1. Nuestros antepasados Hasta mediados siglo XIX se consideraba que la especie humana tenía una antigüedad de pocos miles de años. Una consideración que fue cuestionada, el 1859, cuando Charles Darwin publicó su libro El origen de las especies. El proceso evolutivo —defendía— sólo es comprensible con una nueva visión del tiempo, un tiempo infinitamente dilatado: la evolución de los seres vivos exige hablar no de miles de años sino de millones de años. Cuatro años después del libro de Darwin, se descubrió el primer fósil Neanderthal: los científicos comenzaron a aceptar que podían haber existido humanos diferentes de sus contemporáneos.
Las excavaciones iniciadas el 1978 en Atapuerca (Burgos) han enriquecido la investigación del árbol genealógico humano. Los restos de homínidos con una antigüedad de 800.000 años han llevado a hablar de una nueva especie, el Homo Antecessor, supuesto antepasado común de los neandertales y de los seres humanos actuales. Atauperca es uno de los yacimientos del mundo con más expectativas a la hora de perfilar el árbol de la evolución humana. El hombre de Neanderthal, que surgió en Europa por evolución a partir de un anterior Homo, será el primer europeo: un europeo indígena y arcaico. La otra subespecie de Homo sapiens, ya Homo sapiens sapiens, el hombre de Cro-Magnon, fue un inmigrado que llegó de África siendo ya un hombre moderno. Neanderthales y Cro-Magnones habitaron territorios próximos. Los Cro-Magnones, más evolucionados, perduran en nosotros; los Neanderthales, se extinguieron. |
2. Proceso de diferenciación humana Los simios modernos o póngidos y los humanos muestran un gran número de similitudes, pero también cruciales diferencias. A medida que retrocedemos en el tiempo, se reducen las diferencias. Todos mantenemos testimonios de nuestro origen, pero a lo largo de los 10 millones de años de proceso de diferenciación se han producido importantes cambios o conquistas biológicas que han alejado los humanos de los póngidos, unos cambios que han definido la tendencia evolutiva humana. Exploremos algunos de estos cambios.
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3. Perspectivas 3.1 Antepasados comunes Es preciso evitar, por su imprecisión, la afirmación según la cual el hombre proviene del mono o de los simios. Lo correcto es afirmar que los simios actuales (póngidos) y los humanos compartamos un mismo antepasado, como también compartimos un antepasado con los monos actuales y con otras formas anteriores. Pero, como ya advertía Darwin, probablemente ninguno de los antepasado del hombre se parecía a ninguno de los monos o simios vivientes. La antropología física busca las formas fósiles o escalones que podrían constituir estos diferentes antepasados. Todos los seres vivos estamos emparentados, todos juntos integran el árbol de la vida; una cincuentena de moléculas orgánicas sirven para las actividades esenciales de la vida, unas moléculas que permanecen esencialmente idénticas en todos los animales y plantas. «Un roble y yo somos hechos de la misma sustancia. Si retrocedemos bastante en el tiempo, encontraremos un antepasado común.» (Carl Sagan). 3.2 ¿Descendemos de Adam y Eva? En el relato bíblico del Génesis leemos: «Entonces, Javeh Dios formó el hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente.» (Génesis 2,7).
La Biblia no debe entenderse de una forma literal; se ha de interpretar. No se ha de olvidar que sus redactores estaban condicionados por las concepciones del mundo de su propio tiempo. Son bastante las autoridades religiosas que han afirmado que el libro del Génesis está expresado en forma de narración simbólica. Ciertamente, esta visión no ha sido la dominante; uno de sus precursores de mediados del siglo XX, el paleontólogo y jesuita Pierre Teilhard de Chardin, vio obstaculizada y prohibida su obra por defender una actitud conciliadora entre datos científicos y explicación bíblica. 3.3 Un simio que supera su condición
Blaise Pascal (1623-1662), prototipo del hombre moderno, ya intuyó la grandeza y miseria del hombre en la infinitud del cosmos. Si elevemos la mirada hacia el infinito, hacia el macrocosmos, el hombre, la tierra y el mismo sol quedan reducidos en un insignificante punto. ¿Qué es el hombre en ésta infinitud? ¡Una nada! Si, en dirección contraria, dirigimos la mirada hacia el microcosmos, hacia los seres vivos más minúsculos, vemos que todo se puede dividir una y otra vez; incluso el átomo incluye una infinitud de universos. ¿Qué es el hombre en ésta infinitud negativa? ¡Todo un universo! El hombre —sigue afirmando Pascal— es una «caña pensante», que «un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo»; pero, y ésta es su grandeza, «pese a el universo lo aplastase, el hombre sería aún más noble que aquello que lo mata, porque sabe que muere y conoce aquello que el universo tiene de ventaja por encima de él; el universo no sabe nada de eso.» |