Las mil y una flechas de Cupido
Poetas como
Ovidio, filósofos como Platón, artistas, autores de canciones y ciudadanos de
todas clases han hecho, durante siglos, un sinfín de intentos por aclarar qué
es, en definitiva, el amor. La investigación empírica acerca del amor, iniciada
a partir de 1970, ha dado sus frutos recientemente con la teoría de John Lee, un sociólogo estadounidense, que ha distinguido
seis estilos o modelos básicos de amor, cuya naturaleza se remonta a los
inicios de nuestra cultura.
El amor romántico suele aparecer a primera
vista y refleja una inmediata atracción física hacia alguien. Crece con
intensidad y, con el tiempo, se suele agotar, aunque a veces este enamoramiento
inicial conduce a un amor a más largo plazo. El modelo romántico incluye una
idealización de la persona amada y un deseo persistente de estar junto a ella.
Muy distinto es
el amor lúdico. Los que juegan al
amor se comportan como en otros juegos, concentrando su interés en diseñar una
estrategia y evitar el compromiso. No han de vincularse estrechamente a su
pareja, ni dejarse llevar por los celos. Ven el amor como algo divertido y
emocionante, como una serie de retos que hay que superar, evitando toda
implicación a largo plazo, por aburrida o demasiado formal. El juego del amor
puede implicar varias relaciones a la vez.
Otro estilo es
el amor de amistad, que se da cuando
dos personas comienzan como amigos que tienen un interés común y que disfrutan
haciendo cosas juntos, en un clima que va ganando ternura y calidez. Gradualmente
descubren su intimidad y, quizá de forma sorprendente, la amistad puede
transformarse en amor. A diferencia de otros casos, si estas parejas deciden
separarse, pueden ser capaces de continuar siendo amigos.
El cuarto
modelo es el amor práctico. A veces
hay en la mente del amante una especie de retrato robot de la pareja que
necesita, formado por ciertos rasgos de personalidad, intereses, nivel social u
otros. Los que tratan de ser prácticos en el amor creen que lo importante es
que los amantes sean compatibles y que uno satisfaga las necesidades del otro.
Están convencidos de que, una vez han hallado la pareja adecuada, la relación
funcionará y que, antes o después, brotará la llama del amor. Esta concepción
la expresan de forma radical las culturas en que los matrimonios son
concertados por los padres de la pareja.
Por otro lado,
el amor en el que más se sufre es el amor obsesivo.
Algunos pensadores y escritores griegos, hace ya más de 2000 años, hablaron de
agitación, fiebre, pérdida del apetito, insomnio y angustia para describir el
sufrimiento de los amantes obsesivos. Estos son exigentes y persiguen la
posesión del ser amado. Su existencia puede llegar a depender de su pareja: a
menudo temen ser rechazados y no soportan que les deje de prestar atención. Tal
estilo suele conducir del éxtasis de la felicidad al abismo
de la desesperación, a celos furiosos y, a veces, a finales trágicos.
Por último, se
distingue el amor altruista. Es el
clásico concepto judeocristiano de amor, que implica una entrega desinteresada
al otro sin exigirle reciprocidad y sin pedirle nada a cambio, depositando toda
la confianza en él. Quien vive este amor es sacrificado, paciente y amable, y
antepone la felicidad de la persona amada a la suya propia. Es un concepto de
amor sobre el cual se ha escrito mucho, pero en la práctica no suele
prodigarse.
Esos seis tipos
básicos de amor se viven con ritmos y tonos emocionales muy diferentes. Pero
hay que decir que cada modelo de amor descrito refleja un tipo ideal que no se
encuentra aisladamente en toda su pureza, pues lo más frecuente es que se halle
combinado con uno o más tipos de amor, lo que da lugar a la aparición de
modelos secundarios, como el amor pasión, que es una fusión del romántico y el
obsesivo, o el amor como compañía, que combina el amor de amistad y el práctico.
(Adaptado de:
F. Javaloy, "Las mil y una caras de
Cupido", en Ciencia y Vida,
22-4-95, nº 7, suplemento de La
Vanguardia)