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Biografia

Lluís Carandell (Barcelona, 1929, Madrid, 2002). Es dedica durant més de mig segle al periodisme actiu. Treballà en premsa, ràdio i televisió. Fou corresponsal a Egipte, Japó, l'antiga Unió Soviètica i altres països del Pròxim Orient, i com enviat especial estigué present en importants esdeveniments del nostre temps. Ha combinat el comentari polític i la crònica parlamentària amb una peculiar forma de fer periodisme sociològic del que mai estava absent el sentit de l'humor. Entre els seus llibres figuren Vivir en Madrid, Los españoles, Celtiberia Show, Se abre la sesión, Tus amigos no te olvidan, Ultreia. Gracias y desgracias del Camino de Santiago y Las habas contadas. Mort a Madrid el dia 29 d'Agost del  2002.

Obra

El día más feliz de mi vida

El 21 de juny de 1936 va ser per a Luis Carandell 'el dia més feliç de la meva vida', el de la seva primera comunió. Però faltava poc perquè esclatés la Guerra Civil. Carandell narra amb la seva habitual ironia, la vida burgesa de la Barcelona del franquisme, amb les seves posades de llarg, les seves nits d'òpera i el fons d’armari de les dames. En aquest relat, el veiem abandonar l'ideal dels 'nacionals' de fer 'una Espanya de cafè, copa i puro', i comprèn que 'el dia més feliç de la meva vida' anava a ser 'el dia més negre de la meva pàtria'.

Documentació

Article publicat a “El País” el 30/08/02 per Eduardo Haro Tecglen

Un caballero

Hay tópicos de periódico, que forman parte de nuestra envoltura social: en las necrologías, el finado era una gran persona, un compañero alegre y confiado, un hombre bueno que nunca tuvo enemigos... ¿Cómo digo yo estos tópicos para una persona que lo era todo y lo era siempre, que jamás hizo un daño sabiendo que lo hacía? No quiero que suene a frase hecha.
Pero Luis Carandell era así. Y todavía tenía mucho de lo que antes se llamaba 'un caballero': sólo que ninguno lo fue como él.
La última vez que le vi tuve una profunda emoción de las que llamaríamos británicas, sin un solo gesto de sorpresa ni de asombro. Entré en la cafetería donde estábamos citados y vi a Carandell como reflejado en uno de los espejos de la calle del Gato, de los que Valle-Inclán citó para hacer sus esperpentos. La enfermedad, la quimioterapia, la radioterapia, habían ido ganando ese rostro jovial y elegante, y antiguo, que me había recordado a veces a Luis Napoleón Bonaparte, o a Gustavo Adolfo Bécquer. Fui saludando primero a otros, cuando llegue a él nos besamos, y entré en la conversación de todos. Jovial, humorista, comentábamos las incidencias de lo que estábamos empezando en ese momento, que era un viaje a la Universidad de Salamanca que daba un homenaje a la revista Triunfo, y Triunfo habíamos sido nosotros -con otros; y hasta algunos ahora lo esconden, porque han ganado los otros-; eran recuerdos sin nostalgia, porque Luis Carandell era un hombre sin nostalgia. Pero con memoria y con anécdotas. Había vivido una historia curiosa. Quizá todos los españoles de estas edades hayamos tenido anécdotas raras, porque la vida fue rara y con la plomada torcida; había sido un niño catalán rico, con palacio rodeado de verjas y un portero que le abría la portada cuando volvía del colegio; su padre fue uno de los catalanes que fueron a Burgos con Franco (lo cual no le evitó, después, la ruina), y Luis era un niño que jugaba en el Espolón con una niña de su edad que se llamaba Carmencita Franco hasta que un día llegó a los periódicos la consigna escrita y sellada que ordenaba que se la llamase señorita Carmen Franco Polo.
Luis se casó con una sefardí suiza de nacimiento, descendiente de un gran hombre huido, el doctor Pulido (desde ayer me estoy acordando todo el tiempo de Eloísa), y tenía una suegra que se sabía el santoral de memoria. Todo lo había hecho suyo: el catalanismo y el castellanismo como su cuñado, José Agustín Goytisolo, casado con su hermana-: la religión de la infancia, el franquismo en el que había nacido y la sensación de resistencia que había adquirido. Esta manera de estar dentro, dentro de Cataluña sin ser catalanista y dentro de España sin ser españolista, dentro de la izquierda sin ser un izquierdista, rezumando educación y señorío para estar con todos y sin que el dinero fuese ya un signo de la familia, esta manera de ser es la que tuvo con la enfermedad.
Quedamos en vernos; después de la próxima terapia, a tomar unas copas debajo de su casa. Quizá a comer. Le volví a llamar, y me dijo: 'Pero espera un poco, no me llames tú; yo te llamaré'. No hablamos nunca más.

Article publicat a “El País” el 30/08/02 per Elsa Fernández-Santos

El periodista fue fundamental en el panorama informativo de la transición española

Un viejo amigo suyo recordaba ayer cómo Luis Carandell podía pasarse horas contando anécdotas e historias. 'Era un conversador inagotable, maravilloso, lleno de humor, bondad e inteligencia'. Carandell murió ayer en Madrid víctima de un cáncer y será incinerado hoy en el cementerio de la Almudena. Había nacido hace 73 años en Barcelona. 'Soy un catalán integral, por lo tanto sólo puedo vivir en Madrid', solía decir. Padre de dos hijas, su Celtiberia show marcó a toda una generación. Pero fueron sus crónicas parlamentarias en los años ochenta las que le dieron mayor popularidad.
El sábado pasado, Luis Carandell llamó a la sección de Madrid de este periódico para advertir que ya no podría seguir con sus colaboraciones, que publicaba cada dos domingos. Carandell, que siempre enviaba sus artículos con suficiente antelación, quiso avisar personalmente, sin patetismos y movido por el impulso del veterano profesional, de que su trabajo probablemente llegaba a su fin.
Luis Carandell Robuste, hijo de un abogado del Comité Cotoner de Cataluña, era el mayor de siete hermanos. 'Otras personas se formaron con Sartre, Camus o Heidegger. Yo me he formado con la Iglesia católica y el general Franco. Son los dos temas de mi vida. Si sé algo más se lo debo a mis amigos'. Entre esos amigos estuvieron José Agustín Goytisolo (casado con una de sus hermanas), Mario Lacruz, Blas de Otero, Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio. 'Mario Lacruz y José Agustín Goytisolo, que venían a mi casa a hacer funciones de teatro, me hablaban de Camus, descubrí la injusticia, me inicié en el periodismo, viajé...'.
A los 18 años, Luis Carandell se trasladó a Madrid, donde estudió Derecho, y en 1952 empezó a trabajar en El Correo Catalán. Poco después, según recordaba ayer la agencia Efe, se trasladó a El Cairo, desde donde enviaba sus crónicas para El Noticiero Universal y otros periódicos. Después de Egipto viajó a Tailandia, Singapur, Ceilán y Calcuta. De aquellos años nació el libro Oriente Medio. Vivió tres años en Japón. En 1961 fijó su residencia en Madrid y a mediados de 1968 entró como redactor en la revista Triunfo, donde publicó las secciones 'Silla de pista' y 'Celtiberia show', cuya recopilación en un libro se convirtió en gran éxito de ventas.
Escribió también para Informaciones, Por favor y Diario de Barcelona. A finales de los años setenta trabajó en Cuadernos para el Diálogo y comenzó sus colaboraciones habituales con Diario 16. En 1982 se convirtió en cronista parlamentario de Televisión Española. En 1985 presentó el telediario del fin de semana y, que se sepa, ha sido el único presentador que inició un telediario de la tarde con un soneto de Lope de Vega. Carandell lamentaba que los políticos españoles hubieran perdido los recursos de la oratoria: 'Ya no hablan, leen', explicaba.
Se declaró a sí mismo como un defensor de la conversación y de los conocimientos y saberes inútiles. Para él, la tertulia era un modo de vida y por ello fundó en los ochenta la suya propia. En La Taberna del Alabardero, junto a Vicente Verdú, Manuel Gutiérrez Aragón, Félix Santos, Ángel García Pintado, Fernando Castelló, José Antonio Gabriel y Galán, Manu Eléxpuru, Luis Lezama, Ándres Berlanga, Ángel Fernández-Santos y Miguel Ángel Aguilar, desgranaba hasta el amanecer sus historias. 'Cuando él empezaba a hablar todos callábamos', recuerda Verdú. 'Tenía tantas anécdotas, y tan buenas, que era inagotable'. 'Era un genio de la literatura oral', añade otro contertulio. 'Había tanta generosidad en él que hasta cuando contaba algo contra alguien, ese alguien salía beneficiado. Siempre resultaba simpático y nada malvado. Tenía el don de la generosidad intelectual'. En este sentido, el editor Josep Maria Castellet subraya: 'Era amigo incluso de sus enemigos'. 'Su optimismo', añade Verdú, 'era contagioso. Estuve con él hace dos días en el hospital y todavía estaba convencido de que salía de ésta. Un optimismo a prueba de bomba'.
Ayer, la periodista Margarita Rivière apuntaba hacia su talento discreto. 'Era la persona que menos importancia se daba del mundo. La suya no era propiamente humildad, sino una mirada sobre la vida siempre distanciada y con enormes dosis de ironía'. Y el cineasta Luis García Berlanga dijo en El Escorial: 'Coincidimos en tantas cosas en la vida que era más que un amigo. Lo he pasado con él maravillosamente, y sabemos lo que ha representado y lo que ha sido, chapeau a eso'.
Presumía de no ir al cine desde el día de su primera comunión, en que lo llevaron vestido de marinero. Un recuerdo que le hizo aborrecer las salas de cine el resto de su vida. Carandell se trajo de sus años en Oriente no sólo una vastísima cultura de la que jamás alardeaba, sino una afición -la papiroflexia- que lo convertía a ojos de los hijos de sus amigos (también contribuían la barba y la mirada burlona por encima de sus gafas) en un especie de mago Merlín. La papiroflexia era un saber inútil que, además, le unía a uno de sus maestros: Unamuno. Carandell sembraba el suelo de las redacciones con todo tipo de animales y objetos de papel: ranas, patos, cisnes, barcos. Sin decir nada los dejaba por todas partes o encima de la mesa, provocando así una reverencial admiración. 'Desgranaba sus conocimientos sin hacer ningún esfuerzo', recordó ayer Vicente Verdú. 'Tenía una memoria siempre dispuesta'.

Article publicat al diari “ABC” el 30/08/02 per Trinidad de León Sotelo

Muere Luis Carandell, certero cronista de la España cañí

Nunca se le agradecerá bastante al escritor que ha muerto en Madrid la sonrisa que supo dibujar en millones de españoles en los años en que la libertad era una zona inhabitable. Y con ser eso importante quizás lo es más porque para lograrlo no creó mundo ficticios para la evasión, sino que se limitó a retratar con humor la realidad, lo cotidiano de una España que, ciertamente, era «different».
Cuando la recopilación de unos artículos de éxito rotundo en los años sesenta se tranformó en el libro Celtiberia show, sus palabras sobre el mismo dejaban a las claras sus intenciones: ««El humor puede convertirse en una cajita que oculta cosas muy graves» o «es un libro hecho con seriedad, pero tampoco quiero que sea un libro estrictamente en serio. Además, toda esta cosa viene agravada en momentos en que el humor ve cercenadas sus posibilidades». Parafraseando a Ortega exclamaba: «Yo soy yo y mis impertinencias». Tenía una mirada a la que no escapaba ninguna de esas en aparencia pequeñas cosas que, no obstante, pueden definir un país.
Conversar y escribir
El autor de Ultreia (1999) era recordado ayer por su esposa, Eloísa Jaever -se casaron en 1956 y tuvieron dos hijas, Eugenia y Zoraida-, con referencias al vitalismo y la ilusión que mantuvo el escritor hasta el último momento. «Era optimista y divertido. Le gustaba vivir y tenía muchos proyectos. Quería terminar sus memorias y dar conferencias», resumía. Y es que la palabra escrita o hablada fue su pasión. De la primera queda su obra; de la segunda, su asistencia a tertulias y la creación de la de «El alabardero».
Este hombre de diálogo -«tengo un gusto desmedido por la conversación y una clara afición por los conocimientos y saberes inútiles»- nació en Barcelona el 24 de febrero de 1929 y fue el mayor de siete hermanos. Su padre, abogado del Comité Cotoner de Cataluña, fue perseguido por los anarquistas durante la guerra civil, por lo que decidió dejar Barcelona. En 1936 la familia marchó a Francia, residiendo posteriormente en San Sebastián, Burgos y Bilbao. En esta ciudad, el pequeño Luis estudió durante dos años en el colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Terminada la guerra, la familia regresó a Barcelona. Tras la carrera de Derecho, Carandell comenzó a trabajar como periodista en «El Correo Catalán». Eran los años cincuenta y tenía por delante una dilatada y brillante carrera que lo llevaría a varios países como cronista, etapa de la que nació el libro «Oriente Medio».
En 1961 fijó su residencia en Madrid, ciudad de la que fue nombrado hijo adoptivo veinte años después. La pluma y la palabra de Carandell se multiplican en los más diversos medios de comunicación: «Triunfo», «Informaciones», «Por favor», «Madrid», «Diario de Barcelona», TVE, Radio Nacional, la Ser, «Viajar», «El país»... Su cita con las librerías es permanente. Acude a ellas con Democracia pero orgánica, Portugal, sí, Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (de próxima reedición), El show de sus señorías, El santoral de Luis Carandell, Habas contadas, Diccionario de la españología, Las anécdotas del Parlamento o El día más feliz de mi vida, en un etcétera que nunca traicionó su trayectoria.
Llevaba el humor a su propia biografía y así afirmaba: «Otras personas se formaron con Sartre, Camus o Heidegger. Yo me he formado en la Iglesia Católica y el general Franco. Son los dos temas de mi vida. Si sé algo más se lo debo a mis amigos». Entre ellos, José Agustín Goytisolo, que también fue su cuñado, Blas de Otero y Carmen Martín Gaite, los tres ya desaparecidos.
Pero el abanico de sus amistades era amplio, porque era bien sencillo querer a Carandell. Entre los telegramas que ayer recibió su familia, los de Esperanza Aguirre, presidenta del Senado, y Mariano Rajoy, vicepresidente primero del Gobierno, que, por cierto, presentó Ultreia, sobre el Camino de Santiago, a petición de su autor. Sí, era fácil encariñarse con Luis, mucho, tanto que los periodistas que han debido dar cuenta de su muerte lo han hecho dominados por la consternación. No faltarán homenajes y ya se anuncia que el Círculo de Bellas Artes entregará a su familia la Medalla de Oro que le otorgó el pasado julio.

Article publicat a “La Vanguardia” el 02/09/2002 per Oriol Pi de Cabanyes

EL DOLOR de la ausencia se ve a veces compensado por la forma en que el fallecido vivió"

Era un tipo cachondo (lo anoto en el sentido de simpático, alegre y bien parido y no, claro está, en el sentido de sexualmente caliente). Luis Carandell era un tipo cachondo, divertido, optimista, vital, positivo. Parecía jugar siempre esperanzado con la vida. Guardando siempre, como hizo Pla, una cierta distancia emocional con la realidad, con la que procuró relacionarse también sin adhesiones incondicionales.
Fue un gran conversador, un tertuliano siempre agudo, ocurrente y resultón. Brilló muchísimo en la práctica de la literatura oral, ese arte efímero. Sentía el gusto, la voluptuosidad de la buena oratoria. Cosa que si por una parte le hizo un gran "connaisseur" de los recursos para la persuasión política en tiempos
de Castelar, por otra le debía llevar a aburrirse bastante mientras recogía información para luego dedicarse a su destacada labor de cronista parlamentario.
El arte de contar cosas quizá se le pegó para siempre ya en su pubertad, durante la estancia de un año de convalescencia en el Mas de Bové, luego llamado Mas Carandell, en Reus, al cuidado de sus abuelos campesinos, en los primeros cuarenta. De ellos aprendió tal vez la socarronería payesa. Y la sabiduría tradicional contenida en reacciones espontáneas, como cuando alababan a su abuela María con la frase: "Qué bueno está el estofado, abuela", y ella contestaba sencillamente: "Sí, el estofado es una cosa muy buena".
Lo explicó, en un estilo barojiano, fresco, directo, en la reciente y hasta ahora única entrega de sus memorias con el título de El día más feliz de mi vida, libro de lectura tan amena como eficaz para entender la España entre la preguerra y la posguerra y que él consideraba, a tenor de lo que había escrito en la dedicatoria del ejemplar que me envió, "la historia de un chico nacionalcatólico convertido a la ‘verdadera fe’".
Para él la historia eran sobretodo las anécdotas, que a veces fulguran en sus libros convertidas en categoría. Como periodista, fue un observador lúcido
de las costumbres contemporáneas, como un Larra o un Mesonero Romanos. Retratando a los progres escribió: "El chico o la chica progre vivían con sus padres, aunque estaban con ellos en ‘conflicto generacional’ y su máxima aspiración era marcharse a vivir solos. Todo su afán era hacer lo contrario de lo que veían en casa".
Catalán de origen y madrileño de adopción, todo homenaje a Luis Carandell desde Cataluña no debería olvidar su destacado papel de hombre puente.
En julio del año pasado coincidimos en un programa de televisión grabado en Madrid en el que se trataba de la relación de lo catalán con lo español, tema que suele cansar tanto como hablar a una pared, y Luis Carandell, que había sido un sólido presentador del telediario de TVE, soltó, pitillo en mano, una verdad como un puño: "Estamos en una sociedad mediática y yo os pregunto ahora: ¿habéis visto alguna vez en alguna televisión nacional, de todo el territorio, un programa sobre las lenguas de España, sobre los idiomas de España...? Muy poco se ha hecho, muy poco, para comunicar esta realidad diversa que hay".
Ante la muerte de Luis Carandell podríamos recordar la reflexión que él mismo se hizo en sus memorias hablando de la de su madre, con quien no siempre tuvo una relación fácil: "Hay muertes en las cuales el dolor de la ausencia se ve compensado por la admiración ante la forma en que el fallecido vivió. La vida es una obra, y una obra bien hecha debe despertar más aplauso que llanto".

Entrevista publicada a “El Periódico” per Pau Arenós


Luis Carandell: "Soy el único progre que jugó con Carmencita Franco"

Escuchar a Luis Carandell (Barcelona, 1929) es una de las actividades más inteligentes y entretenidas que puede realizar el ser humano. Debería ser declarado bien de utilidad pública, como algunas aguas mineromedicinales, para que lo gozasen en las plazas. Cronista parlamentario, periodista trotamundos, renovador del telediario sacramental, escritor de rarezas, perseguidor de celtiberismos (ese endemismo)... Prepara el segundo volumen de las memorias en su piso biblioteca de Madrid. Los lectores merecen una enciclopedia entera, y con apéndices.
--Ha estado enfermo.
--Sí. Estoy en revisión de un cáncer de pulmón. Me hicieron quimioterapia y parece que la cosa no está mal.
--¿De esa experiencia se puede extraer algo beneficioso?
--Te hace pensar, tomártelo con paciencia y probar si tienes buen ánimo. Yo lo tengo. No soy muy obsesivo y apenas me acuerdo, sólo cuando tengo que levantarme porque me fatigo.
--¿Ese buen ánimo es de ahora?
--Siempre lo he sabido. Siempre me he tomado la vida con paciencia. Pertenezco a una generación de catalanes que fue educada de una manera rigurosa. Teníamos 7 años cuando estalló la guerra civil. Recuerdo que un día se me cayó encima un armario lleno de libros y mi madre me miró: "¿Te has hecho daño?" No le dio mucha importancia ni llamó a alguien para que me recogiera del suelo. Somos una generación bastante dura. No te asustas tanto, no te quedas tan apocado.
--¿Odió los libros después de ser aplastado por el armario?
--Al contrario. Se conoce que algunos se me metieron dentro. No todos. Porque tengo lagunas horribles.
--¡Si usted lo sabe casi todo!
--Ésa es la fama que tengo, pero soy un impostor. Lo soy en muchos aspectos. Los especialistas lo saben casi todo de casi nada. Los periodistas sabemos casi nada de casi todo.
--¿Cuáles son esas imposturas?
--Tener que improvisar la respuesta y arriesgarse a ser poco exacto. Los periodistas andamos dispersos... Siempre me imagino que me preguntan en un concurso de televisión.
--¿Se siente un concursante?
--Cuando hacía el telediario se me acercó una señora: "Señor Carandell, ¿qué tiempo le parece que va a hacer este fin de semana? Es que si usted me lo dice me quedo más tranquila".
--Tenía credibilidad. La tele pertenecía a los guapos hasta que aparecieron usted y Felipe Mellizo.
--Mellizo primero. Llegó a empezar un telediario con un acorde de la Quinta sinfonía de Beethoven. Para eso ya hay que tener valor. No llegué a tanto, pero lo terminé un día con un soneto, no completo, de unos versos de Víctor Hugo, ¡en francés! Luego los traduje.
--En ese concurso de la tele, ¿qué pregunta no ha logrado responder?
--¿Quién eres? No lo sé. Pero trabajo.
--Usted conoce anécdotas sensacionales. Por ejemplo, quién preparó la primera tortilla de patatas.
--¡Claro! Fue el cocinero de Zumalacárregui, que era el general carlista que sitiaba Bilbao. El cocinero le dijo: "General, le voy a hacer una cosa que le va a gustar mucho". Y fue la tortilla de patatas. Hasta entonces sólo existía la tortilla a la francesa. Por cierto, que Zumalacárregui murió poco después de comerse esa tortilla de patatas. Una bala le hirió la pierna.
--Ese querer saber, esa curiosidad, ¿cuándo comenzó?
--Con los abuelos, que contaban historias. Sobre todo los que habían sido carlistas. Otra curiosidad. Es historia en pequeño. La historia en pequeño ilustra mucho la historia en grande. Un general carlista, creo que se llamaba Savalls, llegó a la plaza de L'Espluga de Francolí. Formó a la tropa ante la iglesia y dijo: "Rompan filas y a engendrar carlistas". ¡Fíjese qué bruto!
--Pasaba los veranos en L'Espluga con un abuelo payés y carlista.
--Lo pasaba muy bien. Íbamos a hacer la costellada y a unos balnearios preciosos que hay cerca de Poblet. En los años 40, Poblet era una ruina. No había ni monjes ni las piedras en pie. Jugábamos a médicos. Lo suyo hubiera sido jugar a monjes. Encontrábamos clavos, bombas, balas de pistola...
--Paladea las palabras.
--Tengo preocupación por el lenguaje. A veces parece que esté loco porque voy repitiendo: mur-cié-la-go. Me hace gracia. Llamar a las cosas por su nombre es el principio de la reflexión.
--¿Va recitando por la calle?
--Sí, mur-cié-lago. ¿Por qué se llama murciélago y no cantantuno? El escritor tiene que estar atento, confiar en su oído, en lo que la gente dice por la calle. Si no existieran los demás, no saldría ningún libro.
--Ha ejercitado los cinco sentidos.
--Soy muy activo en todas la sensibilidades, pero, sobre todo, el mundo me entra por la vista. He visto cosas fantásticas. La tumba de Tutankamon, por decir algo. He tenido la suerte de viajar mucho gracias al periodismo y gracias, quizá, a un cierto arrojo. El mundo es el sitio más bonito del mundo. Decía Camus que un hombre, aunque estuviera encerrado en un calabozo donde sólo entrara un rayo de luz, justificaría su existencia mirando ese rayo. Eso está ligado también al oído. Acuérdese de la copla española, que es muy bonita: "Que por mayo era por mayo cuando hace la calor, cuando los enamorados van a servir al amor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor...".
--Qué recital. ¿Y el olfato?
--De pronto dices: "Éste es el olor de la infancia". El del pan. Cuando caía un trozo de pan, la abuela nos obligaba a recogerlo del suelo y besarlo.
--¿El olor de los cirios de la primera comunión?
--Ese olor... Un cierto mareo, un chico que se caía al lado, los nardos. El olor de los nardos era venenoso porque ponían demasiados.
--Un sabor.
--El estofado que hacía mi abuela era insuperable. Y alguna vez me lo he encontrado. En ese momento te viene la abuela con todas sus reconvenciones.
--El tacto.
--La mujer. Es el mayor tacto del hombre. Un campesino de Castilla me dijo: "El fruto para el hombre es la mujer". Eso se tiene que decir con mucho cuidado porque no supone ninguna clase de vejación hacia las mujeres, sino al contrario, el reconocimiento de un aspecto muy importante.
--Cuando hablaba del sabor, pensaba en aquel bocadillo de mortadela.
--Que me daba la señora de Franco.
--¿Siempre era de mortadela?
--Siempre. Muy de soldado.
--¿Cómo eran las meriendas con los Franco?
--Mi padre estaba entre los catalanes que fueron a Burgos. Trabajaba en la Junta Técnica. Nos invitaban para que los niños jugásemos con su hija Carmencita. Jugábamos por los pasillos. Había una especie de alabarderos, que eran soldados e iban diciendo: "Los niños están aquí. Los niños pasan por aquí". Un día se perdió mi hermana Asunción por los pasillos del palacio de la Isla, en Burgos. Estaban horrorizados por si nos pasaba algo. A las seis de la tarde o así salía doña Carmen con los bocadillos de mortadela. Tomé después bocadillos de mortadela en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, donde estuve cuando hacía Derecho. Pero mi referencia es: mortadela igual a Franco.
--Ja, ja. ¿Porque era graso?
--No, no. También revela el estado económico de aquel momento. Los Franco, por más Franco que fueran, no tenían jamón de jabugo.
--¿Cómo era Carmencita?
--Lánguida, amable, bondadosa, un encanto, para qué le voy a decir otra cosa. Jugábamos muy decentemente. Era al escondite. Estaban los hijos de Serrano Súñer, mi hermana Asunción, Carmencita y yo.
--¡Qué grupo!
--Soy el único progre español que ha jugado con Carmencita Franco.
--¿Franco los iba a ver?
--Apareció un día vestido de militar, me dio un capón en la cabeza, yo le di la mano y resultó ser el día en el que salía hacia la batalla de Teruel. Llegué a casa y dije: "Mamá, le he dado la mano a Franco". Y yo siempre me he distinguido por ser antifranquista. Así se escribe la historia.
--¿Tenía la mano blanda?
--Blandita, como todas las personas implacables.
--Usted tuvo una firme educación religiosa. Fue cambiando. ¿Es ateo?
--Ateo es un poco... demasiado. De la misma manera que no puedes saber si existe, tampoco puedes saber que no existe. ¿Cómo lo puedes asegurar? Tendrías que tener mucha fe. Los ateos tienen que tener fe en que no existe. Yo no persigo tanto.
--Ha escrito sobre santos.
--Eso me fascina. Los santos de mi santoral me los contaba mi abuela. Los milagros eran cosas corrientes para mí. Íbamos con monjas, curas... Teníamos una vida de meapilas. Yo, tan meapilas no he llegado a ser.
--¿Se da cuenta? Franco le daba de merendar, estaba rodeado de meapilas... ¿Cómo ha salido así, tan libre?
--Es una especie de naufragio. Naufragas en una época y viene un barco de guerra y te libera. Tal vez el barco de guerra para mí fue salir de España, ver un poco la realidad del mundo, ver una democracia en Italia, en Francia, desengañarme con cosas que vi después en la URSS....
--¿A qué santo se encomienda?
--A San Antonio de Padua, que es para cuando pierdes salud. Admiro la prosa de Santa Teresa de Jesús, y no digamos la de San Juan de la Cruz.
--¿Algún santo asombroso?
--El más raro es San José de Cupertino, que levitaba. Lo hacía de tal manera que los frailes lo tenían que atar a la pata de la mesa.
--Miércoles, confesión. Jueves, comunión. ¿Qué hacía el resto de la semana?
--El pecado era de fin de semana. El lunes prolongabas; el martes, un poco menos. "Ay , Dios mío, voy a caer otra vez". Tenía 14 años y los de 18 nos llevaban con malas compañías, incluso a casas de lenocinio.
--Describa uno de esos prostíbulos.
--Me acuerdo de uno de la calle del Correo en el que perdimos la santidad, la virginidad, tres o cuatro compañeros y yo. Era un sitio muy gracioso. Las chicas, con chicos tan jovencitos, se tronchaban de risa. Entonces no sabíamos nada. Esa escuela también ha sido difícil.
--¿Después se confesaban?
--Lo del lenocinio era el viernes, pasaba el fin de semana y entonces tenías tiempo de arrepentirte.
--Más bien poco.
--Siempre nos hemos arrepentido tarde. Es lo que me temo, me arrepentiré tarde y me condenaré. Iré al infierno.
--Seguro que no. Manuel Vicent lo llama San Luis Carandell.
--Estoy encantado. Si me hicieran santo, no me darían alegría mayor. Ahora bien, me gustaría más que me hicieran cardenal y papa.
--Ha ejercitado los cinco sentidos.
--Soy muy activo en todas la sensibilidades, pero, sobre todo, el mundo me entra por la vista. He visto cosas fantásticas. La tumba de Tutankamon, por decir algo. He tenido la suerte de viajar mucho gracias al periodismo y gracias, quizá, a un cierto arrojo. El mundo es el sitio más bonito del mundo. Decía Camus que un hombre, aunque estuviera encerrado en un calabozo donde sólo entrara un rayo de luz, justificaría su existencia mirando ese rayo. Eso está ligado también al oído. Acuérdese de la copla española, que es muy bonita: "Que por mayo era por mayo cuando hace la calor, cuando los enamorados van a servir al amor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor...".

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Camino de Santiago. Peregrinos Ilustres

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Dossier de premsa Universitat d'Alacant

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