3. Interpretación y crítica de la cultura

3.1 La violencia fundadora del orden social

Freud parte de la analogía entre los fenómenos individuales y los fenómenos socioculturales. A la patología psíquica individual le corresponde una patología colectiva; las pulsiones personales de vida y de muerte -Eros y Thanatos- son pulsiones presentes en las sociedades, éstas crean instituciones pero también encienden guerras. Más aún, partiendo del positivista Comte y del biólogo Haeckel, asume que las vicisitudes por las que pasa el individuo son un resumen de les vicisitudes por las que ha pasado la humanidad. Consecuentemente, el complejo de Edipo, el complejo nuclear que todo individuo vive, tiene su correlato social e histórico. ¿Donde se encuentra este correlato? En el totemismo y sus tabúes.

Tótem y tabú, 1913

Freud recoge los datos etnológicas más importantes de su tiempo y concluye que el totemismo es la forma religiosa más antigua y universal. Inspirándose también en los escritos de Darwin, supone que el hombre primitivo vivía en pequeñas hordas dominadas por un macho poderoso, dueño y señor de todas las hembras. La situación de los hijos machos era dura, si despertaban los recelos del padre eran muertos o proscritos; estaban condenados a vivir en pequeñas comunidades y en lograr hembras raptándolas. Los impulsos sexuales del hijos y hermanos se dirigían hacia su madre y hermanas pero, al igual que pasa en el niño, el gran obstáculo que frenaba sus deseos era el padre. La situación despertó un sentimiento de odio y de muerte hacia él, un afán de eliminarlo y ocupar su lugar. Lo que sucedió nos lo expone claramente Freud en el suyo Tótem y tabú:


«La teoría darwiniana supone la existencia de un padre violento y celoso que se reserva para sí mismo todas las hembras y expulsa sus hijos a medida que van creciendo. [...] Los hermanos expulsados se reunieron un día, mataron el padre y devoraron su cadáver poniendo así fin a la existencia de la horda paterna. Unidos, llevaron a cabo aquello que, individualmente, no habrían sido posible realizar. Puesto que se trataba de salvajes caníbales fue natural que devorasen el cadáver. El banquete totémico, tal vez la primera fiesta de la humanidad, sería la reproducción conmemorativa de este acto criminal y memorable, que constituyó el punto de partida de las organizaciones sociales, de las restricciones moral y de la religión

¿Qué pasó después del asesinato del padre? Por una parte, sigue Freud, se vivió una larga época de desorden social en la cual los hermanos se disputaban la sucesión paterna y en la cual cada uno de ellos pretendía ocupar el puesto ambicionado; pero el principio de la realidad se impuso y los hermanos comprendieron que para sobrevivir había que reprimir el principal móvil del parricidio, la posesión de las hembras. Por otra parte, surgió una fuerte conciencia o sentimiento de culpabilidad como consecuencia de la ambivalencia de los sentimiento, el odio y el amor hacia el padre.

El principio de la realidad y el sentimiento de culpabilidad son lo que hicieron nacer las organizaciones sociales, normas morales y la religión, en especial, la religión totémica. Así, por el bien de todos se impuso la necesidad de renunciar al ideal de imitar al padre en la posesión de la madre y las hermanas, necesidad que dio lugar en les primeras normas morales:

  1. el tabú del incesto, a saber, el horror y prohibición de tener relación sexuales con familiares y
  2. el precepto de la exogamia, la obligación de buscar marido o mujer fuera del propio grupo.

El deseo para suavizar el remordimiento hizo que el primitivo se sirviese de un animal fuerte y temido, el tótem de la comunidad, para sustituir al padre. Las anteriores dos normas junto con la siguiente, forman el núcleo de la religión totémica:

  1. la prohibición de matar el animal totémico representación del padre asesinado.

El banquete totémico recordaba el parricidio original y comprometía a los participantes en mantener el orden instaurado. Freud considera que el asesinato del padre se ha ido reproduciendo históricamente: el pueblo judío asesinó Moisés -hipótesis formulada en Moisés y el monoteísmo- y, posteriormente, asesinó Jesús.


3.2. Religión, deseo ilusorio de un padre

En Tótem y tabú, Freud sospecha la presencia de la violencia en el origen de les instituciones sociales, en la moral y en la religión. En el libro de 1927, El futuro de una ilusión, habla de la sociedad y de la religión no tanto desde una perspectiva etnológica como desde una perspectiva psicológica. Sigue con su analogía entre los fenómenos individuales y los fenómenos colectivos comparando el comportamiento de los neuróticos con los ritos religiosos; en todos ellos la figura del padre, el patriarca tan divinizado en el judaísmo, vuelve a ser el elemento explicativo clave. La profunda sensación de impotencia que todos experimentamos en nuestra infancia y que también experimentó la familia humana en los tiempo primitivos fue lo que despertó la necesidad de protección amorosa. En nuestra infancia, nuestro padre satisface esta necesidad; el adulto, indefenso y desamparado, recuerda con añoranza la protección que gozaba cuando era niño y, proyectándola, crea la ilusión de la existencia de un Dios padre y protector.

Freud defiende que las ideas religiosas son ilusiones, realizaciones de los más antiguos e intensos deseos de la humanidad. ¿Qué deseos? Los deseos que todo hombre tiene, en el su desamparo, de ser protegido de los peligros de la vida, de que se haga justicia en la sociedad, de que la existencia humana no se acabe con la muerte. Sigue remarcando los grandes servicios que con gran eficiencia la religión ha ofrecido a la humanidad a lo largo de su historia. Satisfaciendo profundas necesidades humanas, ha hecho que la felicidad fuera más accesible al hombre. El hombre sólo podrá abandonar la religión el día en que su vida psíquica esté sometida a la dictadura de la Razón; si abandona la religión sin tener asumida una auténtica moral, entonces no tendrá nada.


3.3. Malestar en la cultura

«No nos sentimos cómodas en la civilización del presente». Estas palabras de Freud expresan su desencanto respeto nuestra cultura y el reconocimiento de la incapacitado de ésta a la hora de destruir la infelicidad humana. La cultura, incluida en ella la técnica, no ha contribuido al bienestar de la humanidad; ha dotado a el hombre de muchos objetos, pero no le ha hecho feliz. ¿En qué consiste y cuál es el origen de este malestar del hombre en la cultura? Éste es el tema de su libro El malestar en la cultura, publicado el 1930 y escrito el año anterior, el año de la gran depresión económica.

El malestar en la cultura, 1930

«La felicidad no es un valor cultural», la cultura implica la sustitución del principio del placer por el principio de la realidad y esta substitución crea malestar. Por una parte, el hombre ha de reprimir su agresividad o impulsos destructivos y, por otra parte, ha de sublimar su sexualidad hacia objetivos de interés común. Los afanes e intereses culturales han introducido excesivas restricciones en la satisfacción de las pulsiones humanas, han inhibido la sexualidad y exigen transformación de impulsos libidinosos en actividades sustitutivas, a saber, en horas de trabajo bien disciplinado. La cultura lleva a sustituir la satisfacción inmediata por una satisfacción retardada, a sustituir la libertad y la ausencia de represión por seguridad.


«Si la cultura no sólo impone sacrificios tan grandes a la sexualidad, sino también a la tendencia agresiva del hombre, comprenderemos mejor que a éste le sea difícil de encontrar la felicidad en la cultura. El hombre primitivo lo tenía mejor, porque desconocía cualquier limitación de los instintos. En cambio, la garantía de poder gozar largo tiempo de esta felicidad era muy escasa para él. El hombre civilizado ha trocado una parte posible de felicidad por otra de seguridad. Pero no hemos de olvidar que en la familia primitiva sólo la cabeza gozaba de una tal libertad de los instintos; los otros vivían sometidos a esclavitud.»
Freud Malestar en la cultura, V

La renuncia, restricción y desvío de la líbido, además de crear malestar, hace que ella sea impotente para frenar las poderosas tendencias agresivas existentes entre los hombres. Y, estando debilitada la líbido, ¿como se lo hace la cultura para frenar la agresividad natural en el hombre? Dirigiendo hacia un mismo esta tendencia agresiva, fortaleciendo el superyó o conciencia moral. El pobre yo -dice Freud- tiene una tarea de difícil realización, "sirve tres amos y pone empeño en conciliar sus exigencias y órdenes: el mundo exterior, el superyó y el ello". El yo tiene que conciliar las exigencias de la realidad exterior que lo envuelve, los impulsos agresivos del ello y el estricto autoridad del superyó. De la tensión entre el yo y el superyó nace el complejo de culpabilidad o sentimiento de culpa, sentimiento que mantiene el malestar del hombre en la cultura. La cultura ha creado las instituciones, las normas y leyes, los sistemas políticos para controlar la destructora agresividad humana, haciendo posible así uno constante progreso, pero no la felicidad.

Tanto en la vida personal como en la vida de les colectividades operan dos impulsos interconectados y en conflicto; pero es innegable el predominio del impulso destructivo o de muerte. El libro, pese a todo, acaba con una tímida esperanza:

«Y bien es preciso esperar que la otra de ambas «potencias celestiales», el eros eterno, hará un esfuerzo para vencer en la lucha contra su adversario, también inmortal. Pero, ¿quién podría predecir la victoria y el desenlace?»