigrantes y broncas del hampa barcelonesa con la tranquilidad rural de Mondoñedo, donde impartía su tertulia otro gran fabulador, Álvaro Cunqueiro, en el café Central. Se reconoce como un niño aplicado, admirador del juego del millón en los bares del barrio, "voyeur" de la mitología canalla de los mayores. "A mí -dice- lo que siempre me ha gustado es inventar historias." Como esas fábulas que inventaban los aprendices de delincuentes: "Era muy fácil hacerse una fama, a menudo efímera, porque igual a los seis meses los veías casados y arrastrando niños. En aquellos años, las broncas entre bandas eran cotidianas, antes de que la heroína destrozara barrios enteros. Ahora hubieran movilizado el despliegue de periodistas, pero entonces ese tipo de noticias no salían en la prensa: lo que favorecía la exageración, el mito. Yo leía el Mío Cid en esa clave de la épica de las peleas callejeras y me salvé porque conocer el paño tan pronto favorece el instinto de conservación."
Casavella empezó a manejar dinero muy pronto, cuando entró a trabajar a los 14 años como botones de La Caixa. "Había tres cargos perpetuos: Samaranch, Vilarasau y yo -dice-, porque yo fui el último botones." Él se matriculó en Derecho, y batió un récord: "Estuve una hora, el tiempo justo para saber que aquello no iba conmigo". Lo intentó con la Filología, pero a él le gustaban más la literatura, el punk, el cómic (guiones para "TBO" "El Caro"), el cine (escribió "La Antárdida" para Manuel Huerga) y las discotecas de Calvo Sotelo. Los estudios -"tener un trabajo es tener dinero, más importante que estudiar"- fueron el único incumplimiento de la lección que le inculcó su padre: acabar lo que se empieza. A los 21 años deslumbró con El Triunfo y ahora ha dejado pasmada a la crítica con El día del Watusi. Y ya ha empezado otra: una novela sobre el conde Saint Germain y Cagliostro.

Article publicat al diari “Avui” el 10/10/02 per Lluís Llort

Un món poc seriós

Walter Hill va rodar el 1979 The Warriors, una pel·lícula basada en una novel·la de Sol Yurich en què els components d'una petita banda de Nova York, els Warriors, són acusats de matar el guru d'una delinqüència dispersa però jerarquitzada. Tot i que no són responsables de l'assassinat, han de travessar la ciutat durant la nit per tornar a la seva zona fugint dels perseguidors. Els dos adolescents protagonistes de Los juegos feroces, l'última novel·la de Francisco Casavella, es veuen sotmesos a una pressió similar, matisada amb ombres d'un altre film, Perros callejeros (1976), de José Antonio de la Loma.
Francisco Casavella (Barcelona, 1963), ens ofereix la primera part de la trilogia El día del Watusi, una obra a la qual ha dedicat bona part dels últims cinc anys. El novembre apareixerà Viento y joyas i el febrer El idioma imposible. En aquesta trilogia Casavella narra, a través d'un personatge central, Fernando Atienza, diferents aspectes dels últims 25 anys.
Los juegos feroces arrenca el dia de Reis del 1995, en el moment en què encarreguen a Atienza una mena d'informe sobre uns fets que ell va viure el 15 d'agost del 1971. La filla d'un cap de la màfia local va ser trobada assassinada i violada a Montjuïc; Fernando Atienza, el Apache, i el seu company, el gitano Pepito, el Yeyé, tots dos residents a la zona de barraques de la mateixa muntanya, s'hi van veure implicats de manera col·lateral. De tot plegat en surt un nom, un culpable sense dret a judici: un personatge enigmàtic, perillós, atractiu, gran ballarí, invisible..., el Watusi. Pepito, coix en un món en què els ballarins són reis, decideix avisar el Watusi que el seu cap té preu i, per localitzar-lo, es fa acompanyar per Fernando. Tots dos recorren zones de la ciutat perseguint un objectiu intangible i fugint de violents perills. Una fugida laberíntica d'un present insatisfactori. Un recorregut iniciàtic del qual no es pot desertar.

UNA GRAN HABILITAT NARRATIVA

Casavella evidencia un cop més les habilitats narratives que ja va mostrar en el seu magnífic debut, El triunfo (Versal, 1990), una novel·la negra empeltada de picaresca, amb ecos del Hamlet de Shakespeare i, tot, en un Raval només apte per a iniciats. Les seves constants, que són moltes, es basen en una tècnica de vegades arriscada, tot i que acurada, en una facilitat per als registres que atorga naturalitat als diàlegs, en la imaginativa creació d'ambients i personatges que sempre situa en zones i èpoques similars i en una mateixa ciutat, Barcelona, i en una exemplar economia descriptiva: "Cara bonachona desmentida por rápidos movimientos de la mirada hacia lugares imprevistos".
Una altra de les constants de Casavella és l'acompanyament musical. A El triunfo el so de les guitarres d'inspiració flamenca amb lletres trobadoresques era una veritable banda sonora. A Quédate (Ediciones B, 1993), novel·la en què va experimentar la unió de dues parts diferents (la primera, vivencial i depressiva, la segona, un esperpent paròdic), ens esperaven sorpreses com la resurrecció de Jaime Morey i el seu Amanece convertit en himne. A Un enano español se suicida en Las Vegas (Anagrama, 1997), una obra sobre la família i l'atzar que, tot i que s'iniciava al Tibidabo burgès, també presentava moltes escenes ambientades en els baixos fons, ens mostrava l'aversió a l'omnipresència temporal del tema Hooked on a Feeling, aquell de la banda sonora de Reservoir Dogs que començava: uga-xaka, uga-xaka... Doncs bé, a Los juegos feroces apareixen hits de l'època, com ara Black is Black, de Los Bravos, Qué será, de José Feliciano, Un rayo de sol, de Los Diablos, Singing in the Rain i l'enigmàtic tema Watusi.
A Casavella no el preocupen gaire les descripcions físiques de personatges, objectes ni espais, i això en algun moment pot confondre, tot i que queda magistralment compensat per la creació d'ambients; perquè crea més que no pas descriu aquests ambients: una geografia urbana angoixant, amanida d'una climatologia gairebé monzònica, amb pluges que no acaben d'escampar i xafogor. L'autor no pretén fer novel·la històrica malgrat que demostra, quan ho creu convenient, el bon coneixement de dades sobre l'època, per exemple sobre les bandes de delinqüents, una informació que no està a l'abast de tothom.
L'humor i la ironia es passegen amb comoditat per tota la novel·la, com l'amenitat de les històries que acompanyen i roben l'escena a la trama principal, com ara la de la nena febrosa amb l'orquestra fantasma i la batalla d'Escarlates O'Hara al Paral·lel. En canvi, de vegades l'autor justifica innecessàriament algunes digressions que, si bé són una mica forçades, no fan nosa, o almenys no tanta com la mateixa justificació. Aquest és el cas, per exemple, quan, partint d'un quadre, Atienza ens parla de la galeria d'art de la seva primera dona i satiritza sobre la tendència (seguida per autors com Breat Easton Ellis, entre d'altres) de citar marques comercials. En aquesta línia, tampoc li acaba de funcionar el recurs metaliterari de dirigir-se directament al Lector de l'informe que escriu Atienza, un sistema una mica abrupte i fàcil per comunicar-se amb el lector de la novel·la i pobre en relació amb el nivell narratiu, efectiu i particular, de Francisco Casavella.

TRAMA RESOLTA I PORTES OBERTES

La trama central, amb un bon ritme i dosis de suspens, queda ben resolta i tancada, bàsicament gràcies a un personatge, la Francesa (novament un registre per disfrutar), que fa d'ull omniscient, amb un coneixement tan exhaustiu de tot plegat que ens provoca l'angoixa de la transparència sentimental. Casavella no juga brut deixant la resolució supeditada a les dues parts de la trilogia que encara han d'arribar al mercat. De totes maneres, hi ha detalls sense resoldre que inciten a la lectura dels següents volums de la trilogia. Que ens quedaríem amb ganes de llegir més, tractant-se de Francisco Casavella, ja ho sabíem gairebé abans d'obrir una novel·la que es llegeix de tirada: "No soy un cuerpo, soy velocidad que corta las alternancias de sol y sombra".
Retratar les barriades, els seus habitants més peculiars i els seus conflictes més perillosos o anecdòtics no són el suc de l'obra, ho són els jocs entre la veritat i la mentida, o entre les mentides d'origen real i la realitat d'origen fictici. De fet, Casavella ho va resumir en una entrevista recent: "Ves amb compte com mires el món perquè el món serà tal com el miris". I això és el que ens demostra al llarg de tota l'obra, tal com ja ens defineix en aquest fragment de les primeres pàgines: "Hoy he visto como alguien que no era quien decía ser entregaba a huérfanos que no eran huérfanos regalos quizá vacíos. Entonces, alguien que tampoco era quien decía ser me ha dicho que representaba a no se sabe quién. Ese hombre me ha encargado un trabajo sobre un personaje que no existe para que un llamado Lector calibre lo que un tonto como yo averigua acerca de hechos importantes sobre los que nadie, nunca, debe saber nada. La tarea consiste en demostrar que este mundo puede ser doloroso, hasta infernal, pero no es serio".

Article publicar al “El Mundo” el 03/010/02 per Ricardo Senabre

Los juegos feroces

Respaldado por el aval de sus tres novelas anteriores, Francisco Casavella (Barcelona, 1966) emprende una obra de mayor complejidad: Los juegos feroces se presenta como primer volumen de una trilogía –o, quizá, como primera parte de una novela cuya extensión ha aconsejado dividirla en tres– constituida esencialmente por la narración que Fernando Atienza, a quien en 1995 le encomiendan indagar la historia de José Felipe Neyra –influyente hombre de negocios poco claros–, hace de su vida a partir del 15 de agosto de 1971, fecha en que se sitúan todas las acciones rememoradas en Los juegos feroces.
Los volúmenes o partes siguientes deberán reconstruir la evolución del adolescente Fernando, su progresiva inserción en la sociedad barcelonesa, su relación con Neyra y el mundillo de las finanzas, de los oscuros intereses políticos y de las grandes estafas... Será, sin duda, un amplio fresco de la vida barcelonesa a lo largo de los años posteriores a la transición política. Salvando las distancias, el proyecto de Casavella recuerda los propósitos que se forjaron, para distintas épocas, otros autores catalanes, como Ignacio Agustí con La ceniza fue árbol o Gironella con Los cipreses creen en Dios y sus continuaciones.
Fernando y Pepito el Ye-Ye, dos adolescentes suburbiales de la montaña de Montjuïc, deambulan por un inframundo de chabolas, vertederos, burdeles nauseabundos y lodazales en busca del Watusi, un matón a quien el peligroso clan de Celso acusa de haber asesinado a la hija del cabecilla. El desenlace de la inútil búsqueda está ya anticipado al final del capítulo 1, de modo que no es este aspecto de la historia –la incertidumbre acerca de la suerte del Watusi, ni siquiera su presunta culpabilidad– lo que importa primordial- mente en Los juegos feroces, sino el viaje mismo de los dos muchachos, el conjunto de peripecias que van jalonando su búsqueda y, en el caso de Fernando, su descubrimiento del mundo adulto, que equivale a una súbita maduración. Porque, más allá de la pura anécdota, lo que sucede en el llamado “día del Watusi” es un viaje de iniciación. Así lo reconoce Fernando al comenzar el capítulo 2: “Ese día vi un muerto (y hasta dos) por primera vez. Fue el de la iniciación al asombro sexual [...] Aquella misma noche, casi sin dormir [...], supe con seguridad que había descubierto la violencia [...] ese día no me resolvió como persona; me planteó como persona de modo convulso”.
El marco estructural de la historia que se desarrolla en el ámbito temporal de veinticuatro horas y tiene como actores a dos personajes muy distintos que van de un lado a otro es, claro está –y de nuevo conviene añadir: mutatis mutandis–, el del insoslayable Ulises de Joyce, e incluso podría advertirse cierta correspondencia funcional: Pepito el Ye-Ye y Fernando equivaldrían, respectivamente, a Bloom y Stephen Dedalus. Pero aquí conviene interrumpir las analogías. Casavella es el recreador de los suburbios barcelo- neses, de tipos desarraigados, de gentes míseras, de pícaros y estafadores de poca monta, de busconas retiradas; como han hecho, con distinta fortuna, Francisco Candel o Juan Marsé, Casavella hurga en el reverso de la Barcelona luminosa y próspera hasta ofrecer un cuadro sombrío y descarnado –no exento de ocasionales detalles de humor– de un escenario que a veces llega a ser alucinante, como sucede en las escenas de la embarcación, o en la entrada a La Alameda, que parece la versión moderna de un descenso a los infiernos. La variedad de registros idiomáticos del narrador y la destreza con que Casavella suele componer los diálogos son virtudes sólidas del escritor, y también la habilidad para crear ambientes y su concisa y desnuda forma de narrar, sólo empañada a veces por algunas digresiones innecesarias. Todo sucede como en una nebulosa, como si las informaciones fueran siempre inseguras, y todo está rodeado de enigmas y misterios que no acaban de explicarse siempre, porque, a fin de cuentas, el descubrimiento acelerado del mundo que efectúa Fernando en el “día del Watusi” deja muchas cuestiones en el aire, empezando por las actividades de su propia madre.
Tal como se presenta, Los juegos feroces es una prometedora novela. Pero cualquier juicio debe ser provisional mientras no conozcamos el resto de la historia, el desarrollo de lo que ahora se anuncia. Los entremeses no permiten por sí solos juzgar la calidad del almuerzo.

Article publicat a “El Periodico” el 27/09/02 per Enrique Turpin

La veritat de les mentides

Són moltes les connexions que es podrien establir entre l'ambiciós desembarcament en marxa que és El día del Watusi i la resta de la producció novel.lística de Francisco Casavella (Barcelona, 1963). Connexions que no treuen decisió ni empenta a la nova proposta que presenta l'escriptor. Més aviat confirmen la vàlua d'una prosa que sedueix per la trobada subtil d'estètiques distants, forjada en un text híbrid de mirada distanciada, a cavall entre la prosa canalla i el retrat líric, amb un eix central que segueix sent el reflex de les il.lusions que implica cada nou desvetllament als barris humils de la ciutat de Barcelona. En aquesta ocasió li toca el torn a l'embolicat teixit urbanístic que configurava la muntanya de Montjuïc del tardofranquisme, territori enverinat de barraques i restes de pedreres que testimoniava el veloç i anàrquic avanç arquitectònic de la ciutat comtal a finals del segle XIX i durant la segona meitat del segle XX. Davant d'aquest mirador sorgeix un doble misteri en forma de frontera invisible: el mar cap a l'est i la "muntanya dels rics", el Tibidabo, cap a l'oest. Els atrevits protagonistes d'aquesta novel.la intueixen que l'aventura s'alimenta de misteri, de manera que es disposen a indagar per sentir-se vius, importants.
Al cap de 24 anys, Fernando Atienza rep un encàrrec ben peculiar de l'inescrutable Javier Trueta, testaferro d'Ernesto del Pistacho (transsumpte fictici d'un negociant empresonat de cognom més floral). La feina per la qual es requereix Atienza desemboca en el començament d'un informe que té el lector virtual com a interlocutor recurrent de la història. Torna a aparèixer el discurs picaresc --hi haurà algú que en dirà postmodern sense adonar-se que és un recurs que és a l'origen del gènere novel.lístic--, que defineix els constants transvasaments entre la realitat i la ficció, o en l'acumulació d'escenes esquitxades d'ironia, cruesa i tendresa, tot al mateix temps.
En la seva primera novel.la, El triunfo (1990), Casavella ja mostrava un do especial per assenyalar que en la ficció que reflecteix la marginalitat i els baixos fons hi ha un món mític i una manera d'entendre la vida que poden arribar a tenir la mateixa dignitat que les històries forjades en altres àmbits urbans. De la mateixa manera, l'expressió precisa i poderosa que irrompia en aquelles pàgines inicials també s'apodera de Los juegos feroces, la primera de les tres entregues en què s'estructura El día del Watusi, que continuarà al mes d'octubre amb Vientos y joyas (que abasta el període 1971-1977) i culminarà l'any que ve amb El idioma imposible (sobre el període 1977-1995). Recolzat per un desplegament editorial ambiciós i sota les llums protectores de James Joyce i Juan Marsé, Casavella consolida amb aquesta obra un lloc ferm entre els narradors que converteixen les seves novel.les en necessitat. Sense aquests escriptors, el món seria més pobre; tindria menys veritat.

Article publicat a “El Periodico” el 27/09/02 per Ramon Vendrell


Els mals carrers de Barcelona

Dos adolescents segueixen la pista d'un criminal llegendari des de les barraques de Montjuïc fins a les mansions de la falda del Tibidabo a Los juegos feroces, primera entrega de la trilogia que Francisco Casavella firma amb el títol El día del Watusi. En la seva odissea marginal se les tenen amb un xulopiscines que entrega les conquistes a una banda de segrestadors, una colla de delinqüents juvenils i els goril.les d'un senyor del crim desorganitzat. De cada estació d'aquest viacrucis als baixos fons surt engrandit el fantasma que busquen, gairebé una llegenda urbana.
Los juegos feroces és, doncs, una poderosa evocació de la Barcelona cherokee dels primers 70. Tornant a aquesta ciutat de bergants, Casavella entronca amb la tradició d'usar els mals carrers barcelonins com a escenari literari. En una urbs amb l'estructura social de la casa de la telesèrie A dalt i a baix, el periple dels protagonistes de Casavella comença als baixos fons i acaba en un prostíbul de la part alta. I és que el vici i els diners bruts han estat històricament els vincles entre els de dalt i els de baix... o els de baix i els de dalt, perquè també les classes benestants han baixat a l'entrecuix urbà, com reflecteix la literatura.
A la burgesia disseccionada per Josep Maria de Sagarra a Vida privada (1932) no li cal sortir del seu territori --hi ha bordells i gigolós--, però va d'excursió al barri Xino "amb la il.lusió de veure qui sap què". Aquest Raval, que abans de la guerra civil era com una orgia celebrada en una claveguera, va tenir entre els seus canalles l'escriptor francès Jean Genet. Homosexual, xapero, xoriço i vagabund, Genet va fer a Diari del lladre (1949) la crònica de la seva estada el 1932 en aquest barri llibertí i pollós.
Però els diners bruts van actuar com a factor de cohesió social a tot Barcelona. Ho explica La ciudad de los prodigios (1986), d'Eduardo Mendoza, novel.la ambientada entre les exposicions del 1888 i el 1929 que revela en clau de fulletó les connexions entre la xusma i la gent de peles a través de la peripècia d'Onofre Bouvila. Aquest és un grimpaire que arriba a oligarca i, al final, està a punt de dinyar-la en un bordell de quatro xavos. Quan la immigració massiva que ja anticipava Bouvila va fer que Barcelona creixés brutalment, la geografia de la mala vida es va estendre als ravals. Ho va veure Jaime Gil de Biedma a Barcelona no és bona, o mi paseo solitario en primavera (del poemari Moralidades, 1966) al parlar d'"estos chavas nacidos en el Sur" i desitjar "que la ciudad les pertenezca un día". També el Juan Goytisolo neorealista de La resaca (1961) i el Francisco Candel de Dónde la ciudad cambia su nombre (1971) es van endinsar en el territori barraquista. Però va ser Juan Marsé, amb Últimas tardes con Teresa (1966), qui va immortalitzar la Barcelona xarnega del desarrollismo. El seu personatge de Pijoaparte, un quinqui del Carmel, ja intenta menjar- se l'urbs, ja, però el tret li surt per la culata. Encara hi ha classes. Sota la dictadura del "Führánculo", diana lingüística del francès André Pieyre de Mandiargues, el barri Xino va esdevenir una negació de la dita "on hi ha pèl hi ha alegria". A Al margen (Premi Goncourt 1967), Mandiargues retrata un Raval encara veneri però tristoi. El costat lumpen de la Rambla també és l'hàbitat de Pepe Carvalho, creació de Manuel Vázquez Montalbán; el marc del relat de Raúl Núñez Sinatra (1984); i l'origen de la mala vida del Botas --Oriol Romaní va recollir l'autobiografia oral d'aquest addicte a la grifa a A tumba abierta (1983).
El barri Xino va viure l'últim moment de fulgor literari a El triunfo (1990), precisament de Casavella, que ara firma Los juegos feroces. Amb tot, l'ús del llenguatge de carrer al qual Casavella dóna patent literària és una especialitat en què va marcar un abans i després Juanito Mediavilla, el guionista de les aventures de Makoki, dibuixades per Miguel Gallardo. I és que el còmic, com van demostrar el transvestit Anarcoma, de Nazario, i la cabaretera María Lanuit, d'Alfredo Pons, no deixa de ser un gènere literari idoni per als mals carrers.

Article publicat a “La Vanguardia” el 18/09/2002 per Juan Antonio Masoliver Ródenas

La ciudad sin ley

Francisco Casavella (Barcelona, 1966) pertenece al grupo de escritores surgidos a principios de la década de los noventa a los que me he empeñado en llamar “grupo Nirvana”: Ray Loriga, José Ángel Mañas, Benjamín Prado, Pedro Maestre o Félix Romeo. Sin que haya ninguna dependencia o interdependencia estética, sí hay notables coincidencias. Pero si estas coincidencias muestran la existencia de unos vínculos generacionales, la originalidad de Casavella acaba por difuminar la relación con sus coetáneos hasta convertirla en pura anécdota. La construcción de sus novelas sobre una acumulación de escenas y sorpresas, la peculiaridad de su realismo desmentido y afirmado por la pesadilla, la invención y la necesidad de mentir y de mitificar, la irrealidad fantas-magórica, la sordidez de las aventuras alimentadas sin embargo por una descarada ternura o la fidelidad a una zona muy concreta de Barcelona, que hacen pensar en la del olvidado Francisco Candel o en la del recordado Juan Marsé, son rasgos que aparecen ya en su primera novela, Triunfo, y reaparecen consolidados en Quédate (1993) y, sobre todo, en la singular Un enano español se suicida en Las Vegas (1997), hasta la fecha su mejor novela, ahora superada o trascendida por este ambicioso proyecto que es El día del Watusi, que se inicia con Los juegos feroces, se prolongará en Vientos y joyas, que verá la luz en noviembre, y se cerrará, en febrero del 2003 con El idioma imposible. Un proyecto que no ha de entenderse como una trilogía sino como una novela dividida en tres partes, una división que responde a “la necesidad de contar” a que alude en Quédate, donde se constata que “la posible narración no iba a contar más que una sucesión de vacíos” alimentados por la pesadilla, el sueño o la invención, no para negar el mundo en que se vive, sino para afirmarlo como una fatalidad. En Un enano español se suicida en Las Vegas se insiste en el rompecabezas que va componiendo el relato, sin que el protagonista pueda saber “en qué imagen tendría el rompecabezas completo”.
Aquí el rompecabezas no es sólo la novela que estamos leyendo sino las dos novelas que todavía no podemos leer pero que hemos de tener presentes durante la lectura, puesto que si la acción de la primera se centra joyceanamente en un día muy concreto (de la madrugada del 15 de agosto a la del 16 de agosto de 1971), la de la segunda entre 1971 y 1977 y la de la tercera entre 1977 y 1995, el narrador escribe desde su presente, es decir, con una visión completa de las tres novelas, y en Los juegos feroces hace constantes referencias al Día de Mañana, a cómo está forjando su personalidad futura y al hecho de que está contando “la historia de mi vida”, que es la historia de la vida de una generación.
A Fernando Atienza un misterioso Javier Trueta, en nombre del poderoso magnate y benefactor Ernesto del Pistacho, le encarga que averigüe todo lo que sepa sobre José Felipe Neyra, quien maneja “muchos intereses oscuros de esta ciudad”. Pistacho acaba de entrar en la cárcel, como Mario Conde, por la puerta grande. De este modo, Los juegos feroces ofrece una clara lectura de un presente político que se inicia en 1971, con la agonía de la dictadura de Franco, y que culminará, en El idioma imposible, con la traición socialista.
La borrosa frontera entre verdad y mentira y entre farsa y tragedia son el aliento vivificador de Los juegos feroces. “En la ‘Nota del autor’ Casavella resume nítidamente la trama de esta primera parte de la novela, “llena de peripecias, de suspense, de terror, en lugares que, como las historias que relatan los personajes con los que Pepito y Fernando se enfrentan en disparatadas situaciones llenas de hondura, casi nunca son lo que parecen”. Y “en esta búsqueda que se convertirá en fuga”, “dos chavales aplastados por la historia que buscan sin saberlo el misterio de la eternidad en un basurero de ficciones” tratarán de averiguar quién es el Watusi, “el rey del ritmo, un bailarín, pero también un criminal”. Las razones de la búsqueda son distintas y esta búsqueda no sólo lleva a una serie de extraordinarias aventuras, sino que revelan las razones por las que es necesario que el Watusi sea visible e invisible, una realidad y una invención, elusivo y contundente como el espíritu de una época y de una ciudad.

Del Tibidabo a las chabolas

Esta ciudad es la Barcelona que hemos conocido en otras novelas de Casavella, pero aquí mucho más desarrollada. La novela se abre en el Tibidabo, “la montaña de los ricos”, donde cincuenta huérfanos de los Hogares Clarinet (sic) esperan, el día de Reyes de 1995, la llegada del famoso Pistacho, sinvergüenza disfrazado de rey Gaspar. La verdadera acción del libro ocurre veinticuatro años antes en “la otra montaña”, Casa Valero, Casa Antúnez, Ciudad Sin Ley, las chabolas de Montjuïc, donde viven “los que no teníamos sitio en la ciudad”. La lluvia nos acompaña como un motivo recurrente en este día sofocante del 15 de agosto de 1971 y acabará por tener una presencia determinante en el desarrollo de la ficción. Dos niños descubren el cadáver de una muchacha que ha sido violada y asesinada a golpes: es Julia, la hija de don Celso, cabecilla del barrio con fama de peligroso. Y aquí se inicia un drama lorquiano en clave farsesca: denunciar al Watusi como al responsable, negar ante don Celso la violación y por tanto la responsabilidad del Watusi, cuyo cuerpo flotará, en un claro ajuste de cuentas, en las aguas sucias del puerto.
La búsqueda y la fuga incesantes van creando, a través de curiosísimos personajes, una cadena de situaciones en las que no falta el “gag” cinematográfico, que dan un especial ritmo a una novela que recorremos, escena tras escena, como se recorren las callejuelas de la ciudad protagonista. Lugares secretos iluminados por el humor y la imaginación, el desenfado y la contenida ternura. Casavella ha sabido escarbar en los vertederos de la realidad sin caer en la sordidez, de rozar la farsa y el absurdo sin caer en la caricatura, de entretener sin caer en la frivolidad. En una palabra, ha sabido convertir la audacia narrativa en una necesidad.

Article publicat a “El Mundo” el 16/09/02 per Tito Ros


Casavella asume el reto de una trilogía, El día del Watusi
El escritor publica Los juegos feroces, primera entrega de una historia de 1.200 páginas situada en la Barcelona de los 90


Cuenta Francisco Casavella que la idea de la trilogía El día del Watusi le empezó a rondar por la cabeza en 1995. Tres años después se puso a escribirla. Esta semana estará en las librerías el primer volumen, Los juegos feroces (Mondadori).
La anterior obra publicada de Casavella, Un enano español se suicida en Las Vegas, data de 1997, por lo que esta entrega, que llega cinco años después, era muy esperada por los seguidores del escritor barcelonés.
Explica Casavella que, mientras le planeaba el Watusi, tuvo que buscarse la forma de financiarse la vida durante dos años y que no fue hasta 1998 cuando pudo ponerse a escribirla. «Yo pensaba que todo novelista tenía que tener una novela larga y me dije: 'vamos a intentarlo'. Pienso que una novela larga refleja mucho mejor el paso del tiempo y eso quería hacer yo con El día del Watusi».
El resultado son 1.200 páginas, repartidas en tres volúmenes y «la sensación del deber cumplido», afirma el autor, tras un respiro hondo. Aunque añade que todavía tiene pendientes dos capítulos del tercer y último volumen, que saldrán en los próximos meses.
En el final de El imperio contraataca, Hans Solo quedó embalsamado y los seguidores de Star Wars tuvieron que esperar tres años, hasta que se estrenara El retorno del Jedi, para conocer el desenlace.Esto no ocurre con Los juegos feroces (el lector puede estar tranquilo) ya que la historia tiene desenlace.
La novela empieza con un prólogo, situado en 1995 y en el que el protagonista recibe una misión: realizar un informe. Pero a partir de ahí la historia se remonta al 15 de agosto de 1971 (precisamente, el día del Watusi), cuando Fernando Atienza (narrador protagonista) cuenta con 13 años y vive en las chabolas que entonces existían en la falda de Montjuïc.

El chabolismo

Francisco Casavella no vivió directamente el chabolismo del tardofranquismo, pero lo tenía cerca, pues su familia tenía el piso en el lado norte del Paralelo. Cuando era joven corrían tiempos de Perros callejeros (película emblemática de José Antonio de la Loma) y los quinquis eran divinizados en todos los barrios de Barcelona. El Watusi es algo más que un quinqui (hay quien dice que trabaja como liquidador para los marselleses) y en torno a él predomina más lo que se dice que lo que se sabe.
Tras un asesinato en el poblado de Montjuïc, el adolescente Fernando Atienza (como quien remonta el río Congo) emprende la búsqueda del Watusi. Para entender toda la historia, es importante el prólogo de Los juegos feroces, porque en él se cuenta la historia que enlaza los tres libros que componen la trilogía.

Mundillo empresarial

En el mismo se explica cómo una persona vinculada al señor Del Pistacho (un más que supuesto Javier de la Rosa) le pide al cocainómano Fernando Atienza que le haga un informe sobre otra persona, que está ascendiendo en el mundillo empresarial y social de 1995.
El segundo volumen de la trilogía aparecerá en noviembre. Han pasado unos años desde aquel 15 de agosto de 1971 y «Fernando y su madre han conseguido salir del lumpen. Pero el protagonista empieza a sentir nostalgia del barrio y mitifica aquella vida en la falda de Montjuïc. Su madre se casa y él entra a trabajar en un banco. Son los primeros años de la Transición y por una serie de coincidencias entra en política, en una formación cercana a Adolfo Suárez. Es entonces cuando conoce a los supuestos padres de los supuestos señor Pistacho», avanza Casavella el argumento de ese segundo volumen, que como el primero, también tendrá su desenlace final.

Article publicat a “El País” el 01/09/02 per Sergi Pàmies

Semana de pronósticos

Mañana empieza una semana de pronósticos. Con cada nuevo curso se disparan, además de las buenas intenciones, la necesidad de apostar por formas de futuro mediáticamente rentables. Pronosticar que habrá guerra, por ejemplo, no requiere de una gran intuición, y dado que el Barça es una caja de sorpresas, mejor no meneallo y centrarse en algo tan inofensivo como la literatura. En la línea de salida, centenares de libros aspiran a situarse en el pelotón de cabeza, mientras los lectores tomamos posiciones y nos vamos encariñando de ciertos nombres. En Francia, Jean-Philippe Toussaint saca nuevo libro, Faire l'amour, y sería fantástico que fuera un éxito. Aquí saldrán a puñados. A estas alturas, sin embargo, se puede pronosticar que, en catalán, será polémico el panfleto de Joan Lluís Lluís contra los franceses (Conversa amb el meu gos sobre França i els francesos, Ed. La Magrana) y que, en castellano, se hablará mucho y bien de Los juegos feroces (Ed. Mondadori), la nueva novela de Francisco Casavella.
Ninguno de los dos está todavía en las librerías, pero lo estarán el 16 de septiembre. Los juegos feroces es la primera entrega de una obra ciclópea de la que estas 300 páginas sólo son la punta de un iceberg que tiene 1.200 y que lleva el título de El día del watusi. Sinopsis: el 15 de agosto de 1971, un par de chavales que viven en la ladera de Montjuïc se ven envueltos en un pollo delictivo en el que se entrecruzan putas, muertos, candidatos a serlo, yonquis, chivatos y otros desamparados más o menos proclives a tomarse la justicia por su mano. Hay acción, sexo, mala leche y humor y, para evitar que le cuelguen la engorrosa llufa de la influencia de rigor, la editorial ha tenido la idea de asignarle a Casavella (Barcelona, 1963) 'resonancias con la mitología barcelonesa de Juan Marsé'. El mundo que retrata, cimentado por un argumento que quizá sea lo de menos, tiene mucho de esa épica y picaresca de la uralita que tan pocas manifestaciones literarias ha producido (en la planta de antecesores está Candel; en la de coetáneos, Guillem Martínez, forense de los valores de barriada, cuyas mejores autopsias están recogidas en su libro de crónicas Grandes éxitos). Casavella, en cambio, no recurre al periodismo, sino que se embarca en una tragicomedia de enredos de mafiosos de poca monta en un paisaje sin más glamour que la mugre moral y que, para resultar verosímil en una posible adaptación al cine, debería ser rodada por un híbrido entre Scorsese y Berlanga. Es un libro ambicioso y, por tanto, no debería tener problemas con la crítica, que suele valorar muchísimo las largas distancias, sobre todo cuando los que corren el riesgo de deshidratarse y sufrir un patatús son otros.
Cosas que podrían decirse de Los juegos feroces con sólo leerla: que te quedas con ganas de leer más (en los próximos meses saldrán los dos volúmenes siguientes, Viento y joyas y El idioma imposible). Que, de un modo tangencial, da pistas sobre por qué los barrios se convirtieron en barriadas, las barriadas en periferia, la periferia en suburbio, el suburbio en extrarradio y el extrarradio en tumor extirpado al caos porciolista para gloria del área metropolitana. Que cumple los requisitos de la Teoría de las Cuatro E que, hace poco, me contó una de las agentes literarias más atractivas de esta ciudad: Épica más Estética más Ética igual a Éxito. Que recupera un sentido atrevido de la adjetivación que, a ratos, roza el estupendismo bien entendido (en según qué ambientes, el punteo vacilón de un guitarrista o la capacidad para la corrida por banda de un jugador de billar pueden salvarte la vida, así que un respeto por los alardes). Que, mostrando las tripas de una pandilla de pringaos contando su historia con espiral obstinación, se habla de la verdad concebida no como sucesión de realidades incontrovertibles, sino como la versión consensuada de unos hechos que nunca ocurrieron y por los que no pagaron justos por pecadores porque todos eran pecadores (los culpables se libraron de comerse un marrón gracias a la pedrea, pésimamente repartida, de la amnesia). Metáfora del fracaso colectivo, pues, y, al mismo tiempo, narración lineal de un día en la biografía de un pobre chaval que vivirá, es un decir, para contarlo. Y, más allá de la duda sobre si ciertos giros lingüísticos corresponden a la época, está el inconfundible aire de aquella Barcelona de agosto de 1971, con su olor a basura, su pegajoso calor, su roña tridimensional, su presagio de diluvio, su franquismo nostrat, sus radios emitiendo en onda media aquel Manda rosas a Sandra... Una ciudad asfixiada entre la espada de la montaña de los ricos y la pared de la montaña de los pobres, recorrida por bandas de gamberros que provocaban el pánico en su territorio (ni siquiera Javier Pérez Andújar podrá con este censo de la delincuencia, who is who de la aristocracia mangui) y que ahora resucitan en forma de buena ficción. Quizá porque nunca creyeron en la reencarnación, entre otras cosas porque un cadáver flotando en las pestilentes aguas del puerto bajo una lluvia torrencial no alcanza la categoría de mito, pero sí la de material para una sólida leyenda urbana, una aventi de lujo para comprender el mundo, un juego tan feroz como lo pintan.

Article publicat a “La Vanguardia” el 22/08/2002 per Xavier Ayén


Francisco Casavella revisa los últimos treinta años en una novela en tres volúmenes

El escritor Francisco Casavella (Barcelona, 1963) acaba de escribir El día del Watusi, una ambiciosa novela de 1.200 páginas con múltiples lecturas, entre ellas la policiaca, pero que es también un reflejo de los bajos fondos de la Barcelona de los setenta y un crítico repaso generacional a un cuarto de siglo de historia española, con personajes que recuerdan sospechosamente a empresarios y banqueros como Javier de la Rosa. La editorial Mondadori ha optado por publicar la obra en tres tiempos. El 16 de septiembre llegará a las librerías la primera parte, Los juegos feroces, que empieza con un prólogo que sucede en 1995, "cuando al narrador -en palabras de Casavella- le encargan un extraño informe sobre un empresario que no existe. De ahí pasa a recordar un día de 1971 en el que se vio envuelto en varios sucesos trágicos: todo el primer volumen es el relato de ese día, que proyectará un enorme eco en todo lo que sucede posteriormente". ¿Qué ha pretendido Casavella en esta monumental obra? Nada menos que "dibujar el fracaso -o desarrollo- de un espíritu individual en paralelo con el espíritu del país".

Sacrificio

Tamaño objetivo es fruto de una evolución personal: "Antes pensaba que los escritores de novelas largas eran unos palizas pretenciosos, pero ahora creo que no importa nada tardar diez años más o menos en publicar algo, sino que lo que realmente interesa es que merezca la pena. Y, por lo menos una vez en la vida, hay que intentar hacer un sacrificio y escribir algo largo. Esta novela empecé a escribirla en 1998, tras un penoso calvario trabajando en películas para televisión, y así me pude financiar los posteriores cuatro años encerrado escribiendo. He escrito por la mañana, por la tarde y por la noche. He dado el do de pecho. He acabado muy idiota, me he quedado vacío, sin poder neuronal, si es que alguna vez lo tuve. Si me pregunta qué ha pasado en estos cuatro años, la respuesta es: no lo sé".
Cronista de la mala vida, Casavella parte aquí de una trama negra, con asesinato incluido, ambientada en el Montjuïc de chabolas y pisos ilegales de principios de los setenta, poco antes de la construcción del barrio del Polvorín. "Quería reflejar la decadencia de una forma de vida" a través de un territorio marginal de la ciudad muy poco explotado literariamente. "Claro, es que como Barcelona es tan pequeña, un día nos reunimos en secreto todos los escritores de la ciudad -bromea- y nos repartimos mafiosamente las zonas: para Marsé el Guinardó, tú no escribas del Carmelo, chaval... y a mí me tocó Montjuïc, con todas sus zonas clásicas: Casa Valero, Casa Antúnez, Los Tres Pinos..."
El segundo volumen de esta "novela unitaria" aparecerá en noviembre, se titula Viento y joyas y abarca desde 1971 al año 1977. Se centra sobre todo en los años 1976 y 1977. "Me ha salido más cómica. El narrador aquí entra a trabajar en un banco (Casavella fue botones de La Caixa) y se ve envuelto en la formación de un partido político que intenta entrar en la gran formación de centro que ya se vislumbra. Era una época en que cada día pasaban cosas y la democracia se mostraba de un modo muy naïf, nos vendían una película muy lejana a lo que realmente se estaba fraguando, el paso de una burocracia a otra."
El tercer volumen, El idioma imposible, saldrá en febrero del 2003 y comprende desde 1977 hasta 1995, año que cobra mayor importancia, pues se van cruzando dos relatos paralelos distanciados en el tiempo. "Se cuenta el paso de un país dramático a un país imbécil. El narrador se ha convertido ahora en un incansable trepador social. En los primeros años ochenta se introduce en el mundillo de la música, hasta acabar otra vez en la política, en esos trabajillos que se hacen en la sombra. Es el volumen más reflexivo."

La violencia

¿Cuál es la fuente que inspira sus historias? "Me han fascinado siempre las historias de mi barrio, del Chino y de Poble Sec, me llegan todavía sus ecos. Cuerpos flotando en el puerto no he visto, no... sólo zapatos. Son cosas que te explican... Para que te pasen a ti directamente estas movidas hay que estar muy metido en los bajos fondos y creerte la mítica de esos héroes del hampa, como el Watusi. ¿Si los he conocido? Claro, por ejemplo, el Botas, a él se le adjudicaban todas las cosas que sucedían. Había otro que... pero no lo pongas, que todavía está vivo y yo también quiero estarlo. La juventud siente atracción por el mundo criminal, pero los profesionales no bromean, cuanto más lejos estés de ellos, mejor." Sobre el uso de la violencia en su novela, afirma que "no me recreo en ella, encuentro el presagio más atractivo que el acto".
Ahora, Casavella trabaja en dos proyectos: por un lado, "un ensayo sobre la música popular del siglo XX como sustitutivo de la religión". Y también en su primera novela histórica, ambientada en el siglo XVIII: "Transcurre en diversos lugares de Europa, es el encuentro entre dos rosacruces, unos timadores que iban vendiendo elixires".
Francisco Casavella se dio a conocer en 1990 con su primera novela, El triunfo. Posteriormente ha publicado Quédate (1993) y Un enano español se suicida en Las Vegas (1997). El día del Watusi, a pesar de estar desglosada en tres libros, cuenta como uno, porque, asegura, "yo no he cobrado tres veces".

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