Biografia
Obra
Tous
les hommes en son fous
Documentació
Article
aparegut a La Vanguardia 16/08/2002 per Rosa Piñol
Esplendor
y caída de una familia
No siempre
puede afirmarse que sea un libro el elemento que une a dos personas. Pero
sí que son los libros uno de los primeros temas de conversación
y de coincidencia en muchas nuevas parejas. Y a lo largo de la vida en
común suelen producirse muchos momentos de sintonía en torno
a títulos o autores, al igual que se dan complicidades en otras
manifestaciones de la cultura y de la vida.
Fue Jorge de Cominges, crítico cinematográfico y escritor,
quien descubrió al Jean d'Ormesson novelista y, concretamente,
su obra Au plaisir de Dieu (Por capricho de Dios); y, entusiasmado,
le recomendó su lectura a su compañera, la periodista y
escritora Margarita Rivière. "No recuerdo cómo cayó
en mis manos la obra -explica-. Por entonces no había leído
nada de Jean d'Ormesson." "La novela -añade De Cominges-
me fascinó desde el primer momento por su tono proustiano y elegiaco
sobre lo dulce que era vivir antes de la Revolución.
El soberbio relato sobre el esplendor y caída de una familia, que
hasta los años cincuenta había vivido de sus bosques y del
alquiler de sus edificios en el bulevar Haussmann y cuyas únicas
concesiones a la modernidad habían sido los sucesivos matrimonios
por interés, con miembros de familias menos prestigiosas aunque
más ricas, ponía de manifiesto los inevitables cambios que
había traído el siglo XX en un entorno europeo, y concretamente
francés, construido en torno a la tradición y la Iglesia."
En opinión del crítico, la obra tiene otro aspecto que la
hace especialmente atractiva. "El interés del libro -argumenta-
no se ciñe tan sólo al encanto del sentimiento de añoranza
por el tiempo perdido, sino a la forma con que la novela refleja con despiadada
lucidez el desmoronamiento del Ancien Régime y el inevitable triunfo
del progreso y las nuevas ideas."
Margarita Rivière confiesa que no conocía al escritor francés
cuando Jorge le aconsejó su lectura. "Él había
leído, cuando salió en francés, el libro de D'Ormesson
-yo no sabía quién era- y me insistió mucho en que
debía leerlo. Estaba seguro de que me gustaría. Pero yo
leo poca novela y soy escéptica respecto a los coups de foudre
literarios, así que lo aplacé hasta el verano. Debía
ser a mediados de los setenta. Metí el libro en la maleta y nos
fuimos unos días a una casita en el campo mallorquín. Entre
baños, siestas y amigos apenas había tiempo para leer, pero,
al fin, comencé el libro. Las primeras páginas -prosigue
Margarita- me parecieron duras, pero recuerdo que, de repente, me fui
implicando en la historia, en su prosa envolvente, hasta el punto que
dejé la siesta para leerlo de un tirón. Mi lectura, sin
duda, fue más sociológica que literaria: el libro me hizo
entender el peso de las generaciones en la historia y la humilde dimensión
de los individuos en el conjunto de acontecimientos humanos. Constituyó
realmente una lección de perspectiva que no he podido olvidar.
Desde entonces, además, pienso que las novelas -las buenas- pueden
ser más explícitas que cualquier libro de historia."
La escritora reconoce que, después de esta lectura, Jorge y ella
pasaron días hablando "del libro, de sus personajes y de las
circunstancias que marcaron su vida". "Nunca le agradeceré
bastante esa recomendación", concluye.
Entrevista
a Jean d'Ormesson publicada al diaria ABC Juan Pedro Quiñonero
Debemos
preservar la razón
Escritor,
periodista, ensayista, novelista, biógrafo de Chateaubriand, confidente
de los grandes de su tiempo, testigo comprometido con su Historia, académico,
Premio Torcuato Luca de Tena, Jean d'Ormesson es una de las figuras más
destacadas de la cultura francesa y europea de principios de siglo. Toda
su obra gira en torno a un problema central: la memoria de un tiempo pasado
que no fue forzosamente mejor, pero que sí nos ayuda a imaginar
la utopía de un paraíso recuperado a través de la
cultura y el gran arte. Pocos testigos como él pueden hablar de
una Francia y una Europa que desaparecieron para intentar comprender hacia
dónde va nuestra civilización.
-A finales del siglo XVII, Madame de Sévigné sospechaba
estar asistiendo al fin de una Francia llamada a desaparecer. A principios
del XIX, Chateaubriand ya tenía la certidumbre de haber sido uno
de los últimos en contemplar un mundo para siempre ido con el Antiguo
Régimen. Proust sólo exploraba paraísos para siempre
perdidos. ¿Cómo percibe usted el estado de Francia y su
cultura a principios de un nuevo siglo?
-Quiere usted que diga que el mundo siempre está desapareciendo...
En definitiva, cada uno de nosotros desaparecemos un poco a cada instante.
Una de mis manías es el tiempo. Y como cada cual vive en el presente,
el presente deja de ser una realidad, porque está desapareciendo
a cada instante. El mundo no deja de desaparecer. Si hay algo que a lo
largo de mi vida no he dejado de observar es que, finalmente, a cada momento
nos encontrábamos ante una encrucijada histórica. Sin embargo,
la Historia se hace a cada instante. Y a cada instante hay algo que nace
y desaparece. Dicho esto, es cierto que la cultura francesa está
evolucionando, como es natural, y al mismo tiempo, al igual que nuestro
desafortunado equipo de fútbol, está atravesando un momento
difícil.
-¿Por qué?
-La cultura está ligada a un conjunto de situaciones. No soy marxista,
pero Marx lleva razón en muchos puntos. Creo que lleva razón
cuando afirma que la cultura es la traducción de una situación
global, política, económica, militar, y todo eso es indisociable.
Pensamos con frecuencia en Atenas como el reino mismo de la cultura. Pero
aquella cultura estaba apoyada en una potencia marítima y comercial
considerable. Aquella pequeña Atenas era capaz de vencer militarmente
a algo tan inmenso como era el imperio persa. Hoy, como ayer, la situación
de la cultura es inseparable de la situación demográfica,
económica, política y social.
-Sin embargo, la fuerza de Atenas también reposa en la fuerza
de sus ideas. Y la fuerza de un pequeño pueblo, un Estado diminuto,
como Israel, se funda en la fuerza imperiosa de sus convicciones religiosas.
Las ideas y la voluntad de existir a través de la lengua y la cultura
también son realidades contra las que no siempre ha vencido la
fuerza de las armas.
-Por supuesto. Quizá. Aunque, a mi modo de ver, el pueblo judío
es una excepción. Y no olvide usted que el pueblo judío
también tuvo gran fuerza. Tuvieron que ser las legiones de Roma
las que impusieron su ley.
-Sin embargo, unos escritos redactados en lenguas ultraminoritarias,
como el arameo o el griego de la decadencia, en Jerusalén o en
Alejandría, son capaces de precipitar una revolución espiritual
cuya influencia cambia el rumbo de las civilizaciones.
-No dejaba de ser una decadencia... La cultura sobrevive a la potencia.
Pero nace de una potencia. Y la cultura francesa nace de la situación
de la lengua francesa. Carlomagno, que impuso la primera escuela pública,
en Francia, no sabía leer ni escribir el francés, y hablaba
otra lengua. Pero habrá que esperar a la potencia de Luis XIV para
que el francés y su cultura cobren una dimensión europea.
Hoy, la cultura francesa está en crisis, porque la lengua francesa
está en crisis.
-¿Le da miedo el riesgo de decadencia del francés, comparado
con la salud aparentemente imperial del inglés?
-¡Qué quiere que le diga! De entrada, hay que recordar que
desde hace medio siglo también asistimos a la ascensión
y descubrimiento de otras lenguas y otras culturas. Es una evidencia en
el caso del español. En 1940, el ejército francés
es o está entre los primeros del mundo, y la cultura francesa ejerce
una cierta fascinación internacional. La cultura y la nación
francesas se hundieron en el mismo instante. En quince días, Francia
fue hundida. Y es posible afirmar que la cultura francesa estuvo herida
de muerte. En quince días. Al mismo tiempo, poco después,
asistimos a la ascensión y descubrimiento de otras literaturas.
Hay una admirable literatura japonesa. Hay unas admirables literaturas
iberoamericanas, que nacieron de España y Portugal en parte. Hay
un gran resplandor e influencia de todas esas literaturas. Resplandor
e influencia que quizá ha perdido la lengua y la cultura francesa.
¿Como olvidar las literaturas africanas y asiáticas?
-Desde esa óptica, ¿cómo percibe usted el problema
cultural y diplomático de la «excepción cultural»
que los políticos intentan utilizar como recurso proteccionista
para los bienes y mercancías culturales, o presuntamente tales?
-No sé si voy a sorprenderle. No estoy, en absoluto, por la excepción
cultural, ni francesa, ni de ningún otro tipo. No hay excepción
cultural francesa, ni de nadie. Si se quiere defender una excepción
cultural de Francia, que se diga que eso es lo que defiende la extrema
derecha de Jean-Marie Le Pen. La extrema derecha tiene ese culto: se cierran
las fronteras, se erige un culto a todo lo que es francés, se desprecia
a los extranjeros, y se vive en autarquía. Esos no son ni mis gustos
ni mis preferencias, en absoluto.
-Cuando usted habla de la necesidad de elevar el rango de su cultura,
u otra cultura, ¿está hablando de incrementar el presupuesto
de los ministerios de cultura o de intentar tener ideas propias?
-Le haré una confesión: no creo ni en la excepción
cultural francesa, ni en ningún ministerio de cultura. Tengo mucha
estima, amistad, por el actual ministro de cultura, Luc Ferry, y por algunos
de sus predecesores. Pero no creo para nada en ningún ministerio
de cultura. La única manera de ayudar a una cultura que parece
estar declinando es escribir buenos libros, filmar buenas películas,
montar buenas piezas de teatro, escribir y componer buenas canciones.
Todo eso es mucho más importante que todos esos laberintos de los
departamentos ministeriales. Reconozco que en algunos casos quizá
sea necesario ayudar a algunas industrias, como el cine, la edición
o el patrimonio nacional.
-En Francia hay una larga tradición, que viene de Luis XIV o
de mucho antes, que siempre ha defendido la acción y protección
del Estado en materia cultural y artística, ilustrando una cierta
tentación por la burocracia y la cultura de Estado.
-Me encanta que usted plantee el problema en estos términos. Yo
vomito contra la cultura de Estado. Vomito contra la cultura de Estado
de mis adversarios. Pero vomito, también, contra la cultura de
Estado de mis amigos y partidarios. Si se defiende la cultura de Estado,
no se puede olvidar que esa es la cultura de la extrema derecha, la cultura
de Le Pen. Ellos están a favor de la cultura de Estado. Yo no.
Que se ayude a los escritores, que se ayude a la industria del cine, todo
eso está muy bien. Es muy caro hacer una película. Pero
el riesgo de las ayudas y las subvenciones es habituarse a una economía
de gueto, a una economía protegida, una situación de asistencia
pública permanente. Dicho esto, es una evidencia que también
es necesario proteger y promover el uso internacional de la lengua, la
difusión internacional de los libros, las películas y las
artes. Pero no tenemos claro cómo ayudar a la creación.
-En ese terreno, un académico, Marc Fumaroli, y un ensayista,
Philippe Dagen, han polemizado agriamente hace días. Dagen, para
defender la estética oficial de las vanguardias protegidas por
los ministerios y los grandes museos nacionales. Fumaroli, para denunciar
el gran desastre de la insignificancia protegida con los presu- puestos
del Estado.
-Soy un gran amigo de Fumaroli, y estoy de su parte. Creo que Fumaroli
dice exactamente lo que yo pienso. Una estructura de Estado demasiado
rígida acaba teniendo efectos perversos para la cultura. Por mi
parte, creo que los grandes libros se escriben en soledad. La famosa industria
de la comunicación puede convertirse en un gran enemigo de la cultura
y de la creación. La creación del futuro no nacerá
en los palacios y los despachos oficiales. La creación vendrá
de quienes vivan al margen del sistema. No sé de qué parte.
Pero sí sé que son y serán marginales, cuya obra
iluminará el arte que vendrá, fuera del sistema actual.
La gran película no se hará con grandes presupuestos, a
golpe de ayudas oficiales. La gran película vendrá contra
todo aquello que hoy está establecido.
-Si le he entendido bien, las industrias de la incomunicación
audiovisual son más peligrosas para la cultura que, digamos, el
imperialismo de la lengua inglesa...
-Por supuesto. Creo que esa es la realidad... Y me horroriza que los intelectuales,
entre los que tengo el gusto de no encontrarme, no se den cuenta de ese
peligro creciente. Cuando la Academia protestaba contra la «invasión»
de palabras inglesas, yo estaba en otra parte. ¡Qué quiere
usted que le diga!: ¡qué vengan las palabras inglesas, las
palabras españolas, las palabras italianas, a enriquecer mi propia
lengua! Yo estoy a favor de la libre circulación de personas y
de bienes, por la misma razón que estoy a favor de la libre circulación
de las ideas y las palabras.
-Los periódicos, la Prensa, ¿están ya perdidos
para la antigua cultura humanista, o todavía pueden ayudar a defender
lo que en otro tiempo se hubieran llamado los valores del espíritu,
los valores de la cultura?
-De entrada, los periódicos podrían comenzar por escribirse
mejor, con más claridad y más limpieza, sin multiplicar
los casos de polución lingüística con giros espantosos.
Los periódicos han comenzado a estar contaminados por la jerga
de los economistas y los políticos. Hay que reconquistar la claridad,
la limpieza de la lengua.
-Detrás de su amabilidad, considero con frecuencia que no deja
de aflorar un pesimismo negro y grave sobre el futuro mismo de nuestra
civilización. ¿Tiene todavía alguna esperanza?, ¿qué
podría salvarnos?
-¡Espere, espere! Hemos hablado de la decadencia de la cultura francesa,
pero no es evidente que las otras culturas no sigan el mismo camino. Las
culturas dominantes nacieron para desaparecer. La cultura griega era maravillosa.
¿Qué quiere? Hace diez años estaba prohibido hablar
de decadencia francesa. Los cactus florecen cuando van a morir. Todas
las culturas morirán. La cultura romana murió. Y no se puede
descartar que la idea misma de cultura no esté modificándose
de manera catastrófica. Queda por hacer una reflexión de
fondo sobre la cultura de elite y las subculturas que comienzan a proliferar
a través de los medios audiovisuales. ¿Cómo llegar
mucho más allá, como ampliar la cultura sin caer en la presunta
cultura de masas, que se me antoja próxima a la barbarie, a causa
de la televisión y los grandes movimientos de masas? Yo pertenezco
al mundo del libro. Pero también temo que el libro desaparezca
en los próximos cien o doscientos años. No puedo asegurarle
que el libro exista eternamente. Claro que no. El libro apareció
y el libro desaparecerá. Eso no quiere decir que desaparezca el
pensamiento. Pero es cierto que hay formas de pensamiento condenadas a
desaparecer. Debemos preservar la razón. ¿Dejarán
los robots intacta nuestra cultura? Me temo que no. ¿Una esperanza?...
Recuerdo a Cioran: debemos intentar morir con belleza y dignidad. Hay
formas y formas de morir. Las civilizaciones son mortales. Valéry
lo dijo antes de la bomba atómica. Ayudemos a nuestros sucesores.
No podemos vivir ni sobrevivir solos, aislados. Y que todo ocurra sin
dramas, sin carnicerías. En mi juventud, yo era nacionalista, estaba
profundamente apegado al concepto de nación. Hoy, la nación
está desapareciendo a nuestros pies. Antes, ser nacionalista era
un honor. Hoy, ser nacionalista no es un insulto, pero casi. Las naciones
van a ser sustituidas por Europa. Europa también desaparecerá.
Lo que no desaparecerá es una cierta idea del hombre, de la palabra.
Recuerde: en el principio era el Verbo.
Links
http://www.republique-des-lettres.com/o/ormesson.shtml
Republique des Lettres: Jean dOrmesson
http://perso.wanadoo.fr/livres-cperrin/livres/jeand.htm
Jean dOrmesson
http://www.easysurfing.com/cocktail/fildeleau/eau3.html
Jean dOrmesson
http://www.academie-francaise.fr/immortels/
Académie
Fraçaise
http://www.entretiensnathan.com/intervenants/dormesson_bio.htm
Web dedicada
a Jean dOrmesson
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