Base documental d'Història Contemporània de Catalunya.
Guerra del Francès(1808-1814) -Regnat de Ferran VII
 

Situació econòmica de Catalunya al primer terç del s.XIX per Bonaventura Carles Aribau

Font:
Balcells,A.Catalunya Contemporànea,(s.XIX).Barcelona: Siglo XIX.1977, 110-114 pp.

Comentari:
Breu història de la indústria del cotó, redactat cap als anys 1860. Exposa les seves dificultats i limitacions i els progressos tècnics de l´esmentada indústria.

Text:
En los siete primeros años del presente siglo la fabricación de algodón, en Cataluña, experimentó los efectos de la guerra contra los ingleses. Las presas de los cargamentos que iban a las posesiones españolas de Ultramar y los levantamientos de varios estados de América del Sur, adonde se hacía una gran parte de las expediciones, hicieron sufrir grandes pérdidas a fabricantes y a especuladores. A principios de 1808 la ciudad(Barcelona)fue ocupada por las tropas francesas que no la abandonaron hasta mayo de 1814,hallándose en este intermedio casi continuamente bloqueada por mar y por tierra. El terror reinaba dentro de los muros y la emigración fue inmensa. Casi todas las fábricas se cerraron.
Restablecido el gobierno legítimo, reapareció el movimiento industrial; pero era difícil reparar los males de seis años. Los capitales habían menguado horrorosamente y el país, que aun antes no se hallaba al nivel del estado de la fabricación, no fue partícipe de los progresos que había hecho entre tanto. Todos los esfuerzos hubieran sido inútiles si no hubiesen sido sostenidos por una rigurosa prohibición. La introducción de los nuevos métodos que daban perfección y baratura al género manufacturado fue sumamente lenta. Los ingleses no permitían entonces la exportación de su maquinaria. El contrabando adquirió en todo el reino tanta pujanza como grande era el estímulo que sus enormes ganancias ofrecían. El desasosiego del país durante los años 1822 i 1823,las facciones que apoyadas en los Pirineos hacían inútil la vigilancia del resguardo, la entrada de un ejército invasor a cuyo abrigo nuestros mercados se inundaban de mercaderías francesas, mantuvieron la fabricación en un estado precario, sin ninguna ventaja con que poder luchar.
A pesar de todo, la fabricación se sostuvo. El gobierno mantenía la prohibición, pero en 1825,bajo pretexto de reparar por todos los medios posibles la Marina Real que se hallaba miserablemente desatendida, proporcionándole con preferencia a cualquier otra atención los recursos de que necesitaba, adoptó el de conceder la admisión temporal en la península de los géneros de algodón extranjeros, aplicando el producto de sus derechos al mencionado objeto(...).Esta providencia causó gran desaliento a los fabricantes y realmente no dejó de causarles prejuicios, no precisamente por la cantidad de las 600 toneladas que se señalaban, sino por los abusos a que sin anuencia del privilegiado daría lugar esta concesión que a despecho de todas las precauciones sirvió de patente y salvoconducto a la introducción fraudulenta. Y más que el prejuicio efectivo fue el efecto moral producido por el recelo de que este ejemplo se repitiera con alguna frecuencia, como un hallazgo expedito para salir el gobierno de momentáneos apuros.
Pero habiendo el rey Fernando VII ido tres años después a Cataluña a sofocar la rebelión que el partido apostólico había allí suscitado ofreció a los fabricantes no volver a conceder semejantes privilegio, palabra que cumplió religiosamente. Por el contrario el expresado monarca dio dos testimonios relevantes del interés con que miraba las industrias algodoneras, pero ambos por desgracia fueron estériles. El uno fue la cesión que hizo a Enrique Dolfus del magnífico edificio de su real sitio de San Fernando a dos leguas y media de la Corte, con varias ventajas y privilegios para establecer una fábrica de hilados estampados y otras dependencias. El establecimiento se montó en realidad con un coste inmenso bajo el pie de 6.000 husos y 160 telares mecánicos, movido él todo por una máquina de vapor de 20 caballos y aún empezó a dar producto, ocupando a 623 personas. Pero ya sea por la mala dirección del punto, ya por otros errores del pensamiento, ya por discordias entre los que vinieron a quedar dueños y socios de la empresa, lo cierto es que todo se abandonó, sin esperanzas de restauración, pues, a pesar de haberse establecido en su tiempo con los medios mecánicos que entonces se conocían como los mejores, se han hecho en esta parte tantos progresos en los muchos años transcurridos y los precios de esta clase de manufacturas han bajado hasta tal punto que ya no podría sostener la competencia interior.
Otro testimonio del deseo que animaba al difunto rey de dar impulso a este género de industria fue la protección dispensada en los últimos años de su vida a la gran fábrica de tejidos de algodón y construcción de maquinaria que mediante un auxilio de 65.000 duros de parte del gobierno se levantó en Barcelona por Vilaregut, Rull y Cía.Ya sus productos se habían presentado con grande estimación en el mercado y anunciaban una feliz revolución industrial, cuando las pasiones políticas, maliciosamente excitadas a mediados de 1835 en medio de un motín popular, redujeron a cenizas aquella vasta construcción.
Tan reacios golpes descargados por la fatalidad sobre determinados establecimientos, unidos a los obstáculos generales que combaten el conjunto de esta industria, impidiendo su desarrollo, no fueron parte para abatir el espíritu emprendedor. Yo presumo que los enormes capitales que durante el primer cuarto de este siglo había en la plaza de Barcelona empleados en vales reales y otros fondos públicos se realizarían a los precios que pudieron conseguirse para acabar con tantos desengaños de promesas hechas y no cumplidas y que una gran parte de su producto en metálico reunido por el espíritu de asociación se dedicó a empresas industriales, para las que posee aquel país el principal elemento en la laboriosidad de sus habitantes(...).
A esta causa hay que agregar las considerables sumas que ha recibido Barcelona con la inmigración de muchos de sus naturales acaudalados que habiendo acumulado una gran fortuna en América han seguido los impulsos de la irresistible nostalgia que fuera de su tierra suelen acometer a los catalanes en llegando a cierta edad y a cierta situación independiente. Muchos de los demás españoles en quienes no obra tan eficazmente esta afección, al huir de las turbaciones de las nuevas repúblicas, encontrando a su patria unas veces entregada a discordias civiles y otras sometida a los caprichos del absolutismo que no ofrece garantías de seguridad, se detuvieron en el extranjero y fomentaron la riqueza de varias plazas mercantiles, de lo que es buen ejemplo la de Burdeos. Los caudales de que Cataluña pudo aprovechar una parte se dividieron entre la propiedad y la fabricación. Este es un hecho constante, de todos conocidos.
Por estas causas principales, a cuyo resultado concurren otros varios de índole, diversa, explico yo cómo la fabricación algodonera se ha podido sostener y no por la realización productiva de los enormes beneficios que supone la vulgaridad en semejantes empresas. Es cierto que la actividad, unida al orden y a la economía y ayudada por la buena suerte, ha proporcionado ahorros cuya acumulación progresiva ha sido el principio de sorprendentes medios en contadas personas: pero este tiempo ya pasó desde que la honrosa rivalidad de muchos ha creado la actual competencia.
La guerra civil, que tan duramente trabajó las provincias de Cataluña desde el año 1834 hasta el de 1840,fue sin duda fatal para la industria algodonera. Muchas fábricas establecidas fuera de la capital y poblaciones muradas fueron destruidas y otras tuvieron que defenderse a gran costa por las armas como una fortaleza. La inseguridad de los caminos daba al contrabando las ventajas que quitaba al tráfico legítimo. Algunas juntas provinciales (en zonas) de frecuentes pronunciamientos, cuando no abrían la puerta a los géneros extranjeros de algodón para socorrer con los derechos sus necesidades relajaban la disciplina y la vigilancia fiscal. Lo que realmente sucedió, fue que, afluyendo a Barcelona los industriales esparcidos en los pueblos que para evitar peligros tenían que abandonarse formó en aquel punto un foco de actividad que tenía más de aparente que de sólido y duradero.