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Base documental
d'Història Contemporània de Catalunya.
Restauració 1 (1874-1898) - Fonaments de la Restauració
(1874-1898)
Relat
de Teresa Claramunt sobre els fets de Montjuïc.
Font:
.SEMPAU, Ramon:Los
victimarios.Barcelona:Garcia Manet Editores; 1900.381-390
pp..
Comentari:
Relat sobre l´experiència
personal de Teresa Claramunt (1862-1931) sobre els fets
de Montjuïc.
De manera bastant viva ens explica el seu pas pel castell
de Montjuïc com a sospitosa per la bomba del carrer dels
Canvis Nous durant la processó de Corpus, les tortures i
l´afusallament de cinc persones condemnades a mort pels
mateixos fets.
La repressió que varen exercir les autoritats fou molt
àmplia i dura quer va desorganitzar força el moviment
anarquista.
Text:
" Esta amable y distinguida
defensora de las ideas libertarias nos ha favorecido con
las notas que publicamos a continuación, y que
seguramente serán el agrado de nuestros lectores. El
proceso de Montjuich ha dado mucho que decir, pero hasta
el presente nadie se había preocupado de ciertos
detalles íntimos que ponen de relieve la torpeza de los
esbirros y la brutalidad de los medios empleados por el
gobierno. Mujeres y niños inocentes fueron blanco de las
iras de aquellos que, con pretexto de escarmentar á los
autores de un crimen inexcusable, cometieron á mansalva
las peores injusticias, atropellando á personas que no
podían ser responsables de un acto ejecutado, cuando
más, por un loco fanático.
Veamos ahora de qué modo refiere sus impresiones Teresa
Claramunt:
EN LA CÁRCEL
He
padecido tanto, no se si podré coordinar mis recuerdos;
pero mi buen deseo seguramente me permitirá llenar este
penoso cometido, procurando que mi relación sea exacta y
lo más concisa posible.
El día 14 de Junio de 1896 tuve que abandonar la humilde
casa en que vivía con mi compañero Antonio Gurri. La
guardia civil nos detuvo en Camprodón y practicó en mis
muebles un minucioso registro, que más bien parecía un
saqueo. Este acto produjo en nuestro ánimo una
impresión penosa y no pude contener mis lágrimas al ver
que se nos trataba como si fuésemos unos facinerosos, de
los que no se podía esperar nada bueno.
Cuatro días después de mi detención y cuando se
hubieron cansado de marearme con preguntas irritantes,
llevándome del juzgado al gobierno civil y de ceca en
meca, me vi separada de mi compañero é ingresé en la
cárcel. En ésta me hallé con unas infelices mujeres
detenidas como yo á consecuencia del crimen de la calle
de Cambios Nuevos.
Los hierros candentes aplicados á los muslos del
infortunado Nogues no le causaron quizá un dolor tan
horrible como el que padecieron aquellas desgraciadas
mujeres, que en su mayoría eran madres.
-¡ Mis hijas en la calle sin pan ni albergue ! exclamaba
una de ellas, presa de mayor desesperación. Se
perderán, se perderán y no volveré a verlas ! repetía
llorando con desconsuelo.
- ¡ Las mías también! Gritaba otra, derramando
abundantes lágrimas. ¡ Las llevarán al Hospicio y las
matarán porque no saben rezar! ¡ Pobres hijitas, pobres
pedazos de mí corazón!... Y sin poderlas ver... y
seguía sollozando.
Todo esto lo presenció sor Juana, superiora de las
hermanas de la cárcel; pero no se inmutó siquiera
demostrando la perversidad de sus sentimientos, que aun
se evidencia mejor con lo que vamos á transcribir.
Y fué el caso que una de aquellas mujeres se dirigió á
la superiora en tono de súplica, diciéndole:
-Por Dios, sor Juana, déjenos ver á nuestros
pequeñuelos! ¡Somos inocentes !
-No puede ser, es imposible, respondió fríamente la hermana;
no son Vds. casadas, son malas y es menester se vuelvan
buenas...
Se nos trataba peor que á depravados criminales . Para
nosotras no había cama, ni comunicación, ni
enfermería, ni respeto, nada.
¡ Cuánto sufrí moralmente durante los tres meses
estuve en la cárcel! ¡ No puede concebirse! Mucho se ha
hablado y con razón de los tormentos materiales, pero de
los morales no hay nada escrito y sin embargo han causado
muchas víctimas y han dejado profunda huella en muchos
organismos.
¡ Cuánto sufrí y cuánto sufrieron mis compañeras
durante nuestro cautiverio!
Un día entró en calidad de presa una pobre vieja, más
muerta que viva, y que lloraba amargamente.Nosotras las
que estábamos detenidas como anarquistas fuimos a
prestarle toda clase de consuelos, que bien los
necesitaba. Calmada algún tanto, nos preguntó:
- ¿Por qué están Vds. presas?
- Por un crimen que no hemos cometido. Por una bomba que
la policía debe saber quien la echó.
- ¡Qué! ¿son Vds. de las que suben á Montjuich ? ¡
Virgen santa! dijo con pena la anciana ¡ si supierais
como les martirizan! Mi hija tiene relaciones con un
militar que está en el castillo, y se halla ahora
enfermo por haber presenciado los martirios que se hacen
con unos hombres que están á disposición de la guardia
civil.
El efecto que nos produjo el anterior relato no es para
ser descrito. Aquella noche tuve una horrible pesadilla.
Mis compañeras me despertaron y noté que alguna
lloraba.
Después oí la voz de la anciana que nos había
comunicado lo que ocurría en Montjuich y que decía:
¡Pobres muchachos! ¡ qué gritos daban de ¡asesinos!
¡soy inocente! ¡ no me atéis tan fuerte! ¡vosotros
sois los autores!.Yo no me acordaba de nada, y noté que
había llorado; el pecho me dolía, tenía fiebre.
EN MONTJUICH .
Al día siguiente, á las ocho de
la noche, fui trasladada al castillo de Montjuich. Una
pareja de la guardia civil de á pie y tres de á
caballo, al mando del teniente Canales, me
custodiaban.Llegué muy pronto, con mi escolta al
castillo, y estuve unos instantes de pie ante unas
puertas que creí serían calabozos.Como presumía que
allí estaba mi marido, tosí con toda mi fuerza. Al poco
rato contestaron con una tos parecida a la mía y por la
que reconocí la voz de mi esposo.
El teniente Canales hizo entrega de mi persona al
capitán ayudante. Este miserable había comprendido lo
significativo de mi tos, y con muy talante me dijo que le
siguiera y me encerró en un inmundo calabozo, señalado
con el número 2.
Maquinalmente me senté en un jergón que había encima
de unas tabla y empecé á sentir un cansancio que aun no
había notado. Había subido la cuesta sin descansar,
llevando á hombros un grueso lío de mi ropa y otros
efectos, y dado mi estado débil y la sensación que
experimenté al entrar en el castillo, me hallaba en
extremo abatida.
Largo rato llevaba sentada y casi aletargada cuando de
pronto oí una voz que llamaba muy quedo: Señora,
señora... Levanté la vista y noté que por el postigo
de la puerta se asomaba un rostro varonil, y pude
observar que de los ojos del que me venía a verme se
escaparon algunas lágrimas. A renglón seguido me
preguntó:
¿ Por qué la han traído presa?.
No lo sé, respondí. También lo están mi esposo y
otros.Por temor á que nos sorprendieran nos despedimos,
prometiendo mi visitante darme noticias de mi esposo y
que si era reservada me comunicaría datos de gran
interés.
Aquella misma noche se abrió de nuevo el postiguillo.
Era mi visitante que me traía noticias de mi marido y de
mis compañeros y me explicó a grandes rasgos los
tormentos á que habían sido sometidos algunos presos.
<< -Ya han hecho el autor y los
cómplices.>>.
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Pasé dos ó tres días relativamente bien. Sentía
cierto bienestar por haberme sustraído al yugo de las
hermanas de la cárcel. Mi calabozo era malísimo,
húmedo, lleno de ratones y moscas, el jergón tenía
muchos piojos y otros insectos repugnantes que en verdad
confieso que me molestaron mucho; pero así y todo,
prefería esto á la cárcel porque estaba cerca de mi
esposo, tenia noticias suyas y contaba con un protector
que me había prometido visitarme y darme detalles
siempre que le fuera posible. Esto hacía que, en medio
de mis congojas, y mi afán por saber la desgracia que
les cabía á mis compañeros y el temor de que á mí me
tocara la misma suerte, estuviese animada, sintiéndome
con fuerza para sufrir con serenidad todos los
contratiempos que viniesen.
Una vez, cuando aún no habían transcurrido tres días,
estuve toda la noche de pie y junto á la puerta;
sentía y tenía sueño. Cuatro noches hacía que no
había cerrado los ojos con el miedo a quedarme dormida y
no poder recibir las noticias del día.
Transcurrió la noche y mi comunicante no vino; al día
siguiente tampoco y esto me tenía turbada. Desde este
día noté que en la guardia había más
movimiento, más ruido.
Así pasaron seis noches
¡ Que sufrimiento el mío! ¡Que ideas más tristes
acudían á mi mente! ¿Sería una estratagema de los
inquisidores para tener un motivo de acusación y
someterme al tormento? ¿Ó estaría él castigado? ¿ Ó
sería que el centinela paisano suyo que vigilaba
mientras él hablaba le había traicionado? ¡ Que
tortura tan horrible!...
A los seis días me cambiaron de calabozo; estaba muy
enferma. Tres días hacía que estaba en el nuevo
calabozo y oí llamar la puerta. Eran las dos de la
mañana. Me incorporé y fijé en la puerta una
mirada. Llamaron de nuevo, salté del lecho y me
acerqué presurosa al ventanillo. Era él; ¡pobre
muchacho! La alegría que sintió al verme no puede
imaginarse; la mía no fue menor.
Lo primero que hizo mi amigo fue disculparse. Díjome que
habían sido castigados dos soldados por el delito
de hablar con los presos; que su paisano había tenido
que ir al hospital, y que por este motivo no había
podido venir.-<<Hoy he procurado me tocase de
centinela aquí y lo he logrado.>>
¿ Por qué repetir lo que hablamos durante las dos horas
que duró nuestra conversación? Estoy segura de que
mientras viva no habrá olvidado los consejos y
advertencias que le hice, pero yo tampoco olvidaré
jamás las demostraciones de respetuoso cariño que me
prodigaba; están grabadas en mi corazón estas palabras
que con ingenuidad me dijo: <<La quiero á V. como
á mi madre; se le parece á V. mucho; haré por V. lo
que pueda, lo que haría por ella >>.
-Gracias, le dije, estrechándole la mano, que con
dificultad pasaba por la reja.
A los quince días me trasladaron á la capilla; el
calabozo que yo dejé lo ocuparon después Gana y Juan
Bautista Ollé (1).
Otra impresión muy dolorosa fue para mí el verme
encerrada en aquel tétrico lugar, donde pasaron su
última noche los desgraciados seres sobre cuyos cuerpos
pesa aquella fatal sentencia.
Al pie de mi cama pude leer las firmas de mis
compañeros en ideas, Archs y Sabat. Detrás de una
puerta y escritas con lápiz, había algunas líneas
firmadas por Sirero ! ; al extremo de otro cuartito,
también estaba impreso en la pared, al parecer con un
vidrio, un ¡ viva la vida! ¡viva la anarquía! En los
primeros días de estar encerrada en aquel calabozo,
lloré mucho; y no era el miedo el causante de mis
lágrimas, sino el recuerdo de mis malogrados compañeros
asesinados vilmente en los fosos maldita fortaleza . (sic)
A los pocos días llegó hasta mí el rumor de que iba á
ser fusilada por inductora; llegué á creerlo: mas no
por eso desmayé un momento, al contrario, tal creencia
avivó más mi amor del ideal querido.
Sentía la pena que experimentan los vencidos, y
lamentaba también que mi joven existencia me fuese
arrebatada sin habérsela antes disputado á los
verdugos.
Se me olvidaba decir que á los pocos días de mi
entrevista con aquel buen muchacho, cambiaron la
guarnición, y que por tanto estuve unos días sin
recibir noticia alguna. Pero á medida que nuestra
inocencia iba acreditándose, salían de las filas de
aquellos autómatas vestidos de rojo, seres de corazón y
conciencia, hombres al fin, que, conocedores de la
horrible tragedia que se representaba en las mazmorras de
aquel castillo, exponían, con una generosidad sin
límites, su carrera y hasta su cabeza para servir á los
que impíamente se quería sacrificar el odio del moderno
Santo Oficio. Los periódicos llegaban hasta nosotros,
las noticias eran transmitidas de un calabozo á otro con
una rapidez extraordinaria. Horas tan angustiosas
pasábamos, tales impresiones dolorosas recibíamos, que
á buen seguro hubieran minado nuestra existencia, á no
ser aquellos ratos de grata emoción que sentíamos,
satisfechos de poder burlar la vigilancia de que éramos
objeto gracias á un buen jefe que hizo cuanto pudo en
pro de la justicia.
En una ocasión vi á nuestro compañero Gana y pude
apreciar los tormentos á que había sido sometido, pues
presentaba los dedos gordos de ambos pies, el uno con la
uña arrancada y amoratada la del otro, y muchas heridas
producidas por el látigo y las manillas. Me enteré
además de otros detalles del crimen de lesa humanidad
cometido por los representantes de la ley. Gana y yo nos
pusimos de acuerdo para podernos comunicar impresiones
(Hay que advertir que casi siempre fuimos vecinos de
calabozo).
Llegó el día del careo con mi acusador. La presencia de
aquel desgraciado fué para mi un golpe terrible. Aquel
ser que ante los infames Portas y Marzo repetía la... acusación,
se hallaba convertido en un espectro; esta acusación
carecía de fundamento.
¡Y pensar que aún hay quien se atreve á negar los
tormentos! No había más que ver al que nos acusaba...
Su cara abotagada, su mirada completamente extraviada, su
boca partida, sus muñecas descarnadas, su cuerpo...
¡cómo estaría su cuerpo, que ni un ligero movimiento
podía hacer que no le obligase lanzar un gemido, ni
siquiera pudo encorvarse para firmar su declaración!
probaban hasta la evidencia aquel aserto. La dura
impresión que sentí ante tan desgarradora escena, sólo
propia de la época de Torquemada, me produjo un
accidente nervioso que me duró muchas horas.
Llegué al calabozo, caí al suelo y al volver en mí me
hallé fría; á duras penas, arrastrándome, pude llegar
hasta el jergón y cubrirme con la sucia manta.
Fui trasladada después á otro calabozo, en el que
estaba algo mejor. Un día noté gran movimiento y ví
que mi esposo y otros compañeros eran conducidos
disposición de los.....civiles. ¡Qué espanto el mío!
comprendí que nos tenían un odio terrible, porque no
sabían como nos las componíamos para hacer salir y
entrar tanta cosa á despecho de la vigilancia y rigor
desplegados; así es que me incliné á creer que
aquellos hombres serían martirizados para hacerles
declarar los nombres de los que nos protegían. ¡ Qué
sufrir ! ¡qué desesperación la mía ! Un nuevo
incidente puso en peligro mi vida. Tan enferma y sola,
sin tener quien me trajera un poco de agua para calmar mi
ardiente sed ocasionada por la fiebre... Por fin gracias
á un alma generosa, un sargento, al que por sus heroicos
hechos á nuestro favor, Gana y yo llamábamos el Angel,
pues además de servicial y desinteresado era de aspecto
simpático, más bien hermoso; por él, pude saber que no
había novedad, para conocer tan grata noticia tuve que
estar dos noches sin dormir, en pie y casi pegada á la
pared del calabozo. Sensación tras sensación, unas que
suavizaban algo las otras, y por fin llegamos al día en
que ponerse en escena la tragedia, llamada consejo de
guerra.
¡Qué acto incalificable! ¡cuánta razón nos daba á
los que consideramos absurdo todo eso que hoy impera! La
farsa más infame y la cobardía más refinada quedaron
allí. El segundo día tuve que pedir á los verdugos
reservado, pues sentía una necesidad, que no podía
ejecutar delante de los hombres que estaban en mi
calabozo. Entonces el verdugo Parrillas llevóme al cero,
donde había un zambullo. Al verme en este lugar, que era
donde se aplicaban los martirios, sentí que la sangre
afluía á mi cabeza, y por el estado nervioso en que me
encontraba, no pude efectuar la necesidad por la cual me
condujeran allí, y estuve muchos días sin que se
borrase de mi mente la dolorosa impresión que me había
causado la vista de aquella mazmorra inquisitorial.
Cuando estuvimos en presencia del fiscal, éste, que de
seguro debía desconocer hasta los más rudimentarios
principios de humanidad, nos insultó llamándonos
monstruos y dijo que cerraba 1os ojos á la razón.
Tuvimos que hacer uso de todas nuestras fuerzas para
aparecer impasibles los cinco días que duró aquella
triste comedia.
Durante e1 tiempo que estuve esperando el fallo del
tribunal, sufrí lo que no es decible... y llegó, pero
terrible, condenando á cinco inocentes á la última
pena. ¡Que alegría para los verdugos! ¡La burguesía
quedaba complacida!
Entonces me trasladaron á la torre del vigía, quizá
con el objeto de que presenciara la escena final del
repugnante drama. ¡Miserables!.
Pocas horas después de haber puesto en capilla á los
inocentes reos, el cabo Botas y Estorqui subieron á la
azotea con el desdichado. Por una de las rejas de mi
improvisado calabozo vi á Ascheri, en el momento en que
sus verdugos estaban tendidos sobre el borde de la azotea
contemplando los huertos. Ascheri me miró y yo 1e hice
una seña significativa y entonces se echó á llorar, y
como los sayones advirtieran algo, lleváronsele al
momento.
Por la tarde las familias de los cinco reos subieron á
dar el último beso á sus queridos deudos, y un enjambre
de policías se colocaron junto al puente levadizo que da
entrada a la fortaleza. La familia de Más y la hermana
de Nogués al salir del castillo se vieron asediadas por
los polizontes, á los que dieron larga audiencia. Yo
sufrí tanto al ver aquello que de buen grado hubiera
reñido á las desgraciadas mujeres. En esto llegó un
coche que conducía á dos monjas y otras tres mujeres
que debían realizar cierto acto para dar gusto á varios
jesuitas de levita y al tigre Marzo, que con rostro
placentero habían entrado ya en el castiIlo. Supe lo que
se preparaba y lamenté mucho la debilidad de aquellas
tres pobres mujeres. Sentía coraje, pena, compasión; no
sé lo que pasó por mi mente.
A las nueve salió el coche con las tres mujeres; una de
ellas merced a su compañero, no se había prestado a dar
gusto á los asesinos.
...............................................................................................................
Al día siguiente, dos horas antes de la fijada por la
ley, ya estaban hechos todos los preparativos. Los
verdugos, conscientes ó no, estaban dispuestos realizar
su vergonzosa obra. Tressols había prometido al inocente
Alsina que iría á presenciar la ejecución... y
cumplió su palabra. Sólo en casos tales suele ejecutar
Vinagret lo que promete. Al entrar en el castillo el
jesuita que debía acompañar á las víctimas, se
tropezó con ese inspector y se abrazaron cordialmente.
¡Qué de cosas no significaba el tal abrazo!.
Salieron los reos de la capilla y al pasar frente al
cuerpo de guardia, que es cuando yo pude verles, noté
que Ascheri iba como un autómata, Nogués muy alentado,
Molas también valiente, pero vacilaba algo, y Alsina
pálido y bastante tembloroso. Más se mostraba
tranquilo, pero al acercársele el jesuita con el Cristo,
reveló asustarse y se puso nervioso hasta llegar al
sitio designado para el fusilamiento... Pocos minutos
después, sonó una terrible descarga que me hizo i
llevar las manos á la cabeza, porque creía que también
en mi cráneo había penetrado el plomo asesino; algunos
tiros más remataron las inocentes víctimas del odio
jesuítico-burgués... El aire nos transmitió el eco de
las montañas que repetían un ¡muera la inquisición! y
un ¡viva! al ideal por el que aquellos hombres se
habían sacrificado valientemente."
(1).- Véase la carta de
Francisco Gana.
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