Base documental d'Història Contemporània de Catalunya.
Regnat d' Isabel II (1833-1868) - Bienni Progressista (1854-1856)
 

El còlera de 1854

Font:
ROURE, Conrad: Recuerdos de mi larga vida.(3 vols).Barcelona:El Diluvio. 1925.vol I., 33-38 pp

Comentari:
Descripció general de la situació de Barcelona durant el còlera de 1854.
Assenyala les diferents mesures que varen adoptar les autoritats i l´experiència personal i familiar davant aquesta situació: fugir dels pobles i les ciutats atacades pel còlera, així, Conrad Roure marxarà cap a Manresa, Navarcles i Igualada. Aquesta era un actitud de bona part de la població davant d´una epidèmia com la del còlera de 1854.

Text:
Acababa de terminar mi cuarto año de bachiller. Despedíme del colegio Figueras, pues al siguiente curso debía ya matricularme en el Instituto, y disponíame a gozar de unas vacaciones sosegadas, justamente merecidas después de ocho meses de trabajo, cuando un nuevo y nefasto acontecimiento, de los muchos que en aquel entonces conmovían de continuo la ciudad, vino a sembrar la desolación, la miseria y la muerte en la muy querida Barcelona.
Me refiero al cólera del 54.
Los casos fueron en un principio pocos y aislados ; pero pronto la propagación del mal tomó caracteres de epidemia horrorosa y, ante el sinnúmero de defunciones cotidianas, el terror se apoderó de los ciudadanos barceloneses.
Y, aunque el cólera se hallaba extendido a toda , la Península, aquellas personas que disponían de, medios de fortuna para ello abandonaban alocadamente la ciudad para preservarse en una pequeña población o casa de campo. En las pequeñas poblaciones naturalmente que el número de defunciones diarias no alcanzaba una cifra tan elevada como la ,obtenida en Barcelona, pero esto era debido a la menor densidad de población y relativamente, sin duda, el porcentaje de fallecimientos cotidianos era mayor en las aldeas que en la gran urbe.
Pero en aquellos momentos de pánico los barceloneses no atendían razones, y por si eran los buques surtos en el puerto, las aguas o el contagio la causa de la propagación del mal, huían a la desbandada.
Barcelona dentro sus muros iba quedando desierta; la emigración por un lado y los estragos del cólera por otro eran la causa.
Y como si se hicieran partícipes del terror de los hombres, los pájaros-gorriones, golondrinas y vencejos-abandonaron también la ciudad y los jardines y paseos, las Ramblas, sobre todo, sin las alegres estridencias de sus chillidos, quedaron trágicamente silenciosos.
A las pocas semanas de iniciada la epidemia, la ciudad presentaba un aspecto de desolación imponente.
La mayor parte de las casas estaban cerradas a piedra y lodo, pues todos sus inquilinos, comenzando por los de las tiendas y terminando por los de los últimos pisos, se habían ausentado de sendos domicilios.
Unicamente permanecían en Barcelona aquellas familias que tenían algún individuo atacado de cólera, los boticarios herboristas, médicos y demás personas cuyas obligaciones les impedían abandonar la ciudad y aquellos infelices que por falta de recursos no podían seguir en la huída a sus conciudadanos afortunados. Es decir, que en Barcelona no quedaron otros pobladores que aquellos obligados por el deber o la miseria.
En calle tan concurrida en tiempos normales como la de Fernando VII, por ejemplo, durante el cólera fué tan escaso el tránsito, que hubo lugar en ella que el musgo creció entre las junturas del enlosado de sus aceras.
Por si la soledad no diera suficiente especto tétrico al cuadro que la ciudad presentaba, las autoridades , como medida higiénica, ya que el microbio de la epidemia se hallaba en la atmosfera, ordenaron que en los cruces de todas las calles se encendieran grandes hogueras y para que éstas produjeran mayor cantidad de humo salvador, las rociaban abundantemente con alquitrán. Y densas columnas de una humereda acre se elevaban por encima de la ciudad atacada, cubriéndola con su obscuridad.
No sé si la medida sería muy eficaz como destructora de microbios; pero lo positivo fue que el alquitrán ardiendo filtraba por entre los adoquines de los empedrados, éstos se resquebrajaron y la medida resultó sin igual para destruir adoquinados.
* * *
Consecuencia inmediata de la epidemia y del consiguiente cierre de establecimientos y paralización de negocios, fue la miseria en aquellas clases que si no contaban con medios para dejar la ciudad, mucho menos podían vivir en la holganza. El trabajo les faltaba y ni el recurso de mendigar les quedaba, porque, ¿ a quién iban a mendigar?.
El gobernador civil de Barcelona, que lo era en aquella funesta temporada don
Pascual Madoz, a fin de evitar que el hambre causara mayores estragos que la peste, activó del Gobierno el permiso de demolición de las murallas de la ciudad. El expediente se cursó rápidamente, vino aprobado, y Madoz, acto continuo, empleó en la tan ansiada demolición a cuantos hombres acudieron solicitando plaza. El derribo comenzó por el lienzo de la calle Tallers, prosiguiendo acto seguido por dos o tres puntos distintos de la muralla.
Los obreros empleados, por si la epidemia se hacía más duradera que el tiempo a emplear en la demolición, efectuaban ésta con una lentitud verdaderamente asombrosa; pero las autoridades, sintiéndose piadosas hacia aquellos desdichados, no les apresuraban en la tarea.
Y, resignándonos con aquella máxima de que no hay mal que por bien no venga, podemos decir que, gracias al cólera del 54, Barcelona es la ciudad bella y esplendorosa de hoy, pues el derribo de sus murallas, primer paso de su engrandecimiento, había sido solicitado hacía ya mucho tiempo, y, si no es por la necesidad de emplear a los sin trabajo del cólera, quizás hoy todavía el Gobierno central no hubiera concedido su permiso.
Si en Barcelona el cólera se ensañó en sus habitantes, no hizo menos en las demás poblaciones de la provincia.
A los primeros síntomas de la epidemia, buena parte de mi familia nos trasladamos a la casa contigua a la Font del Lleó, del término de Pedralbes, que tenía en arriendo mi tío Antonio Gironés, el de Figueras. Pero, por su proximidad a la ciudad, no nos considerábamos en aquel lugar suficientemente a cubierto del mal, y mi tío, con su esposa (mi madrina) y mi madre, se marcharon a Figueras, mandándonos a mi hermano Baldomero y a mí a la casa de otro pariente que residía en Manresa.
Manresa, hasta el año 54 se había librado de todas las pestes y epidemias que habían asolado la provincia y tenía fama de sana e higiénica ; pero el cólera de aquel año la atacó con mayor ímpetu que a las demás ciudades y el terror que se apoderó de los manresanos fué grandísimo.
Mientras mi hermano y yo permanecíamos en Manresa, mi tío materno, Jaime Bofill, que era comandante de milicianos. se quedó en Barcelona para ayudar a Madoz, de quien era amigo. Aunque el gobernador recomendaba a mi tío que tomara precauciones, éste desoyó sus consejos, fué atacado por el cólera y murió en pocas horas.
Era mi tío Jaime muy querido de mi madre y, aunque a ésta le dieron la noticia, en Figueras, con toda suerte de precauciones, como desde la muerte de mi padre sufría accidentes nerviosos, fué víctima de uno de ellos, tan intenso, que expiró.
La vida en Manresa se nos hacía imposible por el pánico indescriptible de los manresanos al cólera.Los médicos, a fin de evitar que los enfermos fueran abandonados por sus deudos, para demostrar que no existía contagio, se ponían sobre la piel las camisas de los atacados del mal; pero sus demostraciones tenían poca fuerza convictiva. Cuando el cólera atacaba a un individuo de una familia, sus parientes dejaban un ataúd tras la puerta del piso y abandonaban al enfermo a los cuidados de la caridad y asistencia públicas.
Un hermano del pariente en cuya casa nos hospedábamos tenía tal aprensión al mal que a cada momento sentía en su persona síntomas de él y acabó por morir de una excitación nerviosa, que nada tenía que ver con el cólera.Entonces nos trasladaron a Navarcles, en cuyo punto el miedo a la epidemia no era tan grande. El letrado señor Canals, que se había enterado del fallecimiento de nuestra madre, fué a ese punto a recogernos, llevándonos en su companía a Igualada, en cuya ciudad no había cóleraY en Igualada permanecimos hasta mediados de otoño, época en que la epidemia decreció en Barcelona, y pudimos regresar a nuestros lares con el corazón traspasado de dolor por las tragedias presenciadas y muy especialmente por aquella, que de una manera tan directa había afectado a nuestras vidas.

 
 

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