PREPARAR LA PAZ
Carta Pastoral de los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria
Introducción
Nuestra sociedad anhela la paz y sufre por no tenerla. La Iglesia comparte tal
anhelo y sufrimiento y los expresa en la oración continua por la paz
y en el trabajo diario por prepararla.
La crudeza y obscuridad del momento presente reclaman, además, de nosotros
una palabra pública y explícita. Numerosos cristianos la están
demandando. Muchos ciudadanos la están esperando. Conscientes de nuestra
misión de pastores, queremos decirla, una vez más, con libertad
evangélica y con voluntad conciliadora.
En una secuencia de enunciados iremos formulando los rasgos más preocupantes
de nuestra situación presente. En torno a cada uno de ellos desgranaremos
de manera escueta la descripción necesaria, la valoración adecuada
y algunas sugerencias operativas.
1.- Marcados por el desacuerdo
y la incomunicación
Un año después de las elecciones del 13 de mayo los partidos políticos
mantienen prácticamente intactos sus graves desacuerdos anteriores. No
comparten ni el análisis de la situación ni la apreciación
de la naturaleza de los problemas en juego ni el concepto de paz que desean
ni las vías para ir accediendo a ella.
Nos parece que el desacuerdo político es, en gran medida, origen y fruto
de una grave incomunicación. Una sociedad bastante bien avenida en muchos
aspectos de su diaria convivencia, se encuentra, sin embargo, surcada por la
incomunicación política. Asistimos en las últimas semanas
a un repunte de iniciativas de concertación entre diversas formaciones
políticas. Pero son todavía señales parciales e insuficientes.
La comunicación en los puntos candentes está, al día de
la fecha, bloqueada. Una gran parte de la ciudadanía no acaba de comprender
que el vehículo de relación más socorrido consista en un
intercambio de mutuas censuras a través de los MCS.
La Iglesia aboga de manera neta y decidida por la comunicación entre
los diversos grupos políticos a través de un diálogo paciente
que busca el acuerdo. "El diálogo se manifiesta siempre como instrumento
insustituible, de toda confrontación constructiva, tanto en las relaciones
internas de los Estados como en las internacionales" (J.P.II). Dialogar
no equivale a claudicar. Precisamente por ser una relación entre personas
(no una pura confrontación de ideas o programas) lleva dentro de sí
una dinámica que, en medio de tensiones inevitables, puede aproximar
efectivamente las posiciones de los interlocutores. El diálogo es la
avenida que conduce a la plaza mayor de la paz. Cerrarse al diálogo equivale
a renunciar a la paz verdadera, que no consiste en la victoria, sino en el acuerdo.
2.- La paz es incompatible
con el terrorismo.
Muchos son los enemigos de la paz, que, con mucho realismo es calificada como
"amplia justicia y reducida violencia". La durísima violencia
de ETA no ofrece visos razonables de cancelarse próximamente. En comunicados
recientes anuncian su propósito de mantenerla. De hecho su práctica
subsiste en varias de sus formas: asesinatos, extorsiones, amenazas...
Son muchos los motivos por los que reiteramos una vez más que ETA debe
desaparecer, con toda su constelación de violencia. Viola gravemente
el derecho a la vida, a la integridad física y a la seguridad personal.
Al eliminar físicamente al adversario político socava los cimientos
mismos del sistema democrático. Contraviene frontalmente la exigencia
firme de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Destroza a numerosas familias.
Provoca en sus víctimas potenciales el miedo insufrible y el sobresalto
continuo. Siembra en nuestra comunidad la desmoralización y la desesperanza.
Conduce a sus propios activistas a un callejón sin salida. Mancha la
imagen pública de nuestra sociedad. Constituye, en fin, un fortísimo
obstáculo para que los desacuerdos políticos existentes en nuestra
sociedad se planteen correctamente y se aborden serenamente.
La valoración moral del terrorismo de ETA, ha de ser, pues, gravemente
negativa. Dicha valoración afecta en la debida proporción a todas
aquellas personas o grupos que colaboran con las acciones terroristas, las encubren
o las defienden. Todas las personas y grupos sociales y políticos sin
excepción tenemos la obligación moral de definirnos netamente
frente a ETA.
3.- Un desafío a
la vida, a la libertad y al sistema democrático
Dentro del variado espectro de las víctimas potenciales de ETA, son últimamente
los concejales del PP y del PSOE quienes se encuentran en el punto de mira de
sus atentados. Tal fenómeno resulta particularmente grave porque es un
ataque directo a la democracia. Esta, por su misma naturaleza, postula que todas
las opciones políticas tengan sus propios representantes, libremente
elegidos, que participen en la gestión de la comunidad política.
Atentar contra un concejal por asumir y promover la opción política
de sus votantes es pues asestar un rudo golpe a la misma democracia. Conseguir
por esta vía que algunos partidos no lograran completar una lista electoral
mínima poniendo de este modo en riesgo la celebración misma de
los comicios municipales equivaldría a herirla gravemente. Esperamos
que el apoyo de casi toda la sociedad, las medidas de seguridad acordadas por
los partidos y adoptadas por las autoridades y el coraje cívico personal
de los candidatos disipe en su momento este sombrío temor.
Los ediles en riesgo grave son una porción de la abultada población
amenazada. Son algunos miles los ciudadanos que viven entre nosotros la zozobra
continua por la suerte de su vida, su integridad, su libertad. Todos tenemos
que preguntarnos si somos suficientemente sensibles al drama que ellos y sus
familias padecen. Desde esta sensibilidad brotará en nosotros la necesidad
de defenderlos, acompañarlos y protegerlos. Es un acto de justicia y
solidaridad. Para los cristianos el cumplimiento de este oficio es un verdadero
"banco de prueba" de la calidad de nuestra fe.
4.- No todo vale contra
el terrorismo
La conciencia de la injusticia, de la inutilidad y del peligro del terrorismo
y el consiguiente rechazo social a él se han vuelto más intensos
en el mundo a partir del 11 de septiembre. Al mismo tiempo han traído
consigo la tentación de descompensar el binomio "seguridad-derechos
humanos" mediante un acento mayor en el primer miembro de dicho binomio.
El riesgo de sucumbir a esta tentación no es imaginario.
Siempre que la necesaria firmeza frente al terrorismo se convierta en indebida
dureza, estaremos deslizándonos por esa pendiente. La sociedad tiene
el derecho y el deber de defenderse frente al azote terrorista. Ha de utilizar
en esta defensa todos los medios que sean a la vez moralmente lícitos
y políticamente correctos. En ningún caso debe traspasar el umbral
de los derechos inviolables de las personas.
Ni siquiera los mayores malhechores pueden ser objeto, por ejemplo, de malos tratos y, menos todavía, de la aplicación de la tortura. El Concilio Vat. II es tajante en este punto (cfr.GS 27). Legisladores, gobernantes, jueces y Fuerzas de Seguridad han de mantener en este punto un cuidado siempre diligente. Resulta preocupante escuchar voces autorizadas de personas y organismos ("Amnistía Internacional", "Gesto por la Paz") que aseguran que no siempre se respetan debidamente estos límites que nunca deberían ser franqueados.
5.- Gestionar el conflicto
entre identidades nacionales contrapuestas con miras a la paz
La pacificación de este país entraña, desde luego, la desaparición
de ETA y el limpio esfuerzo concertado para combatirla. Pero los problemas que
es preciso resolver para alcanzar la paz no terminan ahí. Para comprender
y sortear las dificultades para la paz en nuestra tierra es preciso enfocar
correctamente otra realidad que viene de lejos. Todos los sondeos revelan con
obstinada estabilidad la coexistencia de identidades nacionales total o parcialmente
contrapuestas y a veces conflictivas. Unos se sienten "sólo vascos";
otros "sólamente españoles"; otros "más
vascos que españoles"; otros "más españoles que
vascos"; otros, en fin, "igualmente vascos y españoles".
Todos son ciudadanos de pleno derecho en esta comunidad y deben ser respetados
como tales. Esta pluralidad conflictiva de identidades está reclamando
el hallazgo de una fórmula de convivencia en la que cada uno de los grupos
modere sus legítimas aspiraciones políticas en aras de una paz
social que es un valor notablemente más precioso y necesario que el imposible
cumplimiento de todas las aspiraciones de todos los grupos. "En la casa
común hemos de caber, apretándonos, todos aquellos que por la
palabra o por los hechos no se autoexcluyan de un proyecto compartido"
("Votos para la paz", pag. 5-6). No vemos otro camino que respete
las identidades y prepare la paz. El afecto por la casa común no puede
ser impuesto. Surge de la comunicación confiada. Se alimenta del proyecto
compartido y asumido voluntariamente. Se malogra cuando quiere imponerse por
la fuerza ciega o por el puro imperio de la ley.
En nuestro "Encuentro de Oración por la Paz", celebrado en
Armentia el 13 de enero de 2001 los obispos quisimos plasmar esta vieja convicción
en el lema "Entre todos paz para todos". Todos hemos de ser artífices
y beneficiarios de la paz que necesitamos y anhelamos. "Lejos de empecinarse
en cualquier proyecto excluyente, este país necesita.... un proyecto
integrador. La paz verdadera y plena ha de tener la ambición de acabar
ganando para su causa incluso a los más recalcitrantes" ("Votos
para la paz", pag. 6).
Conocemos las graves dificultades de un proyecto así. Pero el mismo análisis
del volumen y de la composición de cada una de las opciones nos revela
que existe un núcleo muy mayoritario de ciudadanos cuya sensibilidad
no es excluyente, sino inclusiva. En todos los partidos nos encontramos con
numerosos votantes y afiliados, que, sin dejar de ser fieles a sus opciones,
desean ardientemente soluciones de concertación.
Es preciso gestionar con delicada sabiduría esta pluralidad de identidades
contrapuestas para no convertirla en "guerra de identidades". Los
gobiernos de Madrid y Vitoria, los partidos políticos y los MCS pueden
con sus palabras o sus acciones atizar o desactivar el conflicto. Algunas decisiones
de gobierno, determinadas declaraciones de políticos, ciertas intervenciones
en MCS favorecen más la radicalización que la concertación.
6.- Valor y relatividad
de las diferentes fórmulas políticas
Las fórmulas políticas que el pueblo ha aprobado o asumido mayoritariamente
tienen sin duda gran valor y deben constituir el eje vertebrador de nuestra
convivencia. No pueden ser suplantadas sin graves razones de bien común.
Sin embargo, si el valor superior de la paz postula que todos revisemos el propio
modelo para aceptar otro construido entre todos y para todos, (nº 5) es
evidente que ninguno de esos modelos tiene valor absoluto e intangible. Mientras
respeten los derechos humanos y se implanten y mantengan dentro de cauces pacíficos
y democráticos, la Iglesia no puede ni sancionarlos como exigencia ética
ni excluirlos en nombre de ésta. En consecuencia, ni la aspiración
soberanista, ni la adhesión a un mayor o menor autogobierno, ni la preferencia
por una integración más o menos estrecha en el Estado español
son, en principio, para la Iglesia "dogmas políticos" que requieran
un asentimiento incondicionado. En este punto el pensamiento social cristiano
afirma como un derecho cívico la libertad de sostener y promover por
vías pacíficas cualquiera de estas opciones.
7.- Distinguir nacionalismo
y terrorismo
Ateniéndonos estrictamente a nuestra misión de obispos mantenemos
una posición análoga respecto al debate sobre el nacionalismo.
Ser nacionalista o no serlo no es ni moralmente obligatorio ni moralmente censurable.
Es un asunto de convicciones, de historia familiar, de tradición cultural
y de sensibilidad personal. Cada una de las diversas sensibilidades existentes
en nuestro país debe respetar la identidad de las demás, apreciar
los valores que en ellas se encarnan, procurar un intercambio que constituya
un enriquecimiento mutuo y cultivar una viva conciencia de pertenecer a un único
pueblo plural. Nadie ha de sentirse en nuestra tierra más ciudadano que
los demás por el hecho de poseer determinados rasgos culturales específicos
ni ha de recelar de aquellos conciudadanos de otra tradición cultural
diferente, considerándolos como extraños, y menos como enemigos.
Nadie ha de subestimar las señas peculiares de este país, como
son, entre otras, la lengua y la cultura, ni alimentar en su espíritu
la sospecha de que la connivencia con el terrorismo anida al menos de manera
latente en el corazón de un nacionalista. Son numerosos los nacionalistas
que, aborreciendo de manera pública el terrorismo con las palabras y
los hechos, se sienten justamente heridos cuando, de la boca de políticos
o comentaristas, se confunde frecuentemente nacionalismo con terrorismo.
8.- Un asunto candente y
resbaladizo
El Gobierno español, apoyado por otras formaciones políticas se
ha propuesto firmemente la reforma de la "Ley de Partidos". A través
de cualificados representantes ha expresado su deseo de disponer pronto de un
instrumento legal que pueda permitir la ilegalización de Batasuna por
vía judicial. Las razones que públicamente aduce para justificar
tal ilegalización son fundamentalmente dos: no es justo que un partido
vinculado a ETA goce de la cobertura de la ley; la ilegalización debilitará
el apoyo que Batasuna ofrece a ETA.
No nos incumbe valorar los aspectos técnicos de un proyecto legal que
despierta adhesiones y críticas entre los expertos. Resultaría
precipitada en estos momentos una valoración moral ponderada de dicho
texto, aún no del todo fijado. Tampoco podemos prever todos los efectos
de signo contrapuesto que podrían derivarse de su aprobación y
eventual aplicación. Pero nos preocupan como pastores algunas consecuencias
sombrías que prevemos como sólidamente probables y que, sean cuales
fueren las relaciones existentes entre Batasuna y ETA, deberían ser evitadas.
Tales consecuencias afectan a nuestra convivencia y a la causa de la paz. Nuestras
preocupaciones no son sólo nuestras. Son compartidas por un porcentaje
mayoritario de ciudadanos de diversas tendencias políticas, encomendados
a nuestro servicio pastoral.
La convivencia, ya gravemente alterada ¿no sufriría acaso un deterioro
mayor en nuestros pueblos y ciudades? Probablemente la división y la
confrontación cívica se agudizarían.
No vemos cómo un clima social así pueda afectar favorablemente
a la seguridad de los más débiles: los amenazados. Más
bien nos tememos que tal seguridad se vuelva, lamentablemente, más precaria.
No somos, ni mucho menos, los únicos que albergamos esta reserva cautelosa.
9.- Optar por la paz
La paz es el objetivo prioritario de esta sociedad. A él deben subordinársele
otros objetivos legítimos e incluso saludables para nuestro país.
Es, pues, necesario optar por la paz.
Optar por la paz significa no manipularla, poniéndola al servicio de
otros intereses. Nadie debe jugar con la paz ofreciéndola a cambio de
un determinado modelo de país. Nadie debe retrasar la paz en aras de
unos objetivos electorales más inmediatos. A todo partido político
se le pide hoy la grandeza de ánimo necesaria para estar dispuesto incluso
a "menguar" a fin de que pueda "crecer" la paz.
Optar por la paz comporta para cada una de las opciones políticas una
disposición a recortar "mi proyecto" de país para que
pueda surgir en el intercambio "nuestro" proyecto compartido. Cada
partido tiene derecho a mantener y defender sus propuestas, pero ha de someterlas
en cada momento al bien superior de la paz. Absolutizar el proyecto propio no
es una manera de acercarnos a la paz; es un modo de alejarnos de ella.
Optar por la paz significa apoyar efectivamente a los movimientos sociales que,
anteponiéndola a las diferentes sensibilidades políticas existentes
en su seno, procuran abrir caminos que un día mas o menos próximo
puedan disipar la larga y penosa pesadilla que estamos padeciendo en este pueblo.
Optar por la paz lleva consigo ofrecer signos de distensión y de aproximación.
Una política penitenciaria que permitiera a los presos cumplir su condena
más cerca de sus lugares de origen entrañaría por ejemplo
un gesto de humanidad, sobre todo para sus padres y familiares.
Optar por la paz entraña educar para la paz especialmente a las jóvenes
generaciones, suscitando en ellas el pensamiento crítico, la conciencia
ética, la sensibilidad por toda vida humana, el respeto al diferente,
el sentimiento de pertenencia a un mismo pueblo plural, el compromiso a favor
de la reconciliación social.
Optar por la paz lleva consigo para los creyentes orar incesantemente por ella
manifestando al Señor nuestras dificultades para conseguirla y ofreciéndole
nuestras manos para construirla.
Conscientes de que nuestra misión pastoral entraña un serio compromiso
pacificador, los obispos de estas diócesis renovamos públicamente
nuestro firme propósito de alentar, desde nuestro puesto, estas líneas
de trabajo. Pedimos especialmente a los cristianos las secunden con generosidad
y las apliquen con tenacidad.
10.- Reavivar la esperanza.
La esperanza de un pueblo es capital. No hay futuro mejor sin una esperanza
firme y constante ante las dificultades. Cuando está viva es capaz de
extraer de las mismas dificultades una energía mayor. Cuando está
muy mermada produce abatimiento y pasividad.
La esperanza de este pueblo está debilitada por la crudeza, la duración
y la complejidad de los problemas que le afligen. La Iglesia puede y debe contribuir
a sostener esta esperanza histórica porque ha recibido del Espíritu
Santo un sedimento inagotable de esperanza escatológica que es capaz
de encender las auténticas esperanzas históricas.
Nuestra Señora de la Esperanza que es también Nuestra Señora
de la Paz sostenga nuestra esperanza y nos consiga la dicha de la paz.
Bilbao, San Sebastián y Vitoria, 29 de mayo de 2002
+Juan María, obispo
de San Sebastián
+Ricardo, obispo de Bilbao
+Miguel, obispo de Vitoria
+Carmelo, obispo auxiliar de Bilbao