|
Base documental
d'Història Contemporània de Catalunya.
Restauració 2 (1898-1931) - Crisi de la Restauració
(1898-1923)
Eugenio
Montero Ríos opina sobre el desastre colonial.1898.
Font:
GARCIA-NIETO, Mª Carme ( et
al.): Bases Documentales, vol. IV. Madrid. 1971.135-137
pp.
Comentari:
Eugenio Montero Ríos (1832-1914)
fou el president de la missió que va negociar el Tractat
de París que suposà la independència de Cuba, Puerto
Rico i Filipines de l´Estat Espanyol.
E. Montero Ríos va manifestar la seva visió i
conseqüències del problema colonial. Destaca la seva
posició de negociar amb els USA i de l´autonomia
colonial ,i, nega que els mals de l´Estat Espanyol
tinguin com a culpables els governants o partits
polítics com creu bona part de la societat espanyola.
Text:
No creáis, señores, que yo
vengo como hombre político a defender acto alguno de mi
vida en todo lo relativo a las cuestiones coloniales; no.
Por las circunstancias, por la índole de mis trabajos,
por mis preferencias, por un conjunto de factores que no
es necesario siquiera precisar aquí, yo en mi vida
pública no tuve nunca parte directa ni indirecta en lo
que se refiere al régimen y gobierno de nuestras
colonias; siempre estuve completamente alejado de ellos,
y además, ni mis estudios, ni mis aficiones, ni las
circunstancias que fueron marcando el rumbo de mi vida
pública, repito, me llevaron a ocuparme en una cuestión
tan vital para España. ¿ Por qué no he de decirlo
ahora? No es un mérito ni lo alego en tal concepto.
Yo, con un gran temor de errar, por efecto de mi
insuficiencia, no era partidario; no lo fui jamás, ni lo
sería hoy, del régimen colonial que España, desde los
tiempos de los Reyes Católicos, había establecido para
sus posesiones de América; yo no fui nunca partidario de
ese régimen que se llamaba de asimilación y que
consistía en considerar a las colonias como provincias
de la monarquía.
Siempre fui partidario de la autonomía colonial, y como
era un sistema que aquí no imperaba, que no había
imperado jamás en los tres siglos que precedieron al
actual; y que, en efecto, estaba en oposición con todas
nuestras instituciones coloniales, suponía yo que
estaría en un error, ¡cómo no había de suponerlo,
enfrente de la experiencia de tres siglos; enfrente de la
manera de pensar de los hombres de gobierno que tuvo
España desde el siglo XVI hasta aquí, si bien con
alguna excepción de que pronto habré de ocuparme!
Por esta razón no tenía para qué intervenir en nada,
absolutamente en nada, de aquello que tanto agitó a la
opinión pública durante los últimos treinta años del
siglo XIX. Os voy a decir más. Recuerdo que cuando el
Congreso americano hizo su declaración conjunta,
proclamando la independencia de la isla de Cuba, que dio
por resultado que el gobierno español entregara sus
pasaportes al ministro de los Estados Unidos en Madrid,
ante la gravedad que envolvía la situación que se
iniciaba..., me tomé la libertad de ir a manifestar al
que era entonces jefe del gabinete, mi opinión de que
debía el gobierno español reconocer la independencia de
la isla de Cuba, negociando con ella, para la aceptación
por la misma de toda o parte de la deuda colonial.
Recuerdo también que el ocho de mayo, después de
saberse en Madrid el desastre de Cavite, reiteré mi
visita, manifestando mi opinión de que el gobierno
español debía proponer inmediata y directamente al de
Washington un armisticio para negociar la paz, pues eran
incalculables los desastres que esperaban a nuestra
patria. El gobierno tomó en consideración lo que le
expuse; pero negociaciones que tenía pendientes, según
tuvo la bondad de manifestarme al siguiente día su
presidente, no le permitieron dirigirse entonces, en el
sentido que acabo de indicar, al gobierno de Washington.
Tales negociaciones, cuyas circunstancias nunca conocí,
tengo, no obstante, la seguridad de que no pudieron ser
ciertas conferencias de que entonces se habló y que
consideré siempre inverosímiles, por la más que
infantil candidez que hubieran revelado, en quien se
suponía que las estaba sosteniendo con un representante
de la Unión americana.
Nuestro enemigo era lo bastante astuto para aprovecharse
de aquellas circunstancias, y, durante ellas; desembarcó
en la isla; destruyó nuestra escuadra enfrente de la
bahía de Santiago de Cuba; tomó esta plaza, y concluyó
por desembarcar sus tropas en Puerto Rico y apoderarse de
esta isla.
No digo nada de esto en sentido de censura para el
gobierno español, la mayor parte de cuyos individuos
viven y podrían testificar la exactitud de cuanto estoy
refiriendo. No; debo suponer que quizás si yo hubiera
sido gobierno, habría obrado de la misma manera; sin
duda, había motivos, que no tenía por qué dar a
conocer, que le impidieron seguir camino diferente. De
suerte que, no alego lo que acabo de decir, en mi elogio
ni en mi defensa; empiezo por reconocer mi falta, porque
me limité a dar mi consejo, y en las cámaras no hice
constar mi opinión ante el país.
Responde, pues, lo que hoy digo, a los dictados de la
conciencia de un español, de un patriota, que si no
tiene que defender actos propios, tampoco se considera
autorizado para censurar los ajenos.
Es lo cierto, señores, que en nuestro país se ha
formado una opinión, fuerza es reconocerlo, bastante
general y se cree que los gobernantes de hoy (al
referirme a los de hoy, no me refiero a los de este día
ni a los de hace un año, ni dos, sino a los gobernantes
de nuestro tiempo; a los gobernantes que tuvo España, ya
que no durante todo el régimen constitucional, por lo
menos en la segunda mitad del siglo XIX); se cree,
repito, que los gobernantes de hoy, los partidos
políticos y las clases directoras, son los responsables
de nuestros últimos desastres. Eso es lo que la mayoría
de las gentes cree, y yo tengo para mí que eso es un
profundo error.
Procuraré ver si llevo a vuestro ánimo la convicción
de lo que acabo de decir.
|